En Nápoles, de la Campania, sepultura de Santiago Piceno o de la Marca, presbítero de la Orden de Hermanos Menores, esclarecido por su predicación y austeridad de vida.
Había nacido en Monteprandone, en Las Marcas de Ancona y se llamaba Domenico Gangale. Trabajaba como pastor, cuando se apareció un lobo y huyó a Offida, a la casa de un sacerdote, pariente suyo, que le enseñó a leer y a escribir, y después lo llevó a la escuela en Áscoli Piceno. Estudió jurisprudencia en Perugia y se doctoró en leyes; ejerció como notario en la secretaría del Ayuntamiento de Florencia, y después como juez en Bibbiena (Arezzo). Un día sintió una gran repulsa por la corrupción del mundo y decidió hacerse cartujo en Florencia.
Pasando por Asís, llamó a la Porciúncula, donde, a los 23 años se hizo franciscano y recibió el hábito de manos de san Bernardino de Siena. Hizo el noviciado en Las Cárceles. Estudió Teología en Florencia, y fue ordenado sacerdote en 1420 Como san Bernardino -su maestro- se dedicó a la predicación, con gran éxito en Italia.
Como ya ocurriera con san Bernardino de Siena, Jaime llenaba de gente las plazas con sus predicaciones populares, en lengua vulgar. Entre sus primeras experiencias destacan la de Cuaresma en Áscoli, en 1421, la de San Miniato de Florencia el 27 de diciembre de 1422, y la de Venecia en la fiesta de san Juan Bautista. Lo requerían desde muchas ciudades de Úmbria y de las Marcas. Sus temas tocaban las verdades fundamentales de la fe cristiana: Dios, Jesucristo, los misterios de su pasión, muerte y resurrección, los sacramentos, la oración, la gracia, la palabra de Dios, vida eterna, paraíso, infierno, pecado, vicios capitales, el homicidio, la blasfemia, el perdón, la reconciliación y la paz. Los ideales de justicia y equidad y la defensa de los pobres que practicó cuando era juez, se reflejaban ahora en sus predicaciones. De manera especial combatió con energía las creencias erróneas de los grupos sectarios, en especial de los "fraticelli", que atentaron varias veces contra su vida.
Su palabra y el testimonio de su vida eran tan fuertes que penetraban en los corazones de los oyentes y los convertía al Señor. Él mismo confesaba: «He visto durante el sermón algunos soldados sexagenarios llorar mucho por sus pecados y la pasión de Cristo, y me confesaron que durante su vida jamás habían derramado una lágrima».
En 1431, el papa Eugenio IV le envió a combatir a los herejes en Bosnia, ejerciendo como “visitador, vicario y comisario”.
Durante el invierno de 1432 recorrió muchas ciudades de la península balcánica en Dalmacia, Croacia, Bosnia y Eslovenia, en los confines con Austria. El 1 de abril, el ministro general de la orden lo nombraba comisario, visitador y vicario de Bosnia, con plenos poderes para intervenir en la vida y disciplina de los frailes que habían perdido el verdadero significado de su vocación. Además de predicador y reformador, Santiago ejerció también de mediador entre el rey de Bosnia Esteban Turko, y un pariente suyo, Radivoj, que se había proclamado rey legítimo de Bosnia con el apoyo de los turcos, en su afán por extenderse hacia el centro de Europa. Situación difícil, en la que el santo tuvo que desplegar toda su diplomacia, para no molestar a ninguno de los soberanos.
En 1433, por designación papal, Santiago regresó a Italia como predicador oficial del Capítulo general de los hermanos menores, reunido en Bolonia. Al año siguiente regresó a Bosnia, donde en algunas zonas había que predicar el Evangelio partiendo desde cero, pues había lugares donde se rendía culto a personas e incluso a animales. Será por este tiempo cuando compondrá su obra: “Tratado contra los herejes de Bosnia”.
En 1436 ejerció varios encargos diplomáticos, y ejerció como inquisidor en Hungría, Austria y Praga, donde pronunció el discurso oficial en la coronación del emperador Segismundo. En Austria, a petición de Segismundo, procuró la paz entre Hungría y Bohemia, sin necesidad de intervención militar, mediante acuerdos que favorecían a ambas partes. El 27 de agosto, el emperador, acompañado por Santiago, entraba triunfalmente en Praga.
