En la casa solariega de “Huix” de Santa Margarita de Vellors, provincia de Gerona y obispado de Vic, de la que ya se hace mención en documentos del siglo XI, dotada de amplias salas y oratorio y abierta a horizontes inmensos, viene al mundo Salvio Huix Miralpeix el 21 de diciembre de 1877, siendo sus padres Juan Huix Muntalt y María Miralpeix Costa. Tres días después, su madre lo lleva a la ermita de Nuestra Señora del Pedró y lo ofrece a la Madre de Dios.
En la casa se respira un profundo espíritu religioso; el padre ha practicado Ejercicios Espirituales varias veces, dejando escrito en uno de sus propósitos: «Dar la vida, si es necesario, por el Papa.» Y de este ambiente se va impregnando el pequeño Salvio hasta que, a los doce años, entra en el Seminario de Vic; durante 14 años crece como estudiante, como cristiano y como seminarista, haciendo muchos amigos a los que frecuentemente se les escucha la coletilla: "si él lo dice, será lo mejor".
Ordenado sacerdote en 1903, es nombrado coadjutor de las parroquias de Coll y de San Vicente de Castellet, pero su afán apostólico no se satisface con la tranquila vida de una parroquia, y –después de un tiempo de discernimiento- descubre su vocación oratoriana. Con treinta años llama a las puertas del Oratorio de San Felipe Neri de Vich, donde llegará a vivir veinte años entregado a las obras apostólicas de la Congregación, y especialmente a la confesión.
En aquellos tiempos los padres filipenses se levantaban a las cuatro y media de la madrugada durante todo el año, excepto los domingos que lo hacían media hora antes; después de una hora de oración, comenzaban su labor de confesonario, permaneciendo horas y horas mientras hubiese alguien que requiriese sus servicios. Alcanzó una gran reputación como confesor de muchachos jóvenes y hombres maduros por sus cualidades del don de consejo, de discreción de espíritus, de facilidad para arreglar asuntos complicados con una prudencia sana y persuasiva que convence porque es fruto de su amor sincero a las almas que se le confían. Otra de las facetas de su ministerio sacerdotal era la visita a los enfermos y el amor a los pobres, que facilitó numerosas conversiones, algunas verdaderamente impresionantes.
Profesor de Ascética y Mística en el Seminario, la mayoría de sus alumnos le escogieron como confesor o director espiritual: circunstancia que también prueba la solidez de sus enseñanzas, respaldadas por la ejemplaridad de una vida intachable.
Su constante amabilidad y caridad para con todos, no significa ni mucho menos que no tuviera su propio carácter, Incluso quizá violento. Pero como San Francisco de Sales y otros santos, a fuerza de vencimientos propios había adquirido el dominio de sus impulsos temperamentales.
A los diez años de entrar en el Oratorio fue nombrado director de las Congregaciones Marianas de Vic, organizó magistralmente las secciones de Beneficencia y de Propaganda, en 1921 llevó a término la magna Asamblea de Congregaciones Marianas de Cataluña y, dos años después, organizó los actos de la coronación canónica de la Virgen de la Gleva, Patrona de la «Plana de Vic». No es extraño que el cardenal Tedeschini, Nuncio en España, se fijara en aquel sacerdote –ya Prepósito del Oratorio- que tan gran servicio prestaba a la Iglesia.
En 1927 fue nombrado obispo para la diócesis de Ibiza, donde dio la medida de lo que sentía su corazón de apóstol preocupándose del Seminario, de los sacerdotes –en especial de los ancianos y enfermos-, de la Acción Católica, los roperos benéficos de las escuelas religiosas, fundando un colegio de niñas de notoria utilidad pública, de la formación de padres de familia, promoviendo los Ejercicios Espirituales y propagando la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, al Santísimo Sacramento y a la Madre de Dios en su advocación ibicenca de Nuestra Señora de las Nieves.
