«La niña del Cristo, como fue conocida esta venezolana, cofundadora de las Agustinas Recoletas del Corazón de Jesús, no tuvo otra pasión que la Eucaristía. Su misión apostólica estuvo centrada en la acción hospitalaria»
«Quiero ser santa, pero santa de verdad». Fue el cumplido anhelo de Laura Evangelista. Su madre Margarita contribuyó en este empeño infundiéndole el amor a Cristo y a la Eucaristía. Con este legado cooperaba en una admirable labor que haría célebre en la tierra a su querida hija. Luego ella, con su entrega, se hizo receptora de una eterna morada en el cielo.
Nació en Choroní, Aragua, Venezuela el 25 de abril de 1875. Fue la mayor de cuatro hermanos. Formaron parte de su infancia piedad, inocencia evangélica, espíritu de servicio y entrañas de misericordia por los desfavorecidos. También un amor a la verdad que nunca traicionó encarnando lo consignado por Cristo: «Decid sencillamente sí o no; todo lo que pasa de esto viene del maligno» (Mt 5, 37). Vivió en Turmero y desde los 5 años en Maracay. Poseía inteligencia y una excepcional memoria. Aprendió a leer a corta edad y aprovechó los medios que sus padres pusieron a su alcance para que recibiese una esmerada educación que la liberó del analfabetismo imperante en la época. Huía de la vanidad y de intereses mundanos. Y sentía especial deleite al visitar a los enfermos junto a su madre, compartiendo con ella sus obras de misericordia. Su entretenimiento era construir altares con los recortes sobrantes de madera de la carpintería paterna, algo que hacía a escondidas. Y su confesada pasión: «En la Eucaristía está mi tesoro y allí está mi corazón».
A los 13 años decidió consagrarse, aunque sus padres pensaban en un matrimonio. El 16 de julio de 1888 mientras rezaba en la iglesia de Maracay: «Me inspiró el dulce Jesús del tabernáculo a preguntarle: ¿Y no puedo unirme a ti (en matrimonio), como las demás mujeres a los hombres?».La respuesta afirmativa se abrió paso dentro de sí con potente fulgor. Y el 8 de diciembre de ese año, con la anuencia del párroco Antonio Ferrer, pronunció voto privado de virginidad, se desprendió de lo que consideraba superfluo y pendió sobre su cuello la cruz que le hizo acreedora del nombre «La niña del Cristo». Además, creó en su casa una especie de escuela para los pequeños a los que impartía catequesis, acción que extendió después a los jóvenes de la parroquia. Sus padres y familiares apoyaron la iniciativa.
Dio los primeros pasos en la vida religiosa conducida por el sacerdote Vicente López Aveledo. Primeramente colaboró con las necesidades de la parroquia ocupándose de los ornamentos religiosos, hasta que el 8 de diciembre de 1893 este intrépido apóstol fundó la Sociedad de las Hijas de María en la que se integró. Él acompañó a la beata en su proceso de discernimiento vocacional una vez que supo de su intención de ingresar en clausura. Era una decisión difícil de materializar porque el gobierno de turno había suprimido conventos y seminarios. Para cumplir su sueño ella debía viajar a otros países. España o la isla de Trinidad eran los seguros. Pasó un periodo de reflexión y oración fortaleciendo su afán de consagrarse plenamente sin atender a presiones de una hermana que intentó disuadirla. En ese tiempo se desató una virulenta epidemia de viruela y sumó sus fuerzas a las del padre Vicente que se desvivía por los damnificados. Él tuvo la brillante idea de habilitar un espacio para asistir a los afectados, que fue origen del primer hospital de la ciudad. En noviembre de 1893 Laura pasó a formar parte de la directiva del centro puesto bajo la advocación de san José. Entregada por completo a esta caritativa labor, únicamente regresaba al domicilio de sus padres para descansar. Fue el inicio de la línea apostólica que marcaría su vida: la atención hospitalaria.
