El Beato Pedro nace el 27 de octubre de 1809 en la aldea de Heikant, cerca de Tilburg en el Brabante holandés, y será bautizado el mismo día en la iglesia de Het Goirke. Es hijo del tercer matrimonio de Arnaldo Donders con Petronila van den Brekel. Anteriormente el padre tuvo dos hijos, que murieron en pocos días, y una hija que muere a los 14 años, dos años antes que su segunda mujer. Pedro tiene otro hermano, Martirio que nace inválido; también él era muy débil desde su nacimiento.
Cuando contaba 6 años murió su madre. Su padre se casa por cuarta vez buscando una madre para sus hijos y una felicidad que no acababa de llegar. Su casa era humilde y pobre, de un solo cuarto, de suelo de arcilla con dos camas-armario, en donde el padre trabajaba como tejedor, oficio que durante muchos años va ha ejercer Pedro, a quien cariñosamente llamaban Peerke. Acude a la escuela del maestro Drabbe, hasta los 12 años que tiene que trabajar para su familiar en el telar, dedicándose con gran interés a la catequesis para niños con tal valía que el cura le da el titulo oficial de catequista.
Llegar a ser lo que uno quiere ser
A Pedro le gustaría ser sacerdote, pero su delicada salud será un problema. Siente gran gusto por la oración, dejándose arrastrar durante todo el día por la oración, incluso tejiendo. Busca la felicidad alejándose de su propio centro, situándolo en Dios y los pobres.
Su debilidad le incapacita para el servicio militar, así que decide ser sacerdote. El cura del pueblo lo envia como alumno-empleado a la Escuela Apostólica Beekvliet, donde sobre todo trabajará, hasta los 23 años que comienza a estudiar. Como no podía pagarse los estudios, trabajaba fuera de las clases en el mismo seminario. Fueron 6 años en el Seminario menor, años de estudio duros y lentos, donde había una gran diferencia de edad entre él y sus compañeros. Se burlaban de él por su torpeza, pero se hizo amar y respetar por todos, por su caracter afable y sencillo.
A sus 29 años inicia estudios superiores en el Seminario Nieuw Herlaar (próximo a Beekvliet). Aquí se acentúa su interés por las misiones en el extranjero, haciendo apuestas para conseguir dinero para las mismas. Se siente atraído por las misiones en EEUU del jesuita Desmet. Ante esta inquietud el Rector del seminario le orienta para hacerse religioso. En Holanda no podría ser, ya que Guillermo I había prohibido la admisión de novicios en cualquier comunidad religiosa de su territorio. Llaman a las puertas de los Jesuitas, Franciscanos, y Redentoristas belgas de Sint Truiden, los cuales no lo admiten, por falta de talento, conocimiento, o demasiada edad. Curiosamente 30 años más tarde tomará el hábito Redentorista en su querido Surinam.
En 1839 va al seminario de Hausen para continuar sus estudios de Teología, en los que destacará más que en Filosofía. Pedro va a estar siempre muy cercano a todo el mundo, en el seminario y en sus vacaciones con su familia, viendo en el otro siempre a Dios. En el seminario un año antes había tenido una conversación con Monseñor Jakobus Grooff, ofreciéndose para ir junto a él a la misión del Surinam, cuando fuese sacerdote. El 15 de junio de 1841 es ordenado sacerdote en Oergstgeest por el obispo van Wijckerslooth.
Surinam: la misión de su vida
Deseoso de partir para América -el viaje tarda un año en llegar- durante este tiempo conoce el trabajo de los Redentoristas holandeses en las misiones en Tilburg, su pueblo natal, de la mano del Padre Bernad Hafkenscheid. Pedro quedó muy impresionado y estimulado en su fervor apostólico.
