El 2 de febrero la Iglesia Católica celebra dos acontecimientos religiosos importantes en la historia de la salvación: la Purificación de la Virgen María después del parto y la Presentación del niño Jesús en el Tempo de Jerusalén. Ambos eventos tienen un profundo significado salvífico, a veces poco conocido. Están narrados en el evangelio de Lucas (2,22-38), quien seguramente fue informado por la Virgen María o tal vez por el evangelista Juan, a quien Jesús crucificado encargó cuidar filialmente a María (Juan 19,27). En este artículo nos referimos a la Purificación de María que sigue teniendo importancia y muestra la profunda humildad de la Virgen que aceptó ser tenida como pecadora…
Recordemos cómo María fue la Madre de Jesús. El Evangelio de Lucas (1,26-38) narra cómo el Ángel Gabriel anunció a María: “No temas, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús. Él será grande y se llamará ‘Hijo del Altísimo’”.
María quedó perpleja ya que ella había prometido no tener hijos, como sacrificio por los pecados del pueblo, identificándose así con la “Hija de Sion” pecadora, pero arrepentida, a quien Dios perdona (Isaías 1,8; 54; 62). Por eso preguntó al Ángel: “¿Cómo puede ser esto, ya que no conozco varón?”. El Ángel le respondió: “La Santa Rúaj (Espíritu) vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cobijará bajo su sombra. Por eso el que nacerá de ti será llamado Santo, Hijo del Altísimo”. María aún sin comprender plenamente cómo, permaneciendo virgen, iba a ser madre, creyó en la profecía del Ángel y respondió: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra”.
María cumplió las normas prescritas en la Ley de Moisés para las mujeres embarazadas (Levítico 12; 5,1-10). La mujer que daba a luz a un hijo varón quedaba impura durante 7 días como en el tiempo de sus reglas y, además, debía permanecer en su casa otros 33 días más, purificándose de su sangre, sin poder tocar ninguna cosa santa ni ir al santuario. Si dio a luz a una hija el tiempo de impureza se duplicaba.
Al dar a luz a un hijo varón, la madre, al cumplirse los 40 días, debía presentar al sacerdote un cordero de un año o, si el dinero no le alcanzaba, dos pichones, uno como holocausto y otro como sacrificio por el pecado. El sacerdote hacía expiación por ella para que recuperase su pureza legal. Por ser pobres, María juntamente con su esposo José ofrecieron únicamente dos tórtolas o dos pichones, de los cuales uno era quemado como holocausto, mientras que el otro era degollado y con su sangre el sacerdote rociaba el altar en sacrificio por el pecado.
A los 40 días del nacimiento de Jesús, su madre y José fueron con el niño al Templo de Jerusalén para cumplir el rito de la purificación de María. Ella, aun siendo pura, cumplió ese rito con profunda humildad y también en solidaridad para no castigar a las madres embarazadas irregularmente, a quienes la Ley de Moisés consideraba impuras y ordenaba apedrearlas (Juan 8,1-11; Deuteronomio 22,20-21).
El evangelio de Mateo (1,18-24) narra cómo José no entendió cómo su esposa María estaba encinta sin que hubiesen tenido relaciones conyugales. Como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Pero el Ángel del Señor Dios se le apreció en sueños y le dijo que su esposa estaba encinta por obra de la Rúaj Santa y que tendría un hijo, a quién José debería ponerle el nombre de Jesús, que significa “Yahvé salva”. Así se cumplió la profecía: “Vean que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán por nombre Emanuel” (Isaías 7,14).
La Iglesia Católica sostiene que el Hijo de Dios, a quien conocemos como el Logos o el Verbo, se encarnó milagrosamente en el seno de la Virgen María. Hoy en día podemos explicar que María como toda mujer ovuló normalmente al llegar a la edad de la pubertad. Pero milagrosamente ese óvulo fue fecundado, pasando a ser cigoto, o sea embrión mono celular, en el cual el Verbo Divino se encarnó.
Recordemos que el útero de la mujer suele tener una membrana, llamada himen, la cual se rompe cuando tiene relaciones sexuales, dejando físicamente de ser virgen. La Iglesia Católica ya desde tiempos antiguos cree que María dio a luz a su hijo, permaneciendo virgen.
El Protoevangelio de Santiago (XX), documento apócrifo al que se reconoce cierto valor histórico, describe que una partera llamada Salomé quiso comprobar físicamente que María era virgen e introdujo su dedo. Su mano quedó carbonizada y ella se arrepintió de su incredulidad, aunque luego pidió perdón y fue sanada.
El Concilio Vaticano II Const. Dogmática Lumen Gentium 55) declaró: “Ella, María, es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será Emanuel” (Cf. Isaías 7,14; Miqueas 5,2-3; Mateo 1,22-23). Hoy en día celebrar la purificación de María nos ayuda a comprender mejor el plan de Dios y ponerlo en práctica, defendiendo a las mujeres para que no sean abusadas y sancionando a los varones que las violaron. Si están embarazadas hay que ayudarlas para que den a luz, protejan y cuiden a sus hijos. Si no pueden cuidarlos se deben buscar ayudas para acogerlos y si es posible y conveniente adoptarlos.
