Su nombre de nacimiento era Giovanni Maria Giambattista Pietro Pellegrino Isidoro Mastai Ferretti Sollazzi. Fue el noveno hijo del conde Girolamo Mastai Ferretti y de su esposa Caterina Sollazzi.
De joven, quiso hacer carrera en la Guardia Noble de la Santa Sede, pero al no conseguir ser admitido a causa de su epilepsia, decidió estudiar teología en el seminario de Roma. Fue ordenado sacerdote en abril de 1819.
Al principio, trabajó como rector del Instituto Tata Giovanni de Roma, hasta que fue enviado a Argentina, Chile y Perú (1823-1825) para ayudar al nuncio apostólico, Monseñor Giovanni Muzi, en la primera misión en la Sudamérica postrevolucionaria. Regresó a Roma para dirigir el hospital de San Michele (1825-1827) y para ocupar el oficio de canónigo de Santa Maria in Via Lata.
El 21 de mayo de 1827 fue nombrado arzobispo de Spoleto a los 35 años de edad y consagrado el 3 de junio siguiente por el cardenal Francesco Saverio Castiglioni, después papa Pío VIII. De esta etapa destaca la amnistía que logró para los que participaron en una fallida revolución que, en 1831, se había extendido a aquella ciudad. Este hecho y sus simpatías por la causa italiana le hicieron ganar fama de liberal. Al año siguiente de ese suceso, fue trasladado al prestigioso obispado de Imola manteniendo el cargo de arzobispo ad personam. Fue nombrado Cardenal in pectore el 23 de diciembre de 1839 y hecho público el 14 de diciembre del año siguiente con el título de Cardenal presbítero de los Santos Pedro y Marcelino.
El cónclave que siguió a la muerte de Gregorio XVI tuvo lugar en un momento de ambiente político inestable en Italia. Esto motivó que varios cardenales extranjeros decidieran no asistir a él. A su comienzo, sólo estaban presentes 46 de los 62 cardenales.
Este cónclave se celebró en el palacio del Quirinal de Roma, que entonces era la residencia pontificia, y fue escenario de una división entre conservadores y liberales. Los conservadores apoyaban a Luigi Lambruschini, cardenal obispo de Sabina y secretario de Estado del papa Gregorio XVI. Los liberales, en cambio, apoyaban alternativamente a dos candidatos: a Tommaso Pasquale Gizzi, cardenal del título de Santa Pudenziana y antiguo nuncio apostólico el el reino de Cerdeña, y al cardenal Mastai Ferretti. En la primera votación, Mastai Ferretti obtuvo quince votos y los demás votos fueron para Lambruschini y Gizzi. Muchos pensaban que si Lambruschini no resultaba elegido, lo sería Gizzi con toda probabilidad.
Llegado el cónclave a un punto muerto a causa del desacuerdo, los liberales y moderados decidieron votar por Mastai Ferretti, una decisión que fue contraria al sentir de buena parte de los gobiernos de Europa. El segundo día del cónclave, el 16 de junio de 1846, Mastai Ferretti fue elegido papa con una mayoría de 36 votos, mientras que Lambruschini sólo obtuvo diez; Gizzi no recibió ningún voto. Dado que era de noche, no se realizó ningún anuncio formal, exceptuando la fumata blanca. Muchos católicos asumieron que Gizzi había sido escogido como sucesor de San Pedro. De hecho, empezó a haber celebraciones en su ciudad natal, Ceccano, y sus ayudantes, de acuerdo con una antigua tradición, quemaron sus vestiduras cardenalicias.
A la mañana siguiente, se anunció la elección del cardenal Mastai Ferretti ante lo que debió ser una sorprendida multitud de católicos. Por supuesto, cuando el nuevo papa apareció en el balcón, el clima fue de júbilo. Mastai Ferretti escogió el nombre de Pío IX en honor de Pío VII. A las pocas horas de su elección llegó a Roma Karl Kajetan Gaisruck, cardenal del título de San Marco y arzobispo de Milán, que llevaba el veto del emperador Fernando I de Austria-Hungría a la elección de Mastai Ferretti, pero los hechos ya se habían consumado.
Pío IX fue coronado el 21 de junio por el cardenal Ludovico Gazzoli, protodiácono de San Eustachio. Inmediatamente nombró a Gizzi secretario de Estado. Los liberales europeos aplaudieron su elección como Sumo Pontífice.
