Egipcio que se alejó de las cosas del mundo para vivir como un anacoreta y llevaba “una vida desconocida a los hombres” en una celda a la que había cerrado la entrada con piedras, preocupado sólo de “honrar y servir al Señor” por medio de la penitencia y la oración.
En aquel tiempo, estamos concretamente en el 403, san Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla, durante el famoso “sínodo de la Encina” fue depuesto de su cargo y exiliado por las malas prácticas de su adversario, Teófilo, patriarca de Alejandría, pero el favor popular, del que gozaba san Juan, hizo que el emperador Arcadio, lo restableciese en su sede; pero queriendo una completa rehabilitación, consiguió que se convocase un concilio; ante esta noticia, Teófilo, muy preocupado, se embarcó de noche junto a sus seguidores, y marchó hacia Egipto. Sozomeno nos relata en la “Historia Eclesiástica”, que una tempestad llevó a la nave hasta Geras, una pequeña ciudad no lejana de Pelusio, en la que su obispo había muerto.
Los fieles habían elegido a Nilamón, famoso por su virtud “que lo había llevado hasta lo más alto de la vida monástica”. Como el santo eremita, había rechazado la consagración episcopal, el arzobispo Teófilo fue a verlo para convencerle y que se sometiera a la voluntad popular y, através de ésta, a la de la Providencia. Nilamón, cuyo eremo se encontraba en los confines de la ciudad, primero no cedió, pero luego le propuso a Teófilo que regresara al día siguiente, para que tuviese tiempo para prepararse para su marcha. Al día siguiente, hizo que Teófilo entrase en su celda y le propuso hacer oración... Entonces se puso de rodillas llorando e implorando a Dios que le quitara la vida antes de permitir que le impusieran semejante carga y murió en oración, mientras los otros obispos esperaban fuera.
Sozomeno nos relata que los habitantes de la ciudad le hicieron solemnes funerales y construyeron sobre su tumba una iglesia, en la que cada año se celebraba su memoria. “Cuando el solitario ama sinceramente su retiro -comenta la “Vies des Saints Pères des deserets d’Orient” - Dios prefiere hacer el milagro que permitir que se le fuerce a dejarlo”.
En aquel tiempo, estamos concretamente en el 403, san Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla, durante el famoso “sínodo de la Encina” fue depuesto de su cargo y exiliado por las malas prácticas de su adversario, Teófilo, patriarca de Alejandría, pero el favor popular, del que gozaba san Juan, hizo que el emperador Arcadio, lo restableciese en su sede; pero queriendo una completa rehabilitación, consiguió que se convocase un concilio; ante esta noticia, Teófilo, muy preocupado, se embarcó de noche junto a sus seguidores, y marchó hacia Egipto. Sozomeno nos relata en la “Historia Eclesiástica”, que una tempestad llevó a la nave hasta Geras, una pequeña ciudad no lejana de Pelusio, en la que su obispo había muerto.
Los fieles habían elegido a Nilamón, famoso por su virtud “que lo había llevado hasta lo más alto de la vida monástica”. Como el santo eremita, había rechazado la consagración episcopal, el arzobispo Teófilo fue a verlo para convencerle y que se sometiera a la voluntad popular y, através de ésta, a la de la Providencia. Nilamón, cuyo eremo se encontraba en los confines de la ciudad, primero no cedió, pero luego le propuso a Teófilo que regresara al día siguiente, para que tuviese tiempo para prepararse para su marcha. Al día siguiente, hizo que Teófilo entrase en su celda y le propuso hacer oración... Entonces se puso de rodillas llorando e implorando a Dios que le quitara la vida antes de permitir que le impusieran semejante carga y murió en oración, mientras los otros obispos esperaban fuera.
Sozomeno nos relata que los habitantes de la ciudad le hicieron solemnes funerales y construyeron sobre su tumba una iglesia, en la que cada año se celebraba su memoria. “Cuando el solitario ama sinceramente su retiro -comenta la “Vies des Saints Pères des deserets d’Orient” - Dios prefiere hacer el milagro que permitir que se le fuerce a dejarlo”.
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