Es el comienzo del siglo XVII en Francia, donde ha de actuar Vicente de Paúl, un hervidero de ideas, de pasiones religiosas y políticas, de ensayos doctrinales y organizados. El cardenal Bérulle introduce en Francia las carmelitas, funda la Congregación del Oratorio para formar una selección de sacerdotes, y "naturaliza" en Francia las corrientes místicas de Alemania, España e Italia. San Francisco de Sales pone al alcance de todos la "vida devota", ensalza las vías del amor de Dios e intenta la primera Institución de religiosas visitadoras fuera del claustro, que no consigue llevar a efecto. Vicente de Paúl aprovechará estas dos corrientes, mística y de acción, para renovar la teología de Jesucristo en el pobre y fundar el apostolado secular de la caridad, sin caer en el utópico quietismo de Fenelón, ni en el duro jansenismo, ni en el racionalismo cartesiano, sistemas que se fraguan en pleno siglo de San Vicente, y de los que él queda incontaminado.
Esta empresa no es para un hombre solo. Vicente de Paúl se sitúa entre sus contemporáneos, colabora con todos, recoge ideas y orientaciones en un ambiente de restauración espiritual que se ha consolidado en Trento: inspira a muchos, como gran director de almas; se rodea de asociaciones religiosas a las que da vida y continuidad, se apoya en los grandes para servir a los humildes. La poderosa familia de los Gondí, el poder casi absoluto de Richelieu, por medio de la sobrina duquesa de Ayguillon, dama de la Caridad, la española reina Ana de Austria, el mismo Mazarino y casi toda la nobleza giran en torno de este padre de los pobres y defensor de la Iglesia. Olier, fundador de San Sulpicio; Rancé, reformador de la Trapa; Bossuet, que pronunciará en 1659 el famoso sermón "de la eminente dignidad de los pobres en la Iglesia", y casi todos los grandes hombres de ese siglo y de los siguientes, se benefician de la suave influencia de Vicente, La preparación para esta misión grandiosa es larga y difícil. La acción de Dios en este hombre y la respuesta generosa forman una experiencia vital aleccionadora. Nace probablemente en las Landas en 1581, pero su ascendencia inmediata es española, como se ha comprobado en una larga búsqueda en los archivos de la región oscense de La Litera, que nos dan una abundante genealogía de los apellidos Paúl y Moras, apellidos paterno y materno. Las migraciones eran muy frecuentes, y Ranquines, que es el lugar en que se sitúa su nacimiento, significa la "casa del cojo". Es el apelativo recibido al ocuparla el padre, que tenía ese defecto, y del que un día se llegó a avergonzar el hijo, estudiante en los franciscanos de Dax. Vicente llevará a todas sus empresas las características del aldeano, mezcla de aragonés y francés, en su tesón indomable, en su prudente lentitud, en su trabajo silencioso, de labrador que abre el surco y esconde su semilla con esperanza. Ya es un signo providencial que, en su origen, una en si a dos pueblos tan diversos y encontrados a lo largo de estos siglos.
El niño Vicente, tercero de los seis hermanos, guarda durante un tiempo el pequeño rebaño de su casa. En muchas ocasiones se humillará ante los grandes manifestando este su oficio de la infancia. Por tradición local nos consta su devoción mariana y su pronta caridad.
Sus estudios continúan sin desmayo, primero en la universidad de Tolosa, después en la de Zaragoza, como atestigua su primer biógrafo Abelly y una tradición ininterrumpida en España. Más tarde propondrá como modelos a las universidades españolas y a sus teólogos, tan fieles a la Iglesia.
Recibe el sacerdocio el 20 de septiembre de 1600 y dice su primera misa en una capilla de la Virgen, cerca de Bucet, sin la presencia de su padre, que había fallecido hacía dos años. Allí y en Tolosa se ayudó para los estudios con un pequeño pensionado de estudiantes que él cuidaba. Hasta 1605 prosigue sus estudios, que alterna con la enseñanza y un viaje a Roma, donde se emociona hasta derramar lágrimas.
El Señor purifica a su elegido, que por entonces buscaba cargos y honores eclesiásticos, con tres pruebas: El cautiverio en Túnez, cuando iba en busca de una herencia, y que duró casi tres años de continuos sufrimientos (1605-1607); la injusta acusación de robo al volver de Roma, donde esperó inútilmente una buena colocación del vice legado Montorio, a quien había enseñado las curiosidades de alquimia que había aprendido en el cautiverio (1608); y la terrible tentación contra la fe que aceptó sobre su alma para que se viera libre de ella un doctor amigo suyo. De esta "noche obscura" sale cuando, a los treinta años, pensaba pasar el resto de su vida en un modesto retiro, amargado por los desengaños humanos, según escribe, en la única carta que se conserva, a su buena madre. Cae a los pies de un crucifijo, se consagra a la caridad para toda la vida y la luz renace en su espíritu.
