martes, 30 de septiembre de 2014
Lecturas
Job abrió la boca y maldijo su día diciendo:
«¡ Muera el día en que nací, la noche que dijo: “Se ha concebido un varón”!
¿Por qué al salir del vientre no morí o perecí al salir de las entrañas?
¿Por qué me recibió un regazo y unos pechos me dieron de mamar?
Ahora dormiría tranquilo, descansaría en paz, lo mismo que los reyes de la tierra que se alzan mausoleos, o como los nobles que amontonan oro y plata en sus palacios.
Ahora sería un aborto enterrado, una criatura que no llegó a ver la luz.
Allí acaba el tumulto de los malvados, allí reposan los que están rendidos.
¿Por qué dio luz a un desgraciado y vida al que la pasa en amargura, al que ansía la muerte que no llega y escarba buscándola más que un tesoro, al que se alegraría ante la tumba y gozaría al recibir sepultura, al hombre que no encuentra camino porque Dios le cerró la salida?»
Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tornó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante.
De camino, entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.
Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron:
-«Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?»
Él se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea.
Palabra del Señor.
San Gregorio el Iluminador
Probablemente los primeros que predicaron la fe cristiana en Armenia, durante el segundo y el tercer siglo de nuestra era, fueron los misioneros llegados de Siria y de Persia, pero las creencias y tradiciones locales en relación con las primeras evangelizaciones, son distintas y contradictorias. Las fabulosas leyendas dicen que los primeros evangelizadores fueron los apóstoles San Bartolomé y San Judas Tadeo y, en relación con este último santo, le adjudicaron la historia del rey Abgar el Negro y su parecido con Nuestro Señor Jesucristo, asunto éste que, en realidad pertenece a San Addai, que vivió en Edessa. Sin embargo, los armenios veneran también a San Gregorio de Ashtishat como al apóstol que llevó la luz del Evangelio a su país, por lo que le llaman el "Iluminado" o "Iluminador" y le tienen como al patrono principal. Gregorio vino al mundo en Armenia durante el siglo tercero, en la época en que el país había sido invadido por los persas. Sus orígenes y hasta su nacionalidad son inciertos. De acuerdo con las tradiciones armenias, poco dignas de crédito, era hijo de aquel famoso Anak, el parto que asesinó al rey Khosrov I de Armenia. Este monarca, antes de morir, pidió a sus súbditos que le vengaran por medio del exterminio de la familia de Anak y sólo escapó de la matanza el recién nacido Gregorio, al que secuestró un mercader de Valarshapat y lo llevó a Cesárea, en la Capadocia. Se sabe con certeza que ahí fue bautizado y. a su debido tiempo, se casó y tuvo dos hijos, San Aristakes y San Vardanes.
Tiridates, uno de los hijos del asesinado rey Khosrov, quien había vivido exilado en diversas partes del imperio romano, logró reunir un ejército, al frente del cual regresó a Armenia y reconquistó el trono de su padre. A Gregorio se le dio un palacio para que viviese en la corte de Tiridates (algo muy singular por cierto, si es que Gregorio era el hijo del asesino del rey), pero no pasó mucho tiempo sin que cayese en desgracia a causa de sus actividades en favor de los cristianos y por el celo que ponía en la conversión de almas. No tardó en estallar la persecución activa contra éstos y, en el curso de la misma, uno de los que más sufrió fue Gregorio. Pero, a fin de cuentas, triunfó puesto que consiguió convertir y bautizar al propio Tiridates (también al rey se le venera como a un santo) y, mientras los cristianos del imperio morían por centenares durante la persecución de Diocleciano, en Armenia se proclamaba al cristianismo como la religión oficial, y por eso se dice que el país fue (superficialmente) el primer estado cristiano en la historia del mundo.
