lunes, 1 de junio de 2020

Beato Juan Pelingotto


En Urbino, del Piceno, beato Juan Pelingotto, de la Tercera Orden Regular de San Francisco, que primero, siendo comerciante, procuraba favorecer más a los otros que a sí mismo, y luego, habiéndose recluido en una celda, solamente salía para atender a pobres y enfermos.

Nació en Urbino, hijo de un mercader; como no le gustaba el trabajo de mercader al que le había destinado su padre, le pidió permiso para dejarlo y dedicarse a obras del espíritu, el padre aceptó con la condición de que no ingresase en una orden religiosa, Juan aceptó. Ingresó en los Terciarios franciscanos en la iglesia de Santa María de los Ángeles y se dedicó toda su vida a la oración y a la obras de caridad, especialmente con los enfermos. Algunos pensaron que estaba loco porque siendo rico, vivía en la pobreza, pero parece que a él estas críticas no le importaban. Con sus oraciones y ejemplo logró que un hermano suyo cambiara de vida, ya que estaba en un camino muy licencioso y poco edificante. 

El amor por los pobres lo movía a privarse aun de lo necesario para socorrerlos; humildísimo, al caer en la cuenta de que sus conciudadanos lo tenían en grande estima, para despistarlos se hizo el loco, pero mientras más procuraba ocultarse, más manifiestas hacía Dios sus virtudes.

Peregrinó a Roma para el jubileo del año 1300, decretado por Bonifacio VIII. Era la primera vez que iba a la ciudad eterna y no era conocido por nadie; sin embargo, un desconocido al encontrarse con él, lo señaló a sus compañeros diciendo: "¿No es este aquel santo hombre de Urbino?". Otros varios hechos manifestaron claramente que el Señor quería hacer conocer su santidad. 

De regreso a su ciudad natal, intensificó su vida espiritual deseando ardientemente la patria celestial. Fue atacado por una gravísima enfermedad que lo redujo pronto a las últimas, y lo hizo perder hasta el habla, que recuperó completamente sólo en los últimos días de su vida terrena. Supo ser imitador de san Francisco de Asís incluso en el dolor. 

Toda su vida vivió el estado de pobreza y humildad que marcaba el estilo franciscano. El demonio no cesaba de molestar con horribles tentaciones a este terciario penitente que siempre había guardado intacta la pureza de su alma. Andaba repitiendo: "¿Por qué me molestas? ¿Por qué me echas en cara cosas que nunca he cometido y en las cuales nunca he consentido?". Y abandonándose confiado en los brazos de la misericordia divina, con voz fuerte dijo: "Y ahora, vamos con toda confianza!". Uno de los presentes dijo: "Padre, ¿adónde vas?". "¡Al Paraíso!", respondió. Dicho esto, su rostro se puso bellísimo, sus miembros se relajaron y, poco después expiró serenamente. Cuando murió en Urbino, el pueblo le tuvo como santo, porque su vida había edificado a todos. El culto al beato Juan Pelingotto fue confirmado en 1918 por Benedicto XV. 

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