viernes, 1 de noviembre de 2024

01 de Noviembre 2024 – Solemnidad de Todos los Santos

Aconseja el Kempis que no discutamos sobre cuál es el mayor de los Santos. Ya dijo Jesús que Juan Bautista era el mayor entre los nacidos de mujer -por su tarea, por su misión- pero, aun así, añadió que el más pequeño en el reino de los cielos es, puede ser, mayor que Juan. Pues será más santo el que tenga más amor, el que se deje poseer más por Dios. Y eso sólo Dios lo sabe.

El Apocalipsis nos dice que son innumerables los santos, los marcados con el sello de Dios en sus frentes: doce mil de cada una de las doce tribus de Israel. Estas doce tribus representan a la Iglesia, a todo el pueblo de Dios. Y en cuanto a los números, el doce se interpreta como plenitud, y el mil como solidez. El mismo autor sagrado dice que se trataba de una muchedumbre ingente de toda nación, pueblos y tribus.

Efectivamente. Son incontables los santos y santas canonizados, que han merecido el honor de los altares. Pero los santos canonizados no son más que una mínima parte de los siervos y siervas de Dios, que con la ayuda de la gracia divina supieron ser fieles y practicaron la virtud en grado heroico.

Es la confirmación de la vocación universal a la santidad de que nos habla Jesús mismo cuando dice: Sed perfectos como perfecto es vuestro Padre celestial. (Mateo 5:48)

Pero ¿qué hacer con los santos anónimos, que no han recibido el reconocimiento oficial de la Iglesia? La Iglesia no los olvida. Este es el sentido de la fiesta de hoy: celebrar solemnemente a todos los santos que no figuran en el calendario. Ellos están ante Dios y ruegan por nosotros. En el cementerio de Arlington, de Washington, junto a la tumba del presidente Kennedy, hay un monumento al Soldado Desconocido, con esta hermosa coletilla: desconocido, "but not to God", pero no para Dios.

Era una costumbre ya de los paganos. Los griegos y romanos tenían dioses para todas las actividades y profesiones. No querían que ningún dios se quedara sin templo. Así, Agripa, veintisiete años antes de Cristo, construyó en Roma el Panteón, dedicado a Augusto y a todas las deidades romanas. El Panteón lo bautizó luego el Papa Bonifacio IV con el nombre de Santa María y de todos los mártires. Más tarde, en el siglo IX, el Papa Gregorio IV mandó que se celebrara en toda la Iglesia la fiesta de Todos los Santos, para que ninguno quedase sin la debida veneración.

Una vez un catequista preguntó a un niño qué era un santo. El niño, antes, estando un día en la iglesia, preguntó a su mamá qué eran aquellas figuras que veía en las vidrieras de la iglesia y que brillaban tanto cuando salía el sol. Su mamá le había dicho que eran santos. Y ahora el niño contestó al catequista con rapidez y precisión: Un santo es un hombre por donde pasa la luz. Preciosa definición.

Eso son los santos: seres transparentes, espejos de la luz de Dios, que se purifican constantemente para captarla mejor y reflejarla más perfectamente. Esos son los santos: los grandes amigos de Dios.

San Bernardo nos enseña cómo celebrar la fiesta de Todos los Santos: «la veneración de su memoria redunda en provecho nuestro, no suyo. En cuanto a mí, confieso que, al pensar en ellos, se enciende en mí un fuerte deseo».

Viernes 01-11-2024 Todos los SANTOS Ciclo B

Reflexión del 01/11/2024

Lecturas del 01/11/2024

Yo, Juan, vi a otro ángel que subía del oriente llevando el sello del Dios vivo. Gritó con voz potente a los cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar, diciéndoles: «No dañéis a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que sellemos en la frente a los siervos de nuestro Dios».
Oí también el número de los sellados, ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel.
Después de esto vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con voz potente: « ¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!».
Y todos los ángeles que estaban de pie alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y adoraron a Dios, diciendo: «Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén».
Y uno de los ancianos me dijo: «Estos que están vestidos con vestiduras blancas ¿quiénes son y de dónde han venido?».
Yo le respondí: «Señor mío, tú lo sabrás».
Él me respondió.
«Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero».
Queridos hermanos:
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él.
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Todo el que tiene esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro.
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa.
Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».

Palabra del Señor.