Pío IX tenía fama de ser un hombre culto, al ser elegido proclamó una amnistía para los presos con delitos políticos e instituyó La Consulta, una cámara deliberante de representación popular (pero elegida no por sufragio universal, sino censitario) que propició una mayor participación ciudadana en el gobierno de los Estados pontificios. También abolió el antiguo gueto judío de Roma. Para sus propósitos liberalizadores tuvo que pugnar arduamente con la propia curia romana, hasta el punto que en dos años tuvo no menos de siete secretarios de Estado.
Durante las revoluciones de 1848 en Roma se proclamó la república y el Papa tuvo que huir a Gaeta, en el reino de las Dos Sicilias, disfrazado de monje. Desde allí pidió ayuda a las principales potencias católicas: España, Austria, Francia y las Dos Sicilias, que acudieron en su ayuda. Cuando sus territorios le fueron restituidos por los franceses, volvió animado por propósitos menos liberales, ejemplo de ello, la restauración del gueto judío.
En 1853 se reconcilió con las monarquías protestantes de los Países Bajos e Inglaterra, las cuales permitieron el restablecimiento en sus países de la jerarquía católica.
Los siguientes actos que llevó a cabo, tanto político como religioso, fueron encaminados a la defensa doctrinal y a la preservación de los Estados Pontificios, amenazados por la unificación de los territorios italianos que estaba llevando a cabo el reino de Piamonte. Hacia 1860 el rey Víctor Manuel II había conquistado casi todos los dominios papales.
En 1864 Pío IX promulgó la encíclica Quanta cura que lleva como apéndice el celebérrimo Syllabus erroroum, compendio de ochenta proposiciones condenatorias de las doctrinas más progresistas del momento. Específicamente anatematizó el panteísmo, el naturalismo, el racionalismo, el indeferentismo, el latitudinarismo, el socialismo, el comunismo, el liberalismo, las sociedades secretas, el biblismo, y la autonomía de la sociedad civil. Reafirmaba la invalidez del matrimonio celebrado entre católicos no separados de la Iglesia, que se celebrase ante una autoridad civil, por un defecto de forma canónica.
Otras acciones a destacar de este papa son la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción (encíclica Ineffabilis Deus de 8 de diciembre de 1854) y la convocatoria del Concilio Vaticano I (1869-1870), donde se definió la infalibilidad papal para sus pronunciamientos ex cathedra -circunstancia ésta que se produce en contadísimas ocasiones- y el fortalecimiento del primado romano (constitución apostólica Pastor aeternus de 18 de julio de 1870). El Concilio también recogió las tesis del Syllabus y mediante la constitución Dei Filius (De fide catholica) reconocía a los Romanos Pontifices el primado de jurisdicción sobre todos los obispos, tanto individual, como colectivamente considerados.
Los esfuerzos de Pío IX para conservar los Estados de la Iglesia fueron en vano ya que el 20 de septiembre de 1870 el ejército piamontés entró en Roma y puso fin a la soberanía de los Papas que había durado más de mil años.
Pío IX se negó a reconocer el reino de Italia, a establecer relaciones diplomáticas con él y rechazó las garantías personales que se ofrecían y excomulgó al rey Víctor Manuel II de Saboya. Mediante la bula Non Expedit prohibió a los católicos, bajo severas penas canónicas, toda participación activa en la política italiana, incluido el sufragio.
Los últimos años de su pontificado los vivió en condiciones de aislamiento en los palacios del Vaticano, viendo como las propiedades de la Iglesia en Italia eran confiscadas, mientras que en Alemania, Bismark comenzaba su Kulturkampf contra el catolicismo. Su papado había sido uno de los más largos de la historia y, a su vez, uno de los que ha tenido que afrontar problemas más graves.
El 23 de julio de 1858, las autoridades civiles de los Estados Pontificios retirarón la patria potestad a los padres de Edgardo Mortara, que eran judíos, dado que había sido bautizado como cristiano. Fue acogido en una institución de educación católica, con todo sus padres intentaron recuperar la patria postestad durante doce años, empeño que nunca consiguieron. Cuando, finalmente, a raíz del declive del poder de los Estados Pontificios, le fue posible reencontrase con sus padres judíos, rechazó tal posibilidad. Poco tiempo después, se ordenó como sacerdote.
El llamado Caso Mortara conmovió a la opinión pública de la época y, más recientemente, ha sido causa de las críticas que recibió la beatificación del papa Pio IX.
Durante el pontificado de Pío IX se inicia en la Iglesia el denominado catolicismo social, para defender los derechos de los trabajadores tras la revolución industrial.
