Nace el 29 de agosto de 1769 en Grenoble, Francia. Educada en el Convento de la Visitación de Santa María del Alto, y atraída por la vida contemplativa, entra en ese monasterio a los 18 años.
La comunidad se dispersa durante la Revolución Francesa y Filipina regresa a su familia y se dedica a cuidar a los presos y a todos los que sufren
Intenta reconstruir el monasterio de Ste. Marie después del Concordato de 1801 con algunas compañeras, pero no lo logra. En 1804 Filipina oye hablar de una nueva congregación, la Sociedad del Sagrado Corazón, y pide a la fundadora Magdalena Sofía Barat ser admitida, ofreciendo su monasterio. La Madre Barat visita Santa María en 1804 y recibe a Filipina y sus compañeras como novicias en la Sociedad.
La vida contemplativa alimenta en Filipina el deseo de ir a las misione y atraída por la Eucaristía desde su juventud, pasa la noche de un Jueves Santo de 1806 en oración. Fruto de esa experiencia, le escribe a la Madre Barat: «Pasé la noche entera en el Nuevo Continente llevando el Santísimo Sacramento por todas partes… Tenía que hacer tantos sacrificios: una madre, hermanas, parientes, mí montaña … Cuando me diga: “Te envío”, responderé en seguida: “Voy”». Sin embargo, tiene que esperar otros 12 años.
En 1818 el sueño de Filipina se ve realizado. El Obispo del territorio de Louisiana buscaba una congregación de religiosas para ayudarle a evangelizar a los niños franceses e indios de su diócesis, y Fílipina es enviada a responder a esta llamada.
En St. Charles, cerca de St. Louis, Missouri, funda la primera casa de la Sociedad fuera de Francia, en una cabaña de troncos. Allí vive todas las austeridades: frío extremo, trabajo duro, falta de dinero y la frustración de nunca aprender bien el Inglés.
En 1820 abre la primera escuela gratuita al oeste del Mississippi y para 1828 había fundado ya seis casas. Las escuelas eran para las jóvenes de Missouri y Louisiana; trabajo para ellas, manteniendo siempre en el fondo de su corazón el anhelo de ir a los Indios americanos.
Cuando Filipina tiene 72 años, se abre una escuela para los Potowatomies en Sugar Creek, Kansas. Aunque muchos pensaban que Filipina estaba demasiado enferma para ir, el jesuita que dirigía la misión insistió: “Tiene que venir: quizás no podrá hacer mucho trabajo, pero con su oración alcanzará el éxito de la misión, y su presencia atraerá muchos favores del cielo para la obra”.
Está sólo un año entre los Potowatomies, pero su valor pionero nunca desistió, y sus largas horas de contemplación inspiraron a los indios a llamarla ” La mujer que siempre reza “.
Su salud no pudo soportar el régimen de vida en el poblado, así que vuelve a St. Charles en julio de 1842, aunque su corazón valiente nunca perdió el deseo de las misiones. Filipina muere en St. Charles, Missouri, el 18 de noviembre de 1852, a la edad de 83 años. Es canonizada en el año de 1988.
Rosa Filipina Duchesne es, “una santa de contrastes para tiempos conflictivos”
“Toda ella era una sed desmedida, una necesidad de derroche, de exageración, de ruptura de límites y cálculos pero otra mujer de paso decidido y sereno se puso a la tarea de educar aquel torrente de generosidad y de impulso.” Sofía Barat, su gran amiga, le decía: “¿Cuándo sabré que has llegado a ese feliz estado en el que Dios solo basta, en el que su santa voluntad es el resorte de todas nuestras acciones?”
La noche del Jueves Santo de 1806 Filipina escuchó en su corazón la invitación de Dios para ir en misión a América. Ella cuenta a Sofía:
“me veía después sola con Jesús o rodeada de una turba de niños negros, silvestres florecillas del bosque, sintiéndome más feliz en medio de ellos que cualquier potentado de la tierra en su corte…”
Desde entonces ¡¡tuvo que esperar e insistir 12 años!! En una de sus cartas, Sofía dibuja la ‘terquedad de su esperanza’:
“la perseverancia de tus deseos, la facilidad con que ese proyecto tan difícil en apariencia se ha realizado cuando llegó el momento señalado por la Providencia, el conjunto de medios que se han reunido para facilitar tu marcha, que tanto costaba a nuestros corazones, en fin, la fuerza que Dios te ha dado para triunfar en todos los obstáculos, todo me prueba que el Señor te llamaba para fundar una casa del Sagrado Corazón en América, a pesar de las reclamaciones de la prudencia humana. No puedo ser menos generosa que tú. Me has dado ejemplo de tanto valor”
Ya en América tiene que esperar hasta 1841 para ir a vivir entre los indios. La responsabilidad por las fundaciones le impide saciar pronto su deseo. Es a los 72 años que finalmente lo consigue:
“Quiere irse al Mossouri para evangelizar a los indígenas. Es cierto que cuando se ama a Dios nunca se dice: basta. Si no la conociera bien diría: es demasiado. Como la conozco, tan solo le diré: adelante, siga su vocación o más bien la voz de Dios. El estará a su lado”.
“Sabe soñar para que algo se haga realidad, tender a lo imposible para que algo sea posible: esa es la regla de oro de Filipina, esa es la enseñanza más segura de quien todo lo arriesga y por eso gana.”
“Llegando a América creía estar en el colmo de mi ambición… pero ahora me siento devorada por la de ir nada menos que al Perú”
Su padre dice que es “criatura de indómita voluntad”. El P. Varin comenta: “nada le impedirá ser de Dios” y su amiga Sofía: “no ha retrocedido jamás ante ningún obstáculo cuando Jesús la ha llamado en favor de los demás”.