01 de Noviembre – Beato Ruperto Mayer

Rupert Mayer (1876-1945) era hombre de firmes convicciones. Nacido en Stuttgart, Alemania, al terminar la escuela secundaria dijo a su padre que quería ser jesuita. Su padre le pidió que primero se ordenara y trabajara un año como coadjutor de una parroquia, de modo que Mayer estudió filosofía y teología, fue ordenado y ayudó a un párroco durante un año antes de entrar finalmente en el noviciado austriaco de Feldkirch el 1 de octubre de 1900. Más tarde mostraría la misma decisión al oponerse al movimiento nacional socialista de Hitler.

El año 1912 se estableció Mayer en Múnich, dedicando el resto de su vida a esta ciudad. Respondiendo a las necesidades de sus habitantes recorría la ciudad a la busca de puestos de trabajo. Pedía alimentos y prendas de vestir, y buscaba trabajos y lugares donde poder habitar. Su campo de trabajo cambió con la entrada de Alemania en la Primera Guerra Mundial. Se presentó como capellán militar voluntario y sirviendo primero en un hospital de campaña y luego siguiendo a los soldados a Francia, Polonia y Rumanía. Su valor se hizo legendario al acompañar a los soldados hasta la primera línea de combate, hasta obtener, por su valentía, la Cruz de Hierro en diciembre de 1915. Pero su carrera militar terminó bruscamente al ser herido, el 30 de diciembre de 1916, en la pierna izquierda, que le tuvo que se amputada.

Volvió a Múnich, donde la población vivía las consecuencias de la guerra. Una vez más el jesuita, infatigable, se entregó a la gente ayudándola como podía. La congregación masculina, creció mucho bajo su dirección, y le obligaba a recorrer continuamente la ciudad, llegando a dar hasta 70 charlas al mes. Comenzó a tener Misas dominicales en la estación central de ferrocarril, para hacerlas asequibles a los viajeros. Si Múnich hubiera sido una única parroquia él hubiera sido su párroco.

Al hacerse más fuertes los movimientos socialista y comunista, comenzó Mayer a asistir a sus mítines, incluso compartiendo escenario con sus líderes. Era el modo de interpelarles mencionando principios católicos que se oponían a los desastres a los que, en su opinión, conducían estos movimientos. Contra lo que sucedió a muchos testigos del ascenso de Hitler, Mayer detectó las falsedades que propagaba. Y en su persuasión de que un católico no podía ser nacional socialista, entró en conflicto inevitable con los nazis. Más que una toma de postura política, se trataba de una respuesta religiosa ante el mal.

Cuando Hitler llegó a la cancillería del Tercer Reich en enero de 1933 llevó a cabo un intento de cerrar la escuelas que tuvieran una relación con las iglesias, e inició una campaña de desprestigio de las órdenes religiosas en Alemania. Mayer usaba el púlpito de la iglesia de S. Miguel en el centro de Múnich para pronunciarse contra tal persecución. El 16 de mayo de 1937 la Gestapo le dio orden de poner fin a su predicación, porque no podía tolerar algo de tal influjo en la ciudad. Obedeció la orden, menos en el interior de la iglesia, donde continuó predicando. Le arrestaron el 5 de junio: fue la primera de las tres veces que lo encarcelarían. Permaneció en la prisión de Stadelheim hasta su juicio seis semanas más tarde. Se le condenó con suspensión de pena. Los superiores le pidieron en principio que se mantuviera en silencio, pero luego le permitieron volver al púlpito para defenderse contra los ataques difamatorios que los nazis le habían dirigido durante su silencio. Volvió a ser arrestado y cumplió la sentencia durante cinco meses hasta que una amnistía general le puso en libertad y pudo volver a Múnich a trabajar con pequeños grupos. Los nazis lo volvieron a arrestar el 3 de noviembre de 1939, aunque Mayer tenía ya 63 años; lo enviaron al campo de concentración de Oranienburg-Sachsenhausen, cercano a Berlín. Tras siete meses allí, su salud se deterioró tanto que los oficiales del campo creyeron que iba a morir. Como no querían hacer de aquel popular sacerdote un mártir, le confiaron en la solitaria abadía de Ettal, en los Alpes bávaros, donde permaneció hasta su liberación por las tropas americanas en mayo de 1945.

Mayer pudo volver a Múnich, e inmediatamente retomó su trabajo apostólico en la iglesia de S. Miguel. Los años de prisión le habían dejado muy débil. El 1 de noviembre de 1945, fiesta de Todos los Santos, sufrió un ataque al corazón mientras celebraba la Misa en S. Miguel. Perdió el sentido para fallecer poco después.