Este voto de servir a los pobres es la clave de toda su vida y la fuente de sus numerosas obras de caridad. Para terminar la purificación de sus aspiraciones terrenas y quitar los impedimentos de su actuación sacerdotal se retira una temporada al naciente Oratorio de Bérulle, se pone incondicionalmente bajo la obediencia de este gran mentor de almas, que le ha de conducir hasta que se ponga bajo la dirección del doctor Duval, piadoso catedrático de la Sorbona. Unos ejercicios en la cartuja de Valprofonde le libran de una tentación que tenía en sus ministerios, y una mortificación constante le hace cambiar el "humor negro" de su temperamento por una amabilidad semejante a la de San Francisco de Sales, con quien sostiene relaciones íntimas, cuyos libros lee ávidamente y del que recibirá más tarde la dirección de las Hijas de la Visitación.
Las experiencias apostólicas de estos años (1609-1626) le van marcando suavemente el camino definitivo de su vocación. Animado de una ferviente caridad, hace de capellán y limosnero de la reina Margarita de Valois, visita y sirve personalmente a los pobres enfermos en el hospital de la Caridad, que, en los arrabales de París, dirigían los hermanos de San Juan de Dios, y entrega a esta institución 15.000 libras que le habían donado.
Por dos veces es párroco del campo. En Clichy, cerca de París, donde se siente feliz, reedifica la iglesia que perdura hasta hoy. Ya en pleno París, establece la comunión mensual e intenta un pequeño seminario (1612).
En Chatillon les Dombes, en la frontera de Saboya, restaura espiritualmente la parroquia deshecha por la herejía y el abandono. Ante un caso de miseria familiar establece la Cofradía de la Caridad con un reglamento que aun hoy está en vigor. Es la primera cofradía de caridad para que las señoras asistan a los enfermos abandonados en sus casas (1617). En ambas parroquias, que dejó por obediencia a Bérulle, tiene como sucesores a dos fervorosos vicarios: el señor Portail, en Clichy, que más tarde será su compañero de Misión, y el señor Girad.
DENTRO DE LA CASA DE LOS GONDÍ.- Es Bérulle quien trae y lleva al señor Vicente y quien determina que sea el preceptor de los hijos de esta noble familia que llevaba lo que hoy se llama el ejército del mar, y en el orden eclesiástico gobernó durante mucho tiempo la diócesis de París hasta llegar al inquieto cardenal de Retz. En los extensos dominios rurales de los Gondí ejerce su ministerio con los pobres campesinos y funda las cofradías de la Caridad —de mujeres, de hombres y mixtas—, siempre ayudado de la marquesa, cuya alma dirige espiritualmente. Llega a dominar en tal modo en sus almas que esta familia será, con la de Richelieu, el apoyo que la Providencia le depara para sus obras.
Se siente excesivamente incómodo en los palacios y cree que no cumple su voto de servir a los pobres. Por eso huye a Chatillon. Pero Bérulle le hace volver. Vicente reclama libertad de acción en los 8.000 colonos de las tierras. Allí encuentra al anciano que por vergüenza no ha hecho buenas confesiones y está en peligro de condenación, al hereje que no cree en la Iglesia porque no atiende a las gentes del campo, al sacerdote que no sabe la fórmula de la absolución. Voces de Dios que mueven al Santo y a la marquesa para fundar una comunidad de sacerdotes que recorra los campos misionando, en ayuda de los párrocos. Al señor Vicente se unen el tímido señor Portail y otros varios. Reciben una ayuda económica y un colegio, el de los Buenos Hijos, donde nace humildemente la comunidad de sacerdotes seculares de la Misión, que es aprobada en 1626 por el arzobispo de París y en 1632 por el papa Urbano VIII, sin carácter de religiosos.
En estos seis años el Santo ha recorrido todos los dominios misionando y fundando Caridades, ha sido nombrado capellán de las galeras reales y ha procurado misiones y ayuda material a los forzados del remo, creando un hospital para ellos; se ha hecho cargo de la dirección espiritual de las Salesas, de acuerdo con la madre Chantal, ha tomado la dirección de su gran colaboradora Santa Luisa de Marillac, y ha quedado en libertad de movimientos por haber fallecido la marquesa y haber tomado la decisión de hacerse sacerdote del Oratorio el señor Gondí.
En 1626 a los treinta y cinco años, San Vicente está plenamente centrado en su vocación. Bérulle no ha visto claro el Instituto de las misiones, pero Roma lo aprueba, gracias al tesón del Santo, que ve el abandono del campo como una de las miserias mayores de la Iglesia. El sacerdote no está cuidado de las almas como prescribía el concilio de Trento. Su santificación era muy deficiente. Vicente ha meditado mucho, ha observado todos los movimientos místicos y apostólicos, ha trabajado con santa ilusión y ha sufrido crisis interiores fructíferas. Para la restauración del clero establece los ejercicios de ordenandos por espacio de diez días, en los que se une la parte ascética con la pastoral. Son cursillos intensivos que suplen algo la falta de seminarios. El obispo de Beauvais, el cardenal de París y más tarde la Santa Sede los declara obligatorios para todos los que hayan de recibir las órdenes sagradas. De aquí brotan las conferencias ascético-pastorales (los martes para sacerdotes y los jueves para seminaristas). De su seno nacen los misioneros de las ciudades unidos a los misioneros de los campos, que había fundado y que trabajaban en hermandad con un reglamento preciso y sabio (1631).