Gregorio se trasladó a Cesárea donde fue consagrado obispo por el metropolitano Leoncio. Estableció su sede en Ashtishat y, con la asistencia de los misioneros sirios y griegos, organizó su Iglesia, instruyó a los nuevos convertidos y conquistó a otros muchos. Con el propósito de contar con un mayor número de sacerdotes, reunió a un grupo de jóvenes y, personalmente, los instruyó en las Sagradas Escrituras, en la moral cristiana y en las lenguas griega y siria. Pero el episcopado fue hereditario y, un siglo después, el obispo primado de Armenia era un descendiente directo de Gregorio. "Sin detenerse ni retroceder, nuestro "Iluminador" llevó el nombre vivificador de Jesús de un extremo al otro de la tierra, en todas las estaciones y los climas, sin temor a las fatigas y siempre diligente en el cumplimiento de los deberes de un evangelizador, en lucha contra los adversarios, en ardientes prédicas ante los caudillos y los nobles, para iluminar todas las almas que, tras su renacimiento en el bautismo, se convertían en hijas de Dios. Para que resplandeciera la gloria de Jesucristo, rescataba a los prisioneros y cautivos y también a aquellos que vivían oprimidos por los tiranos, deshacía o enmendaba los contratos injustos, tan sólo con su palabra consolaba a muchos de los que sufrían o de los que vivían bajo el temor, al infundirles la esperanza en la gloria de Dios y plantarles en el alma la simiente de la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, a fin de que llegasen a ser enteramente felices."
Gregorio envió a su hijo, San Aristakes, como representante suyo en el primer Concilio ecuménico de Nicea y, se afirma que cuando el obispo leyó el acta de aquella asamblea, exclamó: "En cuanto a nosotros, alabamos a Dios que fue antes de todos los tiempos y adoramos a la Santísima Trinidad y al solo Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y por todos los siglos." Esas son las palabras que, las haya dicho o no las haya dicho San Gregorio en aquellos momentos, repite el celebrante en la liturgia eucarística armenia, cuando el diácono ha recitado el anatema conciliar, después del Credo. Al poco tiempo, Gregorio consagró a Aristakes para que le sucediera en la sede episcopal y él se retiró a una ermita del Monte Manyea, en la provincia de Taron. Ahí le encontró muerto un pastor al año siguiente. Sus restos fueron sepultados en Thortan.
Los datos que hemos dado son muy inciertos, pero si escasean las auténticas informaciones, abundan en cambio las leyendas. Estas sirvieron de base para el relato que escribió un tal Agatángelo, quien asegura que fue el secretario del rey Tiridates. Esa obra no fue escrita antes de que hubiese transcurrido la mitad del siglo quinto. De acuerdo con ese escrito, Gregorio tuvo un primer conflicto con Tiridates, por haberse rehusado a colgar una guirnalda de flores al cuello de la imagen de la diosa Anahit en su templo de Ashtishat. El rey hizo cuanto estuvo de su parte para convencerlo a obedecer, pero al ver que las palabras eran inútiles, sometió a Gregorio a doce tormentos distintos, crueles algunos, ingenuos los otros, pero todos diferentes a los que practicaban los romanos para martirizar a los cristianos. Después, Gregorio fue arrojado a un foso nauseabundo, donde se le dejó olvidado durante quince años entre cadáveres putrefactos, basura y animales inmundos. Gracias a los buenos servicios de una viuda que a diario se acercaba al foso para dar de comer al desdichado, pudo mantenerse con vida. Tras el martirio de Santa Rípsima (29 de septiembre), el rey Tiridates se transformó en un oso y vivió en los bosques, con los de su especie. Pero la hermana del rey tuvo una visión en la que le fue revelado que únicamente las plegarias de San Gregorio podrían devolver al monarca su forma natural. Entonces fue una comitiva de cortesanos hasta el foso pestilente para sacar a Gregorio de entre las inmundicias; el santo se puso en oración y, en seguida, reapareció el rey, en persona, lleno de