sábado, 7 de junio de 2025

Lecturas del 07/06/2025

Toda la tierra hablaba una misma lengua con las mismas palabras.
Al emigrar los hombres desde oriente, encontraron una llanura en la tierra de Senaar y se establecieron allí.
Se dijeron unos a otros: «Vamos a preparar ladrillos y a cocerlos al fuego».
Y emplearon ladrillos en vez de piedras, y alquitrán en vez de argamasa.
Después dijeron: «Vamos a construir una ciudad y una torre que alcance al cielo, para hacernos un nombre, no sea que nos dispersemos por la superficie de la tierra».
El Señor bajó a ver la ciudad y la torre que estaban construyendo los hombres.
Y el Señor dijo: «Puesto que son un solo pueblo con una sola lengua y esto no es más que el comienzo de su actividad, ahora nada de lo que decidan hacer les resultará imposible. Bajemos, pues y confundamos allí su lengua, de modo que ninguno entienda la lengua del prójimo». El Señor los dispersó de allí por la superficie de la tierra y cesaron de construir la ciudad.
Por eso se llama Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de toda la tierra, y desde allí los dispersó por la superficie de la tierra.
En aquellos días, moisés subió hacia Dios.
El Señor lo llamó desde la montaña diciendo: «Así dirás a la casa de Jacob y esto anunciarás a los hijos de Israel: “Vosotros habéis visto lo que he hecho con los egipcios y cómo os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si de veras me obedecéis y guardáis mi alianza, seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos porque mía es toda la tierra. Seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa”. Estas son las palabras que has de decir a los hijos de Israel». Fue, pues, Moisés, convocó a los ancianos del pueblo y les expuso todo lo que el Señor le había mandado.
Todo el pueblo, a una, respondió: «Haremos todo cuanto ha dicho el Señor».
Moisés comunicó la respuesta del pueblo al Señor.
Al tercer día, al amanecer, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre la montaña; se oía un fuerte sonido de trompeta y toda la gente que estaba en el campamento se echó a temblar. Moisés sacó al pueblo del campamento, al encuentro de Dios, y se detuvieron al pie de la montaña. La montaña del Sinaí humeaba, porque el Señor había descendido sobre ella en medio de fuego. Su humo se elevaba como el de un horno y toda la montaña temblaba con violencia. El sonar de la trompeta se hacía cada vez más fuerte; Moisés hablaba y Dios le respondía con el trueno. El Señor descendió al monte Sinaí, a la cumbre del monte. El Señor llamó a Moisés a la cima de la montaña.
En aquellos días, la mano del Señor se posó sobre mí. El Señor me sacó en espíritu y me colocó en medio de un valle todo lleno de huesos. Me hizo dar vueltas y vueltas en torno a ellos: eran muchísimos en el valle y estaban completamente secos. Me preguntó: «Hijo de hombre: ¿podrán revivir estos huesos?».
Yo respondí: «Señor, Dios mío, tú lo sabes».
Él me dijo: «Pronuncia un oráculo sobre estos huesos y diles: “¡Huesos secos, escuchad la palabra del Señor! Esto dice el Señor Dios a estos huesos: Yo mismo infundiré espíritu sobre vosotros y viviréis. Pondré sobre vosotros los tendones, haré crecer la carne, extenderé sobre ella la piel, os infundiré espíritu y viviréis. Y comprenderéis que yo soy el Señor”». Yo profeticé como me había ordenado, y mientras hablaba se oró un estruendo y los huesos se unieron entre sí. Vi sobre ellos los tendones, la carne había crecido y la piel la recubría; pero no tenían espíritu.
Entonces me dijo: «Conjura al espíritu, conjúralo, hijo de hombre, y di al espíritu: “Esto dice el Señor Dios: ven de los cuatro vientos, espíritu, y sopla sobre estos muertos para que vivan”».
Yo profeticé como me había ordenado; vino sobre ellos el espíritu y revivieron y se pusieron en pie. Era una multitud innumerable.
Y me dijo: «Hijo de hombre, estos huesos son la entera casa de Israel, que dice: “Se han secado nuestros huesos, se ha desvanecido nuestra esperanza, ha perecido, estamos perdidos”. Por eso profetiza y diles: “Esto dice el Señor Dios: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os sacaré de ellos, pueblo mío y os llevaré a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de ellos, pueblo mío, comprenderéis que soy el Señor.
Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestra tierra y comprenderéis que yo, el Señor, lo digo y lo hago” - oráculo del Señor -».
Esto dice el Señor: «Derramaré mi espíritu sobre toda carne, vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos tendrán sueños y vuestros jóvenes verán visiones.
Incluso sobre vuestros siervos y siervas derramaré mi espíritu en aquellos días.
Pondré señales en el cielo y en la tierra: sangre, fuego y columnas de humo.
El sol se convertirá en tinieblas, la luna, en sangre ante el Día del Señor que llega, grande y terrible.
Y todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.
Habrá supervivientes en el monte Sion, como lo dijo el Señor, y también en Jerusalén entre el resto que el Señor convocará».
Hermanos: Sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo y sufre dolores de parto.
Y no sólo eso, sino que también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo.
Pues hemos sido salvados. Y una esperanza que se ve ya no es esperanza; efectivamente, ¿cómo va a esperar uno algo que ve?
Pero si esperamos lo que no vemos, aguardamos con perseverancia.
Del mismo modo, el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.
Y el que escruta los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.
El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús en pie, gritó: «El que tenga sed, que venga a mí y beba el que cree en mí; como dice la Escritura: “de sus entrañas manarán ríos de agua viva».
Dejó esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él.
Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado.

Palabra del Señor.

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