Los católicos tomaron pronto conciencia de los problemas político-religiosos que se derivaban de la Revolución francesa, sin embargo muy lentamente, como el resto de la sociedad, fueron conscientes de una segunda revolución de otra naturaleza que estaba modificando en profundidad la sociedad tradicional, la denominada revolución industrial.
Desde 1830 los teóricos y activistas, como Robert Owen (cartistas) en Inglaterra y Saint-Simon, Fourier y Proudhom en Francia, habían denunciado las injusticias del capitalismo y del liberalismo salvaje, promoviendo la resistencia obrera. En 1847 Marx y Engels había elaborado el “manifiesto comunista” la carta magna del socialismo científico.
Mientras el movimiento obrero se organizaba de este modo, amplios sectores de la sociedad, hasta el fin del siglo, rechazaban tomar en consideración la necesidad de lo que hoy se llama “reforma de las estructuras” sea por incomprensión de los nuevos problemas, sea por la absoluta novedad de los mismos.
Que las situación era penosa era reconocido por un número cada vez mayor de personas, pero éstos no veían otra solución que la caridad privada y las obras de beneficencia, que más bien era remedios sintomáticos para paliar algunas de las consecuencias de la nueva estructura socioeconómica de Europa, pero no para ir a las raíces del problema.
Sin embargo, una minoría muy pronto hizo propias estas preocupaciones sociales, dándose cuenta que la cuestión obrera constituía un grave problema de justicia. Sobre todo en Alemania la toma de conciencia de esta situación se adelantó al resto de países, de modo que, en justicia, debe ser colocado este país el origen del movimiento social católico que en el 1891 tendrá su primera expresión oficial en la encíclica Rerum Novarum de León XIII.
Con todo, no es exacto que con esta encíclica se iniciara la doctrina social de la Iglesia. El beato Pío IX, si bien más preocupado por las repercusiones del liberalismo en el campo político y doctrinal, no ignoraba la faceta social de esta doctrina. A menudo se olvida que Pío IX, en la encíclica Quanta Cura, (1864) condenó el socialismo y el liberalismo económico, por lo que hizo un primer esbozo de las enseñanzas que León XIII desarrollará: denunciaba conjuntamente, por una parte, la pretensión del socialismo del siglo XIX de sustituir la Providencia Divina por el Estado y, por otra, el carácter materialista del liberalismo económico que excluye el aspecto moral de las relaciones entre capital y trabajo.
El caso alemán: Mons. Ketteler Alemania estuvo a la vanguardia del movimiento social católico, y en este país se inicia el primer partido político católico. Se puede afirmar que, en gran parte, el caso Alemán se debe a la obra y la actividad de Obispo de Maguncia G.U von Ketteler.
Su importancia es de orden doctrinal, sintetizado en su obra “La cuestión Obrera y el cristianismo” (1864), escrito tras 15 años de reflexión. Su novedad radicaba más en el diagnóstico de la problemática, que en la concreta solución que proponía: No se conformaba con sugerir algunas reformas concretas, sino señalaba que el problema obrero era de tal magnitud que no se podía concebir sino mediante una nueva concepción del estado opuesta al individualismo liberal y al totalitarismo estatalista.
Con independencia de la solución apuntada por Mons. Ketteler (postulaba la organización de la sociedad en un modo corporativista) su análisis de la situación es muy valido pues señalaba certeramente que no era suficiente limitarse a paliar determinadas carencias sociales, sino que había que cambiar el mismo sistema de las cosas.
Ketteler, del cual León XIII dirá que fue su “ gran precursor” murió en 1877, pero su espíritu no desapareció con él, y se le puede atribuir en buena parte las primeras leyes sociales, muy progresistas para la época, que fueron votadas en el Reichstag con el apoyo del partido de centro alemán, cuya doctrina social se inspiró en Ketteler.
Es justo señalar, además, que junto con importante aportación doctrinal, Mons. Ketteler desarrolló toda una gran actividad en su diócesis y en toda Alemania, empeñando todo su prestigio como prelado para fomentar la creación de entidades asociativas católicas de obreros que defendiesen por medios pacíficos sus derechos:
- Aumento de salarios. - Disminución de horas de trabajo. - Descanso dominical. - Prohibición de trabajos de menores.
Pío IX con el rey de Las Dos Sicilias Francisco II (a su derecha) en visita al Quirinale en 1859.
Una de las características del pontificado de Pío IX fue la superación del Jansenismo en la Iglesia Católica.
El Jansenismo es un movimiento del Siglo XVI en cuya base está una doctrina sobre la gracia, que dio por resultado una especie de catolicismo “calvinizado”.
