En Oxford, ciudad de Inglaterra, beatos Jorge Nichols y Ricardo Yaxley, presbíteros, Tomás Belson, que se preparaba para el sacerdocio, y Hunfredo Pritchard, todos los cuales, también en tiempo de la misma reina Isabel I, por haber entrado el primero en Inglaterra como sacerdote, y los otros por colaborar con él, fueron condenados a muerte y sufrieron el suplicio en el patíbulo († 1589).
Jorge Nichols (1550 - 1589). Era natural de Oxford y se sabe que estudió en el Brasenose College, y que en 1581, deseando ser sacerdote, marchó a Reims en cuyo colegio inglés hizo los estudios y fue ordenado sacerdote por el cardenal Guisa, el 24 de septiembre de 1583. Un año más tarde volvía a Inglaterra y se le asignaba, como sitio de apostolado, su propia ciudad de Oxford y sus entornos. Pudo hacer, a lo largo de seis años, un sustancioso apostolado, logrando reconciliar muchas personas con la Iglesia. Era hombre de mucha virtud, agrado y cultura, cualidades que puso al servicio de la misión católica.
Ricardo Yaxley (c.1560 - 1589). Pertenecía a una familia del Suffolk. Había nacido en Boston, Lincolnshire, probablemente el año 1560. Marchó a estudiar a Reims, donde se ordenó sacerdote el 21 de septiembre de 1585 y cuatro meses después volvía a Inglaterra con otros tres sacerdotes. Se unió a su antiguo compañero de estudios, Roberto Dibdale, y posteriormente se asoció al P. Nichols en su misión de Oxford, aunque no se ha determinado la fecha asociaron su apostolado, o quizás el motivo de estar con él en la misma posada era que había ido a verle por asuntos de dirección espiritual.
Tomás Belson (c.1564 - 1589). Era natural de Brill, junto a Ayslebury. Había sido seminarista en Reims, cuyo colegio dejó el año 1584. Estaba en la posada de Oxford para ver al P. Nichols, que era su confesor.
Hunfredo Pritchard. Era galés y vivía en Oxford; era criado de Catalina Welsh, la viuda católica dueña de la fonda en donde los cuatro fueron arrestados. Era un alma simple y honesta que durante doce años había prestado los más eficaces servicios a los católicos perseguidos.
El arresto se produjo a media noche, sin duda porque alguien avisó a la autoridad de la presencia de varios sacerdotes. Los tres huéspedes y el criado fueron arrestados -también lo fue la dueña del hostal pero no fue sometida a juicio- y llevados ante el vicecanciller, ante quien reconocieron que eran católicos. Él preguntó si había algún sacerdote entre ellos. El P. Nichols se presentó como tal y tuvo lugar seguidamente una discusión religiosa con el vicecanciller hasta que éste, dialécticamente acorralado, prefirió concluir. Enviados los sacerdotes a una cárcel y los seglares a otra y encadenados en ellas, un grupo de teólogos protestantes vino a dialogar con ellos e intentar su paso al protestantismo. El vicecanciller los interrogó de nuevo y quiso sacar de ellos con quiénes habían tratado. Pero mantuvieron su confesión católica con firmeza y no delataron a nadie.
Fueron llevados a Londres y presentados a Walsingham, quien les dijo que no sólo eran traidores sino perturbadores del orden público en el país, a lo que ellos replicaron que difundir el evangelio no podía ser calificado de desorden ni sedición. Fueron torturados con la intención de averiguar los nombres de las otras personas católicas, pero ninguno de ellos dijo nada. Entonces, fueron reenviados a Oxford para ser juzgados y condenados. El juicio tuvo lugar en el castillo de Oxford. Los cuatro, al oír la sentencia de muerte, dieron gracias a Dios y se abrazaron entre sí. Un ministro protestante le dijo a Hunfredo que era un pobre ignorante y que no sabía qué era ser católico. El dijo que sí lo sabía aunque no fuera capaz de explicarlo.
Para la ejecución pública concurrió mucha gente. Escarmentados de la capacidad del P. Nichols para explicar su fe católica, no se le dio permiso para hablar antes de ser ejecutado. Lo fue en primer lugar. Una vez ahorcado lo bajaron y el P. Yaxley se dirigió hacia el cadáver, lo abrazó y le dio gracias en público por haberlo guiado en el ministerio y haber sido para él un verdadero padre espiritual, y se encomendó a él en aquella hora tremenda. La conducta del joven sacerdote impresionó vivamente a la multitud. Seguidamente fue ahorcado, y al ser bajado, el siguiente mártir besó su cuerpo y se encomendó a él. Era Belson, que mostró en aquella hora una gran fortaleza y serenidad. Por último subió al patíbulo Pritchard con rostro sonriente y dijo a los presentes que los ponía como testigos de que no moría por otra cosa que por su fe católica. Las cabezas de los cuatro mártires fueron expuestas en el castillo de Oxford, mostrando serenidad y compostura en sus rostros, tanto que se mandó fueran expuestas en sitio menos público. Según la práctica habitual, fueron ahorcados, luego destripados y descuartizados.