La comunidad se dispersa durante la Revolución Francesa y Filipina regresa a su familia y se dedica a cuidar a los presos y a todos los que sufren
Intenta reconstruir el monasterio de Ste. Marie después del Concordato de 1801 con algunas compañeras, pero no lo logra. En 1804 Filipina oye hablar de una nueva congregación, la Sociedad del Sagrado Corazón, y pide a la fundadora Magdalena Sofía Barat ser admitida, ofreciendo su monasterio. La Madre Barat visita Santa María en 1804 y recibe a Filipina y sus compañeras como novicias en la Sociedad.
La vida contemplativa alimenta en Filipina el deseo de ir a las misione y atraída por la Eucaristía desde su juventud, pasa la noche de un Jueves Santo de 1806 en oración. Fruto de esa experiencia, le escribe a la Madre Barat: «Pasé la noche entera en el Nuevo Continente llevando el Santísimo Sacramento por todas partes… Tenía que hacer tantos sacrificios: una madre, hermanas, parientes, mí montaña … Cuando me diga: “Te envío”, responderé en seguida: “Voy”». Sin embargo, tiene que esperar otros 12 años.
En 1818 el sueño de Filipina se ve realizado. El Obispo del territorio de Louisiana buscaba una congregación de religiosas para ayudarle a evangelizar a los niños franceses e indios de su diócesis, y Fílipina es enviada a responder a esta llamada.
En St. Charles, cerca de St. Louis, Missouri, funda la primera casa de la Sociedad fuera de Francia, en una cabaña de troncos. Allí vive todas las austeridades: frío extremo, trabajo duro, falta de dinero y la frustración de nunca aprender bien el Inglés.
En 1820 abre la primera escuela gratuita al oeste del Mississippi y para 1828 había fundado ya seis casas. Las escuelas eran para las jóvenes de Missouri y Louisiana; trabajo para ellas, manteniendo siempre en el fondo de su corazón el anhelo de ir a los Indios americanos.
Cuando Filipina tiene 72 años, se abre una escuela para los Potowatomies en Sugar Creek, Kansas. Aunque muchos pensaban que Filipina estaba demasiado enferma para ir, el jesuita que dirigía la misión insistió: “Tiene que venir: quizás no podrá hacer mucho trabajo, pero con su oración alcanzará el éxito de la misión, y su presencia atraerá muchos favores del cielo para la obra”.
Está sólo un año entre los Potowatomies, pero su valor pionero nunca desistió, y sus largas horas de contemplación inspiraron a los indios a llamarla ” La mujer que siempre reza “.
Su salud no pudo soportar el régimen de vida en el poblado, así que vuelve a St. Charles en julio de 1842, aunque su corazón valiente nunca perdió el deseo de las misiones. Filipina muere en St. Charles, Missouri, el 18 de noviembre de 1852, a la edad de 83 años. Es canonizada en el año de 1988.
Rosa Filipina Duchesne es, “una santa de contrastes para tiempos conflictivos”
“Toda ella era una sed desmedida, una necesidad de derroche, de exageración, de ruptura de límites y cálculos pero otra mujer de paso decidido y sereno se puso a la tarea de educar aquel torrente de generosidad y de impulso.” Sofía Barat, su gran amiga, le decía: “¿Cuándo sabré que has llegado a ese feliz estado en el que Dios solo basta, en el que su santa voluntad es el resorte de todas nuestras acciones?”
La noche del Jueves Santo de 1806 Filipina escuchó en su corazón la invitación de Dios para ir en misión a América. Ella cuenta a Sofía:
“me veía después sola con Jesús o rodeada de una turba de niños negros, silvestres florecillas del bosque, sintiéndome más feliz en medio de ellos que cualquier potentado de la tierra en su corte…”
Desde entonces ¡¡tuvo que esperar e insistir 12 años!! En una de sus cartas, Sofía dibuja la ‘terquedad de su esperanza’:
“la perseverancia de tus deseos, la facilidad con que ese proyecto tan difícil en apariencia se ha realizado cuando llegó el momento señalado por la Providencia, el conjunto de medios que se han reunido para facilitar tu marcha, que tanto costaba a nuestros corazones, en fin, la fuerza que Dios te ha dado para triunfar en todos los obstáculos, todo me prueba que el Señor te llamaba para fundar una casa del Sagrado Corazón en América, a pesar de las reclamaciones de la prudencia humana. No puedo ser menos generosa que tú. Me has dado ejemplo de tanto valor”
Ya en América tiene que esperar hasta 1841 para ir a vivir entre los indios. La responsabilidad por las fundaciones le impide saciar pronto su deseo. Es a los 72 años que finalmente lo consigue:
“Quiere irse al Mossouri para evangelizar a los indígenas. Es cierto que cuando se ama a Dios nunca se dice: basta. Si no la conociera bien diría: es demasiado. Como la conozco, tan solo le diré: adelante, siga su vocación o más bien la voz de Dios. El estará a su lado”.
“Sabe soñar para que algo se haga realidad, tender a lo imposible para que algo sea posible: esa es la regla de oro de Filipina, esa es la enseñanza más segura de quien todo lo arriesga y por eso gana.”
“Llegando a América creía estar en el colmo de mi ambición… pero ahora me siento devorada por la de ir nada menos que al Perú”
Su padre dice que es “criatura de indómita voluntad”. El P. Varin comenta: “nada le impedirá ser de Dios” y su amiga Sofía: “no ha retrocedido jamás ante ningún obstáculo cuando Jesús la ha llamado en favor de los demás”.
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