sábado, 9 de junio de 2012

SAN EFRÉN DE SIRIA

La Iglesia estaba todavía en los inicios de su cuarto siglo de vida y las persecuciones no faltaban, cuando en el pueblo de Nisiben, en la Mesopotamia, nacía Efrén, hijo de José, varón piadoso y justo, habiendo conseguido la nobleza más apreciada y alabada entre los cristianos: la de pertenecer a una familia rica en el número de sus miembros martirizados por la fe de Cristo. Erase el año 300 (otros suponen el año 306). Su nombre significa, como el del hijo de Jacob en el libro del Génesis (41,5), Dios me hizo fecundo. Es un nombre, por tanto, auténticamente religioso y bíblico, y por ello nos creemos con derecho a escoger aquellas biografías que hacen de San Efrén hijo de cristianos y no de paganos. Es que muchos escritores tejieron variadísimos y a veces legendarios cuentos sobre su vida, de manera que nos resulta difícil distinguir lo legendario de lo histórico. Es sabido, sin embargo, que los nombres bíblicos no eran adoptados sino por los cristianos en la Mesopotamia, y no por los paganos o por sus hijos convertidos al cristianismo a pesar de sus padres. Es cierto, además, que a Efrén le gustaba realizar en su vida y en sus pensamientos los datos y detalles que leía en la Sagrada Escritura, aplicándose a sí mismo lo que hallaba escrito sobre Efraím, el hijo de Jacob.

En esta perspectiva recogeremos los datos que más se compaginan con la verdad del origen cristiano de San Efrén. En el "testamento" que se le atribuye nos revela el Santo el sueño que le ocurrió en su niñez, diciendo: "Vi aparecer sobre mi lengua una vid que creció tanto hasta que sus ramas cubrieron casi el mundo entero; de sus numerosísimos racimos picoteaban los pájaros del cielo y nunca la uva venía a menos, sino aumentaba a cada picoteo”. Este sueño se realizó proféticamente por la innumerable cantidad de creaciones poéticas cristianas que dejó San Efrén a la posteridad, pues sus obras no tardaron en ser traducidas al griego, armenio, latino, eslavo, etiópico y hasta en varios idiomas modernos, aventajando a cualquier otra época y región cristiana del mundo por el caudal de testimonios a favor de la fe católica encerrados en sus versos y sus ritmos.

Cuenta la tradición que, después de los años de adolescencia, Efrén fue a ver al obispo de Nisiben. San Jacobo, viviendo con él y sirviéndole hasta que llegó la reunión del concilio ecuménico de Nicea en 325 y entonces acompañó a su obispo como diácono y secretario al concilio. De allí volvió con su obispo para realizar públicamente la decisión tomada en el concilio de que cada obispo fundase en su ciudad una escuela episcopal. San Efrén siguió enseñando en esta escuela con todo el empeño de su alma ardiente e iluminada por el Espíritu de sabiduría y caridad hasta la muerte de su obispo en 338. En esto los persas limítrofes empezaban a atacar a los habitantes de Nisiben por despecho a los romano-bizantinos que imperaban en Mesopotamia.

De esta época son conocidas las Carmina Nisibena, donde Efrén canta en términos y figuras bíblicas las gestas y las peripecias ocurridas en la ciudad de Nisiben para defender su fe católica y no caer bajo el dominio de los paganos de la Persia. Por una vez Efrén pudo salvar milagrosamente a la ciudad por sus oraciones: el rey persa Sapor la tenía asediada varios meses y había decidido la muerte de todos sus habitantes, si no por el saqueo, por el hambre. El Señor, escuchando las oraciones de su fiel y confiado siervo, mandó una enorme cantidad de insectos y reptiles, que atacaron a los caballos y ahuyentaron a todo el ejército enemigo, dejando en paz a la ciudad, que se había reunido cerca de su obispo implorando el perdón y la gracia divina. Años más tarde el rey Sapor volvió al ataque saqueando y destruyendo, hasta que en 350 ocupó la ciudad definitivamente, haciendo que clero y cristianos huyesen lejos, prefiriendo el exilio a la esclavitud pagana. También Efrén se fue con ellos, y la Providencia le condujo hasta Edesa, otra ciudad de la Mesopotamia más hacia el interior (llamada también Orfa y al-Rocha en la hodierna nación del Irak).

En Edesa la ciencia bíblica de los siros estaba en su apogeo. Su sede episcopal (tercera entre las doce metrópolis del Oriente) dependía del patriarcado de Antioquía. Allí había estudiado el famoso Taciano, escribiendo luego su obra Diatessaron, resumen sintético de los cuatro evangelios, utilizado muchísimo y comentado por los escritores eclesiásticos posteriores. También San Efrén lo comentará, pero este texto efrenítico nos llegará tan sólo en su versión armena.

