Eulogio de Córdoba es un interesante pensador y defensor de las libertades en el siglo IX. Tuvo la valentía de defender la libertad religiosa y los derechos de la mujer a un precio tan alto. Han pasado más de mil años, y es apasionante adentrarse en la vida de aquellos hombres, musulmanes y cristianos, que vivían en la Córdoba del año 850. De Eulogio sabemos bastante, porque fue un escritor muy productivo, y su contemporáneo y amigo Álvaro escribió su biografía.
San Eulogio es admirable como presbítero, por su incansable afán pastoral de alimentar con la verdad a los cristianos mozárabes para que pudieran dar razón de su esperanza y anunciar el Evangelio en una sociedad musulmana.
Año 800, Córdoba. Tiempos duros para la Iglesia Católica: Bizancio se desangra en la controversia iconoclasta, Roma corona al Rey de los Francos y en la Península Ibérica la comunidad mozárabe asiste perpleja a la herejía adopcionista que ha promulgado su primado Elipando de Toledo, y a la que resisten insignificantes, y por ello más heroicos, clérigos asturianos como Beato de Liébana.
No andan mejor las cosas en la sociedad civil. Siguen sin cerrarse las profundas heridas que enemistan a los súbditos del emirato andalusí. Por una parte, los descendientes de los conquistadores, agrupados en clanes étnicos irreconciliables (árabes yemeníes, árabes qasyes y berberiscos) siguen disputándose la preeminencia en el gobierno de una nación que consideran su exclusiva propiedad; por otra parte, la separación entre invasores e invadidos sigue alimentando un odio que alcanzará su punto álgido en las revueltas muladíes de Umar ibn Hafsún y de Ibn Marwan "El Gallego". En el seno de los españoles “autóctonos” (hispano romanos y visigodos) se agranda el desprecio que separa a mozárabes y muladíes (o maulas). En este contexto social y religiosos, en el seno de un hogar católico hispano romano que ha resistido a las veleidades adopcionistas y a la presión ideológica y fiscal del Islam, nace Eulogio, uno de los seis hijos de ese matrimonio.
Sus hermanos Álvaro e Isidoro, se dedicarán a los negocios en tierras del Rhin, otro, José, será secretario en la cancillería gracias a sus conocimientos de árabe y latín, una de sus hermanas, Anulona, se consagrará a Dios, y Eulogio encaminó sus pasos hacia la iglesia de San Zoilo, en cuyo seno recibió la primera formación sacerdotal, ampliando después estudios con el sabio abad Speraindeo. Entre sus discípulos encontrará a amigos tan buenos como, Álvaro Paulo.
Eulogio recibió la ordenación sacerdotal a los 25 años y muy pronto se convirtió en un miembro destacado del colegio sacerdotal de la basílica de San Zoilo. Por afán de penitencia decidió hacer una peregrinación a Roma, pero las lágrimas de su madre, los ruegos de sus hermanas y las advertencias de sus amigos le hicieron desistir de un viaje que en aquella época resultaba muy peligroso.
Decide hacer otro viaje. Quería conocer el paradero sus dos hermanos dedicados al comercio por tierras del Rhin. No pudo conseguirlo, pues las guerras entre los descendientes de Ludovico Pío le cortaron el paso. En su camino de regreso, recibió noticias tranquilizadoras de sus hermanos al pasar por Zaragoza el año 845.
También durante este viaje a adquirió valiosos libros en monasterios de Navarra y Aragón, como Leyre y Siresa. Obras que se lleva a Córdoba para elevar la instrucción teológica de los cristianos que acuden a la Escuela de San Zoilo, y para revitalizar la cultura de las comunidades mozárabes. Entre los manuscritos había copias de Porfirio, Avieno, Horacio, Juvenal, Virgilio, San Agustín y otros, que trataban de cuestiones teológicas, filológicas, lingüísticas, históricas, científicas, etc.
En su viaje de regreso pasó por Bílbilis (Calatayud), Arcóbriga, Sigüenza y Compluto (Alcalá). Se detuvo en Toledo, conociendo a la comunidad mozárabe toledana, que en cuanto pudo le eligió como obispo.
Al regresar a Córdoba Eulogio encontró una comunidad mozárabe cansada y enfriada por la presión del Islam. Situación que le llevó a dedicarse con gran entrega a la predicación en la escuela que junto con otros condiscípulos del abad Speraindeo, había fundado en la basílica de San Zoilo.
