Santa Afra de Augsburgo fue una prostituta convertida que fue martirizada en la persecución de Diocleciano.
A finales del siglo III, los abuelos paganos de Afra viajaron desde Chipre a Augsburgo. Afra fue dedicada al servicio de la diosa Venus por su madre, Santa Hilaria, como hieródula y dirigió un burdel en la ciudad.
Cuando comenzó la persecución de los cristianos, el obispo San Narciso de Girona y su diácono, San Félix de Gerona, buscaron refugio en Augsburgo y se alojaron en la casa de Afra y su madre. A través de sus enseñanzas, el obispo Narciso convirtió a Afra, su familia, a todas las prostitutas del burdel y sus clientes al cristianismo.[1] Al partir Narciso ordenó presbítero al hermano de Hilaria llamado Dionisio.[2]
Cuando cerró el prostíbulo se supo que Afra era cristiana, fue llevada ante Diocleciano y se le ordenó sacrificar a los ídolos paganos. Se negó y fue condenada a ser quemada viva en una pequeña isla en el río Lech, muriendo sofocada por el humo. Al ser catecúmena, aún no había recibido el bautismo de agua, pero recibió el bautismo de sangre en su martirio.
Sus restos fueron enterrados a poca distancia del lugar de su martirio. Su madre y sus doncellas más tarde sufrieron el mismo destino, por enterrarla en una bóveda funeraria.
A finales del siglo III, los abuelos paganos de Afra viajaron desde Chipre a Augsburgo. Afra fue dedicada al servicio de la diosa Venus por su madre, Santa Hilaria, como hieródula y dirigió un burdel en la ciudad.
Cuando comenzó la persecución de los cristianos, el obispo San Narciso de Girona y su diácono, San Félix de Gerona, buscaron refugio en Augsburgo y se alojaron en la casa de Afra y su madre. A través de sus enseñanzas, el obispo Narciso convirtió a Afra, su familia, a todas las prostitutas del burdel y sus clientes al cristianismo.[1] Al partir Narciso ordenó presbítero al hermano de Hilaria llamado Dionisio.[2]
Cuando cerró el prostíbulo se supo que Afra era cristiana, fue llevada ante Diocleciano y se le ordenó sacrificar a los ídolos paganos. Se negó y fue condenada a ser quemada viva en una pequeña isla en el río Lech, muriendo sofocada por el humo. Al ser catecúmena, aún no había recibido el bautismo de agua, pero recibió el bautismo de sangre en su martirio.
Sus restos fueron enterrados a poca distancia del lugar de su martirio. Su madre y sus doncellas más tarde sufrieron el mismo destino, por enterrarla en una bóveda funeraria.
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