En síntesis, la posición dogmática del Jansenismo era que el pecado original había provocado una corrupción radical de la naturaleza humana. En delante todo es perverso. La voluntad humana desde la caída de Adán es impotente ante el asalto de la concupiscencia. No puede evitarse el pecado en tanto no le sea concedida la gracia. La gracia es omnipotente e irresistible. Si Dios concede la gracia, el hombre evita el pecado; sin la gracia no se puede hacer otra cosa que pecar. Sin embargo, la gracia sólo se concede a unos pocos, a la pequeña minoría a quien Dios desea salvar; por lo tanto Cristo no murió por todos los hombres, sino por unos pocos.
Esta doctrina fue reprobada repetidas veces por los Romanos Pontífices, sin embargo, este movimiento seguía ejerciendo influencia en el catolicismo (especialmente en Francia y Países bajos).
En particular, la práctica jansenista del uso de los sacramentos en general, y de la de la Penitencia y la Eucaristía en particular era contraria al espíritu de la Iglesia post-tridentina.
Para el movimiento jansenista la comunión Eucarística sólo era una recompensa para el que triunfaba en la virtud; es más, rechazar la recompensa era, incluso, más meritoria que aceptarla. Por ello, en los territorios de influencia jansenista, era frecuente que los fieles católicos recibieran raramente la comunión.
Dadas estas premisas, podemos señalar, por contraposición, que una de características de la vida sacramental promovida durante el pontificado de Pío IX como superación del jansenismo, es la mayor frecuencia en la recepción de los sacramentos, en especial de la Eucaristía y la Penitencia, así como un aumento de las devociones de los fieles católicos. En síntesis, y sin afán de exhaustividad, podemos enumerar:
- Aumento de la piedad Eucarística y de la adoración al Santísimo Sacramento del Altar fuera del celebración de la Eucaristía. Y así, en efecto, en 1851 Pío IX recomienda oficialmente la Adoración Perpetua.
- Otro rasgo de la superación del Jansenismo, es la extensión a toda la Iglesia de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Pío IX proclama venerable a Sor Margarita María Alacoque y extiende la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús a la Iglesia Universal. En este sentido, es destacable la iniciativas para consagrar al Sagrado Corazón de Jesús los individuos, las familias, las congregaciones religiosas...incluso los Estados. Incluso hubo una petición presentada a Pío IX al acabar el Concilio Vaticano I suscrita por casi todos los obispos y superiores de Órdenes religiosas y más de 1.000.000 fieles laicos para consagrar el mundo.
- Redescubrimiento de Cristo: El Jansenismo daba más importancia a la majestad abstracta de Dios que a Cristo “Perfectus Deus, Perfectus Homo”. Ahora, la piedad se hace más Cristocéntrica; de modo que, con propiedad, algunos autores señalan la espiritualidad de esta época como la del “redescubrimiento de Cristo”, en este sentido, y con carácter anecdótico, se puede señalar la gran popularidad y difusión que tuvieron algunas obras de espiritualidad centrada en la vida de Cristo, como por ejemplo “la Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo” de Catalina de Emmerik, recientemente traslada y adaptada a lenguaje cinematográfico por Mel Gibson.[1]
También en este campo, el jansenismo había dejado su huella, generando una teología Moral que se caracterizaba por un rigorismo muy acentuado; se puede sintetizar señalando que entendían que las obras de los no-cristianos no tenían absolutamente ningún valor; además rechazaban el dolor de atrición (en contradicción con el Concilio de Trento) por considerarlo sumamente imperfecto.
Frente a esta postura moral, surgió ya en el siglo XVIII la figura de S. Alfonso María de Ligorio cuya renovación en este campo es recomendada por Roma en numerosas ocasiones; Pío IX, en este sentido, en un gesto muy significativo, proclamó a San Alfonso Maria de Ligorio como Doctor de la Iglesia en 1871, a petición de un número muy elevado del episcopado mundial (unos 600 obispos). Esta nueva perspectiva moral es acogida con entusiasmo por los clérigos.
Falleció el 7 de febrero de 1878. Sepultado en las Grutas Vaticanas, en 1881 sus restos mortales fueron trasladados a la basílica romana de San Lorenzo fuori le mura. Cuando el cortejo pasaba por el puente Sant' Angelo una turba trató de arrojar el cuerpo del papa al Tíber, sin embargo este se salvó gracias a la intervención de un pelotón.
Su lápida sepulcral lleva la sucinta frase "''Ossa et cineres Pii IX papae. Orate pro eo" (Huesos y cenizas del papa Pío IX. Rogad por él).