Por fin desembarca en Paramaribo (Surinam), tras mes y medio de un viaje largo y duro: “finalmente he llegado a mi destino, a donde me llamó el Señor y su diestra me llevó”; era el 16 de septiembre de 1842, y tenia casi 33 años. Durante los primeros 14 años que pasa en Paramaribo junto al obispo Grooff, va a descubrir la miseria religiosa y moral tanto en los blancos como los de color, con signos de idolatría e incontinencia como promiscuidad, pobreza, suciedad, alcohol, prostitución, una situación de “corrupción total de la moralidad” – dirá él mismo.
Tras el recibimiento de Monseñor Grooff, éste le presenta el gran campo de trabajo: 140.000 km2 de extensión (cuatro veces Holanda), clima tropical con abundantes tormentas y mosquitos, extensiones de selva, ríos y barro, multitud de enfermedades y gran diversidad de razas: indios, negros cimarrones, esclavos nacionales (46000), 140000 blancos, holandeses, ingleses, franceses, alemanes, portugueses… y, además, muchos leprosos…
Oración y trabajo
Para combatir esta difícil situación, Pedro Donders se apoyará en la oración, el esfuerzo personal y la mejora de la vida de toda esa gente. Aprenderá el inglés de los negros, y se dedica al cuidado de todas las personas. Su vida de oración permanece sólida. Desde las 5 de la mañana ya está rezando en la iglesia; después de la Eucaristía estará ¾ de hora en acción de gracias, y luego se dedica a la catequesis de niños.
Lo más duro de su día a día serán las visitas bajo el sol tropical o la lluvia, así como la indeferencia, disgusto, odio y amenazas de las gentes sobre todo de los propietarios de esclavos europeos.
Tanto trabajo va a aumentar cuando el Papa Gregorio XVI propone a Monseñor Grooff como Vicario Apostólico para Indonesia. Surinam y Pedro van a sufrir su ausencia, intentan que el nombramiento no se produzca, pero sólo se retrasa en el tiempo, pues están pasando una epidemia de disentería que afecta al obispo. Muere el capellán, y Pedro Donders asume todo el trabajo desbordado por tantos enfermos y hasta 5 entierros diarios.
Tal situación se prolongó durante 4 meses. El obispo Grooff parte, y es monseñor Schepers, el misionero mayor quien se pone al frente de la misión del Surinam, aunque debido a su estado enfermizo, será Pedro el responsable real de todo. Las actividades aumentan. Ahora Pedro también atiende a los esclavos de las haciendas, aun más miserables que los de la ciudad, mostrando gran indignación por la situación en que se encontraban. Para ello tiene que remontar ríos y selva sobre un tronco, y limpiar las chozas. Ha de enfrentarse a los propietarios para acceder a los esclavos, embrutecidos por los muchos abusos que sufrían sobre todo sexuales, y a quienes les enseñaba las verdades de la fe.
Los leprosos de Batavia
En 1856 es nombrado capellán de los leprosos de Batavia, que había visitado a su llegada al país, junto a Monseñor Grooff, allá por el 1842, y a donde deseaba ir para estar con esos pobres necesitados de toda curación. Allí trabajará 27 años como pastor moderno y gran trabajador social.
Mejoró la situación material, ya que estaban en un estado de putrefacción, sin enfermeros, ni alimentos, teniéndose que cuidar y alimentar entre los propios enfermos. “Era la destrucción más grande en cuerpos vivos humanos que jamás yo he visto” – decía el médico van Hasselaar, y Donders decía que “parecía más una pocilga que una morada humana”. Pone suelo de madera y camas en las chozas, consigue alimento con gran dificultad, daba lo suyo al más hambriento, y puede enterrar a los difuntos en ataúdes dignos. Todo este trabajo sin descuidar su oración mañanera, la eucaristía, y acción de gracias antes de ponerse en faena cada día.
Además de todo ese trabajo físico, no deja su misión espiritual, chocando incluso con los leprosos, que eran gentes carentes de moralidad. Todo su trabajo y su existencia eran para los demás, su centro, Dios y los hermanos leprosos. Todo para buscar la salvación total del hombre.