contrición y de gratitud, pidiendo el bautismo para él y toda su familia. Gregorio pasó una temporada en la corte, tratado como el propio rey, y luego se retiró a las soledades de Valarshapat, en las estribaciones del Monte Ararat, donde se entregó al ayuno y la oración. Al cabo de setenta días, se le apareció Nuestro Señor Jesucristo y le dijo que en aquel lugar debía edificarse la gran iglesia catedral de Armenia. Gregorio se apresuró a cumplir con las órdenes celestiales y en poco tiempo se construyó una gran iglesia que se llamó Etshmiadzin, que significa "el Único Esperado descendió." Es muy posible que la historia de la aparición haya sido inventada para reforzar la solicitud de que la Iglesia de Armenia fuese independiente de la Iglesia de Cesárea. Cada uno de estos maravillosos sucesos: los doce tormentos, los quince años en el foso, la liberación del foso y la visión, son conmemorados por los armenios con una fiesta particular, aparte de las otras festividades en honor de San Gregorio. En algunas partes, como en Grecia, se le venera, equivocadamente, como a un mártir. Los emigrantes armenios introdujeron la devoción a San Gregorio en el sur de Italia, y aún hay una iglesia en Nápoles que asegura poseer algunas reliquias del santo que, sin embargo, se conservan íntegras en la catedral de Armenia. A San Gregorio se le menciona en el canon de la misa armenia.
Tiridates, uno de los hijos del asesinado rey Khosrov, quien había vivido exilado en diversas partes del imperio romano, logró reunir un ejército, al frente del cual regresó a Armenia y reconquistó el trono de su padre. A Gregorio se le dio un palacio para que viviese en la corte de Tiridates (algo muy singular por cierto, si es que Gregorio era el hijo del asesino del rey), pero no pasó mucho tiempo sin que cayese en desgracia a causa de sus actividades en favor de los cristianos y por el celo que ponía en la conversión de almas. No tardó en estallar la persecución activa contra éstos y, en el curso de la misma, uno de los que más sufrió fue Gregorio. Pero, a fin de cuentas, triunfó puesto que consiguió convertir y bautizar al propio Tiridates (también al rey se le venera como a un santo) y, mientras los cristianos del imperio morían por centenares durante la persecución de Diocleciano, en Armenia se proclamaba al cristianismo como la religión oficial, y por eso se dice que el país fue (superficialmente) el primer estado cristiano en la historia del mundo.
Gregorio se trasladó a Cesárea donde fue consagrado obispo por el metropolitano Leoncio. Estableció su sede en Ashtishat y, con la asistencia de los misioneros sirios y griegos, organizó su Iglesia, instruyó a los nuevos convertidos y conquistó a otros muchos. Con el propósito de contar con un mayor número de sacerdotes, reunió a un grupo de jóvenes y, personalmente, los instruyó en las Sagradas Escrituras, en la moral cristiana y en las lenguas griega y siria. Pero el episcopado fue hereditario y, un siglo después, el obispo primado de Armenia era un descendiente directo de Gregorio. "Sin detenerse ni retroceder, nuestro "Iluminador" llevó el nombre vivificador de Jesús de un extremo al otro de la tierra, en todas las estaciones y los climas, sin temor a las fatigas y siempre diligente en el cumplimiento de los deberes de un evangelizador, en lucha contra los adversarios, en ardientes prédicas ante los caudillos y los nobles, para iluminar todas las almas que, tras su renacimiento en el bautismo, se convertían en hijas de Dios. Para que resplandeciera la gloria de Jesucristo, rescataba a los prisioneros y cautivos y también a aquellos que vivían oprimidos por los tiranos, deshacía o enmendaba los contratos injustos, tan sólo con su palabra consolaba a muchos de los que sufrían o de los que vivían bajo el temor, al infundirles la esperanza en la gloria de Dios y plantarles en el alma la simiente de la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, a fin de que llegasen a ser enteramente felices."
