Israel era una viña frondosa, y daba fruto: cuanto más eran sus frutos, más aumentó sus altares; cuanto mejor era la tierra, mejores monumentos erigía.
Tiene el corazón dividido, ahora lo expiará: él mismo destruirá sus altares, abatirá sus estelas.
Ahora dicen: «No tenemos rey, no respetamos al Señor, ¿qué podrá hacernos el rey?»
Desaparece Samaria, y su rey, como espuma sobre la superficie del agua.
Son destruidos los altozanos de los ídolos, el pecado de Israel.
Cardos y abrojos crecen sobre sus altares; gritan a los montes: «Cubridnos», a los collados: «Caed sobre nosotros.»
Sembrad justicia y cosecharéis misericordia.
Roturad un campo, que es tiempo de consultar al Señor, hasta que venga y llueva sobre vosotros la justicia.
En aquel tiempo, Jesús, llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia.
Éstos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el Alfeo, y Tadeo; Simón el Celote, y Judas Iscariote, el que lo entregó.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:
-«No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en las ciudades de Samaria, sino id a las ovejas descarriadas de Israel.
Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca.»
Palabra del Señor.
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