Misionero Redentorista
En 1863, Guillermo III de Holanda declara el fin de la esclavitud, incluyendo la libertad religiosa en sus territorios. Desde Roma se envia a la Congregación del Santísimo Redentor de Holanda al Surinam, para hacerse cargo de la misión. Dos de los cuatro curas seculares que allí estaban, vuelven a Holanda. Otros dos, pedro Donders y Romme, ingresan con los redentoristas. Es el año 1865, han pasado 30 años desde que intentara entrar en la Congregación en Bélgica, y Pedro cuenta ya con 57 años.
Está dos semanas de experiencia comunitaria en Paramaribo, y decide comenzar el noviciado. Durará 6 meses, y como maestro Monseñor Swinkerls, que dice del novicio: “poseía en toda plenitud el espíritu de la Congregación Redentorista”. El día de san Juan de 1867 realizará los votos en Paramaribo, la capital.
Betavia: leprosos, indios, negros y esclavos
Vuelve a Batavia, ya como misionero redentorista, junto a otros hermanos, para estar con los leprosos, y al ser los misioneros más, Pedro quiere más trabajo, y atiende también a los indios, buscándolos entre la selva. Va a catequetizarlos, predicarles con láminas y dibujos, incluso con el harmonium. Pero los indios parecen ser ociosos y supersticiosos. Hasta tal punto Pedro denuncia esta situación que los curanderos le atacan y le amenazan si bautiza a los indios. Pedro aguantó heroicamente la situación, y los indios se convirtieron, abandonando la superstición y el vicio.
En 1869, también se acerca hasta los negros cimarrones, esclavos sacados de África para trabajar duramente en grandes extensiones propiedad de europeos. Éstos se agrupaban en bandas que luchaban entre sí, y sobre todo contra el blanco opresor, igualmente eran supersticiosos e inmorales, aún más salvajes y feroces que los indios. Las denuncias de Pedro a esta situación, que combate a todos los niveles (entre ellos y ante los poderosos y propietarios) le costarán caras, y supondrán su gran cruz: “El trabajo entre los negros cimarrones no va bien. También la adversidad y la cruz vienen de Dios, y nada se realiza sin la cruz”, escribía Pedro de la situación que estaba viviendo con los negros.
En 1883 los leprosos piden que les nombren otro capellán debido al estado de salud del anciano padre Donders. Fueron 40 años de trabajo intenso en Surinam, 16 como redentorista y 74 de edad, cuando se retira a la comunidad de Paramaribo, en la que sigue con el trabajo apostólico como un sacerdote joven. Allí vive años felices, entre las bromas de los hermanos, sobre su avanzada edad al ingresar en la Congregación, “cada día me doy más cuenta de cuán grande es la felicidad de la vocación en esta Congregación y en convivencia con los hermanos”, escribía nuestro querido Beato Pedro Donders. A los 8 meses es trasladado a Coronie, donde es operado del riñón varias veces en los 2 años que está allí.
Murió entre los más pobres
En 1885, vuelve a Batavia, al enfermar el Padre Bekkers, capellán del lugar. A sus 77 años y una delicada salud, seguirá trabajando con los leprosos, indios y negros durante un año más. Para él, los enfermos eran presencia clara y real de Jesucristo sufriente en la cruz.
A finales de 1886 visita por última vez a los enfermos. Celebra la eucaristía el día de Navidad, y predica el día 31. La nefritis que padece se agrava, y el médico no le suministra medicamento. El día 12 de enero de 1887 dice al P. Bekkers: “ten aún un poco de paciencia. Moriré el viernes a las tres”. Así, el viernes 14 de enero de 1887, a las tres de la tarde, tras una larga vida de oración continua, de trabajo sin cesar y mucho sufrimiento, Pedro Donders morirá en Batavia, rodeado de los abandonados a los que se entregó toda su vida.
