En aquellos días, todavía de noche se levantó Jacob, tomó a las dos mujeres, las dos siervas y los once hijos y cruzó el vado de Yaboc; pasó con ellos el torrente e hizo pasar sus posesiones. Y él quedó solo.
Un hombre luchó con él hasta la aurora; y, viendo que no le podía, le tocó la articulación del muslo y se la dejó tiesa, mientras peleaba con él.
Dijo: -«Suéltame, que llega la aurora.»
Respondió: -«No te soltaré hasta que me bendigas.»
Y le preguntó: -«¿Cómo te llamas?»
Contestó: -«Jacob.»
Le replicó: -«Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con dioses y con hombres y has podido.»
Jacob, a su vez, preguntó: -«Dime tu nombre.»
Respondió: -«¿Por qué me preguntas mi nombre?»
Y le bendijo. Jacob llamó aquel lugar Penuel, diciendo: -«He visto a Dios cara a cara y he quedado vivo. »
Mientras atravesaba Penuel salía el sol, y él iba cojeando. Por eso los israelitas, hasta hoy, no comen el tendón de la articulación del muslo, porque Jacob fue herido en dicho tendón del muslo.
En aquel tiempo, presentaron a Jesús un endemoniado mudo. Echó al demonio, y el mudo habló.
La gente decía admirada:
-«Nunca se ha visto en Israel cosa igual.»
En cambio, los fariseos decían:
-«Éste echa los demonios con el poder del jefe de los demonios. »
Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias.
Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos:
-«Las mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies.»
Palabra del Señor.
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