Jorge Nichols (1550 - 1589). Era natural de Oxford y se sabe que estudió en el Brasenose College, y que en 1581, deseando ser sacerdote, marchó a Reims en cuyo colegio inglés hizo los estudios y fue ordenado sacerdote por el cardenal Guisa, el 24 de septiembre de 1583. Un año más tarde volvía a Inglaterra y se le asignaba, como sitio de apostolado, su propia ciudad de Oxford y sus entornos. Pudo hacer, a lo largo de seis años, un sustancioso apostolado, logrando reconciliar muchas personas con la Iglesia. Era hombre de mucha virtud, agrado y cultura, cualidades que puso al servicio de la misión católica.
Ricardo Yaxley (c.1560 - 1589). Pertenecía a una familia del Suffolk. Había nacido en Boston, Lincolnshire, probablemente el año 1560. Marchó a estudiar a Reims, donde se ordenó sacerdote el 21 de septiembre de 1585 y cuatro meses después volvía a Inglaterra con otros tres sacerdotes. Se unió a su antiguo compañero de estudios, Roberto Dibdale, y posteriormente se asoció al P. Nichols en su misión de Oxford, aunque no se ha determinado la fecha asociaron su apostolado, o quizás el motivo de estar con él en la misma posada era que había ido a verle por asuntos de dirección espiritual.
Tomás Belson (c.1564 - 1589). Era natural de Brill, junto a Ayslebury. Había sido seminarista en Reims, cuyo colegio dejó el año 1584. Estaba en la posada de Oxford para ver al P. Nichols, que era su confesor.
Hunfredo Pritchard. Era galés y vivía en Oxford; era criado de Catalina Welsh, la viuda católica dueña de la fonda en donde los cuatro fueron arrestados. Era un alma simple y honesta que durante doce años había prestado los más eficaces servicios a los católicos perseguidos.
El arresto se produjo a media noche, sin duda porque alguien avisó a la autoridad de la presencia de varios sacerdotes. Los tres huéspedes y el criado fueron arrestados -también lo fue la dueña del hostal pero no fue sometida a juicio- y llevados ante el vicecanciller, ante quien reconocieron que eran católicos. Él preguntó si había algún sacerdote entre ellos. El P. Nichols se presentó como tal y tuvo lugar seguidamente una discusión religiosa con el vicecanciller hasta que éste, dialécticamente acorralado, prefirió concluir. Enviados los sacerdotes a una cárcel y los seglares a otra y encadenados en ellas, un grupo de teólogos protestantes vino a dialogar con ellos e intentar su paso al protestantismo. El vicecanciller los interrogó de nuevo y quiso sacar de ellos con quiénes habían tratado. Pero mantuvieron su confesión católica con firmeza y no delataron a nadie.
Fueron llevados a Londres y presentados a Walsingham, quien les dijo que no sólo eran traidores sino perturbadores del orden público en el país, a lo que ellos replicaron que difundir el evangelio no podía ser calificado de desorden ni sedición. Fueron torturados con la intención de averiguar los nombres de las otras personas católicas, pero ninguno de ellos dijo nada. Entonces, fueron reenviados a Oxford para ser juzgados y condenados. El juicio tuvo lugar en el castillo de Oxford. Los cuatro, al oír la sentencia de muerte, dieron gracias a Dios y se abrazaron entre sí. Un ministro protestante le dijo a Hunfredo que era un pobre ignorante y que no sabía qué era ser católico. El dijo que sí lo sabía aunque no fuera capaz de explicarlo.
Para la ejecución pública concurrió mucha gente. Escarmentados de la capacidad del P. Nichols para explicar su fe católica, no se le dio permiso para hablar antes de ser ejecutado. Lo fue en primer lugar. Una vez ahorcado lo bajaron y el P. Yaxley se dirigió hacia el cadáver, lo abrazó y le dio gracias en público por haberlo guiado en el ministerio y haber sido para él un verdadero padre espiritual, y se encomendó a él en aquella hora tremenda. La conducta del joven sacerdote impresionó vivamente a la multitud. Seguidamente fue ahorcado, y al ser bajado, el siguiente mártir besó su cuerpo y se encomendó a él. Era Belson, que mostró en aquella hora una gran fortaleza y serenidad. Por último subió al patíbulo Pritchard con rostro sonriente y dijo a los presentes que los ponía como testigos de que no moría por otra cosa que por su fe católica. Las cabezas de los cuatro mártires fueron expuestas en el castillo de Oxford, mostrando serenidad y compostura en sus rostros, tanto que se mandó fueran expuestas en sitio menos público. Según la práctica habitual, fueron ahorcados, luego destripados y descuartizados.
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