Obispo de Cesarea, y uno de los más distinguidos Doctores de la Iglesia. Nació probablemente en 329; murió el 1 de enero de 379. El está considerado después de San Atanasio como un defensor de la Iglesia Oriental contra las herejías del siglo IV. Con su amigo San Gregorio Nacianceno y su hermano San Gregorio de Nisa, formaron el trío conocido como "Los Tres Capadocios", pero sobrepasó a los dos en el genio práctico y los logros reales.
San Basilio el Mayor, padre de San Basilio el Grande, fue el hijo de un cristiano de buena cuna y de su esposa, Macrina (Acta SS., enero, II), ambos sufrieron por la fe durante la persecución por Galerio (305-314), y pasaron varios años de privaciones en las agrestes montañas del Ponto. San Basilio el Anciano fue notable por su virtud (Acta SS, mayo, VII) y también ganó una buena reputación como maestro en Cesarea. Él no era sacerdote (Cf. Cave, Hist. Lit., I, 239). Estaba casado con Emelia, la hija de un mártir y fue padre de diez hijos. Tres de ellos, Macrina, Basilio y Gregorio son venerados como santos; y de los hijos, Pedro, Gregorio y Basilio alcanzaron la dignidad del episcopado.
Bajo el cuidado de su padre y de su abuela, Macrina, quien conservaba las tradiciones de su paisano, San Gregorio Taumaturgo (c. 213-275) Basilio fue formado en los hábitos de piedad y estudio. Él era todavía joven cuando su padre murió y la familia se trasladó a la propiedad de la abuela Macrina en Annesi en el Ponto, en las riveras del Iris. Cuando era un muchacho, lo enviaron a la escuela en Cesarea, en ese entonces "una metropoli de las letras", y concibió una ferviente admiración por el obispo local, Dianio. Más tarde, se fue a Constantinopla, la cual en ese entonces "se distinguía por sus maestros de filosofía y retórica", y de allí se fue a Atenas, donde se volvió compañero inseparable de San Gregorio Nacianceno, quien, en su famoso panegírico sobre Basilio (Or. XLIII), da una descripción sumamente interesante de sus experiencias académicas. De acuerdo a él, Basilio ya se distinguía por su mente brillante y seriedad de carácter y se asociaba sólo con los estudiantes más aplicados. Él era hábil, serio, industrioso y muy avanzado en retórica, gramática, filosofía, astronomía, geometría y medicina. (Sobre su desconocimiento del latín, vea Fialon, Etude historique et littéraire sur San Basilio, París, 1869). Conocemos los nombres de dos de los maestros de Basilio en Atenas: Prohaeresio, posiblemente un cristiano, e Himerio, un pagano. Se ha afirmado, aunque probablemente incorrectamente, que Basilio pasó algún tiempo bajo la enseñanza de Libanio. Él mismo nos dice que trató sin éxito de unirse como alumno de Eustatio (Ep., I). Al final de su residencia en Atenas, Basilio estando cargado, dice San Gregorio Nacianceno "con todo el aprendizaje obtenido por la naturaleza del hombre", estaba muy bien preparado para ser maestro. Cesarea tomó posesión de él con gusto "como un fundador y segundo patrón" (Or. XLIII), y como él mismo nos dice (CCX), rechazó las ofertas espléndidas de los ciudadanos de Neo-Cesarea, quienes deseaban que el tomara a su cargo la educación de los jóvenes de su ciudad.