Recordemos las palabras del Evangelio: “Jesús, adivinando lo que pensaban, cogió de la mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo: “El que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado. El más pequeño de todos vosotros es el más importante”. (Lucas 9,46-50).
Recordemos cómo María fue la Madre de Jesús. El Evangelio de Lucas (1,26-38) narra cómo el Ángel Gabriel anunció a María: “No temas, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús. Él será grande y se llamará ‘Hijo del Altísimo’”.
María quedó perpleja ya que ella había prometido no tener hijos, como sacrificio por los pecados del pueblo, identificándose así con la “Hija de Sion” pecadora, pero arrepentida, a quien Dios perdona (Isaías 1,8; 54; 62). Por eso preguntó al Ángel: “¿Cómo puede ser esto, ya que no conozco varón?”. El Ángel le respondió: “La Santa Rúaj (Espíritu) vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cobijará bajo su sombra. Por eso el que nacerá de ti será llamado Santo, Hijo del Altísimo”. María aún sin comprender plenamente cómo, permaneciendo virgen, iba a ser madre, creyó en la profecía del Ángel y respondió: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra”.
María cumplió las normas prescritas en la Ley de Moisés para las mujeres embarazadas (Levítico 12; 5,1-10). La mujer que daba a luz a un hijo varón quedaba impura durante 7 días como en el tiempo de sus reglas y, además, debía permanecer en su casa otros 33 días más, purificándose de su sangre, sin poder tocar ninguna cosa santa ni ir al santuario. Si dio a luz a una hija el tiempo de impureza se duplicaba.
Al dar a luz a un hijo varón, la madre, al cumplirse los 40 días, debía presentar al sacerdote un cordero de un año o, si el dinero no le alcanzaba, dos pichones, uno como holocausto y otro como sacrificio por el pecado. El sacerdote hacía expiación por ella para que recuperase su pureza legal. Por ser pobres, María juntamente con su esposo José ofrecieron únicamente dos tórtolas o dos pichones, de los cuales uno era quemado como holocausto, mientras que el otro era degollado y con su sangre el sacerdote rociaba el altar en sacrificio por el pecado.
A los 40 días del nacimiento de Jesús, su madre y José fueron con el niño al Templo de Jerusalén para cumplir el rito de la purificación de María. Ella, aun siendo pura, cumplió ese rito con profunda humildad y también en solidaridad para no castigar a las madres embarazadas irregularmente, a quienes la Ley de Moisés consideraba impuras y ordenaba apedrearlas (Juan 8,1-11; Deuteronomio 22,20-21).
El evangelio de Mateo (1,18-24) narra cómo José no entendió cómo su esposa María estaba encinta sin que hubiesen tenido relaciones conyugales. Como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Pero el Ángel del Señor Dios se le apreció en sueños y le dijo que su esposa estaba encinta por obra de la Rúaj Santa y que tendría un hijo, a quién José debería ponerle el nombre de Jesús, que significa “Yahvé salva”. Así se cumplió la profecía: “Vean que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán por nombre Emanuel” (Isaías 7,14).
La Iglesia Católica sostiene que el Hijo de Dios, a quien conocemos como el Logos o el Verbo, se encarnó milagrosamente en el seno de la Virgen María. Hoy en día podemos explicar que María como toda mujer ovuló normalmente al llegar a la edad de la pubertad. Pero milagrosamente ese óvulo fue fecundado, pasando a ser cigoto, o sea embrión mono celular, en el cual el Verbo Divino se encarnó.
Recordemos que el útero de la mujer suele tener una membrana, llamada himen, la cual se rompe cuando tiene relaciones sexuales, dejando físicamente de ser virgen. La Iglesia Católica ya desde tiempos antiguos cree que María dio a luz a su hijo, permaneciendo virgen.
El Protoevangelio de Santiago (XX), documento apócrifo al que se reconoce cierto valor histórico, describe que una partera llamada Salomé quiso comprobar físicamente que María era virgen e introdujo su dedo. Su mano quedó carbonizada y ella se arrepintió de su incredulidad, aunque luego pidió perdón y fue sanada.
El Concilio Vaticano II Const. Dogmática Lumen Gentium 55) declaró: “Ella, María, es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será Emanuel” (Cf. Isaías 7,14; Miqueas 5,2-3; Mateo 1,22-23). Hoy en día celebrar la purificación de María nos ayuda a comprender mejor el plan de Dios y ponerlo en práctica, defendiendo a las mujeres para que no sean abusadas y sancionando a los varones que las violaron. Si están embarazadas hay que ayudarlas para que den a luz, protejan y cuiden a sus hijos. Si no pueden cuidarlos se deben buscar ayudas para acogerlos y si es posible y conveniente adoptarlos.
Recordemos las palabras del Evangelio: “Jesús, adivinando lo que pensaban, cogió de la mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo: “El que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado. El más pequeño de todos vosotros es el más importante”. (Lucas 9,46-50).
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