El patrono de los cazadores españoles y de la ciudad de Palencia fue un joven que anduvo entre dos frentes: el de la lucha y la soledad.
Había nacido en la parte sur de Francia, en Narbona cuando mediaba el siglo III de nuestra era.
Como era un espíritu aventurero, se marchó pronto a Italia. En la ciudad de Palermo lo ordenaron de sacerdote, debido a su predicación y a sus dotes, entre las cuales se destacaba la santidad de vida personal y su irradiación a los demás.
Los cristianos cultos y también los sencillos supieron recoger los datos fundamentales de la vida de estos santos mártires. Gracias a ellos hoy podemos mencionarlos y tributarles nuestra devoción más sentida.
En Palermo estuvo nada menos que 18 años trabajando por el reino de Dios mediante el anuncio del Evangelio.
Por razones personales volvió a Francia. Y en ese tiempo reinaba en esta región, perteneciente a Toulouse, su tío Teodorico.
Una vez que se enteró de que su sobrino era cristiano, lo mandó prender y durante siete días no le dio alimento ni nada. Sin embargo, un amigo suyo – para algo sirven los auténticos amigos -, le ayudó a escondidas. Así pudo soportar el hambre a la que le sometió el pagano gobernante.
Le sobrevino la muerte a su tío. Entonces quedó libre. Buscó la soledad de un bosque cercano para vivir en paz, oración y tranquilidad, y alejado del mundanal ruido.
Galacio, nombre del que sucedió a su tío en el reino, era también de armas tomar.
Siguiendo la conducta de su antecesor, lo metió de nuevo en la cárcel. Esta vez no estaba ya solo. Un buen grupo de amigos, convertidos al cristianismo, lo acompañaron para sufrir el martirio por la fe en el Señor.
Sus cuerpos se arrojaron al río Aregia.
Se cuenta que el rey Sancho de Navarra, muy aficionado a la caza, fue a una cacería de ciervos. Y andando se encontró con una cueva. Vio un animal e intentó matarlo, pero su mano quedó paralizada. Esta cueva se mantiene en la cripta de la catedral de Palencia.
Había nacido en la parte sur de Francia, en Narbona cuando mediaba el siglo III de nuestra era.
Como era un espíritu aventurero, se marchó pronto a Italia. En la ciudad de Palermo lo ordenaron de sacerdote, debido a su predicación y a sus dotes, entre las cuales se destacaba la santidad de vida personal y su irradiación a los demás.
Los cristianos cultos y también los sencillos supieron recoger los datos fundamentales de la vida de estos santos mártires. Gracias a ellos hoy podemos mencionarlos y tributarles nuestra devoción más sentida.
En Palermo estuvo nada menos que 18 años trabajando por el reino de Dios mediante el anuncio del Evangelio.
Por razones personales volvió a Francia. Y en ese tiempo reinaba en esta región, perteneciente a Toulouse, su tío Teodorico.
Una vez que se enteró de que su sobrino era cristiano, lo mandó prender y durante siete días no le dio alimento ni nada. Sin embargo, un amigo suyo – para algo sirven los auténticos amigos -, le ayudó a escondidas. Así pudo soportar el hambre a la que le sometió el pagano gobernante.
Le sobrevino la muerte a su tío. Entonces quedó libre. Buscó la soledad de un bosque cercano para vivir en paz, oración y tranquilidad, y alejado del mundanal ruido.
Galacio, nombre del que sucedió a su tío en el reino, era también de armas tomar.
Siguiendo la conducta de su antecesor, lo metió de nuevo en la cárcel. Esta vez no estaba ya solo. Un buen grupo de amigos, convertidos al cristianismo, lo acompañaron para sufrir el martirio por la fe en el Señor.
Sus cuerpos se arrojaron al río Aregia.
Se cuenta que el rey Sancho de Navarra, muy aficionado a la caza, fue a una cacería de ciervos. Y andando se encontró con una cueva. Vio un animal e intentó matarlo, pero su mano quedó paralizada. Esta cueva se mantiene en la cripta de la catedral de Palencia.
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