LA TENTACION
Aunque aparentemente no hay una correlación entre las lecturas de este domingo, sí podemos encontrar un hilo conductor que subyace en el trasfondo: la Providencia de Dios y el amor que tiene sobre su pueblo y sobre cada uno de nosotros.
La confianza en la Providencia empapa tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento.
Así lo vemos reflejado en la primera lectura del Deuteronomio donde Moisés recuerda al pueblo cómo Dios actuó con mano salvadora y le guió a través del desierto.
Por su parte, San Pablo afirma en la Carta a los Romanos (segunda lectura) que la palabra (la salvación) está muy cerca de nosotros, en los labios y en el corazón”.
Pero nos vamos a centrar hoy en el Evangelio, en las tentaciones de Jesús en el desierto.
Dios permite la tentación, pero, al mismo tiempo nos da las fuerzas necesarias para superarla. De lo contrario, estaríamos abandonados ante el poder del mal.
El mal se halla presente en toda historia humana y crece junto con el bien (parábola de la cizaña). A medida que crecemos afrontamos esta lucha sin cuartel contra el pecado apoyados en Jesús, vencedor del pecado y de la muerte y nuestro Redentor.
El libro de Job profundiza precisamente en el misterio del mal, del que sale triunfante confiando en la Providencia divina que nunca falla.
En el libro de Tobías leemos esta frase: “Como eras justo y agradable a Dios fue necesario que la tentación te probase”
Uno no es culpable de tener tentaciones malignas, como no lo es tampoco de sus sentimientos negativos, pero la tentación es la antesala del pecado cuando la persona se deja embaucar o llevar por ella. Si la supera, facilita por la gracia de Dios su peregrinaje hacia la vida eterna.
La libertad del hombre juega un papel primordial: “Ante ti está la vida y la muerte, el bien y el mal; elige el bien y tendrás la vida”.
San Ignacio de Loyola escribió una meditación sobre este tema en sus “Ejercicios Espirituales”. La vida del hombre es como una milicia, y tiene que optar entre dos banderas: la del bien y la del mal tras un concienzudo ejercicio de discernimiento.
LAS TENTACIONES DE JESÚS
El relato evangélico según San Lucas sobre las tentaciones de Jesús nos muestra un escenario simbólico: el desierto.
Para la tradición judía el desierto es más un lugar teológico que físico al hacer referencia al encuentro del hombre con Dios.
Los 40 días de ayuno de Jesús nos retrotraen a los 40 años de permanencia del Pueblo de Dios en el desierto del Sinaí donde la mayor parte sucumbió ante la tentación.
Jesús, como nuevo Moisés, es capaz de mantenerse fiel donde fracasó el pueblo y emerger como prototipo de la nueva humanidad salvada.
Las tres tentaciones sufridas por Jesús nos revelan su auténtico mensaje salvador.
UTILIZAR EN BENEFICIO PROPIO SU SITUACIÓN PRIVILEGIADA
Esta es una tentación muy común entre políticos y gente influyente para aumentar sus emolumentos, buscar ventajas, legislar a su favor, disfrutar de exención de impuestos, de dietas especiales y de un retiro asegurado y placentero.
Ahora, en plena crisis económica se notan más estos privilegios que irritan al pueblo y quitan credibilidades.
Pero también nosotros, a pequeña escala, hacemos lo mismo.
Jesús no cede a la tentación de convertir las piedras en pan para mostrar su condición divina. Su vida es una entrega constante a los demás. Y si multiplica los panes y los peces es para cubrir la necesidad de la gente hambrienta.
Es conveniente, durante este tiempo cuaresmal, examinar nuestras actitudes y utilizar los dones que Dios nos regala para paliar el sufrimiento ajeno.
OFERTA DE PODER
Todos hemos escuchado alguna vez que el poder corrompe y termina, en general, desvirtuando los altos ideales.
El poder es una herramienta útil para dominar, someter y esclavizar.
La historia de los pueblos se desarrolla entre luchas y ambiciones, pues quien tiene la vara de mando se aferra a ella con todas sus fuerzas, aunque viva amargado el resto de sus días.
Adherirse a los tiranos que ostentan el poder sería para Jesús idolatría.
Por el contrario, adorar y servir a Dios incluye una opción personal por los más pobres y no dejarse arrastrar por los honores, riquezas y glorias mundanas.
¿Dominamos también nosotros a las personas de la familia, a los amigos... imponiendo nuestra voluntad?
Jesús propone un ejercicio de la autoridad basado en el servicio: “Quien quiera ser el primero que se ponga el último de todos”. Por eso desenmascara al tentador y se muestra fiel a la misión que el Padre le ha encomendado.
La ambición y la gloria corren paralelas con las dos tentaciones anteriores. "Tírate del alero del templo para mostrar que eres el Hijo de Dios".
Es el intento de poner a Dios a nuestro servicio, el providencialismo exagerado.
Al pie de la cruz Jesús es igualmente tentando: “Baja de la cruz y creeremos en ti” Mc. 15,29-32).
Jesús recurre al señorío de Dios sobre nuestra vida para abortar los propósitos del tentador.
Hoy, el camino para seguir a Jesús sigue sembrado de obstáculos, y a los que creemos en Cristo nos toca combatir las fuerzas del mal que dominan el mundo.
Pero sabemos que Jesús infunde sobre nuestros corazones su Espíritu para que no caigamos en el abismo: “No temáis, yo he vencido al mundo”.
San Pablo, después de sus múltiples correrías apostólicas, escribía estas alentadoras palabras: “Esta es la fuerza que vence al mundo, nuestra fe”.
