Cardenal († 1420) Juan pidió ser admitido en el convento en Santa María Nova y lo rechazaron. La razón fue que los frailes consideraron al sujeto lo menos propio para un convento de dominicos; Juan no había acudido cuando niño a las escuelas: era ignorante y, además, tartamudo. Lo intentó una segunda vez y la insistencia hizo que los frailes pasaran por alto las dificultades y probaran sacar algo del joven de aspecto rudo y torpeza en el decir.
Su noviciado fue un encuentro de la gracia de Dios; el silencio, la oración y su esfuerzo le hicieron aprovechar bien el tiempo durante el noviciado que le aseguró en su piedad sólida, le adiestró en la obediencia y le consiguió un adelantamiento poco común en las ciencias. Goza de un talante natural simpático, agradable y servicial. Se dio a conocer, sobre todo, por la austeridad de su vida y el espíritu de penitencia.
Además es artista; dedica tiempo a pintar en los libros, miniaturizando con dibujos exquisitos, escenas de la vida de Jesús. Corona su esfuerzo con la ordenación sacerdotal. Ya puede dar marcha a su celo por el sacrificio y por el ministerio de la predicación; pero, desgraciadamente, dada su dificultad en la expresión, los sermones le salen torpes y ridículos. Se siente curado de la torpeza en la dicción en Siena, cuando lleno de tristeza, pide a la santa Catalina por amor a Dios, la curación.
La peste de 1384 ha asolado los monasterios; en el suyo de Santa María murieron en cuatro meses setenta de sus frailes; el resto no se encontraba con fuerzas para vivir en el rigor primero de la Orden. Lo eligen prior de los conventos de Santo Domingo de Venecia, Città di Castello, el de Fabriano y otros que ansían la reforma; es también vicario general de todos los conventos observantes del estado de Venecia.
Pero a pesar de su buen hacer, Juan se percata de que el futuro estaba en la juventud y a ella se dedicó fundando un noviciado en Cortona; ahora sí se podrían poner las piedras claves donde pudieran los jóvenes apoyar el espíritu que no quiere saber de improvisaciones. También las religiosas, sus hermanas, se benefician de la reforma en los conventos femeninos del Corpus Domini y San Pedro Mártir, de Florencia, donde su madre terminó sus días. Tres renuncias de papas y antipapas obtuvo para poder elegir al nuevo Sumo Pontífice, que devolviera a la Iglesia la unidad y la paz y que fue Martín V. Resultó un trabajo intensísimo y bien hecho para utilidad de la Iglesia.
De hecho, al leer la renuncia pública del verdadero papa Gregorio XII, él mismo se despojó ante los presentes de sus insignias cardenalicias, en señal de renuncia al cardenalato, yéndose a ocupar un sitio entre los obispos, con lo que se ponía de manifiesto la ausencia de toda intención de medrar. Si en otro tiempo aceptó la ordenación episcopal y el cardenalato contra su voluntad fue para estar capacitado a entrar en el círculo de la cúpula jerárquica y trabajar por la unidad.
No se limitó a contemplar o a quejarse de los males; quiso «complicarse» la vida con todo un compromiso personal. Es lo propio de los santos. Aún tuvo tiempo para ser legado apostólico en las tierras de Hungría y Bohemia. Murió humilde y santamente el 10 de junio de 1420.
Su noviciado fue un encuentro de la gracia de Dios; el silencio, la oración y su esfuerzo le hicieron aprovechar bien el tiempo durante el noviciado que le aseguró en su piedad sólida, le adiestró en la obediencia y le consiguió un adelantamiento poco común en las ciencias. Goza de un talante natural simpático, agradable y servicial. Se dio a conocer, sobre todo, por la austeridad de su vida y el espíritu de penitencia.
Además es artista; dedica tiempo a pintar en los libros, miniaturizando con dibujos exquisitos, escenas de la vida de Jesús. Corona su esfuerzo con la ordenación sacerdotal. Ya puede dar marcha a su celo por el sacrificio y por el ministerio de la predicación; pero, desgraciadamente, dada su dificultad en la expresión, los sermones le salen torpes y ridículos. Se siente curado de la torpeza en la dicción en Siena, cuando lleno de tristeza, pide a la santa Catalina por amor a Dios, la curación.
La peste de 1384 ha asolado los monasterios; en el suyo de Santa María murieron en cuatro meses setenta de sus frailes; el resto no se encontraba con fuerzas para vivir en el rigor primero de la Orden. Lo eligen prior de los conventos de Santo Domingo de Venecia, Città di Castello, el de Fabriano y otros que ansían la reforma; es también vicario general de todos los conventos observantes del estado de Venecia.
Pero a pesar de su buen hacer, Juan se percata de que el futuro estaba en la juventud y a ella se dedicó fundando un noviciado en Cortona; ahora sí se podrían poner las piedras claves donde pudieran los jóvenes apoyar el espíritu que no quiere saber de improvisaciones. También las religiosas, sus hermanas, se benefician de la reforma en los conventos femeninos del Corpus Domini y San Pedro Mártir, de Florencia, donde su madre terminó sus días. Tres renuncias de papas y antipapas obtuvo para poder elegir al nuevo Sumo Pontífice, que devolviera a la Iglesia la unidad y la paz y que fue Martín V. Resultó un trabajo intensísimo y bien hecho para utilidad de la Iglesia.
De hecho, al leer la renuncia pública del verdadero papa Gregorio XII, él mismo se despojó ante los presentes de sus insignias cardenalicias, en señal de renuncia al cardenalato, yéndose a ocupar un sitio entre los obispos, con lo que se ponía de manifiesto la ausencia de toda intención de medrar. Si en otro tiempo aceptó la ordenación episcopal y el cardenalato contra su voluntad fue para estar capacitado a entrar en el círculo de la cúpula jerárquica y trabajar por la unidad.
No se limitó a contemplar o a quejarse de los males; quiso «complicarse» la vida con todo un compromiso personal. Es lo propio de los santos. Aún tuvo tiempo para ser legado apostólico en las tierras de Hungría y Bohemia. Murió humilde y santamente el 10 de junio de 1420.
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