Se ha trasladado con sus misioneros a la gran abadía de San Lázaro, que será el centro regenerador del clero y del pueblo con los ejercicios en tanda dados gratuitamente. Richelieu, que ha tomado las riendas de la nación en 1624, pide a San Vicente los mejores hombres para ponerlos al frente de las diócesis; pero falta el remedio definitivo, los seminarios tridentinos, que no acaban de realizarse. El Santo hace la distinción de mayores y menores, reconoce que es muy difícil reformar al clero de edad y establece su primer ensayo para jóvenes con vocación en el colegio de los Buenos Hijos. Forma el seminario mayor de San Lázaro con ayuda de Richelieu (1642). Orienta a Olier en sus planes del seminario de San Sulpicio y trata de colaborar con el difícil señor Bourdoise, que ha establecido el seminario parroquial comunitario. En 1647 sus misioneros dirigen siete seminarios y el Santo confiesa que "Dios bendice su obra" y que las misiones piden como complemento ayudar a la Iglesia en la formación del clero.
Las Cofradías de la Caridad pasan a la ciudad en sus incipientes suburbios. Luisa de Marillac ha salido de su ensimismamiento escrupuloso por obra de la gracia y de su firme director, y es llevada a la acción caritativa por campos y ciudades como una maternal inspectora de las Caridades, y de las escuelas rurales que el Santo funda como fruto permanente de las Misiones en las parroquias. Da reglamentos adaptados a las necesidades de la ciudad y organiza totalmente la caridad en la ciudad de Beauvais, como antes (1621) lo había realizado en Majon.
El servicio personal al necesitado exige una vocación especial y las Caridades se resentían por falta de personal. El Señor vino en ayuda de su siervo. Un día que había misionado un pueblecito cercano a París, una joven pastora, Margarita Naseau, que había aprendido a leer por su cuenta, se presentó al Santo para servir a los pobres. Es la primera hija de la Caridad. Margarita murió al poco tiempo víctima de la caridad, asistiendo a un apestado. Buen cimiento para la magna obra vicenciana de la hija de la Caridad, la "religiosa" sin claustro que asiste al pobre a domicilio en unión de las damas de la Caridad, enseña en las escuelas del pueblo donde no hay maestro, llega a los campos de batalla, ya en los tiempos del Santo, para atender a los heridos, cuida de los niños expósitos, obra ardua que sacó a flote San Vicente frente a todos los prejuicios de las damas de la Caridad; que acoge en sus casas a las mujeres ejercitantes, a las que el Santo señala como libro de meditación el Memorial del padre Granada; que se hace cargo del Hospital General de París y del Asilo del Nombre de Jesús construido por el Santo con un donativo de 100.000 libras (1642), a las que lleva por las regiones destrozadas por las guerras y hasta Polonia a servir, no a los grandes, aunque sean protectores, como la reina de Polonia, sino a los humildes.
SAN VICENTE DEFENSOR DE LA IGLESIA.- Es un título que le cae muy bien en un siglo de errores y herejías. Primeramente en el Consejo de Conciencia (1647-1652), donde se trata de la elección de obispos. ¡Qué labor más dura para evitar la subida de ministros indignos y promover la de los mejores! Aquí se fraguó la renovación del alto clero de Francia, que había de luchar con el error, con la corrupción y, más tarde, con el galicanismo ya latente en el reinado de Luis XIV. El Santo aceptó este puesto delicadísimo para el bien del clero y de los religiosos (en cuya reforma tomó parte muy activa) y para el bien de los pobres. Trabajaba en ello con la reina española Ana de Austria y se enfrentaba con Mazarino para evitar el favoritismo en los cargos.
El jansenismo, con la herejía de las dos cabezas, la lucha contra la frecuente comunión y la falsa mística de Port-Royal son el viento helado que sopla fuertemente sobre la vida católica en Francia, y desde ella en otras naciones de Europa. Vicente, que es amigo del abate Saint Cyran, de Arnauld y del monasterio de Port-Royal, se ve en una difícil tesitura; pero su fe, inquebrantable y luminosa, su prudencia admirable y siempre su tesón humano y sobrenatural, le hacen el principal campeón contra el jansenismo, aunque todavía se silencia en algunas historias de la Iglesia de este período. En la vida del Santo editada por la B. A. C., el libro VI está dedicado a esta actuación de San Vicente (pp.512-591), donde, con documentación de primera mano, se manifiesta que él aunó a la mayoría de los obispos contra la herejía, alentó a los teólogos que la Sorbona envió a Roma, escribió cartas al Papa incluso e hizo la refutación doctrinal y práctica del jansenismo con sus obras de caridad, su reforma del clero y su mística optimista del alma. No es posible entrar en detalles en esta breve biografía.
