Camila Bautista nació en Camerino el 9 de abril de 1458, hija del príncipe Julio César de Varano y de la señora Cecchina di maestro Giacomo. Si bien nacida fuera de matrimonio, la niña creció en el palacio paterno, donde recibió una adecuada instrucción en las artes y las letras bajo el cuidado de doña Juana Malatesta, esposa del príncipe.
En torno a los 8 o a los 10 años, después de escuchar una exhortación del predicador Fr. Domingo de Leonessa, hizo voto de meditar cada viernes la Pasión del Señor y derramar, al menos, una lágrima. Este simple compromiso, abrazado con infantil entusiasmo y observado con una constante fidelidad incluso cuando le costaba sacrificios, le abrió los insondables horizontes de la gracia y la condujo a una intensa vida espiritual. Ella misma escribió: «Por virtud del Espíritu Santo, aquella santa palabra quedó impresa de tal manera en mi tierno e infantil corazón, que ya nunca marchó del corazón ni de la memoria». Algunos años después, otro franciscano, Fr. Pacífico de Urbino, animó a Camila a perseverar en el voto que había hecho.
De los 18 a los 21 años transcurrió un trienio de íntimas luchas espirituales, atraída por las realidades del mundo, pero sin jamás renunciar a su Señor sufriente, por amor del cual comenzó a practicar una austera ascesis. Comentando este tiempo de su vida interior, escribiría después con toda convicción: ¡Bienaventurada aquella criatura que por ninguna tentación deja el bien comenzado!
Durante la Cuaresma de 1479, en la iglesia de San Pedro en Muralto, por la predicación de Fr. Francisco de Urbino, la vigilia de la fiesta de la Anunciación, obtuvo la luz interior para comprender el don inestimable de la virginidad consagrada. En la Octava de Pascua, después de la confesión general hecha a Fr. Oliviero de Urbino, obtuvo el don de una profunda purificación.
Así preparada para ser toda de Cristo y vencida la resistencia paterna que duró dos años, el 14 de noviembre de 1481 ingresó en el monasterio de las Clarisas de Urbino, tomando el nombre de sor Bautista, usual en aquel tiempo también para las mujeres. Hacia finales de 1483 emitió la profesión religiosa. En los primeros días de enero de 1484 regresó a Camerino con ocho compañeras y, el domingo 4 de enero, dieron comienzo formal a la nueva comunidad de Hermanas Pobres de Santa Clara, en el monasterio que su padre había adquirido para ella de los monjes Olivetanos.
Se sucedieron los dones extraordinarios del divino Esposo, atestiguados en su autobiografía: iluminaciones interiores, palabras encendidas, éxtasis, visiones de ángeles y santos. Pero sobre todo se le concedió el insaciable deseo de participar de los dolores interiores que el Redentor había probado en su pasión. Alimentando diariamente su meditación en la Sagrada Escritura y en la liturgia, viviendo constantemente en la presencia de Dios, como atestigua su padre espiritual Antonio de Segovia, olivetano, la Santa escribió a lo largo de los años diversos textos de literatura mística, que, por su elevación, fueron apreciados por insignes eclesiásticos y santos como san Felipe Neri.
A la edad de 35 años fue elegida por primera vez abadesa, servicio en el que fue confirmada repetidas veces.
Llegó también para la Santa el tiempo de la prueba. La primera fue la aridez del alma, que duró cinco años, de 1488 a 1493, en la que experimentó el silencio de Aquel que era el único motivo de su vida. El eco de este tormento espiritual está ampliamente contenido en la carta autobiográfica conocida como Vida espiritual. La segunda prueba la hirió en sus sentimientos, primero, por la excomunión de parte del Papa Alejandro VI contra su padre, culpable de haberse resistido a la limitación que quería imponerse al señorío de Camerino; después, por la prisión de su padre y de tres hermanos por parte de César Borgia, que, finalmente, los hizo matar cruelmente el 9 de octubre de 1502. En tan trágica circunstancia, Camila Bautista había buscado en vano refugio en la ciudad de Fermo, encontrando después asilo en Atri, en el reino de Nápoles, junto a Isabel Piccolomini Todeschini, esposa de Mateo de Aguaviva de Aragón.
Tras la muerte de Alejandro VI el 18 de agosto de 1503, la Santa regresó a Camerino, donde el más pequeño de sus hermanos, Juan María, había podido reconstruir el señorío de los Varano.
El 28 de enero de 1505, el Papa Julio II, que la estimaba mucho, la envió a formar una nueva comunidad de clarisas en la ciudad de Fermo, donde permaneció dos años; también modeló la nueva comunidad de clarisas de San Severino Marche en los años 1521-22. Su espíritu de caridad la hizo sierva del prójimo de múltiples maneras: en la formación espiritual de las hermanas; en la redacción del tratado La pureza del corazón, que le había pedido un religioso; en la intercesión a favor de los condenados a muerte y para salvar a la ciudad de Treia de las soldadescas mercenarias. Según el testimonio de una hermana clarisa, en su corazón encontraba lugar toda la Iglesia de Cristo, por la cual oró y sufrió; en efecto, además de los defectos o las carencias de tantos eclesiásticos, la herían las noticias que desde 1517 llegaban de Alemania, donde el monje agustino Martín Lutero propugnaba la separación de la Iglesia romana.
Llegada a la edad de 66 años, de los cuales había pasado 43 en la intimidad del claustro, su ansia de «salir de la cárcel de este cuerpo para estar con Cristo» se apagó el 31 de mayo de 1524. Su muerte aconteció envuelta en el silencio, a causa de la peste, en el monasterio de Camerino, donde reposan sus restos mortales. Benedicto XVI la canonizó el 17 de octubre de 2010, en la plaza de San Pedro del Vaticano.
