Palabra que recibió Jeremías de parte del Señor:
«Esto dice el Señor, Dios de Israel:
“Escribe en un libro todas las palabras que he dicho.
“Tu fractura es incurable, tu herida está infectada; tu llaga no tiene remedio, no hay medicina que la cierre.
Tus amantes te han olvidado, ya no preguntan por ti, pues te herí como un enemigo, te di un escarmiento cruel.
Y todo por tus muchos crímenes, por la gran cantidad de tus pecados.
¿Por qué gritas por tu herida? Tu llaga es incurable. Por tantos y tantos crímenes, por todos los numerosos pecados te he tratado de ese modo”.
Pero esto dice el Señor:
“Cambiaré la suerte de las tiendas de Jacob, voy a compadecerme de sus moradas; reconstruirán la ciudad sobre sus ruinas, su palacio se asentará en su puesto.
De allí saldrán alabanzas, voces con aire de fiesta.
Haré que crezcan y no mengüen, que sea reconocida su importancia, que no sean despreciados.
Serán sus hijos como antaño, su asamblea, estable en mi presencia; yo castigaré a sus opresores.
De entre ellos surgirá un príncipe, su gobernante saldrá de entre ellos; lo acercaré y estará junto a mí, pues, ¿quién arriesgará su vida por ponerse cerca de mí? - oráculo del Señor -.
Y vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios”».
Después que la gente se hubo saciado, enseguida Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.
Y después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo.
Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario.
A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida:
«¡ Ánimo, soy yo, no tengáis miedo! ». Pedro le contestó:
«Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre el agua». Él le dijo:
«Ven».
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
«Señor, sálvame».
Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
«¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?».
En cuanto subieron a la barca amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él, diciendo:
«Realmente eres Hijo de Dios».
Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Y los hombres de aquel lugar apenas lo reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y trajeron a todos los enfermos.
Le pedían tocar siquiera la orla de su manto. Y cuantos la tocaban quedaban curados.
Palabra del Señor.
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