Su cuerpo permaneció allí 13 años, hasta el traslado de la leprosería a la Fundación san Gerardo en Gravestraat en Paramaribo. Sus restos reposan en la catedral de Paramaribo desde 1921, ya que su fama de santidad era reconocida por todos los habitantes de la antigua colonia holandesa. Era el Apóstol de los Leprosos, de los Indios, de los Cimarrones, etc. El 23 de mayo de 1982, S.S. el Papa Juan Pablo II lo declaró Beato para toda la Iglesia.
Cuando contaba 6 años murió su madre. Su padre se casa por cuarta vez buscando una madre para sus hijos y una felicidad que no acababa de llegar. Su casa era humilde y pobre, de un solo cuarto, de suelo de arcilla con dos camas-armario, en donde el padre trabajaba como tejedor, oficio que durante muchos años va ha ejercer Pedro, a quien cariñosamente llamaban Peerke. Acude a la escuela del maestro Drabbe, hasta los 12 años que tiene que trabajar para su familiar en el telar, dedicándose con gran interés a la catequesis para niños con tal valía que el cura le da el titulo oficial de catequista.
Llegar a ser lo que uno quiere ser
A Pedro le gustaría ser sacerdote, pero su delicada salud será un problema. Siente gran gusto por la oración, dejándose arrastrar durante todo el día por la oración, incluso tejiendo. Busca la felicidad alejándose de su propio centro, situándolo en Dios y los pobres.
Su debilidad le incapacita para el servicio militar, así que decide ser sacerdote. El cura del pueblo lo envia como alumno-empleado a la Escuela Apostólica Beekvliet, donde sobre todo trabajará, hasta los 23 años que comienza a estudiar. Como no podía pagarse los estudios, trabajaba fuera de las clases en el mismo seminario. Fueron 6 años en el Seminario menor, años de estudio duros y lentos, donde había una gran diferencia de edad entre él y sus compañeros. Se burlaban de él por su torpeza, pero se hizo amar y respetar por todos, por su caracter afable y sencillo.
A sus 29 años inicia estudios superiores en el Seminario Nieuw Herlaar (próximo a Beekvliet). Aquí se acentúa su interés por las misiones en el extranjero, haciendo apuestas para conseguir dinero para las mismas. Se siente atraído por las misiones en EEUU del jesuita Desmet. Ante esta inquietud el Rector del seminario le orienta para hacerse religioso. En Holanda no podría ser, ya que Guillermo I había prohibido la admisión de novicios en cualquier comunidad religiosa de su territorio. Llaman a las puertas de los Jesuitas, Franciscanos, y Redentoristas belgas de Sint Truiden, los cuales no lo admiten, por falta de talento, conocimiento, o demasiada edad. Curiosamente 30 años más tarde tomará el hábito Redentorista en su querido Surinam.
En 1839 va al seminario de Hausen para continuar sus estudios de Teología, en los que destacará más que en Filosofía. Pedro va a estar siempre muy cercano a todo el mundo, en el seminario y en sus vacaciones con su familia, viendo en el otro siempre a Dios. En el seminario un año antes había tenido una conversación con Monseñor Jakobus Grooff, ofreciéndose para ir junto a él a la misión del Surinam, cuando fuese sacerdote. El 15 de junio de 1841 es ordenado sacerdote en Oergstgeest por el obispo van Wijckerslooth.
Surinam: la misión de su vida
Deseoso de partir para América -el viaje tarda un año en llegar- durante este tiempo conoce el trabajo de los Redentoristas holandeses en las misiones en Tilburg, su pueblo natal, de la mano del Padre Bernad Hafkenscheid. Pedro quedó muy impresionado y estimulado en su fervor apostólico.
Por fin desembarca en Paramaribo (Surinam), tras mes y medio de un viaje largo y duro: “finalmente he llegado a mi destino, a donde me llamó el Señor y su diestra me llevó”; era el 16 de septiembre de 1842, y tenia casi 33 años. Durante los primeros 14 años que pasa en Paramaribo junto al obispo Grooff, va a descubrir la miseria religiosa y moral tanto en los blancos como los de color, con signos de idolatría e incontinencia como promiscuidad, pobreza, suciedad, alcohol, prostitución, una situación de “corrupción total de la moralidad” – dirá él mismo.