Gregorio envió a su hijo, San Aristakes, como representante suyo en el primer Concilio ecuménico de Nicea y, se afirma que cuando el obispo leyó el acta de aquella asamblea, exclamó: "En cuanto a nosotros, alabamos a Dios que fue antes de todos los tiempos y adoramos a la Santísima Trinidad y al solo Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y por todos los siglos." Esas son las palabras que, las haya dicho o no las haya dicho San Gregorio en aquellos momentos, repite el celebrante en la liturgia eucarística armenia, cuando el diácono ha recitado el anatema conciliar, después del Credo. Al poco tiempo, Gregorio consagró a Aristakes para que le sucediera en la sede episcopal y él se retiró a una ermita del Monte Manyea, en la provincia de Taron. Ahí le encontró muerto un pastor al año siguiente. Sus restos fueron sepultados en Thortan.
Los datos que hemos dado son muy inciertos, pero si escasean las auténticas informaciones, abundan en cambio las leyendas. Estas sirvieron de base para el relato que escribió un tal Agatángelo, quien asegura que fue el secretario del rey Tiridates. Esa obra no fue escrita antes de que hubiese transcurrido la mitad del siglo quinto. De acuerdo con ese escrito, Gregorio tuvo un primer conflicto con Tiridates, por haberse rehusado a colgar una guirnalda de flores al cuello de la imagen de la diosa Anahit en su templo de Ashtishat. El rey hizo cuanto estuvo de su parte para convencerlo a obedecer, pero al ver que las palabras eran inútiles, sometió a Gregorio a doce tormentos distintos, crueles algunos, ingenuos los otros, pero todos diferentes a los que practicaban los romanos para martirizar a los cristianos. Después, Gregorio fue arrojado a un foso nauseabundo, donde se le dejó olvidado durante quince años entre cadáveres putrefactos, basura y animales inmundos. Gracias a los buenos servicios de una viuda que a diario se acercaba al foso para dar de comer al desdichado, pudo mantenerse con vida. Tras el martirio de Santa Rípsima (29 de septiembre), el rey Tiridates se transformó en un oso y vivió en los bosques, con los de su especie. Pero la hermana del rey tuvo una visión en la que le fue revelado que únicamente las plegarias de San Gregorio podrían devolver al monarca su forma natural. Entonces fue una comitiva de cortesanos hasta el foso pestilente para sacar a Gregorio de entre las inmundicias; el santo se puso en oración y, en seguida, reapareció el rey, en persona, lleno de contrición y de gratitud, pidiendo el bautismo para él y toda su familia. Gregorio pasó una temporada en la corte, tratado como el propio rey, y luego se retiró a las soledades de Valarshapat, en las estribaciones del Monte Ararat, donde se entregó al ayuno y la oración. Al cabo de setenta días, se le apareció Nuestro Señor Jesucristo y le dijo que en aquel lugar debía edificarse la gran iglesia catedral de Armenia. Gregorio se apresuró a cumplir con las órdenes celestiales y en poco tiempo se construyó una gran iglesia que se llamó Etshmiadzin, que significa "el Único Esperado descendió." Es muy posible que la historia de la aparición haya sido inventada para reforzar la solicitud de que la Iglesia de Armenia fuese independiente de la Iglesia de Cesárea. Cada uno de estos maravillosos sucesos: los doce tormentos, los quince años en el foso, la liberación del foso y la visión, son conmemorados por los armenios con una fiesta particular, aparte de las otras festividades en honor de San Gregorio. En algunas partes, como en Grecia, se le venera, equivocadamente, como a un mártir. Los emigrantes armenios introdujeron la devoción a San Gregorio en el sur de Italia, y aún hay una iglesia en Nápoles que asegura poseer algunas reliquias del santo que, sin embargo, se conservan íntegras en la catedral de Armenia. A San Gregorio se le menciona en el canon de la misa armenia.
lunes, 29 de septiembre de 2014
Lecturas
Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima ; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas.
Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros.
Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él.
Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.