Al exitoso estudiante y distinguido profesor, dice Gregorio (Or. XLIII), "ahora no le quedaba otra necesidad que la de la perfección espiritual". Su hermano Gregorio de Nisa, en su vida de Macrina, nos da a entender que el éxito brillante de Basilio como estudiante universitario y profesor había dejado trazos de mundanalidad y autosuficiencia en el alma del joven. Afortunadamente, Basilio comenzó a relacionarse de nuevo Dianio, obispo de Cesarea, el objeto de su afecto juvenil, y parece que Dianio lo bautizó, y lo ordenó como lector tan pronto como regresó a Cesarea. Fue al mismo tiempo que cayó bajo la influencia de esa notable mujer, su hermana Macrina, que en el entretanto había fundado una comunidad religiosa en la propiedad de la familia en Annesi. Basilio mismo nos dice cómo, igual que un hombre se levantó de su profundo sueño, él volvió sus ojos a la maravillosa verdad del Evangelio, vertió muchas lágrimas por su vida miserable, y oró pidiendo la guía de Dios: "Entonces leí el Evangelio, y vi allí que un gran medio para alcanzar la perfección es vender todos los bienes, compartirlos con los pobres, deshacerse de todos los cuidados de esta vida y el impedir que el alma vuelva a ver con simpatía las cosas de esta tierra" (Ep. CCXXIII).
Para aprender el camino de la perfección, Basilio ahora visitó los monasterios de Egipto, Palestina, Coele-Siria y Mesopotamia. Regresó lleno de admiración por la austeridad y piedad de los monjes, y fundó un monasterio en su natal Ponto, en las riveras del Iris, cercanamente opuestos a Annesi (cf. Ramsay, Hist. Geog. of Asia Menor, Londres, 1890, p. 326). Ya Eustatio de Sebaste había introducido la vida eremítica en Asia Menor; Basilio agregó la forma cenobítica o de comunidad, y la nueva característica fue imitada por muchas compañías de hombres y mujeres. (Cf. Sozomeno, Hist. Eccl., VI.27; San Epifanio, Haer., LXXV,1; Basilio, Ep. CCXIII; Tillemont, Mém., IX, Art. XXI, y nota XXVI.). Basilio llegó a ser conocido como el padre del monacato oriental, el precursor de San Benito. Al estudiar su Regla podemos ver cuán merecido tuvo el título, cuán seriamente y en qué espíritu llevó a cabo la sistematización de la vida religiosa. Parece que para este tiempo ya él había leído muy sistemáticamente los escritos de Orígenes, pues junto con Gregorio de Nazianzo, publicó una selección de ellos llamada la “Philocalia”.
En el año 360, Basilio fue sacado de su retiro al área de la controversia teológica cuando acompañó a dos delegados de Seleucia al emperador en Constantinopla, y apoyó a su homónimo de Ancira. Hay alguna disputa en cuanto a su valor y su ortodoxia perfecta en esa ocasión (cf. Filostorgio, Hist. Ecl., IV, XII; respuesta por Gregorio de Nisa, Answer to Eunomius’ Second Book I, y Maran, Proleg., VII; Tillemont, Mém., nota XVIII). Un poco después, sin embargo, ambas cualidades parecen haber quedado en evidencia, puesto que Basilio abandonó a Dianio por haber firmado el credo herético de Rimini. A esta época (c. 361) pude ser referida la "Moralia"; y un poco más tarde vinieron dos libros contra Eunomio (363) y alguna correspondencia con San Atanasio. Es posible, también, que Basilio escribió sus reglas monásticas en sus formas más cortas mientras que estaba en Ponto, y luego las amplió en Cesarea. Hay un relato de una invitación de Juliano a Basilio para que se presentase en la corte y de la negativa de Basilio, junto con una advertencia que enojó al emperador y puso en peligro la seguridad de Basilio. Tanto el incidente como la correspondencia son cuestionados por algunos críticos (e.g. Maran; cf. Tillemont, De Broglie, Fialon).
Basilio todavía retuvo una considerable influencia en Cesarea, y se considera altamente probable que él tuvo que ver con la elección del sucesor de Dianio, quien murió en el 362, después de haberse reconciliado con Basilio. En todo caso el nuevo obispo, Eusebio, fue prácticamente puesto en su oficio por el anciano San Gregorio Nacianceno. Luego de que Eusebio hubo persuadido al renuente Basilio a ser ordenado sacerdote, le dio un lugar prominente en la administración de la diócesis (363). La capacidad de Basilio para administrar los asuntos eclipsó tanto al obispo que surgieron malos sentimientos entre ambos. "Toda la porción más sabia y eminente de la Iglesia se levantó contra el obispo " (Greg. Naz., Or. XLIII; Ep. x), y para evitar problemas Basilio se retiró de nuevo a la soledad del Ponto.
