lunes, 9 de agosto de 2021

09 de Agosto - Beato Florentino Asensio Barroso

Nació Florentino en Villasexmir, provincia de Valladolid y diócesis de Palencia, el 16 de octubre de 1877. Sus padres, Jacinto y Gabina, que poseían una pequeña tienda en el pueblo, tuvieron nueve hijos. Bautizaron a Florentino el 24 de octubre. A los diez años recibió su primera comunión.

Desde muy pequeño sintió inclinación por el sacerdocio. El párroco de su nuevo destino, Villavieja, le enseñó latín. Entró en el seminario de Valladolid, donde estudió filosofía y teología, con sobresaliente en todo. Se ordenó sacerdote en 1901. Fue párroco de Dueñas y dos años después, en 1903, fue nombrado capellán de las Hermanitas y luego de las Siervas de Jesús. En 1905 era ya capellán del arzobispo y mayordomo de palacio. Al año siguiente lo nombran catedrático de metafísica en la Universidad Pontificia. Y en 1918, consiliario del célebre Sindicato de Obreras, donde se sensibilizó y trabajó denodadamente en los problemas religiosos y sociales. «Fue todo corazón y un verdadero santo».

En 1935 le anuncian su nombramiento de administrador apostólico de la diócesis de Barbastro (Huesca). Él rehusaba, pero el nuncio le dijo:

–Yo no busco excusas, sólo le comunico la voluntad del papa. Lo demás, cuénteselo al Señor en la oración.

El 27 de enero de 1936 fue consagrado obispo. Tenía que tomar posesión en Barbastro el 15 de marzo, en unos momentos en que, tras el triunfo del llamado «Frente Popular», anticatólico, se palpaba ya la persecución del clero y de los fieles en toda España. Al despedirse de las monjas de Las Huelgas de Valladolid, ellas le dijeron:

–¡Oh, en qué tiempos le toca marcharse tan lejos!

Y monseñor Florentino les respondió:

–Todo se reduce a que me maten y así ir antes al cielo.

«HE AQUÍ QUE SUBIMOS A JERUSALÉN»

Su llegada a Barbastro fue una verdadera odisea. Al hacerse pública la fecha de la entrada solemne del nuevo obispo, se formaron piquetes revolucionarios y anarquistas en la carretera de Huesca, para provocar incidentes entre los católicos que le saldrían a esperar. Don Florentino, advertido, retrasó la entrada hasta el día siguiente, 16 de marzo, lunes, y fue directa y sigilosamente a la catedral, donde le esperaba una ingente multitud de fieles, ya advertidos. Al bajar del coche, tras la subida por detrás de la catedral, dijo:

–«Ya estamos aquí. Ecce ascendimus Hierosolymam»(He aquí que subimos a Jerusalén).

Y sonrió, lleno de paz y de conformidad. Aquellas primeras palabras produjeron en los oyentes una honda impresión.

Pocos días después, recibió del Ayuntamiento «popular» un oficio prohibiendo el toque de campanas en Barbastro y en los pueblos, la salida de procesiones y los entierros católicos. Varios pueblos impidieron a sus párrocos entrar en su iglesia, y se apoderaron de la vivienda de los curas. Poco antes habían asaltado el seminario, dirigidos por Pascual Sanz, el alcalde.

Pero el obispo no se amilanó. «Durante los cuatro meses que pastoreó la diócesis, dio pruebas de talento y de moderación». Logró otra sentencia favorable al seminario, de modo que los estudiantes pudieran acabar el curso; se presentó un día sencillamente en la sede de los anarquistas para dialogar sobre sus problemas. Muchos revolucionarios, al oírlo hablar, comentaron: «Pero este obispo no es como nos lo habían pintado». Ayudó a los obreros en paro, hasta el punto de darles 2.000 pesetas, cantidad respetable en aquellos tiempos y ofreció la construcción del muro del jardín del palacio.

Vio en seguida la necesidad de explicar el catecismo, a todos los niveles. Predicaba los domingos en la misa de 12 de la catedral, atiborrada siempre de fieles. Impulsó la Asociación de la Doctrina Cristiana, el Sindicato Católico, y la Adoración Nocturna.

Los anarquistas vigilaban y anotaban escondidos los nombres de los fieles, para incluirlos en las futuras «listas negras».

Cuando el 3 de julio de 1936 los anarquistas, presididos por el alcalde, asaltaron el seminario, el obispo logró salvar lo más valioso, ayudado por jóvenes de Acción Católica. De Zaragoza y de Huesca recibió el obispo la oferta de retirarse de Barbastro, pero él contestaba:

–Yo no abandono la viña que el Señor me ha confiado.

EN MANOS DE LOS ANARQUISTAS

A raíz de la sublevación del ejército en África y en muchas ciudades de España, Barbastro cayó en manos de los anarquistas. El 19 de julio comenzó la caza de curan en toda la diócesis. De curas, religiosos y católicos de relieve. La cárcel se llenó, hasta límites increíbles. Improvisaron como prisión el salón de los escolapios. A don Florentino le impidieron, primero, salir de palacio, incomunicado. El 23 lo llevaron, vestido de traje talar, al colegio de los escolapios. Desde allí, vio con tristeza la quema de «santos» junto a la iglesia de San Francisco. Lo vinieron a interrogar muchas veces.

