En Cartago, san Aurelio, obispo, firmísimo pilar de la Iglesia, que protegió a sus fieles para que no se dejasen arrastrar por las costumbres paganas y colocó su sede episcopal en el mismo lugar donde primero se encontraba una estatua de la diosa del cielo († c. 430).
Hacia el año 392, poco después de que san Agustín recibiera la ordenación sacerdotal y el obispado de Hipona, Aurelio, un diácono, fue elegido obispo de Cartago. En aquella época, esa gran Iglesia de África estaba en la cumbre de su esplendor y de su influencia; el obispo de Cartago era a la vez primado o patriarca de África, es decir, uno de los prelados más importantes de la Iglesia universal.
San Aurelio tuvo que hacer frente a dos herejías: la de los donatistas, que tocaba ya a su fin, y la de los pelagianos, que apenas comenzaba. Durante los treinta y siete años que gobernó la sede, san Aurelio convocó numerosos sínodos provinciales y concilios plenarios de los obispos africanos para resolver ésos y otros problemas. Los sínodos y los viajes absorbían de tal modo al santo, que se vio obligado a delegar el ministerio de la predicación a los presbíteros de mayores cualidades, lo cual era entonces desacostumbrado en la Iglesia.
San Aurelio era íntimo amigo de san Agustín y, cuando aquél se quejó de que muchos monjes, so pretexto de vida contemplativa, eran simples holgazanes, Agustín escribió un tratado, «Sobre el trabajo de los monjes», para tratar de mejorar la situación. San Fulgencio de Ruspe, obispo africano de la siguiente generación, escribió en términos muy encomiásticos acerca de san Aurelio, como lo hizo también por la misma época el erudito español Pablo Orosio.
Hacia el año 392, poco después de que san Agustín recibiera la ordenación sacerdotal y el obispado de Hipona, Aurelio, un diácono, fue elegido obispo de Cartago. En aquella época, esa gran Iglesia de África estaba en la cumbre de su esplendor y de su influencia; el obispo de Cartago era a la vez primado o patriarca de África, es decir, uno de los prelados más importantes de la Iglesia universal.
San Aurelio tuvo que hacer frente a dos herejías: la de los donatistas, que tocaba ya a su fin, y la de los pelagianos, que apenas comenzaba. Durante los treinta y siete años que gobernó la sede, san Aurelio convocó numerosos sínodos provinciales y concilios plenarios de los obispos africanos para resolver ésos y otros problemas. Los sínodos y los viajes absorbían de tal modo al santo, que se vio obligado a delegar el ministerio de la predicación a los presbíteros de mayores cualidades, lo cual era entonces desacostumbrado en la Iglesia.
San Aurelio era íntimo amigo de san Agustín y, cuando aquél se quejó de que muchos monjes, so pretexto de vida contemplativa, eran simples holgazanes, Agustín escribió un tratado, «Sobre el trabajo de los monjes», para tratar de mejorar la situación. San Fulgencio de Ruspe, obispo africano de la siguiente generación, escribió en términos muy encomiásticos acerca de san Aurelio, como lo hizo también por la misma época el erudito español Pablo Orosio.
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