Hubo una perfecta identificación del pastor con su grey y siempre demostró valor y entereza cuando se trataba de defender los sagrados intereses de la Iglesia y la fe del pueblo; en sus pastorales se trasluce su gran formación teológica y la indignación que causaban a su alma las injustas leyes de la República: cuando aquellas leyes ordenaron quitar las cruces de los cementerios, se organizaron en Ibiza procesiones de penitencia y reparación. En la que tuvo lugar en la Catedral, Monseñor Huix con el cabildo aguardó la llegada del Crucifijo que venía del cementerio y, al llegar, lo abrazó, lo cargó sobre sus hombros y lo introdujo en la Catedral ante la emoción incontenible de todos los presentes.
En una reseña del viaje a Roma que realizó en visita «ad limina», muestra su sincera y completa sumisión al Romano Pontífice cuando escribe a sus diocesanos: «Sentíamos cómo el corazón nos palpitaba con fe renovada y confirmada, con adhesión más filial al Santo Padre, con vivo entusiasmo y firme propósito de mayor fidelidad, de fidelidad hasta la muerte y el martirio si fuera menester, con la ayuda de la divina gracia.»
En enero de 1935 llegó a Lérida para suceder al doctor Irurita en la silla diocesana, encontrándose con una diócesis distinta, mucho más grande y con numerosos problemas; a todos hizo frente con buen ánimo esforzado y, una vez más, preocupándose de la juventud y de los niños, desvelándose por los sacerdotes ancianos y por los pobres transeúntes sin hogar, para los que había comenzado la construcción de un comedor para socorrerlos. Comenzó visita pastoral en los más apartados pueblos pirenaicos, impulsó los certámenes catequísticos y favoreció la labor de la célebre Academia Mariana de la ciudad del Segre, que tanta gloria ha dado a la Virgen Santísima con sus actividades artísticas y literarias. En cierta ocasión autorizó a un párroco a vender parte de las joyas propiedad de la parroquia –con las debidas garantías- para sufragar con el importe la imperiosa necesidad de unas escuelas para niños; se esforzó en hermanar la Acción Católica y la «Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña», consiguiendo que muchos jóvenes de ambas organizaciones dieran sus vidas por Dios, sin que el enemigo los separara a la hora del martirio.
Poco antes del día 18 de Julio, como si presintiera los trágicos días que se avecinaban, organizó unas Jornadas Eucarísticas de oración y penitencia. Estalla la Guerra Civil pero el alzamiento fracasa en Barcelona, y la ciudad queda en manos de las turbas de la CNT, FAI y POUM, sufriendo grandes desmanes y llegando a quemar la catedral por orden de Buenaventura Durruti. El 21 de julio los comunistas comenzaron a violentar las puertas del palacio episcopal, viéndose forzado monseñor Huix a salir por el huerto para dirigirse a la casa de unos parientes de los porteros –distante unos diez minutos- los cuales se la habían ofrecido aquella misma mañana; sin embargo, dos días después, Mons. Huix percatándose de que su presencia llenaba de desazón al dueño –el cual le expuso el peligro en que los ponía a todos- y no pudiendo sufrir más el estar a resguardo mientras tantos y tantos de sus diocesanos daban continuamente su vida: a las nueve y media de la noche se marchó.
Cuando caminaba por la calle del Alcalde Costa se presentó a un control de gente armada –entre la que vio a algunos guardias civiles- con estas palabras: “Soy el obispo de la diócesis y me entrego a la caballerosidad de ustedes”; pasada la primera gran sorpresa de aquellos hombres, los obreros propusieron su ejecución inmediata pero los guardias les convencieron que sobre aquel “pez gordo” se tenía que consultar con la Generalidad. Así lo hicieron, llegando al poco tiempo una escuadrilla de guardias de Asalto que se hicieron cargo del detenido; le trasladaron a la cárcel y le alojaron en una sala de la planta baja, donde había medio centenar de cristianos que acogieron al obispo con grandes muestras de simpatía. Su estancia en la prisión fue un rayo de luz y optimismo sobrenatural para los que allí permanecían temiendo lo peor.
