La historia cristiana y política de Francia, en sus orígenes, se vincula en torno a tres personajes que de manera diferente desempeñaron un papel importantísimo. Ellos son San Remigio, obispo de Reims, Santa Clotilde y su marido, el rey Clodoveo.
El primero, por dar a Francia una consolidación espiritual; la segunda por haber influido, a través de su santidad, en la conversión de su marido y de los nobles que colocaron las primeras bases políticas de la nación. Clotilde era hija de un rey arriano y nació en Lyón, Francia, alrededor del año 475. Después de la muerte de sus padres, fue entregada a la piadosa tía Caratena que la educó en la religión católica.
El nombre Clotilde, de origen germánico, significa: «famosa en las batallas» y ella realizó este programa en plenitud, no a través de armas homicidas sino por su obra sabia, paciente y resignada al lado de su violento marido, a quién condujo en el camino de la conversión. Clotilde era una princesa de estupenda belleza física y de modales gentiles y delicados. Clodoveo se enamoró perdidamente de ella y la desposó en unas bodas que se celebraron con grandes pompas.
Junto al marido pagano, irascible, ambicioso y guerrero, Clotilde representaba la cortesía, la bondad y la piedad cristiana. Tuvo cinco hijos que desgraciadamente heredaron el carácter belicoso del padre. La reina empezó su obra paciente de persuasión y buen ejemplo con el objetivo de conducir al marido en el camino de la fe cristiana, animada en todo momento por el obispo San Remigio.
El orgulloso soberano prometió convertirse al Dios de Clotilde si conseguía derrotar a sus enemigos y desbaratar sus planes de unificar las tribus gálicas y franca en un solo reino. En efecto el rey logró vencer a los alemanes que lo amenazaban en la región del río Rin. Fue entonces que Clodoveo, aclamado rey de los francos junto a sus generales pidió a Remigio el bautismo. Para esta ocasión la Catedral de Reims fue preparada para la fiesta con luces, cantos y flores.
Al entrar en el templo sagrado Clodoveo preguntó a Remigio. «¿Este es el Reino de los Cielos, del cual me habló Clotilde?» «No, respondió el obispo, pero es el comienzo y el camino que lleva a la gloria y la felicidad de Dios». Clotilde no fue santa solamente por su misión de esposa al guiar a su marido a la conversión, sino también por las virtudes que se manifestaron de manera más evidente luego de la muerte del rey.
Los hijos se enredaron en sangrientas luchas y todos murieron a espada, dejando a la madre viuda en medio de una terrible angustia y tremendo dolor. Después de esto se retiró a la ciudad de Tours, cerca del sepulcro de San Martín. Allí sobresalió por su actividad religiosa, por su obra de caridad y por el apoyo que prestó para la construcción de Iglesias y Monasterios.
Falleció en el año 545 a los setenta años de edad. Su memoria permanece viva como una bendición para todo el pueblo que, de inmediato, la veneró como santa, no sólo por su obra misionera sino también por su dolor de viuda y su martirio de madre.
Su fiesta se celebra, generalmente, el día 3 de junio y nosotros le reservamos este día por ser el primer día libre en la liturgia.
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