El emir Abderramán II (822-852), estaba orientalizando la administración del emirato y toda la vida política andalusí, con el consiguiente descontento de muladíes y mozárabes que se sentían postergados por la creciente influencia de los alfaquíes "malikitas" (intérpretes rigoristas de la "Sunna", esto es, la tradición), de la concubina Tarub y del eunuco Nasr. El clima de tolerancia hacia los cristianos, que había sido la tónica general desde la conquista árabe, cambia trágicamente. Como consecuencia de los planes de un emir que quiere convertir su territorio en algo que sólo se diferencie en el nombre de un califato; aumentaron los impuestos sobre los españoles “autóctonos”, tanto los muladíes (conversos al Islam) como mozárabes, con el agravante de que estos últimos vieron aumentar su tributación (la "djyzía" y el "jarrach") hasta límites intolerables, amén de sufrir frecuentes vejaciones por parte del populacho instigado por los alfaquíes.
Las condiciones de vida empeoraron tanto que Eulogio escribió: "es menos dolorosa la muerte que una vida prolongada sin poder respirar... tal vez, si nos permiten el uso de la religión, es a medida de su gusto;... sacan a fuerza un tributo intolerable...; ya nos quitan los bienes y las haciendas". En este ambiente de presiones surgieron los primeros mártires, ajusticiados por confesar su fe cristiana ante la autoridad y manifestar públicamente no creer en la autenticidad del profeta Mahoma.
El primer ajusticiado fue el sacerdote Perfecto. En su condena tuvo especial intervención el eunuco Nasr, quien impuso una ejecución pública y ejemplarizante para escarmentar a una comunidad sobre la que la muerte del sacerdote tuvo, como sucede tantas veces en este tipo de sentencias, el efecto inverso. Perfecto, antes de morir, profetizó que Nasr morirá en un año y así sucedió, antes de llegar al plazo Nasr fue obligado a ingerir el veneno que estaba preparando para eliminar al Emir. El mártir Prefecto fue enterrado solemnemente en la basílica de San Acisclo, oficiando Saulo, obispo de Córdoba, y con asistencia de una muchedumbre de sacerdotes y pueblo fiel.
Tras los primeros mártires, Perfecto Juan e Isaac, se multiplica en número de cristianos que se presentan voluntariamente ante los jueces para hacer confesión de su fe y protestar contra las creencias islámicas. El destino de todos fue la muerte.
Las ejecuciones dividieron a la población cristiana: los "prudentes" censuraban la falta de sensatez de los mártires voluntarios; otros, los consideraban verdaderos testigos en el Señor y, por tanto, dignos de veneración. Eulogio se situó entre éstos últimos, aunque advertía: "para ser mártires es necesaria una vocación como para ser monje. Esa gracia solo a algunos se concede, a aquellos que fueron escogidos desde el principio".
Abderrahman II, más preocupado por cuestiones administrativas y de política nacional e internacional, deseaba terminar con la situación, y para ello convocó un concilio en Córdoba. El concilio estuvo presidido por Recaredo, metropolitano de Sevilla, y reunió a la mayoría de los obispos de al-Andalus. El emir estaba representando por el exactor Gómez, un mozárabe que recaudaba los impuestos entre los miembros de su comunidad y que al cabo de algunos años se haría musulmán.
Gómez censuró severamente los "martirios voluntarios" y pidió que se desaprobara este fenómeno martirial. Triunfará esta postura casi por unanimidad -pues sólo se opuso Saulo, el obispo de Córdoba. El concilio decretó la prohibición del sacrificio voluntario que al poderse considerar como un suicidio estaría condenado por la Iglesia.
De todas formas, las conclusiones del concilio no fueron bien recibidas ni por Saulo, ni por Eulogio, ni por otros miembros de la comunidad mozárabe. Lo que ocasionó el encarcelamiento de Eulogio, de Saulo y de otros cristianos. Entre las rejas, redactó Eulogio su "Memorial de los mártires" y el "Documento martirial" para preparar al martirio a sus compañeras de cautiverio Flora y María.
