sábado, 4 de mayo de 2019

Beato Ladislao de Gielnow


Sacerdote de los Hermanos Menores que se distinguió por predicar con el ejemplo y las palabras, así como por su vida de intensa oración. Escribió obras poéticas y religiosas. Ocupó varios cargos de responsabilidad en su Orden y fue partidario de la reforma promovida por san Bernardino de Siena y san Juan de Capistrano.

Nació en Gielnow (Polonia) hacia el año de 1440. Fue bautizado con el nombre de Juan. Desde temprana edad sintió el llamado de Cristo a llevar una vida religiosa.

Entró en la Orden de los Hermanos Menores en el convento de Cracovia. Realizó los estudios de Filosofía y Teología, y logró la admiración de dos ilustres discípulos: San Juan Cancio y el Beato Simón de Lipnica.

Al año de noviciado, el 1 de agosto de 1457, vistió el hábito franciscano y cambió su nombre por el de Ladislao; años después, se consagró como sacerdote.

Se dedicó a la predicación con tanto celo, que emuló a los santos y gloriosos hermanos de su tiempo. Recorrió ciudades y pueblos anunciando por doquier el Reino de Dios. Su elocuencia viva y atrayente era glorificada por la santidad y los prodigios. Procuraba hacer ver que la mejor manera de predicar es el ejemplo, el cual debe preceder a las palabras. Por ello, multitudes acudían en torno a su púlpito para escucharlo y volver a sus actividades cotidianas por el camino de la virtud.

Fue elegido varias veces Ministro provincial. Cuando desempeñó dicho cargo, visitó a pie los 24 conventos que le eran encomendados, en repetidas ocasiones; estuvo dos veces en Italia, donde formó parte en el Capítulo general de la Orden. Durante su gobierno envió misioneros a Lituania y Rusia para convertir a los herejes y cismáticos; se sabe que fueron numerosas las conversiones.

Al volver a su patria, predicó asiduamente por ocho años más, y escribió obras religiosas, poesías y cantos. Compuso las «Ordenaciones» de su Provincia, que fueron aprobadas el 28 de mayo de 1498 por el Capítulo general de Urbino.

La seráfica pobreza de Ladislao era grande: se contentaba con lo necesario, quería conventos y vocaciones que no desdijeran de la vida franciscana. Predicaba con tanto fervor las verdades de la fe, que parecía un San Antonio de Padua redivivo. Después de sus predicaciones, se ejecutaban cantos religiosos compuestos y musicalizados por él mismo.

En tiempos de guerra, el Beato Ladislao invitaba al pueblo a hacer penitencias y, organizaba procesiones penitenciales para atraer la protección de Dios sobre su patria.

Era muy devoto a la Santísima Virgen, e inculcaba la recitación diaria de la corona franciscana; sus fieles, lo acompañaban a rezar con devoción esta oración. Sus biógrafos afirman que la Virgen María le demostró su gratitud, apareciéndosele varias veces y dándole en brazos al Niño Jesús.

El Viernes Santo de 1505, mientras predicaba la Pasión de Cristo, al llegar a la descripción de la flagelación, entró en éxtasis. El pueblo admiraba entusiasmado al santo religioso que, apenas vuelto en sí, sintió que se le acababan las fuerzas. Éste era el anuncio de su muerte cercana.

Después de un mes de sufrimientos soportados con resignación, expiró serenamente en Varsovia, el 4 de mayo de 1505. Por su intercesión se obtuvieron muchas gracias y curaciones.

El Papa Benedicto XIV aprobó su culto el 11 de febrero de 1750.

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