Fue beatificado por el papa Juan Pablo II el 3 de septiembre de 2000. Se le conmemora litúrgicamente el 7 de febrero, aniversario de su muerte.
De joven, quiso hacer carrera en la Guardia Noble de la Santa Sede, pero al no conseguir ser admitido a causa de su epilepsia, decidió estudiar teología en el seminario de Roma. Fue ordenado sacerdote en abril de 1819.
Al principio, trabajó como rector del Instituto Tata Giovanni de Roma, hasta que fue enviado a Argentina, Chile y Perú (1823-1825) para ayudar al nuncio apostólico, Monseñor Giovanni Muzi, en la primera misión en la Sudamérica postrevolucionaria. Regresó a Roma para dirigir el hospital de San Michele (1825-1827) y para ocupar el oficio de canónigo de Santa Maria in Via Lata.
El 21 de mayo de 1827 fue nombrado arzobispo de Spoleto a los 35 años de edad y consagrado el 3 de junio siguiente por el cardenal Francesco Saverio Castiglioni, después papa Pío VIII. De esta etapa destaca la amnistía que logró para los que participaron en una fallida revolución que, en 1831, se había extendido a aquella ciudad. Este hecho y sus simpatías por la causa italiana le hicieron ganar fama de liberal. Al año siguiente de ese suceso, fue trasladado al prestigioso obispado de Imola manteniendo el cargo de arzobispo ad personam. Fue nombrado Cardenal in pectore el 23 de diciembre de 1839 y hecho público el 14 de diciembre del año siguiente con el título de Cardenal presbítero de los Santos Pedro y Marcelino.
El cónclave que siguió a la muerte de Gregorio XVI tuvo lugar en un momento de ambiente político inestable en Italia. Esto motivó que varios cardenales extranjeros decidieran no asistir a él. A su comienzo, sólo estaban presentes 46 de los 62 cardenales.
Este cónclave se celebró en el palacio del Quirinal de Roma, que entonces era la residencia pontificia, y fue escenario de una división entre conservadores y liberales. Los conservadores apoyaban a Luigi Lambruschini, cardenal obispo de Sabina y secretario de Estado del papa Gregorio XVI. Los liberales, en cambio, apoyaban alternativamente a dos candidatos: a Tommaso Pasquale Gizzi, cardenal del título de Santa Pudenziana y antiguo nuncio apostólico el el reino de Cerdeña, y al cardenal Mastai Ferretti. En la primera votación, Mastai Ferretti obtuvo quince votos y los demás votos fueron para Lambruschini y Gizzi. Muchos pensaban que si Lambruschini no resultaba elegido, lo sería Gizzi con toda probabilidad.
Llegado el cónclave a un punto muerto a causa del desacuerdo, los liberales y moderados decidieron votar por Mastai Ferretti, una decisión que fue contraria al sentir de buena parte de los gobiernos de Europa. El segundo día del cónclave, el 16 de junio de 1846, Mastai Ferretti fue elegido papa con una mayoría de 36 votos, mientras que Lambruschini sólo obtuvo diez; Gizzi no recibió ningún voto. Dado que era de noche, no se realizó ningún anuncio formal, exceptuando la fumata blanca. Muchos católicos asumieron que Gizzi había sido escogido como sucesor de San Pedro. De hecho, empezó a haber celebraciones en su ciudad natal, Ceccano, y sus ayudantes, de acuerdo con una antigua tradición, quemaron sus vestiduras cardenalicias.
A la mañana siguiente, se anunció la elección del cardenal Mastai Ferretti ante lo que debió ser una sorprendida multitud de católicos. Por supuesto, cuando el nuevo papa apareció en el balcón, el clima fue de júbilo. Mastai Ferretti escogió el nombre de Pío IX en honor de Pío VII. A las pocas horas de su elección llegó a Roma Karl Kajetan Gaisruck, cardenal del título de San Marco y arzobispo de Milán, que llevaba el veto del emperador Fernando I de Austria-Hungría a la elección de Mastai Ferretti, pero los hechos ya se habían consumado.
Pío IX fue coronado el 21 de junio por el cardenal Ludovico Gazzoli, protodiácono de San Eustachio. Inmediatamente nombró a Gizzi secretario de Estado. Los liberales europeos aplaudieron su elección como Sumo Pontífice.
Pío IX tenía fama de ser un hombre culto, al ser elegido proclamó una amnistía para los presos con delitos políticos e instituyó La Consulta, una cámara deliberante de representación popular (pero elegida no por sufragio universal, sino censitario) que propició una mayor participación ciudadana en el gobierno de los Estados pontificios. También abolió el antiguo gueto judío de Roma. Para sus propósitos liberalizadores tuvo que pugnar arduamente con la propia curia romana, hasta el punto que en dos años tuvo no menos de siete secretarios de Estado.