Dilatando los espacios de la Iglesia el señor Vicente es padre de misioneros de fieles y de infieles. Establece misioneros en Túnez y Argel para ayudar espiritualmente a los esclavos y promover su rescate (1645). Envía a Irlanda, perseguida en su catolicismo por Cromwell, a sus misioneros que sostienen la fe de los fieles, "Siente una devoción especial en propagar la Iglesia en países de infieles por las pérdidas que sufre en Europa" (1646), como Santa Teresa de Jesús, aunque "mujer y ruin". Manda y sostiene continuas expediciones, devoradas muchas veces por la peste, de misioneros a Madagascar (1648). Promueve las misiones en Arabia; hace que las damas de la Caridad de la Corte sufraguen los gastos de las misiones anticipándose a la obra de Paulina Jaricot.
PADRE DE LA PATRIA.- Las guerras de la Fronda, parlamentaria (1648-49), y de los príncipes (1650-1653) destruyen la vida de París y de sus alrededores y se unen a la de los Treinta Años, que no termina hasta la desgraciada paz de Westfalia (1648) y de los Pirineos (1658), con el triunfo político de los protestantes traído por la ambición nacionalista de Richelieu y de Luis XIV, Es un panorama desolador que la pluma se resiste a describir. En esta hora es San Vicente el que moviliza todas sus fuerzas —misioneros, damas e hijas de la Caridad— y se aúna con la Compañía secreta del Santísimo Sacramento y con todas las Órdenes religiosas para aliviar el desastre material y moral de Francia. Recoge millones de libras haciendo la primera campaña nacional de caridad, editando los relatos de las miserias y de los medios necesarios, creando almacenes en París, dando misiones a los refugiados en su casa central de San Lázaro, buscando refugio para las religiosas y para los pobres vergonzantes, lo mismo que para los nobles huidos de Irlanda, creando para eso las conferencias de la caridad de hombres con el barón de Renty al frente. No es extraña la admiración de todos por el Santo y sus huestes, que le proclamaban oficialmente "Padre de la Patria".
Su labor pacificadora es audaz. Por tres veces habla con la reina para que prescinda de su funesto ministro Mazarino, y se atreve a decírselo al mismo interesado el 11 de septiembre de 1652: "Que el rey entre con voluntad de apaciguar los ánimos y todo quede tranquilo. No obstante, es preferible que el primer ministro se quede cierto tiempo fuera". El joven rey entró el 21 de octubre y proclamó la amnistía general. Pocos meses después volvía Mazarino, que pagó la carta del señor Vicente con retirarle del Consejo de Conciencia, que hoy diríamos Ministerio de Cultos.
De 1650 a 1660 San Vicente dirige todas sus obras en pleno rendimiento desde el sencillo aposento del cuartel general de San Lázaro, luchando a la vez contra el jansenismo, organizando las dos comunidades de misioneros e hijas de la Caridad, hasta que su modo secular de vida en común sea aprobado por Alejandro VII (1655). Recibe con inmenso gozo la bula que condena al jansenismo. Funda el asilo-taller para ancianos, comenta las reglas que ha dado a los misioneros y a las hijas de la Caridad, proyecta establecer a los misioneros en Toledo de acuerdo con el cardenal Moscoso y Sandoval (1657), dicta de continuo cartas a sus dos secretarios, reúne en su casa central a los Consejos de las obras, orienta a los que de toda Francia acuden a pedirle consejo y hasta proyecta con el caballero Paúl la liberación de todos los esclavos de Argel, el paso de sus misioneros al Canadá, etc.
EN LA SANTIDAD HA LLEGADO A CUMBRES INSOSPECHADAS.- Su caridad es una llama que incendia a todos los que le rodean. "No es suficiente —exclama— que yo ame a Dios si mi prójimo no le ama." "Hemos sido elegidos como instrumentos de Dios, de su inmensa y paternal caridad, que quiere ver establecida en todas las almas." El Santo proclama a todo el mundo: "Las cosas de Dios se hacen por sí mismas, y la verdadera sabiduría consiste en seguir a la Providencia paso a paso sin adelantarle ni retrasarse". "Dios es amor y quiere que se vaya a Él por amor." Vicente, que tiene las manos llenas de obras e instituciones, que se duerme de fatiga, dice a su fiel e inquieta colaboradora que "es preciso honrar el descanso de Dios" y que "debemos honrar particularmente a su Divino Maestro en la moderación de su obrar". "¡Qué dicha —dice— no querer más que lo que Dios quiere, y no hacer sino lo que la Providencia presenta, y no tener nada más que lo que Dios nos ha dado!"