Las medidas tomadas por el emir no sirvieron para restablecer la calma de los espíritus, y hubo nuevas ejecuciones de cristianos cordobeses el 16 de septiembre de 852. Seis días más tarde Abderramán II moría de improviso.
Al advenimiento del emir Muhamad I, Eulogio, Saulo y sus compañeros fueron puestos en libertad. Eulogio escribió el "Apologético" en respuesta a los detractores de los mártires.
El año 858, al morir el arzobispo de Toledo Wistremiro, la comunidad mozárabe de la ciudad eligió a Eulogio como nuevo arzobispo, pero la administración del emirato no aprobó el nombramiento ni le permitió abandonar Córdoba.
El emir Muhamad I continuó las ejecuciones con más energía que su padre. Desde su subida al trono ocurrieron catorce martirios, casi todos ellos en la capital omeya. Expulsó a los católicos de la administración pública; aumentó los impuestos sobre los cristianos; hizo demoler el monasterio de Tábanos y disolvió su comunidad; mandó demoler todas las iglesias construidas después de la llegada de los árabes.
Eulogio fue encarcelado por ayudar a ocultarse a una joven llamada Leocricia. Esta, conversa al cristianismo, estaba obligada por la "sharía" a practicar el islamismo. Su elección de fe religiosa fue motivo automático de sentencia a la pena capital. Eulogio fue llevado ante el emir y allí hizo una ardiente defensa del cristianismo. Su firmeza, una entereza que no se arredraba ante la decapitación, provocó que algunos “prudentes” intentaran persuadirlo a una retractación ficticia. "Pronuncia una sola palabra y luego sigue la religión que quieras". Eulogio no se desdijo y fue condenado a la decapitación. Al salir de la sala, un eunuco le abofeteó, sin obtener de Eulogio otra respuesta que el ofrecimiento de la otra mejilla diciendo "pega también aquí". Su biógrafo Álvaro Paulo reseña: "Este fue el combate hermosísimo del doctor Eulogio, éste su glorioso fin, éste su tránsito admirable. Eran las tres de la tarde de un sábado 11 de marzo de 859". A los cuatro días murió ejecutada Leocricia.
Ambos mártires fueron sepultados en la iglesia de San Zoilo de Córdoba. Alfonso III, rey de Asturias, pidió a Muhamad I los restos de Eulogio y Leocricia, y el 9 de enero de 883 fueron trasladados a Oviedo y hasta hoy son venerados en una urna de la Cámara Santa de la Catedral.
San Eulogio es admirable como presbítero, por su incansable afán pastoral de alimentar con la verdad a los cristianos mozárabes para que pudieran dar razón de su esperanza y anunciar el Evangelio en una sociedad musulmana.
Año 800, Córdoba. Tiempos duros para la Iglesia Católica: Bizancio se desangra en la controversia iconoclasta, Roma corona al Rey de los Francos y en la Península Ibérica la comunidad mozárabe asiste perpleja a la herejía adopcionista que ha promulgado su primado Elipando de Toledo, y a la que resisten insignificantes, y por ello más heroicos, clérigos asturianos como Beato de Liébana.
No andan mejor las cosas en la sociedad civil. Siguen sin cerrarse las profundas heridas que enemistan a los súbditos del emirato andalusí. Por una parte, los descendientes de los conquistadores, agrupados en clanes étnicos irreconciliables (árabes yemeníes, árabes qasyes y berberiscos) siguen disputándose la preeminencia en el gobierno de una nación que consideran su exclusiva propiedad; por otra parte, la separación entre invasores e invadidos sigue alimentando un odio que alcanzará su punto álgido en las revueltas muladíes de Umar ibn Hafsún y de Ibn Marwan "El Gallego". En el seno de los españoles “autóctonos” (hispano romanos y visigodos) se agranda el desprecio que separa a mozárabes y muladíes (o maulas). En este contexto social y religiosos, en el seno de un hogar católico hispano romano que ha resistido a las veleidades adopcionistas y a la presión ideológica y fiscal del Islam, nace Eulogio, uno de los seis hijos de ese matrimonio.
Sus hermanos Álvaro e Isidoro, se dedicarán a los negocios en tierras del Rhin, otro, José, será secretario en la cancillería gracias a sus conocimientos de árabe y latín, una de sus hermanas, Anulona, se consagrará a Dios, y Eulogio encaminó sus pasos hacia la iglesia de San Zoilo, en cuyo seno recibió la primera formación sacerdotal, ampliando después estudios con el sabio abad Speraindeo. Entre sus discípulos encontrará a amigos tan buenos como, Álvaro Paulo.