Un poco más tarde (365), cuando los intentos de Valente por imponerle el arrianismo al clero y al pueblo requirió la presencia de una personalidad fuerte, Basilio fue reinstalado a su puesto anterior, siendo reconciliado con el obispo por San Gregorio de Nazianzo. Parece que ya no hubo más desacuerdos entre Eusebio y Basilio y este último pronto se convirtió en el verdadero jefe de la diócesis. "Uno”, dice Gregorio de Nazianzo (Or. XLIII), "conducía al pueblo, el otro conducía al líder". Durante los cinco años que pasó en este importantísimo oficio, Basilio demostró ser un hombre de poderes poco usuales. Él les dictó la ley a los principales ciudadanos y a los gobernadores imperiales, zanjó disputas con sabiduría y de forma terminante, asistió a los necesitados espiritualmente, buscó "el sustento para el pobre, la hospitalidad para los extranjeros, el cuidado de las doncellas, legislación escrita y no escrita para la vida monástica, arreglos de oraciones (¿liturgia?), adorno del santuario" (op. cit.). En tiempos de hambruna, él fue el salvador de los pobres.
En el año 370 Basilio sucedió al obispo de Cesarea, y fue consagrado de acuerdo a la tradición el 14 de Junio. Cesarea era entonces una poderosa y rica ciudad (Sozomeno, Hist. Eccl., V.5). Su obispo era metropolitano de Capadocia y exarca del Ponto, lo cual abarcaba más de la mitad de Asia Menor y comprendía once provincias. La sede de Cesarea estaba en el mismo rango que la de Éfeso inmediatamente después de las sedes patriarcales en los concilios, y el obispo era el superior de cincuenta chorepiscopi ([[François Baert | Baert). La influencia real de Basilio, dice Jackson (Prolegomena, XXXII) cubría todo lo ancho del país "desde los Balcanes al Mediterráneo y desde el mar Ageo al río Éufrates". La necesidad de un hombre como Basilio en una sede como la de Cesarea era muy apremiante, y él debió haber sabido esto bien. Algunos (por ejemplo, Allard, De Broglie, Venables, Fialon) piensan que él procuró su propia elección; otros (por ejemplo: Maran, Baronio, Ceillier) dicen que el no hizo ningún intento a su favor. De cualquier forma, él llegó a ser el Obispo de Cesarea en gran parte por la influencia del anciano Gregorio. Su elección, dice el joven Gregorio (loc. cit.), fue seguida por el descontento de parte de varios obispos sufragáneos "a cuyo lado se encontraban los grandes bribones de la ciudad". Durante su anterior administración de la diócesis Basilio había definido tan claramente las ideas de disciplina y ortodoxia, que nadie podía dudar de la dirección y el vigor de su política. San Atanasio se sintió muy complacido por la elección de Basilio (Ad Pallad., 953; Ad Joann. et Ant., 951); pero el arrianizante emperador Valente manifestó considerable disgusto y la minoría de obispos derrotados se volvieron consistentemente hostiles al nuevo metropolitano. Mediante años de conducta prudente, sin embargo, "mezclando su corrección con consideración y su gentileza con firmeza " (Greg. Naz., Or. XLIII), finalmente superó a la mayoría de sus oponentes.
Las cartas de Basilio narran la historia de su tremenda y variada actividad; cómo trabajó para la exclusión de candidatos no aptos para el ministerio sagrado y para liberar a los obispos de la tentación de la simonía; como les requería disciplina exacta y la fiel observancia de los cánones a [[clérigo]s y a seglares; como el requirió pecaminoso, le dio seguimiento a la delincuencia y le extendió la esperanza del perdón al penitente. (Cf. Epp. XLIV, XLV, y XLVI, la bella carta a una virgen caída, así como las Epp. LIII, LIV, LV, CLXXXVIII, CXCIX, CCSVII y Ep. CLXIX, sobre el extraño incidente de Glicerio, cuya historia es muy bien completada por Ramsay, The Church in the Roman Empire, Nueva York, 1893, p. 443 ss.). Si por un lado defendió enérgicamente los derechos e inmunidades clericales (Ep. CIV), por el otro el entrenó a su clero con tanto rigor que se volvieron famosos como modelos de todo lo que debe ser un sacerdote (Epp. CII, CIII).