Tras el recibimiento de Monseñor Grooff, éste le presenta el gran campo de trabajo: 140.000 km2 de extensión (cuatro veces Holanda), clima tropical con abundantes tormentas y mosquitos, extensiones de selva, ríos y barro, multitud de enfermedades y gran diversidad de razas: indios, negros cimarrones, esclavos nacionales (46000), 140000 blancos, holandeses, ingleses, franceses, alemanes, portugueses… y, además, muchos leprosos…
Oración y trabajo
Para combatir esta difícil situación, Pedro Donders se apoyará en la oración, el esfuerzo personal y la mejora de la vida de toda esa gente. Aprenderá el inglés de los negros, y se dedica al cuidado de todas las personas. Su vida de oración permanece sólida. Desde las 5 de la mañana ya está rezando en la iglesia; después de la Eucaristía estará ¾ de hora en acción de gracias, y luego se dedica a la catequesis de niños.
Lo más duro de su día a día serán las visitas bajo el sol tropical o la lluvia, así como la indeferencia, disgusto, odio y amenazas de las gentes sobre todo de los propietarios de esclavos europeos.
Tanto trabajo va a aumentar cuando el Papa Gregorio XVI propone a Monseñor Grooff como Vicario Apostólico para Indonesia. Surinam y Pedro van a sufrir su ausencia, intentan que el nombramiento no se produzca, pero sólo se retrasa en el tiempo, pues están pasando una epidemia de disentería que afecta al obispo. Muere el capellán, y Pedro Donders asume todo el trabajo desbordado por tantos enfermos y hasta 5 entierros diarios.
Tal situación se prolongó durante 4 meses. El obispo Grooff parte, y es monseñor Schepers, el misionero mayor quien se pone al frente de la misión del Surinam, aunque debido a su estado enfermizo, será Pedro el responsable real de todo. Las actividades aumentan. Ahora Pedro también atiende a los esclavos de las haciendas, aun más miserables que los de la ciudad, mostrando gran indignación por la situación en que se encontraban. Para ello tiene que remontar ríos y selva sobre un tronco, y limpiar las chozas. Ha de enfrentarse a los propietarios para acceder a los esclavos, embrutecidos por los muchos abusos que sufrían sobre todo sexuales, y a quienes les enseñaba las verdades de la fe.
Los leprosos de Batavia
En 1856 es nombrado capellán de los leprosos de Batavia, que había visitado a su llegada al país, junto a Monseñor Grooff, allá por el 1842, y a donde deseaba ir para estar con esos pobres necesitados de toda curación. Allí trabajará 27 años como pastor moderno y gran trabajador social.
Mejoró la situación material, ya que estaban en un estado de putrefacción, sin enfermeros, ni alimentos, teniéndose que cuidar y alimentar entre los propios enfermos. “Era la destrucción más grande en cuerpos vivos humanos que jamás yo he visto” – decía el médico van Hasselaar, y Donders decía que “parecía más una pocilga que una morada humana”. Pone suelo de madera y camas en las chozas, consigue alimento con gran dificultad, daba lo suyo al más hambriento, y puede enterrar a los difuntos en ataúdes dignos. Todo este trabajo sin descuidar su oración mañanera, la eucaristía, y acción de gracias antes de ponerse en faena cada día.
Además de todo ese trabajo físico, no deja su misión espiritual, chocando incluso con los leprosos, que eran gentes carentes de moralidad. Todo su trabajo y su existencia eran para los demás, su centro, Dios y los hermanos leprosos. Todo para buscar la salvación total del hombre.
Misionero Redentorista
En 1863, Guillermo III de Holanda declara el fin de la esclavitud, incluyendo la libertad religiosa en sus territorios. Desde Roma se envia a la Congregación del Santísimo Redentor de Holanda al Surinam, para hacerse cargo de la misión. Dos de los cuatro curas seculares que allí estaban, vuelven a Holanda. Otros dos, pedro Donders y Romme, ingresan con los redentoristas. Es el año 1865, han pasado 30 años desde que intentara entrar en la Congregación en Bélgica, y Pedro cuenta ya con 57 años.