En la noche del 8 de agosto recibió la orden de ir a declarar ante el «Comité». Presintió lo peor. Y, antes de salir, le pidió al rector de los escolapios que lo confesase. Al salir vestía sólo pantalón y chaleco. «Estuvo en la cárcel sólo unas horas». El carcelero se asomó por la ventanuca de la celda. Lo vio sentado en el suelo, como meditando. Le chistó: «Oiga usted. Estaría mejor en la tarima. Ahí se va a enfriar».

-Es igual, es igual. ,

El carcelero vio que llevaba un objeto entre las manos. Al llevarle la cena quiso cerciorarse de lo que el obispo parecía sujetar y medio esconder: era un rosario. Le rogó que lo ocultase. Le entregó la cena, que le enviaban de los escolapios. No quiso tomar nada.

-Déselo a uno de sus hijos.

CAMINO DEL CALVARIO

A la hora de la ejecución lo fueron a buscar a la celda. M. A., el «Enterrador, jefe de los pelotones de ejecución, le dio un empujón y le dijo:

-A éste, como es el pez gordo, lo ato yo.

Le ató con alambre, las manos detrás de la espalda. Allí estaban varios del piquete. Lo llenaron de insultos y blasfemias. Y lo condujeron al «rastrillo». Allí se consumó la burla más sangrienta y nefanda de la historia de Barbastro. El «oculista» incitó a un peón analfabeto, A. G.:

Tú, ¿no decías que querías comer co... de obispo?

«Obligaron al obispo a tenderse en el suelo», «en las baldosas». Le bajaron las ropas, entre carcajadas. El revolucionario sacó una navaja cabritera y le cortó en vivo los testículos. El obispo palideció, pero no se inmutó. Ahogó un grito de dolor y musitó una oración al Señor de las cinco tremendas llagas.

En el suelo había un ejemplar de «Solidaridad Obrera», donde el ejecutor recogió los despojos, para enseñarlos en los bares abiertos de Barbastro.

Los testigos aseguran que aquel guiñapo de hombre, el santo y mártir obispo de Barbastro, se habría derrumbado, si no lo hubieran atado codo con codo, a otro hombre mucho más alto y recio, que lo mantuvo en pie, aterrado y mudo. Lo cosieron con esparto, como a un caballo destripado.

El «Enterrador» rezongó: «Habéis tenido el capricho de hacer eso, y ahora vamos a tenerlo que llevar a cuestas hasta el camión, a ver si se enfría».

«Le obligaron a ir por su propio pie, chorreando sangre, a primeras horas del día 9 de agosto». Para los asesinos era un perro, una pobre bestia amansada y derruida. Ante los ojos de Dios era la imagen ensangrentada y bellísima de un nuevo mártir, en el trance supremo de su inmolación.

Al salir, el prelado dijo: «¡Qué noche más hermosa ésta para mí: voy a la casa del Señor!»

-Se ve que no sabe a dónde le llevamos...

-Me lleváis a la gloria. Yo os perdono. En el cielo rogaré por vosotros.

-Anda, tocino, date prisa -le respondían.

Un miliciano le golpeó en la boca y le dijo: «¡Toma la comunión!»

«El camino fue horroroso; no podía andar por las mutilaciones». Extenuado, llegó al lugar de la ejecución. Al recibir la descarga, los milicianos le oyeron decir: «Señor, compadécete de mí».

Pero el obispo no murió aún. Consta que le rompieron varias costillas, «a patadas», lo entraron en el cementerio y lo arrojaron sobre un montón de cadáveres hacinados.

«Su agonía duró sobre una hora -dice el escolapio Mompel, que observaba todo desde el último piso-; no le dieron el tiro de gracia al principio, sino que lo dejaron morir para que sufriera más.»

La agonía le arrancaba lamentos: Dios mío, ábreme pronto las puertas del cielo». Uno oyó que «ofrecía su sangre por la salvación de su diócesis».

Volvieron unos »escopeteros y lo remataron.

El papa Juan Pablo II lo beatificó, junto al gitano mártir, «El Pelé» (- 4 de mayo). En aquella ocasión, dijo el papa: «El obispo, como maestro y guía en la fe para su pueblo, está llamado a confesarla con las palabras y obras. Monseñor Asensio llevó hasta sus últimas consecuencias su responsabilidad de pastor al morir por la fe que vivía y predicaba. En los últimos momentos de su vida, tras haber sufrido vejatorios y lacerantes tormentos, ante la pregunta de uno de sus verdugos sobre si conocía el destino que le esperaba, contestó con serenidad y firmeza: "Voy al paraíso". Proclamaba así su inquebrantable fe en Cristo, vencedor de la muerte y dador de vida eterna. Al ser elevado hoy a la gloria de los altares, el Beato Florentino Asensio Barroso sigue alentando con su ejemplo la fe de los fieles de esa amada diócesis aragonesa y vela por ella con su intercesión» (Roma, 4 de mayo de 1997).

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