El profeta Jeremías.
Al profeta Jeremías le hubiera gustado, por su temperamento tímido, proclamar mensajes alegres, pero la llamada de Dios llena todo su ser de tal manera que no puede evitar ser arrastrado por esa fuerza motriz que le obliga a decir lo que él quisiera callar.
Por eso se lamenta por la misión que Dios le ha confiado y que le crea continuos quebraderos de cabeza: “Me sedujiste, señor, y me dejé seducir, me forzaste y me pudiste. Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí “ (Jeremías 20, 7).
Hubiera preferido vivir tranquilo en su hogar y evitar complicaciones, pero se siente atrapado y no puede vivir más que siendo fiel a la misión recibida.
Parecidos sentimientos nos invaden a los cristianos, muy a menudo, en medio de gente hostil y resentida, que quiere borrar de la sociedad todo rastro de fe y considera a los creyentes enemigos de su proyecto laicista.
Lo más fácil es callar, pero las exigencias de la actualidad nos llevan a plantar cara a los adversarios con las “armas” más eficaces a nuestro alcance: la dialéctica, la protesta masiva pacífica y el desenmascaramiento de sus torcidos planes.
La militancia cristiana conlleva un compromiso serio con la sociedad, de modo que ésta se sienta interpelada por nuestro testimonio de vida.
Cuando las circunstancias son favorables, como hemos experimentado en la masiva manifestación de fe durante la Jornada Mundial de la Juventud, de Madrid, afluyen enseguida sentimientos de gozo y triunfalismo.
El Seguimiento de Jesús.
Sin embargo, en los momentos desfavorables, eludimos problemas y sufrimientos. Es algo muy humano. Se entiende así la reacción de Pedro que, ante el anuncio que Jesús hace de su muerte, quiere apartarle del camino del sufrimiento y de la cruz.
No admite que Dios se pueda manifestar en la debilidad.
Las lecturas de hoy nos invitan a ser valientes en el seguimiento de Jesús a través de la vivencia de las Bienaventuranzas y a afrontar los sufrimientos y contrariedades de la vida con su mismo talante.
“Aprender a sufrir” es la asignatura pendiente de la sociedad de hoy, tan enredada en el narcisismo y la búsqueda del placer, que huye de cualquier alusión al dolor.
Palabras como sedantes, analgésicos, anestesia, muerte sin dolor, cuidados paliativos, parto sin dolor... forman parte del vocabulario de cada día. Aún así siguen las cruces de la prueba, porque hay dolores espirituales, ocasionados por el desamor, que no son calmados por los medicamentos.
Y es en este contexto donde se mide la grandeza de ser cristiano y la dimensión de la fe, que nos adentra en el camino de la esperanza, cuando nuestros proyectos no se cumplen como habíamos planeado.
Testimonios.
“Dios no ha venido a suprimir el sufrimiento. Ni siquiera
ha venido a explicarlo. Ha venido a llenarlo con su presencia.
Quedan muchas cosas oscuras; pero hay una cosa que al menos
no podemos decirle a Dios: Tú no sabes lo que es sufrir”
(Paul Claudel)
“Al Maggid de Mesritsch vinieron una vez dos hermanos en la fe y le propusieron esto:”Nuestros sabios han dicho una palabra que no nos deja en paz, porque no la podemos comprender. Es la palabra de que el hombre debe dar gracias a Dios igualmente por lo malo que por lo bueno y que los debe recibir con la misma alegría. Aconséjanos, Rabbi, cómo lo entendemos”
El Maggid respondió:”Id a la escuela, allí encontraréis a Sussja fumándose una pipa. El os dará la interpretación”.
Los dos se fueron a Sussja y le plantearon su cuestión. Cuando los hubo escuchado, dejó su pipa a un lado, se rió y les explicó:”¿Habéis escogido al apropiado? Tenéis que dirigiros a otro y no a uno como yo, que no ha experimentado ningún mal en toda su vida”.
Pero ellos sabían que la vida del Rabbi Sussja, desde el día de su nacimiento hasta el día de hoy, no había estado entretejida con otra cosa que con necesidad y sufrimiento.
Entonces comprendieron, qué quiere decir, recibir el sufrimiento con amor”.
(Martin Buber )
Probablemente muchos de nosotros hemos encontrado o encontremos testimonios similares, dentro o fuera de nuestra familia, que nos impactan y nos hacen pensar.
Es un tema que me da mucho respeto afrontar, porque puede sonar a retórica dialéctica, alejada de la realidad. No es lo mismo conocer la teoría que vivirla en toda su crudeza. Una cosa es el sufrimiento en sí y otra la persona que lo sufre, con todas las connotaciones afectivas, familiares, religiosas...
La forma de hablar al enfermo debería ser tal que lo que digamos se lo podamos expresar mirándole a los ojos y leyendo su corazón. De lo contrario, el mejor servicio que le podemos prestar es el silencio, la compañía y el consuelo.
En cualquier caso, la prudencia es una medida sabia.
Hay quien dice que la cruz es la escuela de la vida. Pero la teoría sobre el dolor no alivia el sufrimiento, sino la madurez en aceptarlo y sublimarlo, como hemos escuchado en la parábola.
Posturas ante el sufrimiento.
Sin embargo, quizás sea conveniente sintetizar las reacciones y posturas más frecuentes ante el sufrimiento:
- Huir del sufrimiento, eludir cualquier riesgo, mirar hacia otro lado. Esto siempre es posible cuando se trata del sufrimiento de los otros. No hay mayor ciego que el que no quiere ver, ni mayor sordo que quien no quiere oír.
Pero, si ese sufrimiento me afecta a mí o a las personas más queridas ¿qué pasaría?
- Buscar el sufrimiento. Jesús lo expresa con “cargar con la cruz”. Es una aceptación de la voluntad al plan de Dios sobre nuestra vida. La persona, aunque no entienda el sufrimiento y la muerte, se abandona a Dios en busca de una mayor bien.
- Superar el sufrimiento. Jesús no buscó el sufrimiento, sino todo lo contrario: curó a los
enfermos, sació a los hambrientos, llevó el consuelo a los tristes, derramó amor a manos llenas.
“Cargar con la cruz”, en sentido cristiano, significa hacer la voluntad de Dios cuando las circunstancias se presentan duras y debo dar la talla que el Señor me pide.
Unas veces descargando los hombros de los agobiados y otras luchando contra los males que afectan al mundo: hambre, terrorismo, guerra... intentando superar el sufrimiento inútil que generan las lacras de los hombres.
Existen sufrimientos que provienen de nuestra frágil condición- enfermedad, vejez, muerte- de la libertad humana con sus egoísmos.
Pero hay un sufrimiento inevitable, que no se puede entender. Sólo se puede aguantar con la ayuda de Dios, porque la persona se siente desarmada e impotente. Esto ocurre con la muerte cruel de los inocentes. “¿Por qué, Señor?¿Qué han hecho de malo?”
El mensaje de hoy respira liberación, esperanza y vida, porque es Jesús quien llena con su presencia los vacíos del dolor y nos cura para siempre.
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