domingo, 26 de febrero de 2012

Homilía



Este “enseguida” es muy significativo, porque en el párrafo anterior, San Marcos, narra el Bautismo de Jesús con una proclamación expresa: “Tú eres mi Hijo amado en quien me complazco” (Marcos 1, 11).
El Espíritu impulsa a Jesús al desierto para ser tentado por Satanás. Es el momento de demostrar que la fuerza de Dios vence siempre al pecado.
La breve narración de Marcos tiene un alto contenido simbólico, y utiliza términos como “desierto”, “cuarenta días”, “Satanás”, “fieras y “ángeles”, que conviene explicar.

La palabra “desierto” hace referencia a un contexto histórico de Israel, como un lugar seco e inhóspito, reservado a los malditos y desheredados, pero, al mismo tiempo, como un fuerte choque espiritual del hombre, que se enfrenta a su propio destino y le obliga a superar las pruebas más difíciles. Es aquí donde la persona tentada experimenta el significado de la soledad y la impotencia frente a la naturaleza, que abruma por su grandiosidad e invita al encuentro con Dios, que se revela.
Sea o no sea histórico el relato, sí es cierto que Jesús fue tentado con las mismas tentaciones que sufrimos los hombres, y se asemejó en todo a nosotros, menos en el pecado. Adán, el primer hombre, sucumbió a la tentación. Jesús, sin embargo, al vencerla, restablece la condición primigenia del hombre cuando no había sido desfigurado por el pecado.

El término “cuarenta días” nos retrotrae a los cuarenta días del Diluvio y a los cuarenta años que duró la travesía del Pueblo de Israel por el desierto.
Es una cifra simbólica de plenitud, que quiere reflejar que Jesús fue siempre tentado.
San Marcos no se detiene en pormenorizar las tres grandes tentaciones de Jesús, descritas en San Mateo y San Lucas. Escribe sobre la tentación en singular, porque no le interesa el modo o forma de ser tentado, sino el hecho mismo de ser tentado, que tiene un denominador común: frustrar en nosotros el plan salvífico de Dios, tanto a nivel individual como comunitario.

“Satanás” simboliza al mal, que es un obstáculo para la implantación del Reino de Dios.
San Marcos presenta a Jesús, en muchas páginas del evangelio, echando demonios. De esta manera expresa la primacía del Reino de Dios en la persona que se abre a la acción salvadora de Jesús.

La alusión del texto a las “fieras” evoca la comunión inicial del hombre con los animales en el Paraíso y un tributo al Supremo Hacedor, que hace un pacto con Noé (primera lectura) para proteger a todos los seres vivientes y sellar, con el arco iris como testigo, la amistad universal.

Los “ángeles”, como todas las criaturas, sirven y participan en el proyecto de Dios.


Nosotros vivimos actualmente años de duras pruebas, marcados por una aguda crisis económica, que está dejando sin empleo a millones de trabajadores y acabando con el llamado “estado de bienestar”. Hay familias que pasan graves necesidades, incluso alimenticias.
La crisis del sistema pone en evidencia otra serie de carencias: la insolidaridad, el hedonismo, el individualismo, el pasotismo..., que terminan desembocando en relativismo moral. Muchos reducen las creencias a las apetencias del momento o se dejan arrastrar por la inercia de prácticas culturales, sin compromiso alguno que condicione su libertad..
El ejercicio de austeridad, aunque venga impuesto por la coyuntura económica del momento, quizás nos venga bien para recuperar la fuerza de la familia y el apoyo de los vecinos y la gente de bien para afrontar juntos las dificultades que nos aguardan.

No se puede construir una sociedad sin Dios o sin soportes morales que den sentido a la existencia, sin arriesgarnos a caer en el más cruel de los vacíos.
Hoy, más que nunca, debemos volver a oír y vivir las palabras de Jesús: “ El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en la Buena Noticia” (Marcos 1, 15).

Las prácticas cuaresmales, que nos sugiere la Iglesia: oración, ayuno, penitencia y limosna, forman parte del itinerario seguido primero por Jesús como ejercicio de purificación y acercamiento a Dios.
El frío polar que ha azotado a Europa Central durante este invierno, las muertes de personas inocentes por parte de regímenes totalitarios, el chantaje en los negocios, los nacionalismo excluyentes y una serie inacabable de desgracias, ponen cada día en evidencia las limitaciones humanas y la necesidad de Dios en entornos carentes de esperanza.

Recordar la tradición cuaresmal de la Iglesia no es propio de retrógrados, carcas o de beatos que se cierran al futuro. Expertos en dietética, fisioterapeutas o médicos en general, aconsejan la moderación en el comer, el ejercicio físico y una vida saludable y sin sobresaltos para mantener vigoroso el cuerpo. Otro tanto podemos decir del cultivo espiritual a través de la lectura de las Sagradas Escrituras, la oración personal y comunitaria y la revisión de nuestra vida en relación con Dios y con los demás.
Hemos ido perdiendo durante los últimos años el sentido de la penitencia individual y comunitaria; apenas nos confesamos ni nos damos tiempo para compartir nuestros proyectos, ideas o sentimientos-


De la misma manera que se preconizan cambios, reajustes estructurales o reforma laboral para reactivar la economía y acelerar la creación de empleo, también necesitamos reajustes en nuestra vida en forma de cambio de mentalidad, de actitudes y de sensibilidad ante situaciones injustas.
En otras palabras: urge que recuperemos la identidad cristiana, clarifiquemos sus objetivos y reformulemos los valores que sustentan nuestra existencia.
Esto no se logra, sino con la conversión, que nace desde uno mismo y se proyecta hacia la regeneración de todo el tejido social.
Como dice Jesús: “El tiempo se ha cumplido, está cerca el Reino de Dios” (Marcos 1, 15), y son demasiadas las oportunidades que hemos despreciado al compás del narcisismo y la estrechez de miras.
Dejemos siempre un hueco a Dios para que ilumine el lado oscuro de nuestro corazón.

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