Y el discutido Bardesanes, filósofo naturalista de aquella época, se dice que nació en ella (154-222). Hizo escuela, y sus discípulos exageraron tanto sus opiniones científicas, que fueron luego considerados como herejes y combatidos acerbamente como tales por San Efrén. Armonio el Bardesanita había recurrido a las razones astrales para negar la resurrección de los cuerpos, y, empleando una táctica humana de mucho éxito, compuso muchas poesías con ritmo popular, donde inculcaba sus doctrinas erróneas. San Efrén se hizo cargo de la situación y recurrió a la misma arma, combatiendo la secta bardesanita con tanta superioridad en el arte poético y en la ciencia bíblica, que fue posteriormente llamado “cítara del Espíritu Santo" y “magno poeta de los siros". Con cánticos suaves, melodiosos y persuasivos rogaba a sus contemporáneos que dejasen de lado las ciencias de este mundo y meditasen más la Sagrada Biblia y los misterios del cristianismo, considerándolos la fuente de mayor seguridad para una vida intelectual digna de todos los hombres de bien.

En Edesa, pues, San Efrén buscó primero la soledad de los montes vecinos y la vecindad de santos monjes y eremitas, admirando sobre todo la sabiduría del pueblo, que tanto provecho había sacado de la presencia en aquella ciudad de la famosa escuela episcopal "de los siros de Edesa”. Se cuenta que hasta las mujeres iban repitiendo frases inspiradas en la doctrina bíblica, tanto que una de ellas a quien San Efrén reprochaba sus miradas provocativas le contestó: "Yo tengo que mirarte porque de ti he sido tomada, mas tú tienes que rebajar tu mirada hacia la tierra, de donde has sido tomado".

Se decidió, por tanto, Efrén a quedarse en Edesa, pero lejos del remolino de la vida social. En las chozas monacales no dejó, sin embargo, de escribir bajo el empuje y la inspiración de su fe y la gracia del Espíritu Santo, exponiendo y comentando los libros sagrados, y empezando por el Génesis, según el texto de la versión sira llamada Peschitta o "versión llana y simple”. Seguía el método exegético de la "Escuela de Antioquía". Pero en sus cánticos acudía a las alegorías y expresiones místicas, que convienen mejor al cantor de los misterios cristianos.

No tardaron los profesores de la Escuela de Edesa en notar sus dones, y el obispo le ofreció pronto la dirección de la Escuela. Se supone que en este período (350-363) haya sido elevado a la dignidad sacerdotal, según la opinión de los que quieren considerarle como tal. De hecho vemos que toma parte, a pesar de su amor al retiro monástico, en todas las cuestiones pastorales, didácticas y patrióticas de la "cristiana ' ciudad de Edesa”.

Sin embargo, el apostolado didáctico ha sido la mayor labor de San Efrén. En Nisiben, como en Edesa, le encontramos siempre enseñando o dirigiendo en las escuelas episcopales. Sus escritos poéticos, como también los otros en prosa, tienen por blanco principal e inmediato el de exponer los dogmas cristianos, contrarrestar las herejías, desterrar los vicios, mejorar las costumbres, aniquilar las malas influencias de los sectarios y herejes y aumentar la fe en los fieles cristianos. De ahí que actualmente, como hace dieciséis siglos, sus obras sean de grandísima utilidad no sólo para la historia de las herejías y de los dogmas católicos, sino también, y muy en especial, para predicar la doctrina de la Iglesia y sostener la verdad católica. En sus libros, como en su cátedra y desde el púlpito y el altar, San Efrén ha sido siempre "el doctor de la Iglesia" que expone los divinos misterios con la admiración entusiasta del poeta contemplativo y místico, a la vez que con su conducta ascética y austera ejercitaba una influencia preponderante en todo el Oriente siro a través de su fama y sus consideraciones sobre la vida y las virtudes cristianas. Encomendaba para “el combate espiritual” de cada cristiano el ayuno, la oración, lección de los libros sagrados, penitencia y humildad como las mejores armas contra los vicios. Y para la perfección no cesaba de aconsejar la vida de caridad, la virginidad y la filial devoción hacia la “Madre de Dios, purísima y sin mancha alguna”. De ella a la que siempre llama “María Madre de Dios”, afirmaba la perpetua virginidad e inmaculada concepción en varios lugares de sus himnos, particularmente cuando comparaba la santidad de María a la de su Hijo Jesús: "Tú solo, ¡oh Jesús!, y tu Madre sois puros bajo todos los aspectos, y vuestra pureza supera la de cualquier otro, pues en Ti no hay mancha alguna, ni tampoco en tu Madre".