Durante las revoluciones de 1848 en Roma se proclamó la república y el Papa tuvo que huir a Gaeta, en el reino de las Dos Sicilias, disfrazado de monje. Desde allí pidió ayuda a las principales potencias católicas: España, Austria, Francia y las Dos Sicilias, que acudieron en su ayuda. Cuando sus territorios le fueron restituidos por los franceses, volvió animado por propósitos menos liberales, ejemplo de ello, la restauración del gueto judío.
En 1853 se reconcilió con las monarquías protestantes de los Países Bajos e Inglaterra, las cuales permitieron el restablecimiento en sus países de la jerarquía católica.
Los siguientes actos que llevó a cabo, tanto político como religioso, fueron encaminados a la defensa doctrinal y a la preservación de los Estados Pontificios, amenazados por la unificación de los territorios italianos que estaba llevando a cabo el reino de Piamonte. Hacia 1860 el rey Víctor Manuel II había conquistado casi todos los dominios papales.
En 1864 Pío IX promulgó la encíclica Quanta cura que lleva como apéndice el celebérrimo Syllabus erroroum, compendio de ochenta proposiciones condenatorias de las doctrinas más progresistas del momento. Específicamente anatematizó el panteísmo, el naturalismo, el racionalismo, el indeferentismo, el latitudinarismo, el socialismo, el comunismo, el liberalismo, las sociedades secretas, el biblismo, y la autonomía de la sociedad civil. Reafirmaba la invalidez del matrimonio celebrado entre católicos no separados de la Iglesia, que se celebrase ante una autoridad civil, por un defecto de forma canónica.
Otras acciones a destacar de este papa son la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción (encíclica Ineffabilis Deus de 8 de diciembre de 1854) y la convocatoria del Concilio Vaticano I (1869-1870), donde se definió la infalibilidad papal para sus pronunciamientos ex cathedra -circunstancia ésta que se produce en contadísimas ocasiones- y el fortalecimiento del primado romano (constitución apostólica Pastor aeternus de 18 de julio de 1870). El Concilio también recogió las tesis del Syllabus y mediante la constitución Dei Filius (De fide catholica) reconocía a los Romanos Pontifices el primado de jurisdicción sobre todos los obispos, tanto individual, como colectivamente considerados.
Los esfuerzos de Pío IX para conservar los Estados de la Iglesia fueron en vano ya que el 20 de septiembre de 1870 el ejército piamontés entró en Roma y puso fin a la soberanía de los Papas que había durado más de mil años.
Pío IX se negó a reconocer el reino de Italia, a establecer relaciones diplomáticas con él y rechazó las garantías personales que se ofrecían y excomulgó al rey Víctor Manuel II de Saboya. Mediante la bula Non Expedit prohibió a los católicos, bajo severas penas canónicas, toda participación activa en la política italiana, incluido el sufragio.
Los últimos años de su pontificado los vivió en condiciones de aislamiento en los palacios del Vaticano, viendo como las propiedades de la Iglesia en Italia eran confiscadas, mientras que en Alemania, Bismark comenzaba su Kulturkampf contra el catolicismo. Su papado había sido uno de los más largos de la historia y, a su vez, uno de los que ha tenido que afrontar problemas más graves.
El 23 de julio de 1858, las autoridades civiles de los Estados Pontificios retirarón la patria potestad a los padres de Edgardo Mortara, que eran judíos, dado que había sido bautizado como cristiano. Fue acogido en una institución de educación católica, con todo sus padres intentaron recuperar la patria postestad durante doce años, empeño que nunca consiguieron. Cuando, finalmente, a raíz del declive del poder de los Estados Pontificios, le fue posible reencontrase con sus padres judíos, rechazó tal posibilidad. Poco tiempo después, se ordenó como sacerdote.
El llamado Caso Mortara conmovió a la opinión pública de la época y, más recientemente, ha sido causa de las críticas que recibió la beatificación del papa Pio IX.
Durante el pontificado de Pío IX se inicia en la Iglesia el denominado catolicismo social, para defender los derechos de los trabajadores tras la revolución industrial.
Los católicos tomaron pronto conciencia de los problemas político-religiosos que se derivaban de la Revolución francesa, sin embargo muy lentamente, como el resto de la sociedad, fueron conscientes de una segunda revolución de otra naturaleza que estaba modificando en profundidad la sociedad tradicional, la denominada revolución industrial.
