Nacidos en Brescia (Lombardía). Son dos hermanos varones aunque el nombre del segundo nos induzca a confusión. Fueron bautizados desde pequeños y siempre estuvieron unidos por lazos aún más fuertes que los de la sangre.
Apolonio, obispo de Brescia, los llamó al sacerdocio; a Faustino lo hizo presbítero y a Jovita, más joven, diácono. Con la consagración se aumenta el fervor de los hermanos. Sienten ahora más profundamente la responsabilidad de ser fieles para no defraudar a los que ha llegado su fama de propagadores de la doctrina de Cristo. Hasta les ha hecho populares su bondad; la gente los busca para oírles hablar del Señor; incluso los paganos quieren escuchar las doctrinas que les son extrañas, pero que tienen tanto que ver con la verdad. Ya comienzan algunos a destrozar sus propios ídolos.
Marchaban bien las cosas hasta que se encendió el fuego de la persecución.
El cacique aprovecha la coyuntura de que el emperador Adriano se les hace próximo al pasar por Liguria. Les acusa ante las autoridades romanas de querer destrozar al Imperio por la ofensa que infiere a los dioses que son su fundamento. El emperador toma cartas en el asunto porque lo que le ha llegado es que Faustino y Jovita son unos embaucadores; sí, engañan con magia, son poderosos en las palabras y adoran a un judío que murió crucificado llamado Jesucristo. Han lavado el cerebro a mucha gente honrada; los templos están desiertos y los dioses abandonados ¡Hay que salvar al Imperio!
Era cosa tan sencilla ofrecer unos granos de incienso en el templo del dios Sol... pero no hubo manera de que lo hicieran. Eso es llanamente apostasía. Mueren con la cabeza cortada en el camino de Cremona, en el año 122.
El buen sentido de los cristianos adornó luego la magnífica figura de sus ejemplares héroes mártires con narración apócrifa que rellenara los huecos de la escueta y seca historia. Dicen esos relatos que aún hicieron mucho mayor bien del que se desprende de la entrega de sus vidas. Es ingenuo, pero conmovedor el añadido posterior. Si entretiene, podemos seguir leyendo.
Fueron apresados y puestos a disposición del emperador. Ante la mantenida negativa a sacrificar, resultó que la estatua idolátrica del dios Sol se tiñó de negro y, cuando los servidores del templo pagano se dispusieron a limpiarla, se deshizo en un montón de polvo. Después los echaron a las fieras, pero los cuatro leones del circo se mostraron mansos y echados a sus pies; lo mismo pasó con los osos y leopardos. Aunque en realidad no eran tan mansos porque el delator -que bajó furioso a la arena para excitar a las fieras- fue devorado por ellos. La gente que presenciaba el espectáculo huyó despavorida a sus casas dejando las puestas abiertas y Faustino y Jovita mandaron los bichos al campo.
El emperador, continúa el fabuloso relato, también se asustó; pero quiso sacar partido de los dos hermanos. Se le ocurrió la idea de utilizarlos en su provecho haciendo que recorrieran las ciudades de Italia para divertir con su magia a la gente en el circo. Milán, primero; Nápoles, luego. En todas partes los prodigios se repitieron y fue providencial la marcha para que muchos y en todas partes conocieran al Resucitado entre los tormentos y los prodigios que se contemplan en el cuerpo de los santos: plomo derretido, huesos apaleados, tormento de fuego aplicado a los costados. Su carcelero, Calocero, se convirtió y también murió mártir. Finalmente les cortaron la cabeza.
Apolonio, obispo de Brescia, los llamó al sacerdocio; a Faustino lo hizo presbítero y a Jovita, más joven, diácono. Con la consagración se aumenta el fervor de los hermanos. Sienten ahora más profundamente la responsabilidad de ser fieles para no defraudar a los que ha llegado su fama de propagadores de la doctrina de Cristo. Hasta les ha hecho populares su bondad; la gente los busca para oírles hablar del Señor; incluso los paganos quieren escuchar las doctrinas que les son extrañas, pero que tienen tanto que ver con la verdad. Ya comienzan algunos a destrozar sus propios ídolos.
Marchaban bien las cosas hasta que se encendió el fuego de la persecución.
El cacique aprovecha la coyuntura de que el emperador Adriano se les hace próximo al pasar por Liguria. Les acusa ante las autoridades romanas de querer destrozar al Imperio por la ofensa que infiere a los dioses que son su fundamento. El emperador toma cartas en el asunto porque lo que le ha llegado es que Faustino y Jovita son unos embaucadores; sí, engañan con magia, son poderosos en las palabras y adoran a un judío que murió crucificado llamado Jesucristo. Han lavado el cerebro a mucha gente honrada; los templos están desiertos y los dioses abandonados ¡Hay que salvar al Imperio!
Era cosa tan sencilla ofrecer unos granos de incienso en el templo del dios Sol... pero no hubo manera de que lo hicieran. Eso es llanamente apostasía. Mueren con la cabeza cortada en el camino de Cremona, en el año 122.
El buen sentido de los cristianos adornó luego la magnífica figura de sus ejemplares héroes mártires con narración apócrifa que rellenara los huecos de la escueta y seca historia. Dicen esos relatos que aún hicieron mucho mayor bien del que se desprende de la entrega de sus vidas. Es ingenuo, pero conmovedor el añadido posterior. Si entretiene, podemos seguir leyendo.
Fueron apresados y puestos a disposición del emperador. Ante la mantenida negativa a sacrificar, resultó que la estatua idolátrica del dios Sol se tiñó de negro y, cuando los servidores del templo pagano se dispusieron a limpiarla, se deshizo en un montón de polvo. Después los echaron a las fieras, pero los cuatro leones del circo se mostraron mansos y echados a sus pies; lo mismo pasó con los osos y leopardos. Aunque en realidad no eran tan mansos porque el delator -que bajó furioso a la arena para excitar a las fieras- fue devorado por ellos. La gente que presenciaba el espectáculo huyó despavorida a sus casas dejando las puestas abiertas y Faustino y Jovita mandaron los bichos al campo.
El emperador, continúa el fabuloso relato, también se asustó; pero quiso sacar partido de los dos hermanos. Se le ocurrió la idea de utilizarlos en su provecho haciendo que recorrieran las ciudades de Italia para divertir con su magia a la gente en el circo. Milán, primero; Nápoles, luego. En todas partes los prodigios se repitieron y fue providencial la marcha para que muchos y en todas partes conocieran al Resucitado entre los tormentos y los prodigios que se contemplan en el cuerpo de los santos: plomo derretido, huesos apaleados, tormento de fuego aplicado a los costados. Su carcelero, Calocero, se convirtió y también murió mártir. Finalmente les cortaron la cabeza.
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