En torno a los 8 o a los 10 años, después de escuchar una exhortación del predicador Fr. Domingo de Leonessa, hizo voto de meditar cada viernes la Pasión del Señor y derramar, al menos, una lágrima. Este simple compromiso, abrazado con infantil entusiasmo y observado con una constante fidelidad incluso cuando le costaba sacrificios, le abrió los insondables horizontes de la gracia y la condujo a una intensa vida espiritual. Ella misma escribió: «Por virtud del Espíritu Santo, aquella santa palabra quedó impresa de tal manera en mi tierno e infantil corazón, que ya nunca marchó del corazón ni de la memoria». Algunos años después, otro franciscano, Fr. Pacífico de Urbino, animó a Camila a perseverar en el voto que había hecho.
De los 18 a los 21 años transcurrió un trienio de íntimas luchas espirituales, atraída por las realidades del mundo, pero sin jamás renunciar a su Señor sufriente, por amor del cual comenzó a practicar una austera ascesis. Comentando este tiempo de su vida interior, escribiría después con toda convicción: ¡Bienaventurada aquella criatura que por ninguna tentación deja el bien comenzado!
Durante la Cuaresma de 1479, en la iglesia de San Pedro en Muralto, por la predicación de Fr. Francisco de Urbino, la vigilia de la fiesta de la Anunciación, obtuvo la luz interior para comprender el don inestimable de la virginidad consagrada. En la Octava de Pascua, después de la confesión general hecha a Fr. Oliviero de Urbino, obtuvo el don de una profunda purificación.
Así preparada para ser toda de Cristo y vencida la resistencia paterna que duró dos años, el 14 de noviembre de 1481 ingresó en el monasterio de las Clarisas de Urbino, tomando el nombre de sor Bautista, usual en aquel tiempo también para las mujeres. Hacia finales de 1483 emitió la profesión religiosa. En los primeros días de enero de 1484 regresó a Camerino con ocho compañeras y, el domingo 4 de enero, dieron comienzo formal a la nueva comunidad de Hermanas Pobres de Santa Clara, en el monasterio que su padre había adquirido para ella de los monjes Olivetanos.
Se sucedieron los dones extraordinarios del divino Esposo, atestiguados en su autobiografía: iluminaciones interiores, palabras encendidas, éxtasis, visiones de ángeles y santos. Pero sobre todo se le concedió el insaciable deseo de participar de los dolores interiores que el Redentor había probado en su pasión. Alimentando diariamente su meditación en la Sagrada Escritura y en la liturgia, viviendo constantemente en la presencia de Dios, como atestigua su padre espiritual Antonio de Segovia, olivetano, la Santa escribió a lo largo de los años diversos textos de literatura mística, que, por su elevación, fueron apreciados por insignes eclesiásticos y santos como san Felipe Neri.
A la edad de 35 años fue elegida por primera vez abadesa, servicio en el que fue confirmada repetidas veces.
Llegó también para la Santa el tiempo de la prueba. La primera fue la aridez del alma, que duró cinco años, de 1488 a 1493, en la que experimentó el silencio de Aquel que era el único motivo de su vida. El eco de este tormento espiritual está ampliamente contenido en la carta autobiográfica conocida como Vida espiritual. La segunda prueba la hirió en sus sentimientos, primero, por la excomunión de parte del Papa Alejandro VI contra su padre, culpable de haberse resistido a la limitación que quería imponerse al señorío de Camerino; después, por la prisión de su padre y de tres hermanos por parte de César Borgia, que, finalmente, los hizo matar cruelmente el 9 de octubre de 1502. En tan trágica circunstancia, Camila Bautista había buscado en vano refugio en la ciudad de Fermo, encontrando después asilo en Atri, en el reino de Nápoles, junto a Isabel Piccolomini Todeschini, esposa de Mateo de Aguaviva de Aragón.
Tras la muerte de Alejandro VI el 18 de agosto de 1503, la Santa regresó a Camerino, donde el más pequeño de sus hermanos, Juan María, había podido reconstruir el señorío de los Varano.
El 28 de enero de 1505, el Papa Julio II, que la estimaba mucho, la envió a formar una nueva comunidad de clarisas en la ciudad de Fermo, donde permaneció dos años; también modeló la nueva comunidad de clarisas de San Severino Marche en los años 1521-22. Su espíritu de caridad la hizo sierva del prójimo de múltiples maneras: en la formación espiritual de las hermanas; en la redacción del tratado La pureza del corazón, que le había pedido un religioso; en la intercesión a favor de los condenados a muerte y para salvar a la ciudad de Treia de las soldadescas mercenarias. Según el testimonio de una hermana clarisa, en su corazón encontraba lugar toda la Iglesia de Cristo, por la cual oró y sufrió; en efecto, además de los defectos o las carencias de tantos eclesiásticos, la herían las noticias que desde 1517 llegaban de Alemania, donde el monje agustino Martín Lutero propugnaba la separación de la Iglesia romana.
Llegada a la edad de 66 años, de los cuales había pasado 43 en la intimidad del claustro, su ansia de «salir de la cárcel de este cuerpo para estar con Cristo» se apagó el 31 de mayo de 1524. Su muerte aconteció envuelta en el silencio, a causa de la peste, en el monasterio de Camerino, donde reposan sus restos mortales. Benedicto XVI la canonizó el 17 de octubre de 2010, en la plaza de San Pedro del Vaticano.
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