viernes, 24 de abril de 2009

Vía Lucís

4. ESTACIÓN: A través del camino

El Resucitado en el camino de Emaús
Te adoramos, oh Cristo resucitado, y te bendecimos.
Porque con tu Pascua has dado la vida al mundo.

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante una dos leguas de Jerusalén. Iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. El les dijo: ¿qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino? Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: "¿Eres tu el único forastero en Jerusalén, que nos sabes lo que ha pasado allí estos días?" El les preguntó: "¿Qué"? Ellos contestaron: "lo de Jesús, el Nazareno, que fue un Profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo" (...) Entonces Jesús les dijo: "¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?" Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Del Evangelio según San Lucas (Lc 24, 13-19. 25-27)

"Yo soy el camino" había dicho Jesús. El, camino de Dios al hombre, cruza los senderos oscuros de la humanidad desgarrada por dentro y deshilachada por fuera. El emblema de este cruce entre los pasos luminosos de Cristo y aquellos vacilantes del hombre lo tenemos en el camino que va hacia Emaús, en la mañana del día de la resurrección. El resucitado, camino de Dios hacia el hombre, comienza a convertirse en camino del hombre hacia Dios. Era el día de la luz, y los discípulos aún permanecían ciegos. Era el día de la alegría y los discípulos permanecían tristes. Era el día de la Pascua, y los discípulos permanecían como muertos. Dios sigue al hombre por sus caminos porque el hombre es su prisa. Jesús es el Dios incógnito en Emaús, y se convierte en nuestro compañero de viaje. No rompe los vidrios de nuestras ventanas, sino que toca, espera, entra, escucha, interroga. Después, con paciente pedagogía, explica, es decir, se explica.

Los hombres de nuestro tiempo cargados de medios y de comodidades son aplastados por cargas de tristeza. Sin embargo hay una gran diferencia entre el motivo de la tristeza de los dos de Emaús y los de sus discípulos de hoy. Los dos estaban tristes porque él había muerto; nosotros quedamos tristes, aún sabiéndolo vivo. Quedamos como paralizados ante todos los acontecimientos. No nos hemos centrado en lo esencial. Dios nos sigue en nuestros caminos, nos toma, nos retoma, nos sorprende, nos comprende, y a nosotros nos falta confianza en él. Con los dos discípulos Jesús fingió que tener que continuar el viaje. Los fingimientos de Dios se vuelven estímulos para el hombre. El silencio de Dios se expresa también tomando un camino diverso del que estábamos siguiendo con él, suscitando sentimientos de contrariedad, de disgusto, de contratiempo.

Alégrate Virgen Madre: Cristo ha resucitado, ¡Aleluya!.

Quédate con nosotros, Jesús resucitado porque atardece. Te daremos una casa. Te daremos un plato. Te daremos calor. Te daremos amor. Quédate con nosotros, Señor: La tarde de la duda y del ansia oprime el corazón de cada hombre. Quédate con nosotros, Señor: y nosotros estaremos en tu compañía, y esto nos basta. Quédate con nosotros, Señor, porque atardece. Y haznos testigos de la Pascua.

Amén
Oh María. Templo del Espíritu Santo,
Guíanos como testigos del Resucitado
por el camino de la luz

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