En aquel tiempo, vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él:
-«Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño. »
Natanael le contesta:
-«¿De qué me conoces?»
Jesús le responde:
-«Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.»
Natanael respondió:
-«Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.»
Jesús le contestó:
-«¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.»
Y le añadió:
-«Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»
Palabra del Señor.
Santa Teodota
Se supone que Teódota sufrió el martirio en Filípolis, ciudad de la Tracia, durante la persecución desatada por el augusto Licinio cuando profesaba el paganismo y estaba en guerra con Constantino el Grande. Las "actas", en las que no se puede tener confianza, están llenas de exageraciones y adornos. De acuerdo con ellas, en el curso de una fiesta en honor de Apolo, el prefecto Agripa mandó que todos los habitantes de la ciudad ofrecieran sacrificios al dios. Teódota rehusó y fue acusada de desobediencia. El prefecto la interrogó, y ella repuso que ciertamente era una gran pecadora, pero no quería agregar una nueva culpa a las muchas que había cometido contra Dios, si accedía a tomar parte en una ceremonia sacrílega. Teódota fue encerrada en la prisión, donde permaneció veinte días. Cuando fue llevada de nuevo ante los jueces, rompió a llorar y, en voz muy alta, rogó a Cristo que le perdonase sus pasados crímenes y le diese fortaleza para soportar con paciencia los tormentos que iba a padecer. Sometida a los interrogatorios, confesó que había sido hasta entonces una mujer pública, pero que era cristiana, aunque se consideraba indigna de llevar ese nombre, y no estaba dispuesta a renegar de sus creencias. Agripa mandó que fuera azotada. Los que permanecieron junto a ella durante la flagelación, la exhortaban a que obedeciera las órdenes del prefecto para que se librase de los tormentos, pero Teódota mantuvo su constancia.
Después de los azotes, fue colgada de los postes y se desgarró su cuerpo con garfios de acero. Durante la tortura, oraba con estas palabras: "Sólo a Ti te adoro, oh Cristo y te doy las gracias porque me has considerado digna de sufrir en tu nombre." El prefecto, enardecido por la tenacidad de aquella mujer, mandó al verdugo que echase vinagre y sal en sus heridas. Al oír la sentencia repuso la infortunada: "Tan poco temo a tus tormentos, que te pido que los aumentes, los prolongues y los hagas más crueles, a fin de que yo pueda obtener mayor misericordia y mi corona sea más rica." El siguiente tormento ordenado por Agripa fue que le arrancaran los dientes, uno por uno, con las tenazas de hierro. A fin de cuentas, se condenó a Teódota a morir lapidada. Su cuerpo exánime, bañado en sangre y destrozado, pero aún con vida, fue transportado por los verdugos a las afueras de la ciudad y ahí comenzaron a lanzarle piedras, mientras ella levantaba la voz para orar: "¡Oh Cristo! ¡Tú que te mostraste benigno con Rahab, la mujer pública; Tú que acogiste en el cielo al buen ladrón, dispénsame tu misericordia!" Murió de esta manera, y su alma voló triunfante al cielo.
Después de los azotes, fue colgada de los postes y se desgarró su cuerpo con garfios de acero. Durante la tortura, oraba con estas palabras: "Sólo a Ti te adoro, oh Cristo y te doy las gracias porque me has considerado digna de sufrir en tu nombre." El prefecto, enardecido por la tenacidad de aquella mujer, mandó al verdugo que echase vinagre y sal en sus heridas. Al oír la sentencia repuso la infortunada: "Tan poco temo a tus tormentos, que te pido que los aumentes, los prolongues y los hagas más crueles, a fin de que yo pueda obtener mayor misericordia y mi corona sea más rica." El siguiente tormento ordenado por Agripa fue que le arrancaran los dientes, uno por uno, con las tenazas de hierro. A fin de cuentas, se condenó a Teódota a morir lapidada. Su cuerpo exánime, bañado en sangre y destrozado, pero aún con vida, fue transportado por los verdugos a las afueras de la ciudad y ahí comenzaron a lanzarle piedras, mientras ella levantaba la voz para orar: "¡Oh Cristo! ¡Tú que te mostraste benigno con Rahab, la mujer pública; Tú que acogiste en el cielo al buen ladrón, dispénsame tu misericordia!" Murió de esta manera, y su alma voló triunfante al cielo.
domingo, 28 de septiembre de 2014
Lecturas
Así dice el Señor:
«Comentáis: “No es justo el proceder del Señor.