Está dos semanas de experiencia comunitaria en Paramaribo, y decide comenzar el noviciado. Durará 6 meses, y como maestro Monseñor Swinkerls, que dice del novicio: “poseía en toda plenitud el espíritu de la Congregación Redentorista”. El día de san Juan de 1867 realizará los votos en Paramaribo, la capital.
Betavia: leprosos, indios, negros y esclavos
Vuelve a Batavia, ya como misionero redentorista, junto a otros hermanos, para estar con los leprosos, y al ser los misioneros más, Pedro quiere más trabajo, y atiende también a los indios, buscándolos entre la selva. Va a catequetizarlos, predicarles con láminas y dibujos, incluso con el harmonium. Pero los indios parecen ser ociosos y supersticiosos. Hasta tal punto Pedro denuncia esta situación que los curanderos le atacan y le amenazan si bautiza a los indios. Pedro aguantó heroicamente la situación, y los indios se convirtieron, abandonando la superstición y el vicio.
En 1869, también se acerca hasta los negros cimarrones, esclavos sacados de África para trabajar duramente en grandes extensiones propiedad de europeos. Éstos se agrupaban en bandas que luchaban entre sí, y sobre todo contra el blanco opresor, igualmente eran supersticiosos e inmorales, aún más salvajes y feroces que los indios. Las denuncias de Pedro a esta situación, que combate a todos los niveles (entre ellos y ante los poderosos y propietarios) le costarán caras, y supondrán su gran cruz: “El trabajo entre los negros cimarrones no va bien. También la adversidad y la cruz vienen de Dios, y nada se realiza sin la cruz”, escribía Pedro de la situación que estaba viviendo con los negros.
En 1883 los leprosos piden que les nombren otro capellán debido al estado de salud del anciano padre Donders. Fueron 40 años de trabajo intenso en Surinam, 16 como redentorista y 74 de edad, cuando se retira a la comunidad de Paramaribo, en la que sigue con el trabajo apostólico como un sacerdote joven. Allí vive años felices, entre las bromas de los hermanos, sobre su avanzada edad al ingresar en la Congregación, “cada día me doy más cuenta de cuán grande es la felicidad de la vocación en esta Congregación y en convivencia con los hermanos”, escribía nuestro querido Beato Pedro Donders. A los 8 meses es trasladado a Coronie, donde es operado del riñón varias veces en los 2 años que está allí.
Murió entre los más pobres
En 1885, vuelve a Batavia, al enfermar el Padre Bekkers, capellán del lugar. A sus 77 años y una delicada salud, seguirá trabajando con los leprosos, indios y negros durante un año más. Para él, los enfermos eran presencia clara y real de Jesucristo sufriente en la cruz.
A finales de 1886 visita por última vez a los enfermos. Celebra la eucaristía el día de Navidad, y predica el día 31. La nefritis que padece se agrava, y el médico no le suministra medicamento. El día 12 de enero de 1887 dice al P. Bekkers: “ten aún un poco de paciencia. Moriré el viernes a las tres”. Así, el viernes 14 de enero de 1887, a las tres de la tarde, tras una larga vida de oración continua, de trabajo sin cesar y mucho sufrimiento, Pedro Donders morirá en Batavia, rodeado de los abandonados a los que se entregó toda su vida.
Su cuerpo permaneció allí 13 años, hasta el traslado de la leprosería a la Fundación san Gerardo en Gravestraat en Paramaribo. Sus restos reposan en la catedral de Paramaribo desde 1921, ya que su fama de santidad era reconocida por todos los habitantes de la antigua colonia holandesa. Era el Apóstol de los Leprosos, de los Indios, de los Cimarrones, etc. El 23 de mayo de 1982, S.S. el Papa Juan Pablo II lo declaró Beato para toda la Iglesia.
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