martes, 31 de marzo de 2020

Beato Buenaventura de Forli


En Udine, en el territorio de Venecia, beato Buenaventura de Forli, presbítero de la Orden de los Siervos de María, que con su predicación por diversas regiones de Italia movió al pueblo a la penitencia, falleciendo ya octogenario, mientras predicaba un sermón cuaresmal.

Nació en Forli, y perteneció a una familia acomodada. Ingresó en la Orden de los Siervos de María en su ciudad natal, terminado el noviciado en el año 1448, fue enviado a Venecia, en donde pasó seis años entregado al estudio de las ciencias sagradas, obteniendo el grado de maestro. 

Buenaventura se dedicó intensamente a la predicación. En efecto, consta por varios documentos que predicó innumerables sermones, principalmente cuaresmales, en Venecia, Florencia, Bolonia, Brescia y Perusa, con una asistencia masiva de fieles. Pues –como refiere fray Felipe Albrizzi en su obra titulada “Institución de la Congregación de los frailes Observantes Siervos de santa María” era, como el Apóstol, “admirable por la eficacia de su predicación y por su santidad”. Es digna de recuerdo su predicción en Perusa, cuando una gravísima epidemia afligía la ciudad; con sus palabras logró que los habitantes impetraran la ayuda de Dios con la oración y la penitencia y que, además se esforzaran en socorrer a los pobres y enfermos. Su fama de predicador creció de tal manera que el papa Sixto IV le dio facultades para predicar en cualquier sitio como predicador apostólico. Desempeñó varios cargos en la Orden; por gestiones suyas pasaron a la Orden el convento de Forlimpópoli Forlí y, en 1488, el de santa María del Paraíso, en Clusone (Bérgamo).

En aquel entonces, movido por el deseo de entregarse plenamente a la penitencia y la contemplación, Buenaventura pidió permiso al papa Sixto IV para hacer vida eremítica. En el año 1483, el sumo pontífice accedió a su petición, y le permitió retirarse a un lugar solitario junto con seis compañeros. No sabemos el lugar preciso en donde se retiró Buenaventura, pero, por algunos documentos del siglo XVII, puede conjeturarse que pasó algún tiempo en el eremitorio de Monte Senario. Poco después, obligado por la caridad o la obediencia, volvió a la vida conventual. Nombrado prior de la provincia romañola, ejerció este cargo con gran prudencia y promovió la observancia de la disciplina regular.

Fray Antonio Alabanti, prior general, abrigó el propósito de restablecer en la Orden una disciplina más rigurosa, para lo cual se valió del consejo y la ayuda de Buenaventura. Fue también este hombre de Dios quien, al surgir serios descontentos entre la Congregación de la Observancia y el prior general, trabajó por restablecer la paz y la concordia. Al año siguiente, en el capítulo de la Congregación de la Observancia, fue elegido vicario general, cargo en el que fue confirmado poco después por el capítulo general de la Orden.

Algunos escritores de nuestra Orden, quienes conocieron la beato Buenaventura, nos describen su amor a la penitencia y a la soledad. Fray Felipe Albrizzi escribe: “Era muy bajo de estatura y de constitución endeble, de mediana cultura. Era religioso de gran santidad, llevaba una barba inculta; soportaba el calor del verano, el frío y las heladas del invierno, sin que se le viera nunca calzado; tanto es así que más de una vez salía sangre de sus pies agrietados. Vestía muy pobremente, nunca comía carne ni bebía vino, dormía sobre el duro suelo o, a veces, sobre unas tablas; practicaba en fin, todas las mortificaciones que él consideraba necesarias para dominar su cuerpo. Con su oración alcanzó de Dios varios milagros, incluso en vida”. Esto  mismo, más o menos, es lo que escribió también sobre él fray Gasparino Borro en elegantes versos.

El año 1491, cuando Buenaventura se hallaba en Údine predicando los sermones cuaresmales en la iglesia catedral, cayó enfermo a consecuencia de su avanzada edad y austeridad de vida, muriendo el jueves santo de ese año.

Su cuerpo recibió sepultura en la iglesia de santa María de las Gracias de Údine. El 5 de septiembre de 1911, durante el pontificado de Pío XI, la Sagrada Congregación de Ritos ratificó el culto que ya desde tiempo inmemorial se tributaba a Buenaventura. 

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