En la víspera de la fiesta de Santiago apóstol, entró en la prisión el párroco de Benavent, D. Antonio Benedet Guardia, el cual pudo burlar la vigilancia y salvar el cacheo a la entrada sin que fuera descubierto un copón de Sagradas Formas que llevaba; así, los presos celebraron la fiesta del Patrón de España pudiendo recibir la Eucaristía. En la madrugada del 5 de agosto, los presos se confesaron con el obispo y recibieron la Comunión.
Los dos Comités antifascistas de la ciudad se disputaban tan valiosa presa por lo que, cuando las autoridades de Barcelona ordenaron telefónicamente el traslado de algunos presos significativos para ser juzgados en la ciudad condal, estos comités hallaron la manera de burlar la buena intención de algunos componentes del Gobierno de la Generalidad. A las cuatro y media de la madrugada los hicieron subir a un camión a veinte presos seglares y al obispo; salieron de Lérida por el puente sobre el río Segre enfilando la carretera de Barcelona y, cuando pasaban por delante del cementerio fueron detenidos por unos milicianos que les dieron el alto y les exigieron la orden de traslado por escrito, ardid empleado en otras ocasiones para conseguir lo que tanto deseaban: deshacerse de ellos en el recinto del camposanto.
Monseñor Huix no perdió la serenidad ni en aquellos trágicos momentos: campechanamente comentó con los suyos, con una frase popular catalana que designa el próximo fin de un viaje: «Ja som a Sants» [«Ya hemos llegado a Sants»], queriendo significar que allí acababa su viaje. Allí mismo fueron fusilados los veintiuno. Por petición propia, el Siervo de Dios fue el último ejecutado, tras haber dado la absolución a sus compañeros que la precedían en el martirio. Era la hora antes del alba del día 5 de agosto de 1936, festividad de Nuestra Señora de las Nieves, Patrona de Ibiza, un pequeño detalle de la Reina del Cielo para aquel siervo suyo, fiel y valiente, cabeza de los 270 sacerdotes diocesanos de Lérida inmolados por Cristo.
En la casa se respira un profundo espíritu religioso; el padre ha practicado Ejercicios Espirituales varias veces, dejando escrito en uno de sus propósitos: «Dar la vida, si es necesario, por el Papa.» Y de este ambiente se va impregnando el pequeño Salvio hasta que, a los doce años, entra en el Seminario de Vic; durante 14 años crece como estudiante, como cristiano y como seminarista, haciendo muchos amigos a los que frecuentemente se les escucha la coletilla: "si él lo dice, será lo mejor".
Ordenado sacerdote en 1903, es nombrado coadjutor de las parroquias de Coll y de San Vicente de Castellet, pero su afán apostólico no se satisface con la tranquila vida de una parroquia, y –después de un tiempo de discernimiento- descubre su vocación oratoriana. Con treinta años llama a las puertas del Oratorio de San Felipe Neri de Vich, donde llegará a vivir veinte años entregado a las obras apostólicas de la Congregación, y especialmente a la confesión.
En aquellos tiempos los padres filipenses se levantaban a las cuatro y media de la madrugada durante todo el año, excepto los domingos que lo hacían media hora antes; después de una hora de oración, comenzaban su labor de confesonario, permaneciendo horas y horas mientras hubiese alguien que requiriese sus servicios. Alcanzó una gran reputación como confesor de muchachos jóvenes y hombres maduros por sus cualidades del don de consejo, de discreción de espíritus, de facilidad para arreglar asuntos complicados con una prudencia sana y persuasiva que convence porque es fruto de su amor sincero a las almas que se le confían. Otra de las facetas de su ministerio sacerdotal era la visita a los enfermos y el amor a los pobres, que facilitó numerosas conversiones, algunas verdaderamente impresionantes.
