En territorio de la Arquidiócesis de Madrid, España, Beatos Alberto María Marco y Alemán y 8 compañeros de la Orden de los Carmelitas de la Antigua Observancia; Agustín María García Tribaldos y 15 compañeros del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, asesinados por odio a la fe. († 1936-1937)
Ignacio González era hijo de una familia manifiestamente cristiana, tan independiente en las muestras da su piedad que, no sólo en la intimidad del hogar, sino en medio de sus trabajos en el campo, elevaban su Corazón a Dios antes y después de su jornada. "¡Cuántas veces, nos refiere un Hermano íntimo amigo de la familia, me ha edificado el ver al pequeño Ignacio rezando el Rosario con su padre al volver del campo antes da llegar a su casa!" ¿No había de tener este chico privilegiado disposiciones para abrazar la Regla Lasallista, qua prescribía tan santa práctica?
EI Padre celestial se complace en hacer germinar, entre los miembros de estas familias patriarcales, la vocación religiosa, acogida como bendición divina por estas sencillas y honradas gentes del campo, abiertas generalmente a las realidades da la vida sobrenatural. No nos extraña pues ver a Ignacio encaminarse al Noviciado da Bujedo, preparado a superar todas las consecuencias de su decisión y del camino que ahora elegía.
Tenía diez y siete años cumplidos cuando traspasó las puertas de esta Casa de Formación, en la que iba a iniciarle en la práctica de la vida religiosa. Se le concedió pasar algún tiempo en el Noviciado Menor para hacerle menos penoso el cambio de ambiente. En este corto espacio de tiempo, el Hno. Director y los Profesores se dieron pronto cuenta de las hermosas cualidades del Aspirante, como también de su escasa memoria, que le dificultaba dedicarse al estudio y, en consecuencia, a la docencia. Por otra parte le caracterizaba un gran sentido común y notable predisposición a la humildad, la piedad, la obediencia y la abnegación, esenciales a todo Aspirante a la vida religiosa.
El 4 de Agosto de 1902 se revestía con el hábito y tomaba el nombre de Hermano Rogaciano. Este tiempo de probación le resultó de lo más agradable, por su facilidad en los trabajos y en los ejercicios de este período de probación. Se plegaba con meticulosa docilidad a todas las indicaciones de sus formadores con ciega confianza en ellos. Así comprobó la verdad de estas palabras de la Sagrada Escritura: "Es bueno para el hombre llevar el yugo del Señor desde la juventud" (Lam 3, 27)
En medio de tanto fervor como es el del Noviciado, resulta difícil destacarse de los demás por la generosidad en el cumplimiento del deber diario. Y, con todo, el Hno. Catequista de entonces recuerda los actos de humildad y mortificación del piadoso Novicio, cuando en los sábados y en las fiestas de la Santísima. Virgen comía de rodillas en el refectorio o besaba los pies de sus condiscípulos, pidiéndoles a continuación pan de limosna.
Se realizaban entonces en Bujedo grandes trabajos para acomodar la casa, con vistas a recibir numeroso personal, si los Hermanos eran expulsados de Francia por el anticlericalismo allí reinante. Todo el personal, según sus medios, debía contribuir a cavar cimientos, retirar de la casa los escombros, etc. Con tal ardor se entregaba el Hno. Rogaciano al trabajo, que su semblante normalmente pálido se teñía de hermoso color rosado.
En el mes de Abril de 1905 tuvo la alegría de ver ingresar en el Noviciado a su hermano más pequeño, ofrecido a Dios por la familia con la misma generosidad que lo había hecho con el mayor. El Hermano Rogaciano se inició en faenas culinarias en la Comunidad del Sdo. Corazón, en Jerez, donde le envió la obediencia a su salida de Bujedo. Con puntualidad y abnegación, dignas de atraerle mirada del que se complace en la humildad de sus siervos, se esforzaba en agradar a los Hermanos y darles ejemplo de integra vida religiosa.
