domingo, 2 de octubre de 2011

Homilía


El dueño de la viña.

Israel tiene conciencia desde tiempo inmemorial de ser la viña del Señor. Los viñadores son los jefes del pueblo que han rechazado a los enviados de Dios en diversas ocasiones.
La suerte de Jesús es parecida a la de esta penosa historia y siente en sus propias carnes el colmo de tanto atropello contra el dueño de la viña. Por eso se describe a sí mismo en ese hijo maltratado a quien los viñadores- el pueblo- no ha sabido o querido escuchar.
La ruptura con el judaísmo está servida , siendo esta historia clave para entender el envío de los discípulos a todos los pueblos, puesto que los primeros destinatarios despreciaron el mensaje.
Nace aquí un nuevo Israel, cuya misión será anunciar al mundo que la salvación no es el privilegio de unos pocos sino patrimonio de todos, de AQUEL que nos ha abierto las puertas de la viña con su muerte y resurrección.

La parábola refleja la gratuidad y la generosidad del amor paternal de Dios que aguarda ser correspondido.
En contrapartida, recibe agravios, desprecio y muerte. La historia humana está teñida de marginaciones, rebeliones del hombre contra su propio Creador para desbancarle y convertirse él mismo en Dios.

Esta misma historia mueve actualmente a Occidente a vivir al margen de Dios en una desatada escalada de ambiciones irracionales para mantener el poder económico, político e ideológico, tendente a convertir nuestro planeta en un gran mercado donde prevalecen los intereses de unos pocos.
Oímos a menudo que lo primero es el progreso, el crecimiento, la modernización. Palabras huecas, grandilocuentes. Pero la prioridad en este juego de intereses es el derecho y abuso de la propiedad, no las necesidades humanas de todos. Lo cual es una excusa para no repartir, para no compartir, para cerrar fronteras, para seguir excluyendo, marginando, explotando o dejando morir a los otros.
Este juego egoísta de intereses creados es lo que ocasiona buena parte de los desórdenes, desigualdades y angustias de nuestro mundo. El amasar dinero y poder insensibiliza y cauteriza la conciencia y nos hace vivir como en una burbuja protectora de las agresiones exteriores.
¿Tememos perder privilegios, o más bien nos da miedo enfrentarnos a los retos del amor?
Si es así, viviríamos en un vacío de amor y en la amarga constatación de la soledad en las encrucijadas de la vida.

Examen de conciencia.

Se nos impone hacer examen de conciencia, porque otro tipo de mundo es perfectamente posible si asumimos nuestros fallos y recuperamos la esperanza y la utopía. El Señor siempre nos da otra oportunidad para salir de la insolidaridad, la injusticia, la violencia, la falta de misericordia, el chantajismo político y económico.
Hay signos claros de luz en innumerables grupos humanos que trabajan por conseguir una tierra más habitable para todos, más sensible a los gritos de los pobres y a un sistema de valores donde lo afectivo y preocupación por la persona prime sobre los intereses materialistas. Tenemos testimonios a raudales para confirmar que se puede ser feliz, inmensamente más feliz por otras vías ajenas a la especulación y al dinero.
El testimonio dado por casi dos millones de jóvenes cristianos durante la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid nos acerca a una esperanza siempre posible desde el momento en que se mira hacia el futuro con amor, entrega y generosidad hacia el prójimo.
Es cierto que Dios no quiere la pobreza, que el dinero es necesario, pero como medio no como fin.
“Matar” a Dios, desembarazarnos del mensajero, no es la solución. Sin Dios no se puede vivir, sin riego no crece la viña, sin hombres libres no es posible una sociedad libre. Y Dios libera, no esclaviza.

La viña de la casa del Señor es ahora el Pueblo de Dios, la Iglesia, de la que espera nuevos frutos.
Amémosla, protejámosla y ayudémosla.

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