Desde 1830 los teóricos y activistas, como Robert Owen (cartistas) en Inglaterra y Saint-Simon, Fourier y Proudhom en Francia, habían denunciado las injusticias del capitalismo y del liberalismo salvaje, promoviendo la resistencia obrera. En 1847 Marx y Engels había elaborado el “manifiesto comunista” la carta magna del socialismo científico.
Mientras el movimiento obrero se organizaba de este modo, amplios sectores de la sociedad, hasta el fin del siglo, rechazaban tomar en consideración la necesidad de lo que hoy se llama “reforma de las estructuras” sea por incomprensión de los nuevos problemas, sea por la absoluta novedad de los mismos.
Que las situación era penosa era reconocido por un número cada vez mayor de personas, pero éstos no veían otra solución que la caridad privada y las obras de beneficencia, que más bien era remedios sintomáticos para paliar algunas de las consecuencias de la nueva estructura socioeconómica de Europa, pero no para ir a las raíces del problema.
Sin embargo, una minoría muy pronto hizo propias estas preocupaciones sociales, dándose cuenta que la cuestión obrera constituía un grave problema de justicia. Sobre todo en Alemania la toma de conciencia de esta situación se adelantó al resto de países, de modo que, en justicia, debe ser colocado este país el origen del movimiento social católico que en el 1891 tendrá su primera expresión oficial en la encíclica Rerum Novarum de León XIII.
Con todo, no es exacto que con esta encíclica se iniciara la doctrina social de la Iglesia. El beato Pío IX, si bien más preocupado por las repercusiones del liberalismo en el campo político y doctrinal, no ignoraba la faceta social de esta doctrina. A menudo se olvida que Pío IX, en la encíclica Quanta Cura, (1864) condenó el socialismo y el liberalismo económico, por lo que hizo un primer esbozo de las enseñanzas que León XIII desarrollará: denunciaba conjuntamente, por una parte, la pretensión del socialismo del siglo XIX de sustituir la Providencia Divina por el Estado y, por otra, el carácter materialista del liberalismo económico que excluye el aspecto moral de las relaciones entre capital y trabajo.
El caso alemán: Mons. Ketteler Alemania estuvo a la vanguardia del movimiento social católico, y en este país se inicia el primer partido político católico. Se puede afirmar que, en gran parte, el caso Alemán se debe a la obra y la actividad de Obispo de Maguncia G.U von Ketteler.
Su importancia es de orden doctrinal, sintetizado en su obra “La cuestión Obrera y el cristianismo” (1864), escrito tras 15 años de reflexión. Su novedad radicaba más en el diagnóstico de la problemática, que en la concreta solución que proponía: No se conformaba con sugerir algunas reformas concretas, sino señalaba que el problema obrero era de tal magnitud que no se podía concebir sino mediante una nueva concepción del estado opuesta al individualismo liberal y al totalitarismo estatalista.
Con independencia de la solución apuntada por Mons. Ketteler (postulaba la organización de la sociedad en un modo corporativista) su análisis de la situación es muy valido pues señalaba certeramente que no era suficiente limitarse a paliar determinadas carencias sociales, sino que había que cambiar el mismo sistema de las cosas.
Ketteler, del cual León XIII dirá que fue su “ gran precursor” murió en 1877, pero su espíritu no desapareció con él, y se le puede atribuir en buena parte las primeras leyes sociales, muy progresistas para la época, que fueron votadas en el Reichstag con el apoyo del partido de centro alemán, cuya doctrina social se inspiró en Ketteler.
Es justo señalar, además, que junto con importante aportación doctrinal, Mons. Ketteler desarrolló toda una gran actividad en su diócesis y en toda Alemania, empeñando todo su prestigio como prelado para fomentar la creación de entidades asociativas católicas de obreros que defendiesen por medios pacíficos sus derechos:
- Aumento de salarios. - Disminución de horas de trabajo. - Descanso dominical. - Prohibición de trabajos de menores.
Pío IX con el rey de Las Dos Sicilias Francisco II (a su derecha) en visita al Quirinale en 1859.
Una de las características del pontificado de Pío IX fue la superación del Jansenismo en la Iglesia Católica.
El Jansenismo es un movimiento del Siglo XVI en cuya base está una doctrina sobre la gracia, que dio por resultado una especie de catolicismo “calvinizado”.