Cuidaba de no inmiscuirse en asuntos que no fueran de su competencia y guardaba el silencio exactamente. Si tenía que hablar con alguien, lo hacía de acuerdo con la Regla. Enemigo de discusiones, cedía fácilmente ante quien le contradecía. Cuando, por una visita imprevista, se veía obligado a un trabajo suplementario fuera de la comida, aún durante la noche, se guardaba bien de manifestar el menor disgusto; al contrario, servía a los huéspedes con alegría, animándoles a recuperarse de las fatigas del viaje
Este religioso mortificado soportaba en lo posible las molestias inherentes a sus enfermedades y se entregaba al cumplimiento de su deber con la mayor perfección posible. Lo que más le costaba, dado su reumatismo, era abrillantar los pisos y subir y bajar las escaleras. Cuando los Hermanos, al verle desbordado en su trabajo, querían ayudarle eficazmente, el humilde cocinero se lo agradecía confuso y les prometía una decena de avemaría a su intención.
Su principal virtud parece haber sido la piedad, pero una piedad profunda e intensa. Con frecuencia era sorprendido por los Hermanos, ante un crucifijo, con lágrimas en los ojos. Si las marmitas podían ser abandonadas sobre el fogón un momento, acudía al lugar santo para ofrecer al Divino Maestro sus trabajos, su reumatismo y las fatigas apostólicas de los Hermanos en las clases. Le exponía igualmente al Señor las necesidades del Instituto y le pedía por la Salvación de las almas.
Permaneció en la comunidad de Santa Susana, en Madrid, catorce años. ¿No tiene algo de prodigio pasar treinta años en tal oscuridad y sujeción a humildes ocupaciones y estar siempre en todos los momentos alegre, siempre amable y servicial?
El abnegado Hermano pasó los dos años últimos de su vida en la comunidad de Las Peñuelas, barrio obrero madrileño, como el de Puente Vallecas. En 1936 fueron varias veces insultados y groseramente maltratados en las calles por pobres gentes ganadas por el marxismo. La situación empeoró después de las elecciones de Febrero. La persecución estaba en el ambiente cuando el movimiento revolucionario estalló en España. Los Hermanos de Peñuelas fueron atacados sin piedad.
Se afirma que el Hno. Rogaciano fue asesinado al momento de ser detenido, el 24 de julio de 1936. Fiel en lo poco, permaneció ciertamente fiel en lo grande y hasta el supremo sacrificio. Sin duda, Dios pagó gran salario a tan valeroso servidor. Falleció a los 51 años, 35 de vida religiosa y 22 de profesión perpetua.
Ignacio González era hijo de una familia manifiestamente cristiana, tan independiente en las muestras da su piedad que, no sólo en la intimidad del hogar, sino en medio de sus trabajos en el campo, elevaban su Corazón a Dios antes y después de su jornada. "¡Cuántas veces, nos refiere un Hermano íntimo amigo de la familia, me ha edificado el ver al pequeño Ignacio rezando el Rosario con su padre al volver del campo antes da llegar a su casa!" ¿No había de tener este chico privilegiado disposiciones para abrazar la Regla Lasallista, qua prescribía tan santa práctica?
EI Padre celestial se complace en hacer germinar, entre los miembros de estas familias patriarcales, la vocación religiosa, acogida como bendición divina por estas sencillas y honradas gentes del campo, abiertas generalmente a las realidades da la vida sobrenatural. No nos extraña pues ver a Ignacio encaminarse al Noviciado da Bujedo, preparado a superar todas las consecuencias de su decisión y del camino que ahora elegía.
Tenía diez y siete años cumplidos cuando traspasó las puertas de esta Casa de Formación, en la que iba a iniciarle en la práctica de la vida religiosa. Se le concedió pasar algún tiempo en el Noviciado Menor para hacerle menos penoso el cambio de ambiente. En este corto espacio de tiempo, el Hno. Director y los Profesores se dieron pronto cuenta de las hermosas cualidades del Aspirante, como también de su escasa memoria, que le dificultaba dedicarse al estudio y, en consecuencia, a la docencia. Por otra parte le caracterizaba un gran sentido común y notable predisposición a la humildad, la piedad, la obediencia y la abnegación, esenciales a todo Aspirante a la vida religiosa.