Escuchad, casa de Israel: ¿es injusto mi proceder?, ¿o no es vuestro proceder el que es injusto?
Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió.
Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá.»
Hermanos:
Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir.
No obréis por rivalidad ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás.
Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús.
Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
-«¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña.” Él le contestó: “No quiero.” Pero después recapacitó y fue.
Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor.” Pero no fue.
¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?»
Contestaron:
-«El primero.»
Jesús les dijo:
-«Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios.
Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.
Palabra del Señor.
Más abajo encontrareis la HOMILÍA correspondiente a estas lecturas.
Homilía
La parábola del evangelio de hoy va dirigida a la clase dirigente judía: escribas, fariseos, saduceos, herodianos y notables del pueblo.
La narración empieza con una pregunta:”¿Qué os parece?”
Es una manera directa, por parte de Jesús, de pedir opiniones a la gente que ha contemplado, poco tiempo antes, la expulsión de los mercaderes del templo (Mate 21, 12-17) y de secar una higuera que no había dado el fruto requerido.
Con estos gestos proféticos, Jesús pretende denunciar el progresivo deterioro de las buenas costumbres y el crecimiento de las actividades comerciales en torno al templo, así como cortar de raíz la hipocresía de aquellos que predican la Palabra de Dios sin dar ejemplo.
Son momentos de fuerte tensión, porque la clase dirigente percibe el menoscabo de su autoridad e influencia, al ponerse en evidencia su nepotismo y abuso de poder.
Temen quedar relegados a un segundo plano y ser cuestionados por la masa social que les mantiene en el gobierno.
Por eso traman la muerte de Jesús y buscan argumentos para condenarle.
Las verdades ofenden a lo que hacen de la manterita su norma de acción.
El parecer del pueblo es voluble y se deja fácilmente manipular. Basta con sembrar difamaciones, propagar calumnias y establecer estados de opinión al abrigo de supuestos falsos.
Nada ha cambiado en este aspecto en el ámbito político y religioso. Porque menudean las descalificaciones a sacerdotes, religiosos y religiosas cuando intervienen en causas justas, bajo el pretexto de que se meten en política.
Se intenta apagar la voz de la Iglesia en temas tan vitales como el aborto y la eutanasia con panfletos y pintadas a la entrada de los templos o gestos obscenos dentro de ellos.
Los justos son condenados o asesinados por grupos radicales y violentos sin escrúpulos, que imponen sus leyes de terror para ejercer un dominio absoluto sobre una sociedad atemorizada.
Cabe también preguntarse: ¿Qué nos parece todo esto?
La narración empieza con una pregunta:”¿Qué os parece?”
Es una manera directa, por parte de Jesús, de pedir opiniones a la gente que ha contemplado, poco tiempo antes, la expulsión de los mercaderes del templo (Mate 21, 12-17) y de secar una higuera que no había dado el fruto requerido.
Con estos gestos proféticos, Jesús pretende denunciar el progresivo deterioro de las buenas costumbres y el crecimiento de las actividades comerciales en torno al templo, así como cortar de raíz la hipocresía de aquellos que predican la Palabra de Dios sin dar ejemplo.
Son momentos de fuerte tensión, porque la clase dirigente percibe el menoscabo de su autoridad e influencia, al ponerse en evidencia su nepotismo y abuso de poder.
