Estamos metidos de lleno en la llamada “cultura de la imagen”. “Si no sales en la foto- como se suele decir- te ignoran", o más vale que hablen de uno, aunque hablen mal”.
La difusión de la imagen facilita el triunfo, sea a través de videos, fotos, revistas, periódicos, tv o cualquier otro audiovisual. Por eso, los grupos mediáticos intentan controlar la difusión de las imágenes y slogans para afirmar el poder y manejar la opinión pública a su antojo.
El cultivo del cuerpo, apareciendo como joven, elegante, seductor, con los comportamientos adecuados que exigen los cánones a la moda, abre puertas a la fama y al mercado de trabajo, pues “según te ven, te juzgan” Perdemos autenticidad y nos convertimos en marionetas de una sociedad que vive artificialmente y en constante tensión por temor a perder presencia de validez.
El uso de la moda lo globaliza todo: gustos, música, costumbres, formas de vestir, para que emerjan las multinacionales con sus marcas deslumbrantes y nos hagan parecer retrógrados si no consumimos sus productos, promocionados con tenaz machaconería.
Así, poco a poco, nos convertimos en “carne de cañón” y en ciudadanos sumisos, con actitudes serviles hacia quienes ofrecen trabajo- casi siempre basura- a cambio de un sueldo irrisorio. Pero, no hay más a la vista: o lo coges o lo dejas.
Hemos ido degradándonos progresivamente y reduciendo la moral a nuestra conveniencia. Ni la misma Iglesia escapa a los encantos materialistas ni a las presiones de sus enemigos, que tratan de presentarla con apego hacia el dinero, explotadora, siempre al lado de los ricos, falta de beligerancia ante las injusticias...
Las acusaciones suelen tener un fondo inicial de verdad que hacen extensivo a todo el colectivo, a quien demonizan sistemáticamente para cortar su influencia y alejarla del pensar y el sentir de los ciudadanos. Para el comunismo fue “el opio del pueblo”, para ciertos grupos políticos”un reducto odioso de clérigos intransigentes y antediluvianos”.
Todo esto es muy viejo. El mismo Jesús, que es presentado hoy por el evangelio en la sinagoga de su pueblo de Nazaret, donde acababa de llegar, convertido en rabí y precedido de fama milagrera, sufrió también en propia carne las críticas de los legalistas, puritanos o incrédulos, que aún viendo signos, no reconocen el dedo de Dios. Recurren a estereotipos de la infancia de Jesús para negar su rango y su sabiduría. Lo desprecian y lo toman por endemoniado e indigno de ser hijo del pueblo. Intentaron matarlo, pero Jesús se escabulló y desapareció. Nunca más volvió a su pueblo. Nada se puede hacer con la gente sometida a ideologías estáticas, que desembocan en fanatismos descalificantes y violentos, ni ante la gente pasiva, incapaz de reflexionar y tener un criterio propio.
Marcos nos relata que Jesús no es valorado por los suyos, que se preguntan qué misterio lleva dentro para poner la ley, el culto y la religión al servicio del ser humano.
Cuando los desapegos a la ley dan paso a la entrada del Espíritu de Dios y a la comprensión de las personas, todo cambia. San Pablo escribirá: “Todo lo pasado lo estimo como basura con tal de ganar a Cristo”. El amor es la auténtica fuerza liberadora que nos permite valorar la presencia de Dios y su paso por la historia personal de cada uno, hasta en los más humildes y marginados.
Jesús fue rechazado por ser “el hijo del carpintero” (Marcos 6, 3).”¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Juan 1, 46)- le espetará Natanael en el primer encuentro habido con el Maestro.
La familia y el pueblo se confunden para verter actitudes despectivas y etiquetas denigrantes entre quienes afirman conocer a Jesús demasiado. Se equivocaron. Jamás se conoce a una persona y mucho menos cuando se la hace blanco de etiquetas y sambenitos, que pesan como una losa sobre las personas a las que se desprecia por su ascendencia.
Las etiquetas cierran el camino a la verdad y abren como una muralla, que delimita los caminos de la honestidad y la recta conciencia, dando pie a injusticias manifiestas hacia las personas afectadas, mientras los detractores se yerguen ufanos por su defensa a ultranza de la “pureza étnica y el orden establecido” o impuesto por la oligarquía de unos pocos.
El evangelio de hoy nos enseña:
- a descubrir a Dios en las experiencias cotidianas de la vida;
- a mirar con ojos limpios a todos, dándoles un margen de confianza, a pesar de que creamos saberlo todo sobre su vida, linaje y tendencia;
- a movernos dentro de experiencias liberalizadoras y enriquecedoras;
- a proclamar el amor como fuente única de salvación;
- a dejar a Dios ser Dios sin arrogarnos representaciones que ni El ni nadie nos ha pedido.
A pesar de todo, siempre tendremos zancadillas, pero nunca nos faltarán los amigos entrañables ni un mundo amplio para comunicar la Buena Noticia de Jesús. Cuando unas puertas se cierran, otras se abren.
Sin embargo, el Señor sigue siendo el mismo, y la salvación está por encima de las estructuras injustas, porque los que creemos en El sabemos que es “el camino, la verdad y la vida”, el Amigo que nunca falla, aunque otros nos rechacen.
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