Eulogio recibió la ordenación sacerdotal a los 25 años y muy pronto se convirtió en un miembro destacado del colegio sacerdotal de la basílica de San Zoilo. Por afán de penitencia decidió hacer una peregrinación a Roma, pero las lágrimas de su madre, los ruegos de sus hermanas y las advertencias de sus amigos le hicieron desistir de un viaje que en aquella época resultaba muy peligroso.
Decide hacer otro viaje. Quería conocer el paradero sus dos hermanos dedicados al comercio por tierras del Rhin. No pudo conseguirlo, pues las guerras entre los descendientes de Ludovico Pío le cortaron el paso. En su camino de regreso, recibió noticias tranquilizadoras de sus hermanos al pasar por Zaragoza el año 845.
También durante este viaje a adquirió valiosos libros en monasterios de Navarra y Aragón, como Leyre y Siresa. Obras que se lleva a Córdoba para elevar la instrucción teológica de los cristianos que acuden a la Escuela de San Zoilo, y para revitalizar la cultura de las comunidades mozárabes. Entre los manuscritos había copias de Porfirio, Avieno, Horacio, Juvenal, Virgilio, San Agustín y otros, que trataban de cuestiones teológicas, filológicas, lingüísticas, históricas, científicas, etc.
En su viaje de regreso pasó por Bílbilis (Calatayud), Arcóbriga, Sigüenza y Compluto (Alcalá). Se detuvo en Toledo, conociendo a la comunidad mozárabe toledana, que en cuanto pudo le eligió como obispo.
Al regresar a Córdoba Eulogio encontró una comunidad mozárabe cansada y enfriada por la presión del Islam. Situación que le llevó a dedicarse con gran entrega a la predicación en la escuela que junto con otros condiscípulos del abad Speraindeo, había fundado en la basílica de San Zoilo.
El emir Abderramán II (822-852), estaba orientalizando la administración del emirato y toda la vida política andalusí, con el consiguiente descontento de muladíes y mozárabes que se sentían postergados por la creciente influencia de los alfaquíes "malikitas" (intérpretes rigoristas de la "Sunna", esto es, la tradición), de la concubina Tarub y del eunuco Nasr. El clima de tolerancia hacia los cristianos, que había sido la tónica general desde la conquista árabe, cambia trágicamente. Como consecuencia de los planes de un emir que quiere convertir su territorio en algo que sólo se diferencie en el nombre de un califato; aumentaron los impuestos sobre los españoles “autóctonos”, tanto los muladíes (conversos al Islam) como mozárabes, con el agravante de que estos últimos vieron aumentar su tributación (la "djyzía" y el "jarrach") hasta límites intolerables, amén de sufrir frecuentes vejaciones por parte del populacho instigado por los alfaquíes.
Las condiciones de vida empeoraron tanto que Eulogio escribió: "es menos dolorosa la muerte que una vida prolongada sin poder respirar... tal vez, si nos permiten el uso de la religión, es a medida de su gusto;... sacan a fuerza un tributo intolerable...; ya nos quitan los bienes y las haciendas". En este ambiente de presiones surgieron los primeros mártires, ajusticiados por confesar su fe cristiana ante la autoridad y manifestar públicamente no creer en la autenticidad del profeta Mahoma.
El primer ajusticiado fue el sacerdote Perfecto. En su condena tuvo especial intervención el eunuco Nasr, quien impuso una ejecución pública y ejemplarizante para escarmentar a una comunidad sobre la que la muerte del sacerdote tuvo, como sucede tantas veces en este tipo de sentencias, el efecto inverso. Perfecto, antes de morir, profetizó que Nasr morirá en un año y así sucedió, antes de llegar al plazo Nasr fue obligado a ingerir el veneno que estaba preparando para eliminar al Emir. El mártir Prefecto fue enterrado solemnemente en la basílica de San Acisclo, oficiando Saulo, obispo de Córdoba, y con asistencia de una muchedumbre de sacerdotes y pueblo fiel.