La confianza en la Providencia empapa tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento.
Así lo vemos reflejado en la primera lectura del Deuteronomio donde Moisés recuerda al pueblo cómo Dios actuó con mano salvadora y le guió a través del desierto.
Por su parte, San Pablo afirma en la Carta a los Romanos (segunda lectura) que la palabra (la salvación) está muy cerca de nosotros, en los labios y en el corazón”.
Pero nos vamos a centrar hoy en el Evangelio, en las tentaciones de Jesús en el desierto.
Dios permite la tentación, pero, al mismo tiempo nos da las fuerzas necesarias para superarla. De lo contrario, estaríamos abandonados ante el poder del mal.
El mal se halla presente en toda historia humana y crece junto con el bien (parábola de la cizaña). A medida que crecemos afrontamos esta lucha sin cuartel contra el pecado apoyados en Jesús, vencedor del pecado y de la muerte y nuestro Redentor.
El libro de Job profundiza precisamente en el misterio del mal, del que sale triunfante confiando en la Providencia divina que nunca falla.
En el libro de Tobías leemos esta frase: “Como eras justo y agradable a Dios fue necesario que la tentación te probase”
Uno no es culpable de tener tentaciones malignas, como no lo es tampoco de sus sentimientos negativos, pero la tentación es la antesala del pecado cuando la persona se deja embaucar o llevar por ella. Si la supera, facilita por la gracia de Dios su peregrinaje hacia la vida eterna.
La libertad del hombre juega un papel primordial: “Ante ti está la vida y la muerte, el bien y el mal; elige el bien y tendrás la vida”.
San Ignacio de Loyola escribió una meditación sobre este tema en sus “Ejercicios Espirituales”. La vida del hombre es como una milicia, y tiene que optar entre dos banderas: la del bien y la del mal tras un concienzudo ejercicio de discernimiento.
LAS TENTACIONES DE JESÚS
El relato evangélico según San Lucas sobre las tentaciones de Jesús nos muestra un escenario simbólico: el desierto.
Para la tradición judía el desierto es más un lugar teológico que físico al hacer referencia al encuentro del hombre con Dios.
Los 40 días de ayuno de Jesús nos retrotraen a los 40 años de permanencia del Pueblo de Dios en el desierto del Sinaí donde la mayor parte sucumbió ante la tentación.
Jesús, como nuevo Moisés, es capaz de mantenerse fiel donde fracasó el pueblo y emerger como prototipo de la nueva humanidad salvada.
Las tres tentaciones sufridas por Jesús nos revelan su auténtico mensaje salvador.
UTILIZAR EN BENEFICIO PROPIO SU SITUACIÓN PRIVILEGIADA
Esta es una tentación muy común entre políticos y gente influyente para aumentar sus emolumentos, buscar ventajas, legislar a su favor, disfrutar de exención de impuestos, de dietas especiales y de un retiro asegurado y placentero.
Ahora, en plena crisis económica se notan más estos privilegios que irritan al pueblo y quitan credibilidades.
Pero también nosotros, a pequeña escala, hacemos lo mismo.
Jesús no cede a la tentación de convertir las piedras en pan para mostrar su condición divina. Su vida es una entrega constante a los demás. Y si multiplica los panes y los peces es para cubrir la necesidad de la gente hambrienta.
Es conveniente, durante este tiempo cuaresmal, examinar nuestras actitudes y utilizar los dones que Dios nos regala para paliar el sufrimiento ajeno.
OFERTA DE PODER
Todos hemos escuchado alguna vez que el poder corrompe y termina, en general, desvirtuando los altos ideales.
El poder es una herramienta útil para dominar, someter y esclavizar.
La historia de los pueblos se desarrolla entre luchas y ambiciones, pues quien tiene la vara de mando se aferra a ella con todas sus fuerzas, aunque viva amargado el resto de sus días.
Adherirse a los tiranos que ostentan el poder sería para Jesús idolatría.
Por el contrario, adorar y servir a Dios incluye una opción personal por los más pobres y no dejarse arrastrar por los honores, riquezas y glorias mundanas.
¿Dominamos también nosotros a las personas de la familia, a los amigos... imponiendo nuestra voluntad?
Jesús propone un ejercicio de la autoridad basado en el servicio: “Quien quiera ser el primero que se ponga el último de todos”. Por eso desenmascara al tentador y se muestra fiel a la misión que el Padre le ha encomendado.
La ambición y la gloria corren paralelas con las dos tentaciones anteriores. "Tírate del alero del templo para mostrar que eres el Hijo de Dios".
Es el intento de poner a Dios a nuestro servicio, el providencialismo exagerado.
Al pie de la cruz Jesús es igualmente tentando: “Baja de la cruz y creeremos en ti” Mc. 15,29-32).
Jesús recurre al señorío de Dios sobre nuestra vida para abortar los propósitos del tentador.
Hoy, el camino para seguir a Jesús sigue sembrado de obstáculos, y a los que creemos en Cristo nos toca combatir las fuerzas del mal que dominan el mundo.
Pero sabemos que Jesús infunde sobre nuestros corazones su Espíritu para que no caigamos en el abismo: “No temáis, yo he vencido al mundo”.
San Pablo, después de sus múltiples correrías apostólicas, escribía estas alentadoras palabras: “Esta es la fuerza que vence al mundo, nuestra fe”.
Que esta Cuaresma sea un revulsivo espiritual para desnudarnos ante el Señor y abrirnos a su voluntad.
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