La mística de la acción apostólica y la unión fraterna de todos en Cristo y en el Padre Celestial: Este es el mensaje que San Vicente proyecta a todos los siglos como un eco potente del Evangelio y de la Iglesia, desde su sillón, donde muere plácidamente en las primeras horas del 27 de septiembre de 1660, bendiciendo, como Patriarca de la Caridad, a todas las instituciones que habrán de irradiar de su orientación y cuyo patrocinio universal le confió la Iglesia con fiesta especial el 20 de diciembre.
Esta empresa no es para un hombre solo. Vicente de Paúl se sitúa entre sus contemporáneos, colabora con todos, recoge ideas y orientaciones en un ambiente de restauración espiritual que se ha consolidado en Trento: inspira a muchos, como gran director de almas; se rodea de asociaciones religiosas a las que da vida y continuidad, se apoya en los grandes para servir a los humildes. La poderosa familia de los Gondí, el poder casi absoluto de Richelieu, por medio de la sobrina duquesa de Ayguillon, dama de la Caridad, la española reina Ana de Austria, el mismo Mazarino y casi toda la nobleza giran en torno de este padre de los pobres y defensor de la Iglesia. Olier, fundador de San Sulpicio; Rancé, reformador de la Trapa; Bossuet, que pronunciará en 1659 el famoso sermón "de la eminente dignidad de los pobres en la Iglesia", y casi todos los grandes hombres de ese siglo y de los siguientes, se benefician de la suave influencia de Vicente, La preparación para esta misión grandiosa es larga y difícil. La acción de Dios en este hombre y la respuesta generosa forman una experiencia vital aleccionadora. Nace probablemente en las Landas en 1581, pero su ascendencia inmediata es española, como se ha comprobado en una larga búsqueda en los archivos de la región oscense de La Litera, que nos dan una abundante genealogía de los apellidos Paúl y Moras, apellidos paterno y materno. Las migraciones eran muy frecuentes, y Ranquines, que es el lugar en que se sitúa su nacimiento, significa la "casa del cojo". Es el apelativo recibido al ocuparla el padre, que tenía ese defecto, y del que un día se llegó a avergonzar el hijo, estudiante en los franciscanos de Dax. Vicente llevará a todas sus empresas las características del aldeano, mezcla de aragonés y francés, en su tesón indomable, en su prudente lentitud, en su trabajo silencioso, de labrador que abre el surco y esconde su semilla con esperanza. Ya es un signo providencial que, en su origen, una en si a dos pueblos tan diversos y encontrados a lo largo de estos siglos.
El niño Vicente, tercero de los seis hermanos, guarda durante un tiempo el pequeño rebaño de su casa. En muchas ocasiones se humillará ante los grandes manifestando este su oficio de la infancia. Por tradición local nos consta su devoción mariana y su pronta caridad.
Sus estudios continúan sin desmayo, primero en la universidad de Tolosa, después en la de Zaragoza, como atestigua su primer biógrafo Abelly y una tradición ininterrumpida en España. Más tarde propondrá como modelos a las universidades españolas y a sus teólogos, tan fieles a la Iglesia.
Recibe el sacerdocio el 20 de septiembre de 1600 y dice su primera misa en una capilla de la Virgen, cerca de Bucet, sin la presencia de su padre, que había fallecido hacía dos años. Allí y en Tolosa se ayudó para los estudios con un pequeño pensionado de estudiantes que él cuidaba. Hasta 1605 prosigue sus estudios, que alterna con la enseñanza y un viaje a Roma, donde se emociona hasta derramar lágrimas.
El Señor purifica a su elegido, que por entonces buscaba cargos y honores eclesiásticos, con tres pruebas: El cautiverio en Túnez, cuando iba en busca de una herencia, y que duró casi tres años de continuos sufrimientos (1605-1607); la injusta acusación de robo al volver de Roma, donde esperó inútilmente una buena colocación del vice legado Montorio, a quien había enseñado las curiosidades de alquimia que había aprendido en el cautiverio (1608); y la terrible tentación contra la fe que aceptó sobre su alma para que se viera libre de ella un doctor amigo suyo. De esta "noche obscura" sale cuando, a los treinta años, pensaba pasar el resto de su vida en un modesto retiro, amargado por los desengaños humanos, según escribe, en la única carta que se conserva, a su buena madre. Cae a los pies de un crucifijo, se consagra a la caridad para toda la vida y la luz renace en su espíritu.
Este voto de servir a los pobres es la clave de toda su vida y la fuente de sus numerosas obras de caridad. Para terminar la purificación de sus aspiraciones terrenas y quitar los impedimentos de su actuación sacerdotal se retira una temporada al naciente Oratorio de Bérulle, se pone incondicionalmente bajo la obediencia de este gran mentor de almas, que le ha de conducir hasta que se ponga bajo la dirección del doctor Duval, piadoso catedrático de la Sorbona. Unos ejercicios en la cartuja de Valprofonde le libran de una tentación que tenía en sus ministerios, y una mortificación constante le hace cambiar el "humor negro" de su temperamento por una amabilidad semejante a la de San Francisco de Sales, con quien sostiene relaciones íntimas, cuyos libros lee ávidamente y del que recibirá más tarde la dirección de las Hijas de la Visitación.