En 1439 regresa a Italia, y se dedica a recorrer las principales ciudades del centro y norte de la península, llamando a la paz y a las buenas costumbres. El interés por oírle era tal, que muchos acudían con varias horas de antelación a coger sitio. En su predicación invitaba a todos a invocar el poderoso nombre de Jesús en los momentos de necesidad o peligro, y contaba los favores obtenidos por su invocación. En sus predicaciones exhortaba a no blasfemar, diciendo: La lengua es un miembro tan magnífico y útil, y un don de Dios tan excelente, con el que puedes manifestar tus necesidades a toda criatura, con el que debes alabar siempre a Dios, y no blasfemarlo". Y luego se extendía en contar numerosos ejemplos de desgracias acaecidas a los blasfemos. Después de sus predicaciones, muchos municipios incluyeron en su legislación medidas disciplinares contra la blasfemia. También denunciaba el vicio del juego, que podía llevar a la mentira, el robo e incluso al homicidio.
Estuvo siempre sembrando la paz, junto a san Juan de Capistrano, san Bernardino de Siena y beato Alberto de Sarteano, que fueron las columnas de la reforma franciscana, en lo que se ha dado en llamar “Observancia franciscana”.
Escribió: 12 Artículos para la concordia entre Conventuales y Observantes. Era tan perfectamente obediente que se cuenta, que estaba comiendo cuando recibió la orden del Papa para marcharse a Hungría, en ese instante se levantó, sin terminar de beber, y se puso en viaje. Predicó contra los que practicaban la usura e ideó, como otros franciscanos (los beatos Ángel Chivasso y Bernardino de Feltre), los Montes de Piedad. Sufrió terribles cólicos y, solamente temía una cosa, que el dolor le distrajese de la oración. Tuvo como discípulo al beato Pedro Corradino de Mogliano. Murió en Nápoles y está enterrado en la iglesia de Santa María Nova de esta ciudad. Fue canonizado en 1726 por Benedicto XIII.
Había nacido en Monteprandone, en Las Marcas de Ancona y se llamaba Domenico Gangale. Trabajaba como pastor, cuando se apareció un lobo y huyó a Offida, a la casa de un sacerdote, pariente suyo, que le enseñó a leer y a escribir, y después lo llevó a la escuela en Áscoli Piceno. Estudió jurisprudencia en Perugia y se doctoró en leyes; ejerció como notario en la secretaría del Ayuntamiento de Florencia, y después como juez en Bibbiena (Arezzo). Un día sintió una gran repulsa por la corrupción del mundo y decidió hacerse cartujo en Florencia.
Pasando por Asís, llamó a la Porciúncula, donde, a los 23 años se hizo franciscano y recibió el hábito de manos de san Bernardino de Siena. Hizo el noviciado en Las Cárceles. Estudió Teología en Florencia, y fue ordenado sacerdote en 1420 Como san Bernardino -su maestro- se dedicó a la predicación, con gran éxito en Italia.
Como ya ocurriera con san Bernardino de Siena, Jaime llenaba de gente las plazas con sus predicaciones populares, en lengua vulgar. Entre sus primeras experiencias destacan la de Cuaresma en Áscoli, en 1421, la de San Miniato de Florencia el 27 de diciembre de 1422, y la de Venecia en la fiesta de san Juan Bautista. Lo requerían desde muchas ciudades de Úmbria y de las Marcas. Sus temas tocaban las verdades fundamentales de la fe cristiana: Dios, Jesucristo, los misterios de su pasión, muerte y resurrección, los sacramentos, la oración, la gracia, la palabra de Dios, vida eterna, paraíso, infierno, pecado, vicios capitales, el homicidio, la blasfemia, el perdón, la reconciliación y la paz. Los ideales de justicia y equidad y la defensa de los pobres que practicó cuando era juez, se reflejaban ahora en sus predicaciones. De manera especial combatió con energía las creencias erróneas de los grupos sectarios, en especial de los "fraticelli", que atentaron varias veces contra su vida.