Dios nos pone al lado de las personas que precisamos para conquistar la santidad. Algunas de trato áspero se convierten, quizá inconscientemente, en peldaños que conducen a ella. Durante un tiempo Laura vivió esa experiencia con Antonia del Castillo, que rigió el hospital. «Misia Antonia» le hizo sufrir, pero no dejó de amarla en Cristo. Antepuso humildad y obediencia guardando silencio ante los despropósitos y pruebas diversas a las que era sometida. Sin embargo, enfermó gravemente y Antonia recapacitó. Pidió traslado a otro lugar en cumplimiento de una promesa hecha para que Laura sanase, y efectivamente se recuperó. Después la beata diría: «Ella fue mi maestra, mi gran maestra». En 1899 asumió la dirección del hospital. A finales de año atravesó una crisis espiritual en medio de la cual sintió una fuerte convicción que provenía de lo alto: «Mi gracia te basta». Luego escribió esta nota: «!Ah, Señor, habéis aceptado mi sacrificio! Bendito seas». Al parecer su ofrenda fue motivada por la salvación de su padre que le preocupaba. A los pocos días éste sufrió una congestión cerebral, y ella prometió ayuno perpetuo a la Virgen de las Mercedes si le concedía esa gracia. Antes de expirar, su progenitor pudo confesarse y regular su situación personal, ya que no estaba legalmente casado. Laura cumplió estrictamente su compromiso durante diez años hasta que fue eximida de él por su confesor.
En 1901 junto al P. López fundó las Agustinas Recoletas del Corazón de Jesús. Profesó en 1903 y fue designada superiora general. Maracaibo, Ciudad Bolívar, Caracas, Coro, entre otras ciudades, fueron escenarios de su extraordinaria labor en los hospitales y en cuarteles. En ellos cuidó a los enfermos prodigándoles su ternura. En 1905 llena de fe fundó el asilo «Inmaculada Concepción» de Maracay, aunque el P. López tenía dudas de su viabilidad. En los hogares dispuso lo preciso para preservar a los niños de los peligros que les acechaban dándoles una buena formación. Llevada por su amor a la Eucaristía obtuvo licencia eclesiástica para tenerla en cada una de las casas que abría; ello prevalecía por encima de toda carencia: «¡Un sagrario más! Ya las penas y pobrezas serán aliviadas con la dulce presencia del Dios de nuestros altares, la por siempre amada, la adorable Eucaristía». Murió en Maracay el 2 de abril de 1967. Juan Pablo II la beatificó el 7 de mayo de 1995.
«Quiero ser santa, pero santa de verdad». Fue el cumplido anhelo de Laura Evangelista. Su madre Margarita contribuyó en este empeño infundiéndole el amor a Cristo y a la Eucaristía. Con este legado cooperaba en una admirable labor que haría célebre en la tierra a su querida hija. Luego ella, con su entrega, se hizo receptora de una eterna morada en el cielo.
Nació en Choroní, Aragua, Venezuela el 25 de abril de 1875. Fue la mayor de cuatro hermanos. Formaron parte de su infancia piedad, inocencia evangélica, espíritu de servicio y entrañas de misericordia por los desfavorecidos. También un amor a la verdad que nunca traicionó encarnando lo consignado por Cristo: «Decid sencillamente sí o no; todo lo que pasa de esto viene del maligno» (Mt 5, 37). Vivió en Turmero y desde los 5 años en Maracay. Poseía inteligencia y una excepcional memoria. Aprendió a leer a corta edad y aprovechó los medios que sus padres pusieron a su alcance para que recibiese una esmerada educación que la liberó del analfabetismo imperante en la época. Huía de la vanidad y de intereses mundanos. Y sentía especial deleite al visitar a los enfermos junto a su madre, compartiendo con ella sus obras de misericordia. Su entretenimiento era construir altares con los recortes sobrantes de madera de la carpintería paterna, algo que hacía a escondidas. Y su confesada pasión: «En la Eucaristía está mi tesoro y allí está mi corazón».
A los 13 años decidió consagrarse, aunque sus padres pensaban en un matrimonio. El 16 de julio de 1888 mientras rezaba en la iglesia de Maracay: «Me inspiró el dulce Jesús del tabernáculo a preguntarle: ¿Y no puedo unirme a ti (en matrimonio), como las demás mujeres a los hombres?».La respuesta afirmativa se abrió paso dentro de sí con potente fulgor. Y el 8 de diciembre de ese año, con la anuencia del párroco Antonio Ferrer, pronunció voto privado de virginidad, se desprendió de lo que consideraba superfluo y pendió sobre su cuello la cruz que le hizo acreedora del nombre «La niña del Cristo». Además, creó en su casa una especie de escuela para los pequeños a los que impartía catequesis, acción que extendió después a los jóvenes de la parroquia. Sus padres y familiares apoyaron la iniciativa.
