Sucedió entonces que Jeroboán salía de Jerusalén y se le presento el profeta Ajías de Siló cubierto con un manto nuevo.
Estando los dos solos en campado abierto, tomó Ajías el manto nuevo que llevaba puesto, lo rasgó en doce jirones y dijo a Jeroboán: «Toma diez jirones para ti, porque así dice el Señor, Dios de Israel: “Rasgaré el reino de manos de Salomón y te daré diez tribus. La otra tribu será para él, en atención a mi siervo David y a Jerusalén, la ciudad que me elegí entre todas las tribus de Israel”». Así Israel se rebeló contra la casa de David, hasta el día hoy.
En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano.
El, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua.
Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá», (esto es: «ábrete»).
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente.
Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos.
Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
Palabra del Señor.
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