Profesor de Ascética y Mística en el Seminario, la mayoría de sus alumnos le escogieron como confesor o director espiritual: circunstancia que también prueba la solidez de sus enseñanzas, respaldadas por la ejemplaridad de una vida intachable.
Su constante amabilidad y caridad para con todos, no significa ni mucho menos que no tuviera su propio carácter, Incluso quizá violento. Pero como San Francisco de Sales y otros santos, a fuerza de vencimientos propios había adquirido el dominio de sus impulsos temperamentales.
A los diez años de entrar en el Oratorio fue nombrado director de las Congregaciones Marianas de Vic, organizó magistralmente las secciones de Beneficencia y de Propaganda, en 1921 llevó a término la magna Asamblea de Congregaciones Marianas de Cataluña y, dos años después, organizó los actos de la coronación canónica de la Virgen de la Gleva, Patrona de la «Plana de Vic». No es extraño que el cardenal Tedeschini, Nuncio en España, se fijara en aquel sacerdote –ya Prepósito del Oratorio- que tan gran servicio prestaba a la Iglesia.
En 1927 fue nombrado obispo para la diócesis de Ibiza, donde dio la medida de lo que sentía su corazón de apóstol preocupándose del Seminario, de los sacerdotes –en especial de los ancianos y enfermos-, de la Acción Católica, los roperos benéficos de las escuelas religiosas, fundando un colegio de niñas de notoria utilidad pública, de la formación de padres de familia, promoviendo los Ejercicios Espirituales y propagando la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, al Santísimo Sacramento y a la Madre de Dios en su advocación ibicenca de Nuestra Señora de las Nieves.
Hubo una perfecta identificación del pastor con su grey y siempre demostró valor y entereza cuando se trataba de defender los sagrados intereses de la Iglesia y la fe del pueblo; en sus pastorales se trasluce su gran formación teológica y la indignación que causaban a su alma las injustas leyes de la República: cuando aquellas leyes ordenaron quitar las cruces de los cementerios, se organizaron en Ibiza procesiones de penitencia y reparación. En la que tuvo lugar en la Catedral, Monseñor Huix con el cabildo aguardó la llegada del Crucifijo que venía del cementerio y, al llegar, lo abrazó, lo cargó sobre sus hombros y lo introdujo en la Catedral ante la emoción incontenible de todos los presentes.
En una reseña del viaje a Roma que realizó en visita «ad limina», muestra su sincera y completa sumisión al Romano Pontífice cuando escribe a sus diocesanos: «Sentíamos cómo el corazón nos palpitaba con fe renovada y confirmada, con adhesión más filial al Santo Padre, con vivo entusiasmo y firme propósito de mayor fidelidad, de fidelidad hasta la muerte y el martirio si fuera menester, con la ayuda de la divina gracia.»
En enero de 1935 llegó a Lérida para suceder al doctor Irurita en la silla diocesana, encontrándose con una diócesis distinta, mucho más grande y con numerosos problemas; a todos hizo frente con buen ánimo esforzado y, una vez más, preocupándose de la juventud y de los niños, desvelándose por los sacerdotes ancianos y por los pobres transeúntes sin hogar, para los que había comenzado la construcción de un comedor para socorrerlos. Comenzó visita pastoral en los más apartados pueblos pirenaicos, impulsó los certámenes catequísticos y favoreció la labor de la célebre Academia Mariana de la ciudad del Segre, que tanta gloria ha dado a la Virgen Santísima con sus actividades artísticas y literarias. En cierta ocasión autorizó a un párroco a vender parte de las joyas propiedad de la parroquia –con las debidas garantías- para sufragar con el importe la imperiosa necesidad de unas escuelas para niños; se esforzó en hermanar la Acción Católica y la «Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña», consiguiendo que muchos jóvenes de ambas organizaciones dieran sus vidas por Dios, sin que el enemigo los separara a la hora del martirio.
