Vi un viento huracanado que venía del norte: una gran nube y un fuego zigzagueo con un resplandor en torno, y desde el centro del fuego como un resplandor de ámbar, y en el centro de todo la figura de cuatro seres vivientes.
Este era su aspecto: tenían forma humana.
Y oí el rumor de sus alas cuando se movían, como estruendo de aguas caudalosas, como la voz del
Todopoderoso, como griterío de multitudes, como estruendo de tropas. Cuando se detenían, replegaban sus alas. También se oyó un estruendo sobre la bóveda que estaba encima de sus cabezas; cuando se detenían, replegaban sus alas.
Y por encima de la bóveda, que estaba sobre sus cabezas, había una especie de zafiro en forma de trono; sobre esta especie de trono sobresalía una figura que parecía un hombre.
Y vi un brillo como de ámbar (algo así como fuego lo enmarcaba) de lo que parecía sus caderas para arriba, y de lo que parecían sus caderas para abajo vi algo así como fuego, rodeado de resplandor, como el arco que aparece en las nubes cuando llueve. Tal era la apariencia del resplandor en torno.
Era la apariencia visible de la Gloria del Señor.
Al contemplarla, caí rostro en tierra.
En aquel tiempo, mientras Jesús y los discípulos recorrían juntos Galilea, les dijo:
-«Al Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres, lo matarán, pero resucitará al tercer día».
Ellos se pusieron muy tristes.
Cuando llegaron a Cafarnaún, los que cobraban el impuesto de las dos dracmas se acercaron a Pedro y le preguntaron:
-«¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas?».
Contestó:
-«Si».
Cuando llegó a casa, Jesús se adelantó a preguntarle:
-«¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿a quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?».
Contestó:
-«A los extraños».
Jesús le dijo:
-«Entonces, los hijos están exentos. Sin embargo, para no darles mal ejemplo, ve al mar, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. Cógela y págales por mí y por ti».
Palabra del Señor.
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