Las experiencias apostólicas de estos años (1609-1626) le van marcando suavemente el camino definitivo de su vocación. Animado de una ferviente caridad, hace de capellán y limosnero de la reina Margarita de Valois, visita y sirve personalmente a los pobres enfermos en el hospital de la Caridad, que, en los arrabales de París, dirigían los hermanos de San Juan de Dios, y entrega a esta institución 15.000 libras que le habían donado.
Por dos veces es párroco del campo. En Clichy, cerca de París, donde se siente feliz, reedifica la iglesia que perdura hasta hoy. Ya en pleno París, establece la comunión mensual e intenta un pequeño seminario (1612).
En Chatillon les Dombes, en la frontera de Saboya, restaura espiritualmente la parroquia deshecha por la herejía y el abandono. Ante un caso de miseria familiar establece la Cofradía de la Caridad con un reglamento que aun hoy está en vigor. Es la primera cofradía de caridad para que las señoras asistan a los enfermos abandonados en sus casas (1617). En ambas parroquias, que dejó por obediencia a Bérulle, tiene como sucesores a dos fervorosos vicarios: el señor Portail, en Clichy, que más tarde será su compañero de Misión, y el señor Girad.
DENTRO DE LA CASA DE LOS GONDÍ.- Es Bérulle quien trae y lleva al señor Vicente y quien determina que sea el preceptor de los hijos de esta noble familia que llevaba lo que hoy se llama el ejército del mar, y en el orden eclesiástico gobernó durante mucho tiempo la diócesis de París hasta llegar al inquieto cardenal de Retz. En los extensos dominios rurales de los Gondí ejerce su ministerio con los pobres campesinos y funda las cofradías de la Caridad —de mujeres, de hombres y mixtas—, siempre ayudado de la marquesa, cuya alma dirige espiritualmente. Llega a dominar en tal modo en sus almas que esta familia será, con la de Richelieu, el apoyo que la Providencia le depara para sus obras.
Se siente excesivamente incómodo en los palacios y cree que no cumple su voto de servir a los pobres. Por eso huye a Chatillon. Pero Bérulle le hace volver. Vicente reclama libertad de acción en los 8.000 colonos de las tierras. Allí encuentra al anciano que por vergüenza no ha hecho buenas confesiones y está en peligro de condenación, al hereje que no cree en la Iglesia porque no atiende a las gentes del campo, al sacerdote que no sabe la fórmula de la absolución. Voces de Dios que mueven al Santo y a la marquesa para fundar una comunidad de sacerdotes que recorra los campos misionando, en ayuda de los párrocos. Al señor Vicente se unen el tímido señor Portail y otros varios. Reciben una ayuda económica y un colegio, el de los Buenos Hijos, donde nace humildemente la comunidad de sacerdotes seculares de la Misión, que es aprobada en 1626 por el arzobispo de París y en 1632 por el papa Urbano VIII, sin carácter de religiosos.
En estos seis años el Santo ha recorrido todos los dominios misionando y fundando Caridades, ha sido nombrado capellán de las galeras reales y ha procurado misiones y ayuda material a los forzados del remo, creando un hospital para ellos; se ha hecho cargo de la dirección espiritual de las Salesas, de acuerdo con la madre Chantal, ha tomado la dirección de su gran colaboradora Santa Luisa de Marillac, y ha quedado en libertad de movimientos por haber fallecido la marquesa y haber tomado la decisión de hacerse sacerdote del Oratorio el señor Gondí.
En 1626 a los treinta y cinco años, San Vicente está plenamente centrado en su vocación. Bérulle no ha visto claro el Instituto de las misiones, pero Roma lo aprueba, gracias al tesón del Santo, que ve el abandono del campo como una de las miserias mayores de la Iglesia. El sacerdote no está cuidado de las almas como prescribía el concilio de Trento. Su santificación era muy deficiente. Vicente ha meditado mucho, ha observado todos los movimientos místicos y apostólicos, ha trabajado con santa ilusión y ha sufrido crisis interiores fructíferas. Para la restauración del clero establece los ejercicios de ordenandos por espacio de diez días, en los que se une la parte ascética con la pastoral. Son cursillos intensivos que suplen algo la falta de seminarios. El obispo de Beauvais, el cardenal de París y más tarde la Santa Sede los declara obligatorios para todos los que hayan de recibir las órdenes sagradas. De aquí brotan las conferencias ascético-pastorales (los martes para sacerdotes y los jueves para seminaristas). De su seno nacen los misioneros de las ciudades unidos a los misioneros de los campos, que había fundado y que trabajaban en hermandad con un reglamento preciso y sabio (1631).
