María Josefa Sancho de Guerra nació en España, en la ciudad de Vitoria el 7 de septiembre de 1841. Sus padres eran muy cristianos, solo tuvieron dos hijas. María Josefa quiso ser monja desde que era niña. A los 7 años su padre Bernabé muere y años más tarde viaja a casa de una tía a Madrid para estudiar.
A los 18 años un acceso de tifus impide que ingrese en la orden de las Concepcionistas, pero cinco años más tarde ingresa con las Religiosas Siervas de María, dedicadas al ministerio de los enfermos. En esta congregación se destaca por sus grandes cualidades y capacidad de entrega ante la epidemia del cólera que azotó a España en 1865.
A pesar de su bondad y servicio, María Josefa siente una inquietud en su alma que le llama a una mayor oración, mayor unión con Dios y mayor vida de comunidad. Después de pedir asesoría con el santo sacerdote P. Antonio María Claret, se siente impulsada a iniciar una fundación nueva: Un instituto donde las religiosas atendieran las necesidades corporales y espirituales de los desvalidos sin descuidar su vida comunitaria y su santidad personal, un instituto donde la vida activa se combinara con la contemplativa y comunitaria, un instituto de caridad, amor y sacrificio. Durante la guerra civil española, nace el instituto de Siervas de Jesús de la Caridad.
El Instituto religioso que funda con ayuda del sacerdote Don Mariano José de Ibargüengoitia y otras cuatro religiosas, se dedica primeramente a la asistencia de enfermos a domicilio y más tarde se conjuga con el cuidado de enfermos y ancianos en hospitales, centros y residencias. Funda también guarderías para niños y asilos de ancianos. Sus primeros años es maestra de novicias y durante toda su vida lleva el cargo de Superiora General por órdenes de Roma. A las hermanas que se dirigían a asistir a los enfermos les solía decir: “No crean hermanas que la asistencia consiste solo en dar las medicinas y la alimentación del enfermo; hay otra clase de asistencia que nunca deben olvidar y es la del corazón, procurando acomodarse a la persona que sufre, saliendo al encuentro de sus necesidades”
Era muy devota de la Santísima Trinidad, del Sagrado Corazón de Jesús, de la Santísima Virgen y del Patriarca San José. Del Corazón de Jesús, su principal devoción, recibió los sentimientos de bondad y de amor para cuidar a los enfermos y necesitados.
Al morir en 1912, habiendo dedicado toda su vida al cuidado de cuerpos y almas, y estando 14 años enferma, María Josefa del Corazón de Jesús ya había expandido la congregación dejando 40 casas en España y una en Chile, que sería la primera de muchas otras en América. La cruz y la dura prueba de la enfermedad que la acompañó los últimos catorce años de su vida terrena, la supo transformar en medio de purificación y en altar de holocausto: “Los principales milagros de la Sierva de Jesús son: el padecer mucho por Cristo y ser despreciada por su amor”. “Dios no quiere en su servicio corazones ruines, sino valientes y generosos, dispuestos siempre a sufrir algo por su amor”
A los 18 años un acceso de tifus impide que ingrese en la orden de las Concepcionistas, pero cinco años más tarde ingresa con las Religiosas Siervas de María, dedicadas al ministerio de los enfermos. En esta congregación se destaca por sus grandes cualidades y capacidad de entrega ante la epidemia del cólera que azotó a España en 1865.
A pesar de su bondad y servicio, María Josefa siente una inquietud en su alma que le llama a una mayor oración, mayor unión con Dios y mayor vida de comunidad. Después de pedir asesoría con el santo sacerdote P. Antonio María Claret, se siente impulsada a iniciar una fundación nueva: Un instituto donde las religiosas atendieran las necesidades corporales y espirituales de los desvalidos sin descuidar su vida comunitaria y su santidad personal, un instituto donde la vida activa se combinara con la contemplativa y comunitaria, un instituto de caridad, amor y sacrificio. Durante la guerra civil española, nace el instituto de Siervas de Jesús de la Caridad.
El Instituto religioso que funda con ayuda del sacerdote Don Mariano José de Ibargüengoitia y otras cuatro religiosas, se dedica primeramente a la asistencia de enfermos a domicilio y más tarde se conjuga con el cuidado de enfermos y ancianos en hospitales, centros y residencias. Funda también guarderías para niños y asilos de ancianos. Sus primeros años es maestra de novicias y durante toda su vida lleva el cargo de Superiora General por órdenes de Roma. A las hermanas que se dirigían a asistir a los enfermos les solía decir: “No crean hermanas que la asistencia consiste solo en dar las medicinas y la alimentación del enfermo; hay otra clase de asistencia que nunca deben olvidar y es la del corazón, procurando acomodarse a la persona que sufre, saliendo al encuentro de sus necesidades”
Era muy devota de la Santísima Trinidad, del Sagrado Corazón de Jesús, de la Santísima Virgen y del Patriarca San José. Del Corazón de Jesús, su principal devoción, recibió los sentimientos de bondad y de amor para cuidar a los enfermos y necesitados.
Al morir en 1912, habiendo dedicado toda su vida al cuidado de cuerpos y almas, y estando 14 años enferma, María Josefa del Corazón de Jesús ya había expandido la congregación dejando 40 casas en España y una en Chile, que sería la primera de muchas otras en América. La cruz y la dura prueba de la enfermedad que la acompañó los últimos catorce años de su vida terrena, la supo transformar en medio de purificación y en altar de holocausto: “Los principales milagros de la Sierva de Jesús son: el padecer mucho por Cristo y ser despreciada por su amor”. “Dios no quiere en su servicio corazones ruines, sino valientes y generosos, dispuestos siempre a sufrir algo por su amor”
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