Quienes condenaron a muerte a Jesús y lo crucificaron pensaban que se habían quitado de encima a un “enemigo” incómodo, que cuestionaba la falsa moralidad de sus comportamientos, denunciaba las injusticias y se atrevía a colocar a los pobres en la comunicación preferencial con Dios.
No gustaba a las autoridades religiosas que un rabí, como él, hablara públicamente con mujeres de dudosa conducta, con publicanos, pecadores y gentes de la más baja condición social.
Tampoco les agradaba que curara en sábado (algo prohibido por la Ley) y, mucho menos, que defendiera de ser lapidada a una mujer adúltera.
Probablemente bastantes puritanos del integrismo judío de entonces pensaron que, al matar a Jesús, defendían a Dios.
La historia tiene muchas paradojas, teñidas de trágicas equivocaciones. ¡Cuántos inocentes mueren cada año por crímenes que nunca cometieron!
Todos vemos, a menudo, como se margina a los justos y se exalta el poderío de sinvergüenzas sin escrúpulos, que se enriquecen a costa del dolor ajeno.
Hay todavía, después de tantos siglos, quienes creen que, matando al mensajero desaparece el mensaje.
Jesús, humanamente hablando, fue un fracasado, pues no amasó dinero, no se casó, no fundó una familia, no tenía trabajo fijo, bien remunerado y con jornadas de descanso.
Además carecía de un hogar. El mismo dijo en cierta ocasión:
“Las raposas tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza”.
Predicó la utopía de un Reino, sin violencia, del que todos formamos parte, si proclamamos a Dios como Padre y todos nos sentimos hermanos; si buscamos servir a los demás en lugar de dominar sobre ellos; si practicamos, como norma fundamental de comportamiento, “la misericordia, la justicia y la buena fe”.
Los hombres estamos acostumbrados a valorar lo efímero y a despreciar lo sustancial, lo que compromete nuestra vida por una causa noble. No es de extrañar que algunos de los parientes de Jesús lo tomaran por loco e intentaran apartarle de su misión.
Pero Dios hizo justicia, y esto es lo que celebramos hoy: “La piedra desechada por los arquitectos es hoy la piedra angular: Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”.
“Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Salmo 117, 24).
La Secuencia Pascual nos lo recuerda: “Lucharon vida y muerte en singular batalla, y, muerto el que es la Vida, triunfante se levanta”.
La resurrección de Jesús da sentido a todo su quehacer humano y rehabilita la memoria del Justo. Así lo confirma el apóstol Pedro: “El ungido por Dios por la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10, 38), no debía permanecer enterrado en los fríos lazos de la muerte.
Dios Padre le ha dado la razón a Jesús al resucitarle de entre los muertos y sentarle a su derecha.
Jesús tenía razón al anunciar que Dios es un Padre misericordioso que nos ama.
Jesús tenía razón al confesar que no hay nada más grande en la vida que amarnos como hermanos.
Jesús tenía razón al afirmar que es más importante la persona que los ritos, normas y leyes.
Jesús tenía razón al defender a los pobres, humildes y desvalidos de la voracidad económica de los ricos y de los intereses egoístas de los poderosos.
Dios nos dice, a través de la resurrección, que todo lo realizado por Jesús no puede morir, porque es su voluntad para nosotros.
No gustaba a las autoridades religiosas que un rabí, como él, hablara públicamente con mujeres de dudosa conducta, con publicanos, pecadores y gentes de la más baja condición social.
Tampoco les agradaba que curara en sábado (algo prohibido por la Ley) y, mucho menos, que defendiera de ser lapidada a una mujer adúltera.
Probablemente bastantes puritanos del integrismo judío de entonces pensaron que, al matar a Jesús, defendían a Dios.
La historia tiene muchas paradojas, teñidas de trágicas equivocaciones. ¡Cuántos inocentes mueren cada año por crímenes que nunca cometieron!
Todos vemos, a menudo, como se margina a los justos y se exalta el poderío de sinvergüenzas sin escrúpulos, que se enriquecen a costa del dolor ajeno.
