domingo, 1 de julio de 2012

Homilía



La afirmación, contenida en el Libro de la Sabiduría, que hoy escuchamos: “Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo imagen de su propio ser” (Sabiduría 2,23) nos adentra en un misterio que nos afecta a todos: la vida y la muerte.
Es una afirmación que confirma el avance de la revelación sobre el “más allá”, porque los judíos de épocas anteriores pensaban que, tras la muerte todos los seres iban al “sheol”. Creían, eso sí, en un Dios bondadoso y misericordioso, pero sólo para la vida terrena.; en modo alguno en la inmortalidad del alma

Hace unos días, acudí al crematorio del cementerio de la Almudena para dar el última adiós a un amigo. Llegué al lugar con bastante anticipación. Para hacer tiempo y por curiosidad, me acerqué al cementerio civil; recorrí algunos mausoleos y tumbas, leyendo las lápidas. En una estaba escrito:”después de la muerte no hay nada” mientras en otra estaban grabadas estas palabras:”Si Cristo ha venido a traerme la vida, la tendré creyendo en él”. Reflexioné sobre el contenido de estas frases, que nos afectan en momentos claves de nuestra existencia, cuando el dolor y la muerte sacuden nuestro entorno familiar y social.

Nuestro Dios es un Dios de vida y, porque creemos en la vida, somos capaces de afrontar las mayores dificultades y compadecernos de todo ser humano.
La Iglesia Católica es la única entidad que atiende a los enfermos de sida en el Tercer Mundo, a través de sacerdotes, religiosos y religiosas, que han ido montando dispensarios y hospitales, acogiendo con amor a estos enfermos marginados. Ninguna institución política libera a sus afiliados para cuidar de los sidosos.
Existe en nuestra sociedad un grave desconocimiento de la acción caritativa de la Iglesia.
Vigilemos los tópicos negativos y las descalificaciones sin fundamento, guiándonos por oídas, porque, a la hora de la verdad, si alguno de nosotros contrae esta enfermedad, quien nos atienda será, casi con toda seguridad, un sacerdote, un religioso o una religiosa.
Todo esto es posible gracias a la fe en Cristo, que nos libera y nos hace compartir los sufrimientos ajenos.


San Pablo, preocupado sin duda por la situación económica de los cristianos de Jerusalén, que pasaban verdadera necesidad, apela a la generosidad de todos para paliar las penurias de mucha gente. “No se trata, dice de “aliviar a otros, pasando vosotros estrecheces; se trata de igualar” (II Cor. 8,13-14).
Es importante en la distribución cristiana de bienes que cada uno aporte según sus posibilidades, para que nadie pase necesidad.

La crisis económica a nivel global que padece la sociedad capitalista, afecta singularmente a España por su dependencia energética y la caída de la construcción. Consecuencia: más de cinco millones de parados y miles de familias sin ingresos suficientes para subsistir. Cáritas y otras organizaciones benéficas han multiplicado por tres sus prestaciones, con el propósito de cubrir las necesidades alimenticias básicas. Algo que debe despertar nuestra conciencia social.

Ante esta tesitura, sobran palabras y faltan hechos concretos, para que nuestra democracia sea creíble, empezando por arriba. Menos demagogias y más testimonios positivos. Queda por ver el ejemplo de nuestros políticos y mandos sindicales. con sueldos asegurados a perpetuidad, cobros de comisiones, tratos de privilegio, pero ninguno se rebaja el sueldo de forma significativa. ¡Qué fácil es criticar a la Iglesia y tratar de acallar su voz, desviar la atención y avivar el debate ideológico, cuando es Ella la que está al pie de calle y de los problemas reales de las personas!.


El evangelio de hoy nos narra dos hechos concretos, de amplio contenido simbólico. Las protagonistas son dos mujeres impuras, separadas de la comunidad religiosa: una, la hemorroísa, por motivos de sangre; otra, una adolescente, por una grave enfermedad. Ambas son curadas por Jesús.
La primera, la hemorroísa, toma la iniciativa y se acerca a Jesús para tocar su manto. Busca la vida que va perdiendo, a través del soporte de la fe. Para ello pone todos los medios a su alcance, buscando una solución a sus males. La vida retorna en su plenitud y parece una mujer nueva por la sanación impulsada por Jesús.

Si repasamos el evangelio, nos daremos cuenta de que Jesús nunca negó nada a ninguna mujer. Conoce sus sentimientos, su marginación y acude a rescatarlas de la exclusión social, sin importarle el qué dirán. María Magdalena, la mujer cananea, la adúltera, la hemorroisa, la viuda de Naín... son una clara muestra del amor misericordioso de Jesús.

La mujer es portadora y primera cuna donde se amasa el amor. Por eso, Jesús actúa para que recupere su dignidad primigenia, en igualdad con el hombre.
Si queremos que una familia funcione, empecemos por valorar el sacrificio y dedicación de la mujer en el hogar.


Jesús, al contrario que con la hemorroísa, toma en este caso la iniciativa, acompaña a Jairo, jefe de la sinagoga, a su casa y cura a su hija adolescente.
Las palabras de Jesús, transcritas en su lengua original aramea :”Talitha qumi”, (“contigo hablo, niña, levántate”-Mc 5,41), enmarcan la importancia del hecho, conocido pronto por toda la comarca.
Hay un simbolismo en la intervención de Jesús: “contigo hablo, niña, levántate”.
Jesús no quiere que se interrumpa el crecimiento en libertad y responsabilidad de la persona.

La adolescencia es una época crucial de la vida, donde todos los valores se tambalean, se reafirma la personalidad, se pone en tela de juicio la autoridad paterna o materna, el cuerpo se prepara para ser generador de vida, se irrita el carácter y el egoísmo aflora por doquier, mientras bajan las seguridades.

La sociedad es un factor fundamental para que el adolescente madure adecuadamente.
Hagamos autocrítica. Me acuerdo de una charla que escuché a nuestro recordado cardenal Tarancón. Entre otras cosas afirmaba: “¿Qué pasa con nuestros jóvenes, que no acaban de madurar?”
Quizás la respuesta la encontremos en la dejación de los padres, que sufrieron necesidades en la post-guerra, y con el progreso económico han dotado a sus hijos de toda suerte de caprichos, pero no les han educado hacia el respeto, el compromiso y el altruismo. Lo han recibido todo sin esfuerzos, se han vuelto egocéntricos e insolidarios, convirtiéndose en dictadores dentro de la propia familia. Son los mismos jóvenes que los fines de semana duermen de día y viven de noche, los amantes del botellón y de los conciertos de sus cantantes favoritos, que pasan de la política, la religión... y a quienes no les importa que les quiten derechos y libertades con tal de seguir disfrutando de su limitada parcela de ocio.

No pretendo generalizar, sino hacer caricatura. Por supuesto que abundan los jóvenes, extraordinarios en todos los sentidos, que serán los líderes del futuro y la esperanza para cambiar este mundo materialista, hedonista y esclavizado al consumo.
Llegará con ellos una regeneración social.

La crisis económica, la carencia de necesidades básicas y la dependencia de unos con otros, nos harán despertar del letargo y cambiar de orientación la convivencia diaria.

El “Yo te lo mando, niña, levántate”, es como un alegato contra el pasotismo , que nos devuelve las ganas de vivir, de crear espacios donde desarrollar y dar lo mejor de nosotros mismos, en pos de auténticos valores que den sentido a nuestro ser y a nuestros actos.

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