San Pedro Claver. "Otra figura prodigiosa de la locura caballeresca de la España grande" (Urbel). Si no hubiera otras figuras de primera magnitud junto a él, bastaría para llenar un siglo. Nació en Verdú, Cataluña. Estaba emparentado con la ilustre familia de los Requeséns. Estudió con un tío suyo, canónigo de Solsona. Pero no valía para él la lamentación de Santa Teresa: "Dios los llama para santos, y en canónigos se quedan". El aspiraba a santo. Quiero consumir mi vida por las almas, escribió un día.
Se hace jesuita en Tarragona. Estudia en Mallorca. Traba una profunda amistad con el portero San Alonso Rodríguez. Se estimulaban en el camino de la santidad. Sueñan con entusiasmo en las nuevas tierras de América.
Claver pide con insistencias partir sin demora. Cuando aceptan su petición, salta de alegría como un loco, con santo frenesí. Sale de Sevilla el 1610. Su corazón se estremece al besar la tierra de sus ilusiones.
Se establece en Cartagena de Indias. Allí llegaban los barcos cargados de negros, arrancados de las costas de Africa para venderlos como esclavos. Nadie se extrañaba entonces de este bochornoso comercio de esclavos, que eran traídos como rebaños de carneros para el mejor postor.
A estos miserables va a entregar su amor el nuevo misionero, que al hacer sus votos religiosos se firmó así: "Pedro Claver, esclavo hasta la muerte". Cuando se acerca un barco, Pedro recorre la ciudad pidiendo para ellos. Los recibe y consuela, los cura y acaricia. Los negros, extrañados, lo quieren como a un padre. Los instruye en la fe. Más de trescientos mil bautizó en los 40 años que pasó a su servicio.
Toda su vida era visitar, catequizar, consolar, y cuidar a sus queridos negros, en caminatas incansables, sobre todo a los más abandonados y a los enfermos más repugnantes. Toda su vida fue un tejido de heroísmos increíbles. No le importaba la hediondez ni la incomprensión de otros.
Su vida está llena de entrañables florecillas. A un negro, abandonado de todos, lo estuvo atendiendo semanalmente durante catorce años. A un negro llagado a quien nadie socorría por lo repugnante de su aspecto y olor, lo visitó cuatro veces al día durante muchos meses. A otro hermano negro lo acogió en su propio aposento, con escándalo de los de casa, y le cedió su propia cama hasta que le encontró otro acomodo confortable.
Teóricamente es fácil negar la segregación racial. Pedro Claver la vive. En su iglesia no hay bancos para blancos y bancos para negros. Unas señoras muy devotas protestan: los negros dan mal olor y se pierde la devoción. Sería mejor una capilla aparte para ellos. Pedro Claver les contesta: Mis negros están lavados con la sangre de Jesucristo, y son hijos de Dios con los mismos títulos que lo sois vosotras. Y si las señoras quieren confesarse con él, han de hacer cola detrás de las esclavas.
En 1650 la peste se abatió sobre Cartagena. Pedro se multiplica atendiendo a todos, hasta que cae él mismo. Quedó paralítico y se hace atar sobre un caballo para visitarles. Era un espectáculo estremecedor verle.
El 8 de septiembre de 1654 entró en agonía. Los negros tomaron por asalto la casa. Era su padre. Le besaban las manos sollozando. A la medianoche del día de la Natividad de la Virgen marchó al paraíso, el esclavo de los esclavos, el apóstol y padre de los negros. Astráin le llamó el primer misionero del siglo XVII. León XIII llegó a decir que era la vida que más le había impresionado después de la de Cristo. Nada menos.
Se hace jesuita en Tarragona. Estudia en Mallorca. Traba una profunda amistad con el portero San Alonso Rodríguez. Se estimulaban en el camino de la santidad. Sueñan con entusiasmo en las nuevas tierras de América.
Claver pide con insistencias partir sin demora. Cuando aceptan su petición, salta de alegría como un loco, con santo frenesí. Sale de Sevilla el 1610. Su corazón se estremece al besar la tierra de sus ilusiones.
Se establece en Cartagena de Indias. Allí llegaban los barcos cargados de negros, arrancados de las costas de Africa para venderlos como esclavos. Nadie se extrañaba entonces de este bochornoso comercio de esclavos, que eran traídos como rebaños de carneros para el mejor postor.
A estos miserables va a entregar su amor el nuevo misionero, que al hacer sus votos religiosos se firmó así: "Pedro Claver, esclavo hasta la muerte". Cuando se acerca un barco, Pedro recorre la ciudad pidiendo para ellos. Los recibe y consuela, los cura y acaricia. Los negros, extrañados, lo quieren como a un padre. Los instruye en la fe. Más de trescientos mil bautizó en los 40 años que pasó a su servicio.
Toda su vida era visitar, catequizar, consolar, y cuidar a sus queridos negros, en caminatas incansables, sobre todo a los más abandonados y a los enfermos más repugnantes. Toda su vida fue un tejido de heroísmos increíbles. No le importaba la hediondez ni la incomprensión de otros.
Su vida está llena de entrañables florecillas. A un negro, abandonado de todos, lo estuvo atendiendo semanalmente durante catorce años. A un negro llagado a quien nadie socorría por lo repugnante de su aspecto y olor, lo visitó cuatro veces al día durante muchos meses. A otro hermano negro lo acogió en su propio aposento, con escándalo de los de casa, y le cedió su propia cama hasta que le encontró otro acomodo confortable.
Teóricamente es fácil negar la segregación racial. Pedro Claver la vive. En su iglesia no hay bancos para blancos y bancos para negros. Unas señoras muy devotas protestan: los negros dan mal olor y se pierde la devoción. Sería mejor una capilla aparte para ellos. Pedro Claver les contesta: Mis negros están lavados con la sangre de Jesucristo, y son hijos de Dios con los mismos títulos que lo sois vosotras. Y si las señoras quieren confesarse con él, han de hacer cola detrás de las esclavas.
En 1650 la peste se abatió sobre Cartagena. Pedro se multiplica atendiendo a todos, hasta que cae él mismo. Quedó paralítico y se hace atar sobre un caballo para visitarles. Era un espectáculo estremecedor verle.
El 8 de septiembre de 1654 entró en agonía. Los negros tomaron por asalto la casa. Era su padre. Le besaban las manos sollozando. A la medianoche del día de la Natividad de la Virgen marchó al paraíso, el esclavo de los esclavos, el apóstol y padre de los negros. Astráin le llamó el primer misionero del siglo XVII. León XIII llegó a decir que era la vida que más le había impresionado después de la de Cristo. Nada menos.
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