Su palabra y el testimonio de su vida eran tan fuertes que penetraban en los corazones de los oyentes y los convertía al Señor. Él mismo confesaba: «He visto durante el sermón algunos soldados sexagenarios llorar mucho por sus pecados y la pasión de Cristo, y me confesaron que durante su vida jamás habían derramado una lágrima».
En 1431, el papa Eugenio IV le envió a combatir a los herejes en Bosnia, ejerciendo como “visitador, vicario y comisario”.
Durante el invierno de 1432 recorrió muchas ciudades de la península balcánica en Dalmacia, Croacia, Bosnia y Eslovenia, en los confines con Austria. El 1 de abril, el ministro general de la orden lo nombraba comisario, visitador y vicario de Bosnia, con plenos poderes para intervenir en la vida y disciplina de los frailes que habían perdido el verdadero significado de su vocación. Además de predicador y reformador, Santiago ejerció también de mediador entre el rey de Bosnia Esteban Turko, y un pariente suyo, Radivoj, que se había proclamado rey legítimo de Bosnia con el apoyo de los turcos, en su afán por extenderse hacia el centro de Europa. Situación difícil, en la que el santo tuvo que desplegar toda su diplomacia, para no molestar a ninguno de los soberanos.
En 1433, por designación papal, Santiago regresó a Italia como predicador oficial del Capítulo general de los hermanos menores, reunido en Bolonia. Al año siguiente regresó a Bosnia, donde en algunas zonas había que predicar el Evangelio partiendo desde cero, pues había lugares donde se rendía culto a personas e incluso a animales. Será por este tiempo cuando compondrá su obra: “Tratado contra los herejes de Bosnia”.
En 1436 ejerció varios encargos diplomáticos, y ejerció como inquisidor en Hungría, Austria y Praga, donde pronunció el discurso oficial en la coronación del emperador Segismundo. En Austria, a petición de Segismundo, procuró la paz entre Hungría y Bohemia, sin necesidad de intervención militar, mediante acuerdos que favorecían a ambas partes. El 27 de agosto, el emperador, acompañado por Santiago, entraba triunfalmente en Praga.
En 1439 regresa a Italia, y se dedica a recorrer las principales ciudades del centro y norte de la península, llamando a la paz y a las buenas costumbres. El interés por oírle era tal, que muchos acudían con varias horas de antelación a coger sitio. En su predicación invitaba a todos a invocar el poderoso nombre de Jesús en los momentos de necesidad o peligro, y contaba los favores obtenidos por su invocación. En sus predicaciones exhortaba a no blasfemar, diciendo: La lengua es un miembro tan magnífico y útil, y un don de Dios tan excelente, con el que puedes manifestar tus necesidades a toda criatura, con el que debes alabar siempre a Dios, y no blasfemarlo". Y luego se extendía en contar numerosos ejemplos de desgracias acaecidas a los blasfemos. Después de sus predicaciones, muchos municipios incluyeron en su legislación medidas disciplinares contra la blasfemia. También denunciaba el vicio del juego, que podía llevar a la mentira, el robo e incluso al homicidio.
Estuvo siempre sembrando la paz, junto a san Juan de Capistrano, san Bernardino de Siena y beato Alberto de Sarteano, que fueron las columnas de la reforma franciscana, en lo que se ha dado en llamar “Observancia franciscana”.
Escribió: 12 Artículos para la concordia entre Conventuales y Observantes. Era tan perfectamente obediente que se cuenta, que estaba comiendo cuando recibió la orden del Papa para marcharse a Hungría, en ese instante se levantó, sin terminar de beber, y se puso en viaje. Predicó contra los que practicaban la usura e ideó, como otros franciscanos (los beatos Ángel Chivasso y Bernardino de Feltre), los Montes de Piedad. Sufrió terribles cólicos y, solamente temía una cosa, que el dolor le distrajese de la oración. Tuvo como discípulo al beato Pedro Corradino de Mogliano. Murió en Nápoles y está enterrado en la iglesia de Santa María Nova de esta ciudad. Fue canonizado en 1726 por Benedicto XIII.
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