En síntesis, la posición dogmática del Jansenismo era que el pecado original había provocado una corrupción radical de la naturaleza humana. En delante todo es perverso. La voluntad humana desde la caída de Adán es impotente ante el asalto de la concupiscencia. No puede evitarse el pecado en tanto no le sea concedida la gracia. La gracia es omnipotente e irresistible. Si Dios concede la gracia, el hombre evita el pecado; sin la gracia no se puede hacer otra cosa que pecar. Sin embargo, la gracia sólo se concede a unos pocos, a la pequeña minoría a quien Dios desea salvar; por lo tanto Cristo no murió por todos los hombres, sino por unos pocos.
Esta doctrina fue reprobada repetidas veces por los Romanos Pontífices, sin embargo, este movimiento seguía ejerciendo influencia en el catolicismo (especialmente en Francia y Países bajos).
En particular, la práctica jansenista del uso de los sacramentos en general, y de la de la Penitencia y la Eucaristía en particular era contraria al espíritu de la Iglesia post-tridentina.
Para el movimiento jansenista la comunión Eucarística sólo era una recompensa para el que triunfaba en la virtud; es más, rechazar la recompensa era, incluso, más meritoria que aceptarla. Por ello, en los territorios de influencia jansenista, era frecuente que los fieles católicos recibieran raramente la comunión.
Dadas estas premisas, podemos señalar, por contraposición, que una de características de la vida sacramental promovida durante el pontificado de Pío IX como superación del jansenismo, es la mayor frecuencia en la recepción de los sacramentos, en especial de la Eucaristía y la Penitencia, así como un aumento de las devociones de los fieles católicos. En síntesis, y sin afán de exhaustividad, podemos enumerar:
- Aumento de la piedad Eucarística y de la adoración al Santísimo Sacramento del Altar fuera del celebración de la Eucaristía. Y así, en efecto, en 1851 Pío IX recomienda oficialmente la Adoración Perpetua.
- Otro rasgo de la superación del Jansenismo, es la extensión a toda la Iglesia de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Pío IX proclama venerable a Sor Margarita María Alacoque y extiende la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús a la Iglesia Universal. En este sentido, es destacable la iniciativas para consagrar al Sagrado Corazón de Jesús los individuos, las familias, las congregaciones religiosas...incluso los Estados. Incluso hubo una petición presentada a Pío IX al acabar el Concilio Vaticano I suscrita por casi todos los obispos y superiores de Órdenes religiosas y más de 1.000.000 fieles laicos para consagrar el mundo.
- Redescubrimiento de Cristo: El Jansenismo daba más importancia a la majestad abstracta de Dios que a Cristo “Perfectus Deus, Perfectus Homo”. Ahora, la piedad se hace más Cristocéntrica; de modo que, con propiedad, algunos autores señalan la espiritualidad de esta época como la del “redescubrimiento de Cristo”, en este sentido, y con carácter anecdótico, se puede señalar la gran popularidad y difusión que tuvieron algunas obras de espiritualidad centrada en la vida de Cristo, como por ejemplo “la Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo” de Catalina de Emmerik, recientemente traslada y adaptada a lenguaje cinematográfico por Mel Gibson.[1]
También en este campo, el jansenismo había dejado su huella, generando una teología Moral que se caracterizaba por un rigorismo muy acentuado; se puede sintetizar señalando que entendían que las obras de los no-cristianos no tenían absolutamente ningún valor; además rechazaban el dolor de atrición (en contradicción con el Concilio de Trento) por considerarlo sumamente imperfecto.
Frente a esta postura moral, surgió ya en el siglo XVIII la figura de S. Alfonso María de Ligorio cuya renovación en este campo es recomendada por Roma en numerosas ocasiones; Pío IX, en este sentido, en un gesto muy significativo, proclamó a San Alfonso Maria de Ligorio como Doctor de la Iglesia en 1871, a petición de un número muy elevado del episcopado mundial (unos 600 obispos). Esta nueva perspectiva moral es acogida con entusiasmo por los clérigos.
Falleció el 7 de febrero de 1878. Sepultado en las Grutas Vaticanas, en 1881 sus restos mortales fueron trasladados a la basílica romana de San Lorenzo fuori le mura. Cuando el cortejo pasaba por el puente Sant' Angelo una turba trató de arrojar el cuerpo del papa al Tíber, sin embargo este se salvó gracias a la intervención de un pelotón.
Su lápida sepulcral lleva la sucinta frase "''Ossa et cineres Pii IX papae. Orate pro eo" (Huesos y cenizas del papa Pío IX. Rogad por él).
Fue beatificado por el papa Juan Pablo II el 3 de septiembre de 2000. Se le conmemora litúrgicamente el 7 de febrero, aniversario de su muerte.
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