Dio los primeros pasos en la vida religiosa conducida por el sacerdote Vicente López Aveledo. Primeramente colaboró con las necesidades de la parroquia ocupándose de los ornamentos religiosos, hasta que el 8 de diciembre de 1893 este intrépido apóstol fundó la Sociedad de las Hijas de María en la que se integró. Él acompañó a la beata en su proceso de discernimiento vocacional una vez que supo de su intención de ingresar en clausura. Era una decisión difícil de materializar porque el gobierno de turno había suprimido conventos y seminarios. Para cumplir su sueño ella debía viajar a otros países. España o la isla de Trinidad eran los seguros. Pasó un periodo de reflexión y oración fortaleciendo su afán de consagrarse plenamente sin atender a presiones de una hermana que intentó disuadirla. En ese tiempo se desató una virulenta epidemia de viruela y sumó sus fuerzas a las del padre Vicente que se desvivía por los damnificados. Él tuvo la brillante idea de habilitar un espacio para asistir a los afectados, que fue origen del primer hospital de la ciudad. En noviembre de 1893 Laura pasó a formar parte de la directiva del centro puesto bajo la advocación de san José. Entregada por completo a esta caritativa labor, únicamente regresaba al domicilio de sus padres para descansar. Fue el inicio de la línea apostólica que marcaría su vida: la atención hospitalaria.
Dios nos pone al lado de las personas que precisamos para conquistar la santidad. Algunas de trato áspero se convierten, quizá inconscientemente, en peldaños que conducen a ella. Durante un tiempo Laura vivió esa experiencia con Antonia del Castillo, que rigió el hospital. «Misia Antonia» le hizo sufrir, pero no dejó de amarla en Cristo. Antepuso humildad y obediencia guardando silencio ante los despropósitos y pruebas diversas a las que era sometida. Sin embargo, enfermó gravemente y Antonia recapacitó. Pidió traslado a otro lugar en cumplimiento de una promesa hecha para que Laura sanase, y efectivamente se recuperó. Después la beata diría: «Ella fue mi maestra, mi gran maestra». En 1899 asumió la dirección del hospital. A finales de año atravesó una crisis espiritual en medio de la cual sintió una fuerte convicción que provenía de lo alto: «Mi gracia te basta». Luego escribió esta nota: «!Ah, Señor, habéis aceptado mi sacrificio! Bendito seas». Al parecer su ofrenda fue motivada por la salvación de su padre que le preocupaba. A los pocos días éste sufrió una congestión cerebral, y ella prometió ayuno perpetuo a la Virgen de las Mercedes si le concedía esa gracia. Antes de expirar, su progenitor pudo confesarse y regular su situación personal, ya que no estaba legalmente casado. Laura cumplió estrictamente su compromiso durante diez años hasta que fue eximida de él por su confesor.
En 1901 junto al P. López fundó las Agustinas Recoletas del Corazón de Jesús. Profesó en 1903 y fue designada superiora general. Maracaibo, Ciudad Bolívar, Caracas, Coro, entre otras ciudades, fueron escenarios de su extraordinaria labor en los hospitales y en cuarteles. En ellos cuidó a los enfermos prodigándoles su ternura. En 1905 llena de fe fundó el asilo «Inmaculada Concepción» de Maracay, aunque el P. López tenía dudas de su viabilidad. En los hogares dispuso lo preciso para preservar a los niños de los peligros que les acechaban dándoles una buena formación. Llevada por su amor a la Eucaristía obtuvo licencia eclesiástica para tenerla en cada una de las casas que abría; ello prevalecía por encima de toda carencia: «¡Un sagrario más! Ya las penas y pobrezas serán aliviadas con la dulce presencia del Dios de nuestros altares, la por siempre amada, la adorable Eucaristía». Murió en Maracay el 2 de abril de 1967. Juan Pablo II la beatificó el 7 de mayo de 1995.
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