Tras los primeros mártires, Perfecto Juan e Isaac, se multiplica en número de cristianos que se presentan voluntariamente ante los jueces para hacer confesión de su fe y protestar contra las creencias islámicas. El destino de todos fue la muerte.
Las ejecuciones dividieron a la población cristiana: los "prudentes" censuraban la falta de sensatez de los mártires voluntarios; otros, los consideraban verdaderos testigos en el Señor y, por tanto, dignos de veneración. Eulogio se situó entre éstos últimos, aunque advertía: "para ser mártires es necesaria una vocación como para ser monje. Esa gracia solo a algunos se concede, a aquellos que fueron escogidos desde el principio".
Abderrahman II, más preocupado por cuestiones administrativas y de política nacional e internacional, deseaba terminar con la situación, y para ello convocó un concilio en Córdoba. El concilio estuvo presidido por Recaredo, metropolitano de Sevilla, y reunió a la mayoría de los obispos de al-Andalus. El emir estaba representando por el exactor Gómez, un mozárabe que recaudaba los impuestos entre los miembros de su comunidad y que al cabo de algunos años se haría musulmán.
Gómez censuró severamente los "martirios voluntarios" y pidió que se desaprobara este fenómeno martirial. Triunfará esta postura casi por unanimidad -pues sólo se opuso Saulo, el obispo de Córdoba. El concilio decretó la prohibición del sacrificio voluntario que al poderse considerar como un suicidio estaría condenado por la Iglesia.
De todas formas, las conclusiones del concilio no fueron bien recibidas ni por Saulo, ni por Eulogio, ni por otros miembros de la comunidad mozárabe. Lo que ocasionó el encarcelamiento de Eulogio, de Saulo y de otros cristianos. Entre las rejas, redactó Eulogio su "Memorial de los mártires" y el "Documento martirial" para preparar al martirio a sus compañeras de cautiverio Flora y María.
Las medidas tomadas por el emir no sirvieron para restablecer la calma de los espíritus, y hubo nuevas ejecuciones de cristianos cordobeses el 16 de septiembre de 852. Seis días más tarde Abderramán II moría de improviso.
Al advenimiento del emir Muhamad I, Eulogio, Saulo y sus compañeros fueron puestos en libertad. Eulogio escribió el "Apologético" en respuesta a los detractores de los mártires.
El año 858, al morir el arzobispo de Toledo Wistremiro, la comunidad mozárabe de la ciudad eligió a Eulogio como nuevo arzobispo, pero la administración del emirato no aprobó el nombramiento ni le permitió abandonar Córdoba.
El emir Muhamad I continuó las ejecuciones con más energía que su padre. Desde su subida al trono ocurrieron catorce martirios, casi todos ellos en la capital omeya. Expulsó a los católicos de la administración pública; aumentó los impuestos sobre los cristianos; hizo demoler el monasterio de Tábanos y disolvió su comunidad; mandó demoler todas las iglesias construidas después de la llegada de los árabes.
Eulogio fue encarcelado por ayudar a ocultarse a una joven llamada Leocricia. Esta, conversa al cristianismo, estaba obligada por la "sharía" a practicar el islamismo. Su elección de fe religiosa fue motivo automático de sentencia a la pena capital. Eulogio fue llevado ante el emir y allí hizo una ardiente defensa del cristianismo. Su firmeza, una entereza que no se arredraba ante la decapitación, provocó que algunos “prudentes” intentaran persuadirlo a una retractación ficticia. "Pronuncia una sola palabra y luego sigue la religión que quieras". Eulogio no se desdijo y fue condenado a la decapitación. Al salir de la sala, un eunuco le abofeteó, sin obtener de Eulogio otra respuesta que el ofrecimiento de la otra mejilla diciendo "pega también aquí". Su biógrafo Álvaro Paulo reseña: "Este fue el combate hermosísimo del doctor Eulogio, éste su glorioso fin, éste su tránsito admirable. Eran las tres de la tarde de un sábado 11 de marzo de 859". A los cuatro días murió ejecutada Leocricia.
Ambos mártires fueron sepultados en la iglesia de San Zoilo de Córdoba. Alfonso III, rey de Asturias, pidió a Muhamad I los restos de Eulogio y Leocricia, y el 9 de enero de 883 fueron trasladados a Oviedo y hasta hoy son venerados en una urna de la Cámara Santa de la Catedral.
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