La otra fuente de santidad para los cristianos es la Iglesia misma a través de la vida sacramentaria, y muy particularmente la comunión inquebrantable con la jerarquía, parte esencial del cuerpo místico, exaltando el sacerdocio y la primacía de Pedro, "fuente del sacerdocio y por donde los sacerdotes reciben sus poderes santificadores"; además, no encontraremos quizá en toda la antigüedad un autor patrístico que haya tan categóricamente declarado la presencia real de Cristo en la Eucaristía y demostrado con tanta fe y amor los efectos de la comunión sacramental: "Tu cuerpo, Señor, se ha mezclado con mi cuerpo, y tu sangre con la mía; por eso las llamas del infierno se alejarán de mí y no me quemarán". "Tu cuerpo, que he comido, y tu sangre, que he bebido, resucitarán mis pobres miembros de las tinieblas de la tumba."

En esto, como en otros temas tratados por él, los escritos de Efrén y sus sermones eran "teología viva". Entre las actividades pastorales de San Efrén han de recordarse su celo para la formación de apóstoles, su organización de las funciones litúrgicas, tan útiles en pro de las almas y del culto, y, en fin, su amor a los pobres y enfermos.

En el himno laudatorio que San Jacobo de Sarug (451-521) consagró a la memoria de San Efrén, le comparaba a Moisés, quien, para provecho de las mujeres y para solemnizar el culto divino, había ordenado a su hermana María que cantara los cánticos suyos junto con las demás (Ex. 15,20-21). Así hizo Efrén: para evangelizar a los fieles y catecúmenos reunía un grupo de “vírgenes" que llamábanse "hijas del pacto”, a quienes enseñaba los resúmenes poéticos de la doctrina evangélica y apostólica; y éstas, colocadas a su alrededor en las funciones litúrgicas, le hacían coro. Para cada fiesta del Señor, de los mártires, de los difuntos, como también para las veladas en honor a la Madre de Dios, las voces armoniosas de las “vírgenes" alegraban la comunidad de los fieles asistentes, repitiendo en varios tonos y melodías los conceptos de la fe cristiana, los preceptos de la moral y las reglas de vida honrada en composiciones de estilo piadoso y popular, que se grababan en la memoria y eran repetidas en los hogares y en los campos de trabajo.

Y cuál fue la grandeza de su caridad y la actividad de sus esfuerzos cuando, acudiendo en ayuda de sus compaisanos diezmados por el hambre de un año de mala cosecha y sequía, se enfrentó con la avaricia de los ricos y las lágrimas de los enfermos sin techo y de los harapientos labradores. Con palabras de máxima austeridad hallaba como una llave milagrosa para abrir los corazones y las arcas de los que acaparaban el trigo. Con ejemplar abnegación y a pesar del peso de los años que tenía, logro hacer, bajo los pórticos de Edesa, el primer hospital conocido: camas buscadas por doquier a disposición de pobres, enfermos y hambrientos. Siguió pidiendo él mismo la limosna, mendigando y recogiendo alimentos y abrigos para todo un año, hasta que, acabada la sequía y llegado el momento de nueva y abundante cosecha, se retiró otra vez a su vida de soledad y de oración mezclada con el estudio y el servicio de la Iglesia en su culto y funciones litúrgicas.

Cuando murió dejó dispuesto en su testamento que no le enterrasen en la iglesia debajo del altar (como era costumbre en el Oriente antiguo para con los sacerdotes), sino en el cementerio de los peregrinos y extranjeros, insistiendo tan sólo en que se acordasen de él en los santos sacrificios, "porque los sacerdotes del Hijo de Dios pueden perdonar los pecados de los difuntos por medio de sus sacrificios y sus oraciones". La fecha de su muerte no es muy fija, pero es muy probable que sea la del 18 de junio de 373 (según otros 378), y por eso el papa Benedicto XV, quien le declaró doctor de la Iglesia universal en el año 1920, la designó como día de su fiesta. Sin embargo, los maronitas y otros siros celebran su fiesta el 28 de enero.

Sus restos, distribuidos después en reliquias, llegaron por mano de los cruzados en el siglo XII hasta Roma y varias ciudades europeas.

Que la familia universal de los cristianos en el mundo halle en este Santo el mejor acicate y protector para reunirse y seguir unida "en la misma única barquilla de Pedro".

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