En Lucca, en la Toscana, san Frigidiano, obispo, el cual, oriundo de Irlanda, reunió clérigos en un monasterio, y por el bien del pueblo desvió el curso del río Serchio para conseguir un fértil nuevo territorio, y convirtió a la fe católica a los lombardos que habían invadido el territorio.
En las inscripciones más antiguas el nombre es Frigianu o Frigdianus. Su fecha de nacimiento se desconoce, y como tierra de origen se indica Irlanda, tierra de evangelización de Occidente, la llamada «isla de los santos». Probablemente se había hecho monje en su patria; después vino a Roma como peregrino y estudiante; y más tarde lo encontramos como eremita en los alrededores de Lucca. Y allí lo van a buscar el clero y el pueblo de la ciudad para hacerlo su obispo, hacia el 560. Este hecho no resulta tan insólito en realidad: su vida austera y su cultura eran notorias, lo mismo que su energía. Cualidades todas siempre preciosas, pero además esenciales en aquellos años tormentosos.
En el 568 la invasión longobarda (ejército y pueblo: solados con sus familias, e incluso animales...) pone fin a la unidad de Italia. El territorio entero resulta dividido irregularmente, con una parte más extensa conquistada por los longobardos, y con las regiones más ricas en manos bizantinas. En las tierras ya pobres la pobreza crece, agravada por la rapiña de los recién llegados, que destruyen incluso el monasterio de Montecassino, y por la baja productividad de los terrenos, favorecida por el desorden en los regadíos. En el territorio de Lucca, las aguas del Serchio, afluente del Arno, transforman a menudo los cultivos en pantanos.
Y aquí interviene Frigidiano, que sabe también de hidráulica: de acuerdo con los dirigentes de la ciudad, proyecta y hace abrir un canal que lleva al Serchio hasta el mar, regenerando el territorio. Y la voz popular transforma la sabia iniciativa en milagro: con un rastrillo -se cuenta- el obispo trazó para el Serchio un nuevo curso, y el río le obedeció. Frigidiano trabaja también en poner orden en su diócesis, en construir iglesias, y se esfuerza además -como tantos obispos de su época- en llevar a la fe a los longobardos, en gran parte arrianos, o incluso paganos. Por obra suya nace una comunidad monástica que tendrá una vida multisecular; de ella se derivarán los «Canónigos de San Frediano», a los que Anselmo de Baggio, luego papa Alejandro II, llamará a guiar a los canónigos de San Juan de Letrán, en Roma.
Los acontecimientos han casi abolido las autoridades civiles tradicionales, y de hecho las suple Frigidiano, como ocurre con otros obispos de la época en otros sitios. Él está con la gente, mezclado con los agricultores y los pescadores, en una intimidad continua y cordial. Su gran popularidad, el aura de prodigios que parece siempre acompañarlo, tantos milagros a él atribuidos, hacen perdurar su culto de siglo en siglo. Frigidiano muere, según la tradición, el 18 de marzo del 588. Aunque el año no es seguro. En el culto local, su fiesta se celebra el 18 de noviembre, aniversario de la traslación del cuerpo a la iglesia de la que es titular. Esto ocurrirá entre el 1024 y el 1032, época de Juan XIX.
En las inscripciones más antiguas el nombre es Frigianu o Frigdianus. Su fecha de nacimiento se desconoce, y como tierra de origen se indica Irlanda, tierra de evangelización de Occidente, la llamada «isla de los santos». Probablemente se había hecho monje en su patria; después vino a Roma como peregrino y estudiante; y más tarde lo encontramos como eremita en los alrededores de Lucca. Y allí lo van a buscar el clero y el pueblo de la ciudad para hacerlo su obispo, hacia el 560. Este hecho no resulta tan insólito en realidad: su vida austera y su cultura eran notorias, lo mismo que su energía. Cualidades todas siempre preciosas, pero además esenciales en aquellos años tormentosos.
En el 568 la invasión longobarda (ejército y pueblo: solados con sus familias, e incluso animales...) pone fin a la unidad de Italia. El territorio entero resulta dividido irregularmente, con una parte más extensa conquistada por los longobardos, y con las regiones más ricas en manos bizantinas. En las tierras ya pobres la pobreza crece, agravada por la rapiña de los recién llegados, que destruyen incluso el monasterio de Montecassino, y por la baja productividad de los terrenos, favorecida por el desorden en los regadíos. En el territorio de Lucca, las aguas del Serchio, afluente del Arno, transforman a menudo los cultivos en pantanos.
Y aquí interviene Frigidiano, que sabe también de hidráulica: de acuerdo con los dirigentes de la ciudad, proyecta y hace abrir un canal que lleva al Serchio hasta el mar, regenerando el territorio. Y la voz popular transforma la sabia iniciativa en milagro: con un rastrillo -se cuenta- el obispo trazó para el Serchio un nuevo curso, y el río le obedeció. Frigidiano trabaja también en poner orden en su diócesis, en construir iglesias, y se esfuerza además -como tantos obispos de su época- en llevar a la fe a los longobardos, en gran parte arrianos, o incluso paganos. Por obra suya nace una comunidad monástica que tendrá una vida multisecular; de ella se derivarán los «Canónigos de San Frediano», a los que Anselmo de Baggio, luego papa Alejandro II, llamará a guiar a los canónigos de San Juan de Letrán, en Roma.
Los acontecimientos han casi abolido las autoridades civiles tradicionales, y de hecho las suple Frigidiano, como ocurre con otros obispos de la época en otros sitios. Él está con la gente, mezclado con los agricultores y los pescadores, en una intimidad continua y cordial. Su gran popularidad, el aura de prodigios que parece siempre acompañarlo, tantos milagros a él atribuidos, hacen perdurar su culto de siglo en siglo. Frigidiano muere, según la tradición, el 18 de marzo del 588. Aunque el año no es seguro. En el culto local, su fiesta se celebra el 18 de noviembre, aniversario de la traslación del cuerpo a la iglesia de la que es titular. Esto ocurrirá entre el 1024 y el 1032, época de Juan XIX.
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