El 4 de Agosto de 1902 se revestía con el hábito y tomaba el nombre de Hermano Rogaciano. Este tiempo de probación le resultó de lo más agradable, por su facilidad en los trabajos y en los ejercicios de este período de probación. Se plegaba con meticulosa docilidad a todas las indicaciones de sus formadores con ciega confianza en ellos. Así comprobó la verdad de estas palabras de la Sagrada Escritura: "Es bueno para el hombre llevar el yugo del Señor desde la juventud" (Lam 3, 27)
En medio de tanto fervor como es el del Noviciado, resulta difícil destacarse de los demás por la generosidad en el cumplimiento del deber diario. Y, con todo, el Hno. Catequista de entonces recuerda los actos de humildad y mortificación del piadoso Novicio, cuando en los sábados y en las fiestas de la Santísima. Virgen comía de rodillas en el refectorio o besaba los pies de sus condiscípulos, pidiéndoles a continuación pan de limosna.
Se realizaban entonces en Bujedo grandes trabajos para acomodar la casa, con vistas a recibir numeroso personal, si los Hermanos eran expulsados de Francia por el anticlericalismo allí reinante. Todo el personal, según sus medios, debía contribuir a cavar cimientos, retirar de la casa los escombros, etc. Con tal ardor se entregaba el Hno. Rogaciano al trabajo, que su semblante normalmente pálido se teñía de hermoso color rosado.
En el mes de Abril de 1905 tuvo la alegría de ver ingresar en el Noviciado a su hermano más pequeño, ofrecido a Dios por la familia con la misma generosidad que lo había hecho con el mayor. El Hermano Rogaciano se inició en faenas culinarias en la Comunidad del Sdo. Corazón, en Jerez, donde le envió la obediencia a su salida de Bujedo. Con puntualidad y abnegación, dignas de atraerle mirada del que se complace en la humildad de sus siervos, se esforzaba en agradar a los Hermanos y darles ejemplo de integra vida religiosa.
Cuidaba de no inmiscuirse en asuntos que no fueran de su competencia y guardaba el silencio exactamente. Si tenía que hablar con alguien, lo hacía de acuerdo con la Regla. Enemigo de discusiones, cedía fácilmente ante quien le contradecía. Cuando, por una visita imprevista, se veía obligado a un trabajo suplementario fuera de la comida, aún durante la noche, se guardaba bien de manifestar el menor disgusto; al contrario, servía a los huéspedes con alegría, animándoles a recuperarse de las fatigas del viaje
Este religioso mortificado soportaba en lo posible las molestias inherentes a sus enfermedades y se entregaba al cumplimiento de su deber con la mayor perfección posible. Lo que más le costaba, dado su reumatismo, era abrillantar los pisos y subir y bajar las escaleras. Cuando los Hermanos, al verle desbordado en su trabajo, querían ayudarle eficazmente, el humilde cocinero se lo agradecía confuso y les prometía una decena de avemaría a su intención.
Su principal virtud parece haber sido la piedad, pero una piedad profunda e intensa. Con frecuencia era sorprendido por los Hermanos, ante un crucifijo, con lágrimas en los ojos. Si las marmitas podían ser abandonadas sobre el fogón un momento, acudía al lugar santo para ofrecer al Divino Maestro sus trabajos, su reumatismo y las fatigas apostólicas de los Hermanos en las clases. Le exponía igualmente al Señor las necesidades del Instituto y le pedía por la Salvación de las almas.
Permaneció en la comunidad de Santa Susana, en Madrid, catorce años. ¿No tiene algo de prodigio pasar treinta años en tal oscuridad y sujeción a humildes ocupaciones y estar siempre en todos los momentos alegre, siempre amable y servicial?
El abnegado Hermano pasó los dos años últimos de su vida en la comunidad de Las Peñuelas, barrio obrero madrileño, como el de Puente Vallecas. En 1936 fueron varias veces insultados y groseramente maltratados en las calles por pobres gentes ganadas por el marxismo. La situación empeoró después de las elecciones de Febrero. La persecución estaba en el ambiente cuando el movimiento revolucionario estalló en España. Los Hermanos de Peñuelas fueron atacados sin piedad.
Se afirma que el Hno. Rogaciano fue asesinado al momento de ser detenido, el 24 de julio de 1936. Fiel en lo poco, permaneció ciertamente fiel en lo grande y hasta el supremo sacrificio. Sin duda, Dios pagó gran salario a tan valeroso servidor. Falleció a los 51 años, 35 de vida religiosa y 22 de profesión perpetua.
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