Se supone que Teódota sufrió el martirio en Filípolis, ciudad de la Tracia, durante la persecución desatada por el augusto Licinio cuando profesaba el paganismo y estaba en guerra con Constantino el Grande. Las "actas", en las que no se puede tener confianza, están llenas de exageraciones y adornos. De acuerdo con ellas, en el curso de una fiesta en honor de Apolo, el prefecto Agripa mandó que todos los habitantes de la ciudad ofrecieran sacrificios al dios. Teódota rehusó y fue acusada de desobediencia. El prefecto la interrogó, y ella repuso que ciertamente era una gran pecadora, pero no quería agregar una nueva culpa a las muchas que había cometido contra Dios, si accedía a tomar parte en una ceremonia sacrílega. Teódota fue encerrada en la prisión, donde permaneció veinte días. Cuando fue llevada de nuevo ante los jueces, rompió a llorar y, en voz muy alta, rogó a Cristo que le perdonase sus pasados crímenes y le diese fortaleza para soportar con paciencia los tormentos que iba a padecer. Sometida a los interrogatorios, confesó que había sido hasta entonces una mujer pública, pero que era cristiana, aunque se consideraba indigna de llevar ese nombre, y no estaba dispuesta a renegar de sus creencias. Agripa mandó que fuera azotada. Los que permanecieron junto a ella durante la flagelación, la exhortaban a que obedeciera las órdenes del prefecto para que se librase de los tormentos, pero Teódota mantuvo su constancia.
Después de los azotes, fue colgada de los postes y se desgarró su cuerpo con garfios de acero. Durante la tortura, oraba con estas palabras: "Sólo a Ti te adoro, oh Cristo y te doy las gracias porque me has considerado digna de sufrir en tu nombre." El prefecto, enardecido por la tenacidad de aquella mujer, mandó al verdugo que echase vinagre y sal en sus heridas. Al oír la sentencia repuso la infortunada: "Tan poco temo a tus tormentos, que te pido que los aumentes, los prolongues y los hagas más crueles, a fin de que yo pueda obtener mayor misericordia y mi corona sea más rica." El siguiente tormento ordenado por Agripa fue que le arrancaran los dientes, uno por uno, con las tenazas de hierro. A fin de cuentas, se condenó a Teódota a morir lapidada. Su cuerpo exánime, bañado en sangre y destrozado, pero aún con vida, fue transportado por los verdugos a las afueras de la ciudad y ahí comenzaron a lanzarle piedras, mientras ella levantaba la voz para orar: "¡Oh Cristo! ¡Tú que te mostraste benigno con Rahab, la mujer pública; Tú que acogiste en el cielo al buen ladrón, dispénsame tu misericordia!" Murió de esta manera, y su alma voló triunfante al cielo.
Después de los azotes, fue colgada de los postes y se desgarró su cuerpo con garfios de acero. Durante la tortura, oraba con estas palabras: "Sólo a Ti te adoro, oh Cristo y te doy las gracias porque me has considerado digna de sufrir en tu nombre." El prefecto, enardecido por la tenacidad de aquella mujer, mandó al verdugo que echase vinagre y sal en sus heridas. Al oír la sentencia repuso la infortunada: "Tan poco temo a tus tormentos, que te pido que los aumentes, los prolongues y los hagas más crueles, a fin de que yo pueda obtener mayor misericordia y mi corona sea más rica." El siguiente tormento ordenado por Agripa fue que le arrancaran los dientes, uno por uno, con las tenazas de hierro. A fin de cuentas, se condenó a Teódota a morir lapidada. Su cuerpo exánime, bañado en sangre y destrozado, pero aún con vida, fue transportado por los verdugos a las afueras de la ciudad y ahí comenzaron a lanzarle piedras, mientras ella levantaba la voz para orar: "¡Oh Cristo! ¡Tú que te mostraste benigno con Rahab, la mujer pública; Tú que acogiste en el cielo al buen ladrón, dispénsame tu misericordia!" Murió de esta manera, y su alma voló triunfante al cielo.
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