SAN JULIÁN DE TOLEDO murió en el 683, y es el escritor más prolífico de la escuela toledana. Fue educado en la escuela de la catedral de Toledo, de donde fue elegido obispo a fines del 679. Intervino en cuatro concilios de Toledo, y su nombre va unido a aquel malentendido con el papa a propósito de la condenación de los monotelitas; fue en relación con esto que escribió dos defensas o Apologías. Otras obras suyas son un Pronóstico del siglo venidero, que es un tratado dogmático sobre el estado de las almas después de la muerte; un tratado para convencer a los judíos de que Cristo es el salvador que esperaban; un tratado para resolver las aparentes contradicciones de los libros de la Escritura; una gramática; y, de interés para la historia, un libro sobre la rebelión del duque Paulo contra Wamba en la Septimania; tiene también un Elogio de San Ildefonso, en el que incluye un catálogo de las obras que escribió. Muchas otras obras de San Julián, de las que tenemos noticia, se han perdido.
Pronóstico del siglo venidero
El temor de la muerte corpórea: Todos los hombres temen la muerte de la carne, y pocos la del alma. Todos procuran que no llegue la muerte de la carne, que ciertamente ha de llegar algún día: por eso sufren. Se esfuerza para no morir, el hombre que ha de morir; y no se esfuerza para no pecar, el hombre que ha de vivir eternamente. Y cuando se esfuerza para no morir, sin razón se esfuerza; pues puede diferir la muerte, pero no evitarla. En cambio, si no peca, no se esfuerza en vano, y vivirá para siempre. ¡Oh, si pudiéramos despertar a los hombres, y despertarnos nosotros mismos junto con ellos, para que fuéramos tan amantes de la vida que permanece como lo somos de la vida que perece! ¿Qué no hace el hombre que está en peligro de muerte? Con la espada sobre su cabeza, los hombres han entregado todo lo que guardaban para vivir; ¿quién no lo entregó enseguida para evitar ser muerto, y quizá después de la entrega lo fue? ¿Quién, para vivir, no dio enseguida lo necesario para la vida, prefiriendo una vida indigente a una muerte inminente? ¿A quién se dijo: «Hazte a la mar si no quieres morir», y no lo hizo enseguida? ¿A quién se dijo: «Trabaja o muere», y se hizo el perezoso? Cosas leves son las que nos manda Dios para que vivamos para siempre, y descuidamos obedecerle. No te dice Dios: «Destruye todo lo que tienes, y vivirás poco tiempo, angustiado, y con trabajos»; sino: «Da al pobre de lo que tienes, y vivirás para siempre, seguro, y sin trabajos». Nos acusan los amadores de la vida temporal, que no la tienen cuando quieren ni todo el tiempo que la quieren; y nosotros, ¿no nos acusamos unos a otros, tan holgazanes, tan tibios para alcanzar una vida eterna que, si queremos, la tendremos, y cuando la tengamos no la perderemos? Pues esta muerte que tememos, aunque no la queramos, la tendremos.
(1, 11; traducción hecha sobre PL 96, 465-466)
El fin sin fin en el cual alabaremos a Dios interminablemente:
Nuestro fin es Cristo que nos perfecciona; Él mismo será nuestro descanso y nuestra alabanza, a Él alabaremos por los siglos de los siglos, y alabándolo lo amaremos sin fin. Allí se celebrará verdaderamente, como dice el santísimo doctor Agustín, el mayor de todos los sábados, aquel que no tiene anochecer. Lo cual anunció el Señor en las primeras obras del mundo, pues se lee: Y descansó Dios el día séptimo de todos sus trabajos; y lo santificó, porque en él descansó de todos sus trabajos. También nosotros llegaremos al día séptimo cuando hayamos sido llenados de su bendición y seamos perfectos. Allí se cumplirá descansad y ved que Yo soy el Señor. Entonces será verdaderamente nuestro sábado, al fin del cual no vendrá la noche, sino el domingo, el día del Señor o día octavo que ha sido preparado por la resurrección de Cristo. Allí descansaremos y veremos, veremos y amaremos, amaremos y alabaremos. Será un fin sin fin. ¿Acaso hay otro fin para nosotros sino llegar al reino que no conoce fin?
Pronóstico del siglo venidero
El temor de la muerte corpórea: Todos los hombres temen la muerte de la carne, y pocos la del alma. Todos procuran que no llegue la muerte de la carne, que ciertamente ha de llegar algún día: por eso sufren. Se esfuerza para no morir, el hombre que ha de morir; y no se esfuerza para no pecar, el hombre que ha de vivir eternamente. Y cuando se esfuerza para no morir, sin razón se esfuerza; pues puede diferir la muerte, pero no evitarla. En cambio, si no peca, no se esfuerza en vano, y vivirá para siempre. ¡Oh, si pudiéramos despertar a los hombres, y despertarnos nosotros mismos junto con ellos, para que fuéramos tan amantes de la vida que permanece como lo somos de la vida que perece! ¿Qué no hace el hombre que está en peligro de muerte? Con la espada sobre su cabeza, los hombres han entregado todo lo que guardaban para vivir; ¿quién no lo entregó enseguida para evitar ser muerto, y quizá después de la entrega lo fue? ¿Quién, para vivir, no dio enseguida lo necesario para la vida, prefiriendo una vida indigente a una muerte inminente? ¿A quién se dijo: «Hazte a la mar si no quieres morir», y no lo hizo enseguida? ¿A quién se dijo: «Trabaja o muere», y se hizo el perezoso? Cosas leves son las que nos manda Dios para que vivamos para siempre, y descuidamos obedecerle. No te dice Dios: «Destruye todo lo que tienes, y vivirás poco tiempo, angustiado, y con trabajos»; sino: «Da al pobre de lo que tienes, y vivirás para siempre, seguro, y sin trabajos». Nos acusan los amadores de la vida temporal, que no la tienen cuando quieren ni todo el tiempo que la quieren; y nosotros, ¿no nos acusamos unos a otros, tan holgazanes, tan tibios para alcanzar una vida eterna que, si queremos, la tendremos, y cuando la tengamos no la perderemos? Pues esta muerte que tememos, aunque no la queramos, la tendremos.
(1, 11; traducción hecha sobre PL 96, 465-466)
El fin sin fin en el cual alabaremos a Dios interminablemente:
Nuestro fin es Cristo que nos perfecciona; Él mismo será nuestro descanso y nuestra alabanza, a Él alabaremos por los siglos de los siglos, y alabándolo lo amaremos sin fin. Allí se celebrará verdaderamente, como dice el santísimo doctor Agustín, el mayor de todos los sábados, aquel que no tiene anochecer. Lo cual anunció el Señor en las primeras obras del mundo, pues se lee: Y descansó Dios el día séptimo de todos sus trabajos; y lo santificó, porque en él descansó de todos sus trabajos. También nosotros llegaremos al día séptimo cuando hayamos sido llenados de su bendición y seamos perfectos. Allí se cumplirá descansad y ved que Yo soy el Señor. Entonces será verdaderamente nuestro sábado, al fin del cual no vendrá la noche, sino el domingo, el día del Señor o día octavo que ha sido preparado por la resurrección de Cristo. Allí descansaremos y veremos, veremos y amaremos, amaremos y alabaremos. Será un fin sin fin. ¿Acaso hay otro fin para nosotros sino llegar al reino que no conoce fin?
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