Señor, ¡no eres, desde siempre, mi Dios!
¡Oh, Santo, que no muramos!
Señor, lo pusiste para sentenciar; ¡oh, Roca!, lo estableciste para juzgar.
Tus ojos, puros para contemplar el mal, no soportan ver la opresión.
¿Por qué, pues, ves a los traidores y callas, cuando el malvado se traga al justo?
Tratas a los hombres como a peces del mar, como a reptiles sin dueño.
Los atrapa a todos con su anzuelo, los arrastra con su red, los amontona en su barca, contento y alegre.
Por eso ofrecen sacrificios a su red e incienso a su barca, pues en ellos tienen su sustento, su ración y comida abundante.
¿Seguirá vaciando su red, asesinando pueblos sin compasión?
Aguantaré de pie en mi guardia, me mantendré erguido en la muralla y observaré a ver que me responde, cómo replica a mi demanda.
Me respondió el Señor:
«Escribe la visión y grábala en tablillas, que se lea de corrido; pues la visión tienen un plazo, pero llegará a su término sin defraudar.
Si se atrasa, espera en ella, pues llegará y no tardará
Mira, el altanero no triunfará, pero el justo por su fe vivirá».
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un hombre que, de rodillas le dijo:
«Señor, ten compasión de mi hijo que es lunático y sufre mucho: muchas veces se cae en el fuego o en el agua. Se lo he traído a tus discípulos, y no han sido capaces de curarlo».
Jesús contestó:
«¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros, ¿hasta cuándo tendré que soportaros? Traédmelo».
Jesús increpó al demonio y salió; en aquel momento se curó el niño.
Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron aparte:
«¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros?».
Les contestó:
«Por vuestra poca fe. En verdad os digo que, si tuvierais fe como un grano de mostaza, le diríais a aquel monte: “Trasládate desde ahí hasta aquí”, y se trasladaría. Nada os sería imposible».
Palabra del Señor.
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