Temen quedar relegados a un segundo plano y ser cuestionados por la masa social que les mantiene en el gobierno.
Por eso traman la muerte de Jesús y buscan argumentos para condenarle.
Las verdades ofenden a lo que hacen de la manterita su norma de acción.
El parecer del pueblo es voluble y se deja fácilmente manipular. Basta con sembrar difamaciones, propagar calumnias y establecer estados de opinión al abrigo de supuestos falsos.
Nada ha cambiado en este aspecto en el ámbito político y religioso. Porque menudean las descalificaciones a sacerdotes, religiosos y religiosas cuando intervienen en causas justas, bajo el pretexto de que se meten en política.
Se intenta apagar la voz de la Iglesia en temas tan vitales como el aborto y la eutanasia con panfletos y pintadas a la entrada de los templos o gestos obscenos dentro de ellos.
Los justos son condenados o asesinados por grupos radicales y violentos sin escrúpulos, que imponen sus leyes de terror para ejercer un dominio absoluto sobre una sociedad atemorizada.
Cabe también preguntarse: ¿Qué nos parece todo esto?
Nos podemos identificar con cualquiera de los dos hermanos de la parábola a quienes su padre envía a trabajar a la viña; O bien con el hijo mayor que afirma ir, pero después no va, o con el hijo menor, que se niega en principio, pero después, arrepentido, va.
¡Cuántas promesas incumplidas! ¡Cuántas buenas palabras que se lleva el viento!
Sabemos lo que tenemos que hacer, pero nos falta para Dios el tiempo que nos sobra para otras cosas, posponemos la conversión, damos largas al cultivo espiritual de nuestra vida.
Hay una expresión que se repite mucho en la sociedad actual: “Me lo pensaré”. Es una forma de quedar bien sin decir “no”, que no implica compromiso alguno.
Pero también, y a pesar de nuestras desobediencias y rebeldías, hemos vuelto arrepentidos a la viña del Señor para cumplir su voluntad.
Existe en nosotros, como en San Pablo, una lucha interna entre la debilidad de la carne, que nos arrastra hacia el mal y nos impide cumplir los buenos propósitos, y la fuerza del Espíritu de Dios, que nos guía a la conversión.
Jesús percibe ya próxima muerte y es fiel al itinerario que el Padre del cielo le ha señalado. Con esta parábola instruye a los suyos a que prediquen con el ejemplo y no se dejen arrastrar de palabras huecas e ilusiones vanas. No valen las medias tintas, ni se trata de saber discernir entre el bien y el mal, sino de conocer el bien y practicarlo.
En este sentido, es bien aleccionadora la reflexión de Jesús: “Los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios” (Mateo 21, 32).
La sabiduría popular, rica en refranes y sentencias, extrae conclusiones sobre las actitudes ante la vida y afirma: “Obras son amores y no buenas razones”.
Algo que experimentamos cada día entre gente, cristiana o no, que ayuda en las desgracias ajenas, mientras otros, oficialmente bien considerados, ponen excusas a la hora de echar una mano.
Traemos a colación el testimonio de miles de cristianos martirizados en Siria e Irak por las tropas del Estado Islámico, porque no han querido apostatar de su fe ante las presiones y la crueldad del yihadismo islamista.
El odio, la violencia y el revanchismo se suele cebar con los más humildes y vulnerables, a quienes se usa como rehenes para obtener ventajas económicas y sembrar el terror.
Rezamos por ellos y por todos los que están amenazados por la intransigencia del radicalismo islámico, que comienza a ser una seria amenaza para el mundo.
Es ahora y no mañana cuando el Señor nos llama a trabajar en su viña. No rechacemos su invitación.
La palabra “amén”, con la que solemos terminar nuestras oraciones, es un sí rotundo a la fe que profesamos.
¡Cuántas promesas incumplidas! ¡Cuántas buenas palabras que se lleva el viento!
