En Udine, en la región de Venecia, beata Elena Valentini, viuda, que, para servir únicamente a Dios, abrazó la orden seglar de san Agustín, se distinguió por la oración, la lectura del Evangelio y las obras de misericordia.
Nació en Udine, Italia, en el seno de una familia acomodada: los señores de Maniago. En 1414 se casó con el aristócrata Antonio Cavalcanti con el que tuvo tres hijos y tres hijas. Fue una dama célebre entre sus contemporáneos, por la devoción con la cual cumplió durante 25 años su vida conyugal. Al enviudar en 1441, Elena decidió retirarse del mundo. Habiendo escuchado la palabra vibrante del agustino Ángel de San Severino, se hizo Terciaria agustina. Después de haber emitido la profesión, permaneció en la casa que había recibido de su esposo, y allí continuó hasta 1446, fecha en la que pasó a vivir con la hermana Perfecta, terciaria agustina como ella, permaneciendo a su lado hasta el final de sus días. Durante los casi dieciocho años como laica consagrada, llevó siempre una vida de penitencia y rigurosa mortificación, alimentándose normalmente sólo de pan y agua, durmiendo sobre un duro lecho de piedras, apenas cubierto con un poco de paja, flagelando continuamente su cuerpo e, incluso, caminando con treinta y tres minúsculas piedras metidas en los zapatos "en recuerdo de los bailes y danzas -como ella misma solía repetir- con que en el siglo había ofendido a mi Señor, y en memoria de los treinta y tres años que mi dulce Jesús por mi amor caminó por el mundo".
En las distintas formas de penitencia a las que quiso someterse, siempre se inspiró en el doble motivo de la imitación de Cristo y el contraste con su anterior existencia mundana. No le faltaron profundas crisis de desaliento y cansancio, a las que supo reaccionar con gran fuerza de ánimo, retirada en la pequeña celda construida en su misma casa, y de la que salía solamente para ir a rezar y a meditar en su querida iglesia de Santa Lucía. Autorizada por el padre Provincial de los agustinos, hizo voto, en 1444, del absoluto silencio, interrumpido sólo con ocasión de la Navidad para entretenerse en breves y edificantes conversaciones con sus hijos y algunos familiares. Como supremo consuelo en su vida de completa renuncia y lucha, tuvo éxtasis y visiones celestes, gratificada, además, por Dios con el don de los milagros y el conocimiento de cosas ocultas.
Cuatro años antes de su muerte, resbaló y se partió ambas piernas, por lo que pasó todo el tiempo tendida sobre un mísero camastro en serena y paciente espera de la muerte. Tuvo éxtasis místicos. Fue sepultada en el rincón de la iglesia de Santa Lucía donde en vida solía abandonarse a la contemplación, oculta en el pequeño "oratorio" de madera que se había hecho construir para librarse de la admiración y de la curiosidad de los fieles. Después de diversos traslados, los restos mortales de la beata encontraron en 1845 un lugar digno en la catedral de Udine, donde hoy se hallan expuestos a la veneración pública. El beato Pío IX confirmó su culto en 1848.
Nació en Udine, Italia, en el seno de una familia acomodada: los señores de Maniago. En 1414 se casó con el aristócrata Antonio Cavalcanti con el que tuvo tres hijos y tres hijas. Fue una dama célebre entre sus contemporáneos, por la devoción con la cual cumplió durante 25 años su vida conyugal. Al enviudar en 1441, Elena decidió retirarse del mundo. Habiendo escuchado la palabra vibrante del agustino Ángel de San Severino, se hizo Terciaria agustina. Después de haber emitido la profesión, permaneció en la casa que había recibido de su esposo, y allí continuó hasta 1446, fecha en la que pasó a vivir con la hermana Perfecta, terciaria agustina como ella, permaneciendo a su lado hasta el final de sus días. Durante los casi dieciocho años como laica consagrada, llevó siempre una vida de penitencia y rigurosa mortificación, alimentándose normalmente sólo de pan y agua, durmiendo sobre un duro lecho de piedras, apenas cubierto con un poco de paja, flagelando continuamente su cuerpo e, incluso, caminando con treinta y tres minúsculas piedras metidas en los zapatos "en recuerdo de los bailes y danzas -como ella misma solía repetir- con que en el siglo había ofendido a mi Señor, y en memoria de los treinta y tres años que mi dulce Jesús por mi amor caminó por el mundo".
En las distintas formas de penitencia a las que quiso someterse, siempre se inspiró en el doble motivo de la imitación de Cristo y el contraste con su anterior existencia mundana. No le faltaron profundas crisis de desaliento y cansancio, a las que supo reaccionar con gran fuerza de ánimo, retirada en la pequeña celda construida en su misma casa, y de la que salía solamente para ir a rezar y a meditar en su querida iglesia de Santa Lucía. Autorizada por el padre Provincial de los agustinos, hizo voto, en 1444, del absoluto silencio, interrumpido sólo con ocasión de la Navidad para entretenerse en breves y edificantes conversaciones con sus hijos y algunos familiares. Como supremo consuelo en su vida de completa renuncia y lucha, tuvo éxtasis y visiones celestes, gratificada, además, por Dios con el don de los milagros y el conocimiento de cosas ocultas.
Cuatro años antes de su muerte, resbaló y se partió ambas piernas, por lo que pasó todo el tiempo tendida sobre un mísero camastro en serena y paciente espera de la muerte. Tuvo éxtasis místicos. Fue sepultada en el rincón de la iglesia de Santa Lucía donde en vida solía abandonarse a la contemplación, oculta en el pequeño "oratorio" de madera que se había hecho construir para librarse de la admiración y de la curiosidad de los fieles. Después de diversos traslados, los restos mortales de la beata encontraron en 1845 un lugar digno en la catedral de Udine, donde hoy se hallan expuestos a la veneración pública. El beato Pío IX confirmó su culto en 1848.
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