Poco antes del día 18 de Julio, como si presintiera los trágicos días que se avecinaban, organizó unas Jornadas Eucarísticas de oración y penitencia. Estalla la Guerra Civil pero el alzamiento fracasa en Barcelona, y la ciudad queda en manos de las turbas de la CNT, FAI y POUM, sufriendo grandes desmanes y llegando a quemar la catedral por orden de Buenaventura Durruti. El 21 de julio los comunistas comenzaron a violentar las puertas del palacio episcopal, viéndose forzado monseñor Huix a salir por el huerto para dirigirse a la casa de unos parientes de los porteros –distante unos diez minutos- los cuales se la habían ofrecido aquella misma mañana; sin embargo, dos días después, Mons. Huix percatándose de que su presencia llenaba de desazón al dueño –el cual le expuso el peligro en que los ponía a todos- y no pudiendo sufrir más el estar a resguardo mientras tantos y tantos de sus diocesanos daban continuamente su vida: a las nueve y media de la noche se marchó.
Cuando caminaba por la calle del Alcalde Costa se presentó a un control de gente armada –entre la que vio a algunos guardias civiles- con estas palabras: “Soy el obispo de la diócesis y me entrego a la caballerosidad de ustedes”; pasada la primera gran sorpresa de aquellos hombres, los obreros propusieron su ejecución inmediata pero los guardias les convencieron que sobre aquel “pez gordo” se tenía que consultar con la Generalidad. Así lo hicieron, llegando al poco tiempo una escuadrilla de guardias de Asalto que se hicieron cargo del detenido; le trasladaron a la cárcel y le alojaron en una sala de la planta baja, donde había medio centenar de cristianos que acogieron al obispo con grandes muestras de simpatía. Su estancia en la prisión fue un rayo de luz y optimismo sobrenatural para los que allí permanecían temiendo lo peor.
En la víspera de la fiesta de Santiago apóstol, entró en la prisión el párroco de Benavent, D. Antonio Benedet Guardia, el cual pudo burlar la vigilancia y salvar el cacheo a la entrada sin que fuera descubierto un copón de Sagradas Formas que llevaba; así, los presos celebraron la fiesta del Patrón de España pudiendo recibir la Eucaristía. En la madrugada del 5 de agosto, los presos se confesaron con el obispo y recibieron la Comunión.
Los dos Comités antifascistas de la ciudad se disputaban tan valiosa presa por lo que, cuando las autoridades de Barcelona ordenaron telefónicamente el traslado de algunos presos significativos para ser juzgados en la ciudad condal, estos comités hallaron la manera de burlar la buena intención de algunos componentes del Gobierno de la Generalidad. A las cuatro y media de la madrugada los hicieron subir a un camión a veinte presos seglares y al obispo; salieron de Lérida por el puente sobre el río Segre enfilando la carretera de Barcelona y, cuando pasaban por delante del cementerio fueron detenidos por unos milicianos que les dieron el alto y les exigieron la orden de traslado por escrito, ardid empleado en otras ocasiones para conseguir lo que tanto deseaban: deshacerse de ellos en el recinto del camposanto.
Monseñor Huix no perdió la serenidad ni en aquellos trágicos momentos: campechanamente comentó con los suyos, con una frase popular catalana que designa el próximo fin de un viaje: «Ja som a Sants» [«Ya hemos llegado a Sants»], queriendo significar que allí acababa su viaje. Allí mismo fueron fusilados los veintiuno. Por petición propia, el Siervo de Dios fue el último ejecutado, tras haber dado la absolución a sus compañeros que la precedían en el martirio. Era la hora antes del alba del día 5 de agosto de 1936, festividad de Nuestra Señora de las Nieves, Patrona de Ibiza, un pequeño detalle de la Reina del Cielo para aquel siervo suyo, fiel y valiente, cabeza de los 270 sacerdotes diocesanos de Lérida inmolados por Cristo.
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