Hay todavía, después de tantos siglos, quienes creen que, matando al mensajero desaparece el mensaje.
Jesús, humanamente hablando, fue un fracasado, pues no amasó dinero, no se casó, no fundó una familia, no tenía trabajo fijo, bien remunerado y con jornadas de descanso.
Además carecía de un hogar. El mismo dijo en cierta ocasión:
“Las raposas tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza”.
Predicó la utopía de un Reino, sin violencia, del que todos formamos parte, si proclamamos a Dios como Padre y todos nos sentimos hermanos; si buscamos servir a los demás en lugar de dominar sobre ellos; si practicamos, como norma fundamental de comportamiento, “la misericordia, la justicia y la buena fe”.
Los hombres estamos acostumbrados a valorar lo efímero y a despreciar lo sustancial, lo que compromete nuestra vida por una causa noble. No es de extrañar que algunos de los parientes de Jesús lo tomaran por loco e intentaran apartarle de su misión.
Pero Dios hizo justicia, y esto es lo que celebramos hoy: “La piedra desechada por los arquitectos es hoy la piedra angular: Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”.
“Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Salmo 117, 24).
La Secuencia Pascual nos lo recuerda: “Lucharon vida y muerte en singular batalla, y, muerto el que es la Vida, triunfante se levanta”.
La resurrección de Jesús da sentido a todo su quehacer humano y rehabilita la memoria del Justo. Así lo confirma el apóstol Pedro: “El ungido por Dios por la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10, 38), no debía permanecer enterrado en los fríos lazos de la muerte.
Dios Padre le ha dado la razón a Jesús al resucitarle de entre los muertos y sentarle a su derecha.
Jesús tenía razón al anunciar que Dios es un Padre misericordioso que nos ama.
Jesús tenía razón al confesar que no hay nada más grande en la vida que amarnos como hermanos.
Jesús tenía razón al afirmar que es más importante la persona que los ritos, normas y leyes.
Jesús tenía razón al defender a los pobres, humildes y desvalidos de la voracidad económica de los ricos y de los intereses egoístas de los poderosos.
Dios nos dice, a través de la resurrección, que todo lo realizado por Jesús no puede morir, porque es su voluntad para nosotros.
Hoy es Pascua, un día especial, el que da sentido al resto de los días del año, porque “Cristo ha resucitado”.
Los ornamentos de color blanco, el cirio pascual y la pila bautismal, bellamente adornados con flores, y el resto de detalles festivos, resaltan el triunfo de Jesús.
La luz del cirio pascual, encendido esta noche durante la Vigilia Pascual, nos recuerda que todas las penalidades de la vida tienen fecha de caducidad, si miramos al Resucitado con los ojos de la fe.
San Pablo nos invita a que aspiremos a los bienes de arriba, no a los de la tierra, hasta que aparezca Cristo y nos lleve con él a la gloria (Colosenses 1, 1-4).
La carrera de Pedro y Juan (evangelio de hoy) hacia el sepulcro vacío lleva a ambos discípulos hasta la fe pascual, que se fija, no tanto en las vendas y el sudario, como en la sensación interior de que Jesús está vivo.
Entienden entonces lo dicho en las Escrituras: “Que él había de resucitar de entre los muertos” (Juan 20, 9).
Sabemos por los evangelios que Jesús se apareció más tarde a ´María Magdalena, Pedro, a los discípulos de Emaús, a los Apóstoles reunidos en el Cenáculo, y en Galilea, junto al mar, antes de ascender al cielo.
Los primeros seguidores de Jesús experimentan que Jesús está presente en le corazón de cada uno de ellos, no como un recuerdo pasado, sino como memorial, con una presencia actual, que compromete su voluntad y fortalece su acción misionera.
Los ornamentos de color blanco, el cirio pascual y la pila bautismal, bellamente adornados con flores, y el resto de detalles festivos, resaltan el triunfo de Jesús.
