JESÚS, EL AGUA VIVA Jesús, a mediodía y tras una jornada de intenso calor y fatiga, se sienta a descansar en el brocal del pozo de Siquén, al que acude a sacar agua una joven mujer samaritana. Jesús tiene sed; ella, recelo ante un judío que le pide de beber. Ambos saben que sus pueblos están enfrentados entre sí. Algo que no le importa al Maestro. Su encuentro no es casual ni el sitio desconocido. ¡Cuántas veces Él, con sus padres María y José, bebieron del agua cristalina del pozo en sus viajes anuales de Nazaret a Jerusalén para celebrar la Pascua! Siquén era cruce de caminos y un lugar sagrado desde la más remota antigüedad, cuando Abraham con su familia puso su tienda, acampó con sus rebaños junto al encinar de Moré y erigió un altar al Dios que se le había aparecido. Aquí, su nieto Jacob, padre de las Doce Tribus, compró un terreno para instalarse, cavó un pozo de 35 mts y construyó otro altar al Dios de Israel. Esta tierra, que guarda los restos de José y conserva también recuerdos del paso de Josué y demás patriarcas y profetas, es el escenario del encuentro de la idolatría, la liviandad, el materialismo, la sensualidad... (Representados por la mujer samaritana) y el amor salvador de Jesús. El agua estancada del pozo, aunque fresca y saludable, sólo mitiga provisionalmente la sed; Jesús ofrece a la mujer otra agua, el agua viva que fluye hasta la vida eterna. La samaritana siente cómo se transforma su alma y se termina convirtiendo en discípula, en anunciadora del mensaje que Jesús le regala. Para Ella, limpia ya por dentro tras su comunión íntima con el Señor, no tienen en esos momentos sentido los ídolos de oro o plata, de soberbia o ambición, de avaricia o de lujuria, porque puede “adorar a Dios en espíritu y en verdad”. En esta Cuaresma, tiempo de gracia y purificación, le pedimos a Dios un corazón “contrito y humillado”, abierto a sus dones, ilusionado en la esperanza y generoso en el amor hacia nuestros hermanos los hombres, especialmente hacia los miembros de nuestra propia familia, a quienes a menudo prestamos poca atención. Jesús seguirá haciéndose el encontradizo con nosotros, al igual que con la Samaritana, con Zaqueo, con la mujer pecadora, con Marta y María, con Magdalena, con los Apóstoles... empapándonos con el agua viva de su Palabra y de su Espíritu. El agua bautismal con la que entramos a formar parte del Pueblo de Dios nos arrastra, como un río, a caminar, a través de las buenas obras, hacia la Jerusalén Celestial. Tengo miedo, Señor, a decirte sí. Tengo miedo a beber en tu fuente. ¿Dónde me llevarás? Tengo miedo a firmarte una hoja en blanco.
Tengo miedo a decirte un SÏ que reclama otros SÏ. Y, no obstante, no hallo la paz. Tengo sed... mucha sed, y tú me ofreces el agua que brota hasta la vida eterna. ¡Dame tu mano, Señor, para que alcance tu fuente...! ¡Dame tu mano... aunque sea de noche! Porque en mi sed ardiente, sólo ella, alumbrará mis oscuridades. ¡Porque Tú, Jesús, Tú solo eres la Luz! Que tengáis feliz día del Señor y hasta el próximo Domingo HERMANOS.
No hay comentarios:
Publicar un comentario