Se ha trasladado con sus misioneros a la gran abadía de San Lázaro, que será el centro regenerador del clero y del pueblo con los ejercicios en tanda dados gratuitamente. Richelieu, que ha tomado las riendas de la nación en 1624, pide a San Vicente los mejores hombres para ponerlos al frente de las diócesis; pero falta el remedio definitivo, los seminarios tridentinos, que no acaban de realizarse. El Santo hace la distinción de mayores y menores, reconoce que es muy difícil reformar al clero de edad y establece su primer ensayo para jóvenes con vocación en el colegio de los Buenos Hijos. Forma el seminario mayor de San Lázaro con ayuda de Richelieu (1642). Orienta a Olier en sus planes del seminario de San Sulpicio y trata de colaborar con el difícil señor Bourdoise, que ha establecido el seminario parroquial comunitario. En 1647 sus misioneros dirigen siete seminarios y el Santo confiesa que "Dios bendice su obra" y que las misiones piden como complemento ayudar a la Iglesia en la formación del clero.
Las Cofradías de la Caridad pasan a la ciudad en sus incipientes suburbios. Luisa de Marillac ha salido de su ensimismamiento escrupuloso por obra de la gracia y de su firme director, y es llevada a la acción caritativa por campos y ciudades como una maternal inspectora de las Caridades, y de las escuelas rurales que el Santo funda como fruto permanente de las Misiones en las parroquias. Da reglamentos adaptados a las necesidades de la ciudad y organiza totalmente la caridad en la ciudad de Beauvais, como antes (1621) lo había realizado en Majon.
El servicio personal al necesitado exige una vocación especial y las Caridades se resentían por falta de personal. El Señor vino en ayuda de su siervo. Un día que había misionado un pueblecito cercano a París, una joven pastora, Margarita Naseau, que había aprendido a leer por su cuenta, se presentó al Santo para servir a los pobres. Es la primera hija de la Caridad. Margarita murió al poco tiempo víctima de la caridad, asistiendo a un apestado. Buen cimiento para la magna obra vicenciana de la hija de la Caridad, la "religiosa" sin claustro que asiste al pobre a domicilio en unión de las damas de la Caridad, enseña en las escuelas del pueblo donde no hay maestro, llega a los campos de batalla, ya en los tiempos del Santo, para atender a los heridos, cuida de los niños expósitos, obra ardua que sacó a flote San Vicente frente a todos los prejuicios de las damas de la Caridad; que acoge en sus casas a las mujeres ejercitantes, a las que el Santo señala como libro de meditación el Memorial del padre Granada; que se hace cargo del Hospital General de París y del Asilo del Nombre de Jesús construido por el Santo con un donativo de 100.000 libras (1642), a las que lleva por las regiones destrozadas por las guerras y hasta Polonia a servir, no a los grandes, aunque sean protectores, como la reina de Polonia, sino a los humildes.
SAN VICENTE DEFENSOR DE LA IGLESIA.- Es un título que le cae muy bien en un siglo de errores y herejías. Primeramente en el Consejo de Conciencia (1647-1652), donde se trata de la elección de obispos. ¡Qué labor más dura para evitar la subida de ministros indignos y promover la de los mejores! Aquí se fraguó la renovación del alto clero de Francia, que había de luchar con el error, con la corrupción y, más tarde, con el galicanismo ya latente en el reinado de Luis XIV. El Santo aceptó este puesto delicadísimo para el bien del clero y de los religiosos (en cuya reforma tomó parte muy activa) y para el bien de los pobres. Trabajaba en ello con la reina española Ana de Austria y se enfrentaba con Mazarino para evitar el favoritismo en los cargos.
El jansenismo, con la herejía de las dos cabezas, la lucha contra la frecuente comunión y la falsa mística de Port-Royal son el viento helado que sopla fuertemente sobre la vida católica en Francia, y desde ella en otras naciones de Europa. Vicente, que es amigo del abate Saint Cyran, de Arnauld y del monasterio de Port-Royal, se ve en una difícil tesitura; pero su fe, inquebrantable y luminosa, su prudencia admirable y siempre su tesón humano y sobrenatural, le hacen el principal campeón contra el jansenismo, aunque todavía se silencia en algunas historias de la Iglesia de este período. En la vida del Santo editada por la B. A. C., el libro VI está dedicado a esta actuación de San Vicente (pp.512-591), donde, con documentación de primera mano, se manifiesta que él aunó a la mayoría de los obispos contra la herejía, alentó a los teólogos que la Sorbona envió a Roma, escribió cartas al Papa incluso e hizo la refutación doctrinal y práctica del jansenismo con sus obras de caridad, su reforma del clero y su mística optimista del alma. No es posible entrar en detalles en esta breve biografía.