La luz del cirio pascual, encendido esta noche durante la Vigilia Pascual, nos recuerda que todas las penalidades de la vida tienen fecha de caducidad, si miramos al Resucitado con los ojos de la fe.
San Pablo nos invita a que aspiremos a los bienes de arriba, no a los de la tierra, hasta que aparezca Cristo y nos lleve con él a la gloria (Colosenses 1, 1-4).
La carrera de Pedro y Juan (evangelio de hoy) hacia el sepulcro vacío lleva a ambos discípulos hasta la fe pascual, que se fija, no tanto en las vendas y el sudario, como en la sensación interior de que Jesús está vivo.
Entienden entonces lo dicho en las Escrituras: “Que él había de resucitar de entre los muertos” (Juan 20, 9).
Sabemos por los evangelios que Jesús se apareció más tarde a ´María Magdalena, Pedro, a los discípulos de Emaús, a los Apóstoles reunidos en el Cenáculo, y en Galilea, junto al mar, antes de ascender al cielo.
Los primeros seguidores de Jesús experimentan que Jesús está presente en le corazón de cada uno de ellos, no como un recuerdo pasado, sino como memorial, con una presencia actual, que compromete su voluntad y fortalece su acción misionera.
¡Jesús vive! Este es, desde el principio, el anuncio gozoso de todos los que le aceptan como el Mesías, el Señor, el Hijo de Dios.
¡Jesús vive! Esta es la convicción de quienes, siguiendo sus huellas, avanzan por el camino del sufrimiento y de la cruz a la alegría de la resurrección.
¡Jesús vive! Este es el grito de esperanza de tantos hombres y mujeres, que son perseguidos a causa de su fe o por no claudicar ante las injusticias de que son víctimas multitud de personas humildes y honradas.
¡Jesús vive!Esta es la gran verdad de la fe cristiana, que nos lleva a pensar que “los padecimientos del tiempo presente son cosa de nada comparados con la gloria que él nos tiene preparada” (Romanos 8, 18).
¡Jesús vive!¡Aleluya! Regocijémonos y vivamos con profundo agradecimiento esta nueva Pascua de Resurrección, plenamente conscientes de que: “Si morimos con él, viviremos con él; si perseveramos, reinaremos con él” (II Timoteo 2, 11) .
Hagamos nuestra esta hermosa oración:
“Quién diga que Dios ha muerto que salga a la luz y vea si el mundo es o no tarea de un Dios que sigue despierto. Ya no es su sitio el desierto, ni en la montaña se esconde; decid si preguntan dónde, que Dios está - sin mortaja- en donde un hombre trabaja y un corazón le responde”.
¡Jesús vive! Esta es la convicción de quienes, siguiendo sus huellas, avanzan por el camino del sufrimiento y de la cruz a la alegría de la resurrección.
¡Jesús vive! Este es el grito de esperanza de tantos hombres y mujeres, que son perseguidos a causa de su fe o por no claudicar ante las injusticias de que son víctimas multitud de personas humildes y honradas.
¡Jesús vive!Esta es la gran verdad de la fe cristiana, que nos lleva a pensar que “los padecimientos del tiempo presente son cosa de nada comparados con la gloria que él nos tiene preparada” (Romanos 8, 18).
¡Jesús vive!¡Aleluya! Regocijémonos y vivamos con profundo agradecimiento esta nueva Pascua de Resurrección, plenamente conscientes de que: “Si morimos con él, viviremos con él; si perseveramos, reinaremos con él” (II Timoteo 2, 11) .
Hagamos nuestra esta hermosa oración:
“Quién diga que Dios ha muerto que salga a la luz y vea si el mundo es o no tarea de un Dios que sigue despierto. Ya no es su sitio el desierto, ni en la montaña se esconde; decid si preguntan dónde, que Dios está - sin mortaja- en donde un hombre trabaja y un corazón le responde”.
Amén.
(Himno de Sexta)
No hay comentarios:
Publicar un comentario