Sabemos lo que tenemos que hacer, pero nos falta para Dios el tiempo que nos sobra para otras cosas, posponemos la conversión, damos largas al cultivo espiritual de nuestra vida.
Hay una expresión que se repite mucho en la sociedad actual: “Me lo pensaré”. Es una forma de quedar bien sin decir “no”, que no implica compromiso alguno.
Pero también, y a pesar de nuestras desobediencias y rebeldías, hemos vuelto arrepentidos a la viña del Señor para cumplir su voluntad.
Existe en nosotros, como en San Pablo, una lucha interna entre la debilidad de la carne, que nos arrastra hacia el mal y nos impide cumplir los buenos propósitos, y la fuerza del Espíritu de Dios, que nos guía a la conversión.
Jesús percibe ya próxima muerte y es fiel al itinerario que el Padre del cielo le ha señalado. Con esta parábola instruye a los suyos a que prediquen con el ejemplo y no se dejen arrastrar de palabras huecas e ilusiones vanas. No valen las medias tintas, ni se trata de saber discernir entre el bien y el mal, sino de conocer el bien y practicarlo.
En este sentido, es bien aleccionadora la reflexión de Jesús: “Los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios” (Mateo 21, 32).
La sabiduría popular, rica en refranes y sentencias, extrae conclusiones sobre las actitudes ante la vida y afirma: “Obras son amores y no buenas razones”.
Algo que experimentamos cada día entre gente, cristiana o no, que ayuda en las desgracias ajenas, mientras otros, oficialmente bien considerados, ponen excusas a la hora de echar una mano.
Traemos a colación el testimonio de miles de cristianos martirizados en Siria e Irak por las tropas del Estado Islámico, porque no han querido apostatar de su fe ante las presiones y la crueldad del yihadismo islamista.
El odio, la violencia y el revanchismo se suele cebar con los más humildes y vulnerables, a quienes se usa como rehenes para obtener ventajas económicas y sembrar el terror.
Rezamos por ellos y por todos los que están amenazados por la intransigencia del radicalismo islámico, que comienza a ser una seria amenaza para el mundo.
Es ahora y no mañana cuando el Señor nos llama a trabajar en su viña. No rechacemos su invitación.
La palabra “amén”, con la que solemos terminar nuestras oraciones, es un sí rotundo a la fe que profesamos.
“Si deseas hacer feliz a alguien que quieres mucho, díselo hoy, sé bueno… En vida, hermano, en vida.
Si deseas dar una flor, no esperes a que se mueran, mándala hoy con amor… En vida, hermano, en vida.
Si deseas decir: “te quiero” a la gente de tu casa y al amigo que está cerca o vive lejos… En vida, hermano, en vida.
No esperes a que se muera la gente para quererla y hacerle sentir tu afecto… En vida, hermano, en vida.
Tú serás más feliz si aprendes a hacer felices a todos los que conozcas… En vida, hermano, en vida.
Nunca visites panteones, ni llenes tumbas de flores, llena de amor corazones… En vida, hermano, en vida”.
Señor, conocemos los ideales, pero nos falta fuerza de voluntad para ponerlos en marcha.
Por eso hacemos nuestra la oración del salmista: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas” (Salmo 24, 4)
Si deseas dar una flor, no esperes a que se mueran, mándala hoy con amor… En vida, hermano, en vida.
Si deseas decir: “te quiero” a la gente de tu casa y al amigo que está cerca o vive lejos… En vida, hermano, en vida.
No esperes a que se muera la gente para quererla y hacerle sentir tu afecto… En vida, hermano, en vida.
Tú serás más feliz si aprendes a hacer felices a todos los que conozcas… En vida, hermano, en vida.
Nunca visites panteones, ni llenes tumbas de flores, llena de amor corazones… En vida, hermano, en vida”.
Señor, conocemos los ideales, pero nos falta fuerza de voluntad para ponerlos en marcha.
Por eso hacemos nuestra la oración del salmista: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas” (Salmo 24, 4)
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