Dilatando los espacios de la Iglesia el señor Vicente es padre de misioneros de fieles y de infieles. Establece misioneros en Túnez y Argel para ayudar espiritualmente a los esclavos y promover su rescate (1645). Envía a Irlanda, perseguida en su catolicismo por Cromwell, a sus misioneros que sostienen la fe de los fieles, "Siente una devoción especial en propagar la Iglesia en países de infieles por las pérdidas que sufre en Europa" (1646), como Santa Teresa de Jesús, aunque "mujer y ruin". Manda y sostiene continuas expediciones, devoradas muchas veces por la peste, de misioneros a Madagascar (1648). Promueve las misiones en Arabia; hace que las damas de la Caridad de la Corte sufraguen los gastos de las misiones anticipándose a la obra de Paulina Jaricot.
PADRE DE LA PATRIA.- Las guerras de la Fronda, parlamentaria (1648-49), y de los príncipes (1650-1653) destruyen la vida de París y de sus alrededores y se unen a la de los Treinta Años, que no termina hasta la desgraciada paz de Westfalia (1648) y de los Pirineos (1658), con el triunfo político de los protestantes traído por la ambición nacionalista de Richelieu y de Luis XIV, Es un panorama desolador que la pluma se resiste a describir. En esta hora es San Vicente el que moviliza todas sus fuerzas —misioneros, damas e hijas de la Caridad— y se aúna con la Compañía secreta del Santísimo Sacramento y con todas las Órdenes religiosas para aliviar el desastre material y moral de Francia. Recoge millones de libras haciendo la primera campaña nacional de caridad, editando los relatos de las miserias y de los medios necesarios, creando almacenes en París, dando misiones a los refugiados en su casa central de San Lázaro, buscando refugio para las religiosas y para los pobres vergonzantes, lo mismo que para los nobles huidos de Irlanda, creando para eso las conferencias de la caridad de hombres con el barón de Renty al frente. No es extraña la admiración de todos por el Santo y sus huestes, que le proclamaban oficialmente "Padre de la Patria".
Su labor pacificadora es audaz. Por tres veces habla con la reina para que prescinda de su funesto ministro Mazarino, y se atreve a decírselo al mismo interesado el 11 de septiembre de 1652: "Que el rey entre con voluntad de apaciguar los ánimos y todo quede tranquilo. No obstante, es preferible que el primer ministro se quede cierto tiempo fuera". El joven rey entró el 21 de octubre y proclamó la amnistía general. Pocos meses después volvía Mazarino, que pagó la carta del señor Vicente con retirarle del Consejo de Conciencia, que hoy diríamos Ministerio de Cultos.
De 1650 a 1660 San Vicente dirige todas sus obras en pleno rendimiento desde el sencillo aposento del cuartel general de San Lázaro, luchando a la vez contra el jansenismo, organizando las dos comunidades de misioneros e hijas de la Caridad, hasta que su modo secular de vida en común sea aprobado por Alejandro VII (1655). Recibe con inmenso gozo la bula que condena al jansenismo. Funda el asilo-taller para ancianos, comenta las reglas que ha dado a los misioneros y a las hijas de la Caridad, proyecta establecer a los misioneros en Toledo de acuerdo con el cardenal Moscoso y Sandoval (1657), dicta de continuo cartas a sus dos secretarios, reúne en su casa central a los Consejos de las obras, orienta a los que de toda Francia acuden a pedirle consejo y hasta proyecta con el caballero Paúl la liberación de todos los esclavos de Argel, el paso de sus misioneros al Canadá, etc.
EN LA SANTIDAD HA LLEGADO A CUMBRES INSOSPECHADAS.- Su caridad es una llama que incendia a todos los que le rodean. "No es suficiente —exclama— que yo ame a Dios si mi prójimo no le ama." "Hemos sido elegidos como instrumentos de Dios, de su inmensa y paternal caridad, que quiere ver establecida en todas las almas." El Santo proclama a todo el mundo: "Las cosas de Dios se hacen por sí mismas, y la verdadera sabiduría consiste en seguir a la Providencia paso a paso sin adelantarle ni retrasarse". "Dios es amor y quiere que se vaya a Él por amor." Vicente, que tiene las manos llenas de obras e instituciones, que se duerme de fatiga, dice a su fiel e inquieta colaboradora que "es preciso honrar el descanso de Dios" y que "debemos honrar particularmente a su Divino Maestro en la moderación de su obrar". "¡Qué dicha —dice— no querer más que lo que Dios quiere, y no hacer sino lo que la Providencia presenta, y no tener nada más que lo que Dios nos ha dado!"
La mística de la acción apostólica y la unión fraterna de todos en Cristo y en el Padre Celestial: Este es el mensaje que San Vicente proyecta a todos los siglos como un eco potente del Evangelio y de la Iglesia, desde su sillón, donde muere plácidamente en las primeras horas del 27 de septiembre de 1660, bendiciendo, como Patriarca de la Caridad, a todas las instituciones que habrán de irradiar de su orientación y cuyo patrocinio universal le confió la Iglesia con fiesta especial el 20 de diciembre.
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