Basilio no limitó su actividad a los asuntos diocesanos, sino que se lanzó vigorosamente a las problemáticas disputas teológicas que en ese entonces rasgaban la unidad de la cristiandad. Redactó un resumen de la fe ortodoxa; atacó verbalmente a los herejes que estaban cerca y escribió elocuentemente a los que estaban lejos. Su correspondencia muestra que hizo visitas, envió mensajes, dio entrevistas, instruyó, reprobó, reprendió, amenazó, reprochó, tomó a su cargo la protección de las naciones, ciudades, individuos grandes y pequeños. Había poca oportunidad de oponérsele exitosamente, ya que él era un luchador frío, persistente, impertérrito en la defensa de la doctrina y de los principios. Su postura audaz contra Valente se equipara a la reunión entre San Ambrosio y Teodosio I]]. El emperador se quedó estupefacto ante la indiferencia calmada del arzobispo ante su presencia y sus deseos. El incidente, como lo narra San Gregorio Nacianceno, no solo dice mucho sobre el carácter de Basilio sino que arroja una luz clara del tipo de obispo cristiano con el cual los emperadores tenían que tratar y va más allá para explicar por qué el arrianismo, con poca corte detrás de él, pudo hacer tan poca impresión en la historia final del catolicismo.
Mientras ayudaba a Eusebio en el cuidado de su diócesis , Basilio había mostrado un marcado interés por el pobre y el afligido; ese interés se mostró ahora en la erección de una magnífica institución, el “Ptochoptopheion” o “Basileiad”, una casa para el cuidado de extranjeros sin amigos, el tratamiento médico de los enfermos pobres y el entrenamiento industrial de los trabajadores no cualificados. Construido en los suburbios, logró tal importancia que llegó a ser prácticamente el centro de una nueva ciudad con el nombre de he kaine polis o "Pueblo Nuevo". Era la casa madre de las instituciones parecidas erigidas en otras diócesis y era un constante recordatorio a los ricos de su privilegio de gastar su riqueza en un modo cristiano. Se debe mencionar aquí que predicaba tan clara y fuertemente las obligaciones sociales de los ricos que los sociólogos modernos se han aventurado a reclamarlo como uno de los suyos, aunque con no más fundamento que el que existiría en el caso de cualquier otro maestro consistente con los principios de la ética católica. La verdad es que San Basilio fue un amante práctico de la pobreza cristiana, y aún en su exaltada posición conservó esa simplicidad en la comida y la ropa y esa austeridad de vida por la que él se hizo notar en su primera renuncia al mundo. (Nitti, Catholic Socialism, Nueva York, 1895, III; Villemain, Tableau d'eloq. Chret., París, 1891, 116 ss.).
En medio de sus labores, Basilio pasó sufrimientos de muchas clases. San Atanasio murió en el año 373 y el anciano Gregorio en el 374, y ambos dejaron espacios que nunca se llenarían. En el año 373 comenzó la dolorosa separación de Gregorio Nacianceno. Antimo, Obispo de Tiana, se convirtió en enemigo declarado; Apolinar "una causa de dolor para las iglesias" (Ep. CCLXIII); Eustatio de Sebaste un traidor a la fe y también un enemigo personal. Eusebio de Samosata fue desterrado; su hermano Gregorio fue condenado y depuesto. Cuando murió el emperador Valentiniano I y los arrianos recuperaron su influencia, todos los esfuerzos de Basilio debieron haber parecido en vano. Su salud se estaba quebrantando, los godos estaban a las puertas del imperio, Antioquía estaba en cisma, Roma dudaba de su sinceridad, los obispos se negaban a reunirse como él deseaba. "Las señales de la Iglesia estaban obscurecidas en su parte de la cristiandad, y él tenía que pasarlo como mejor pudiese ---admirando, buscando, y sin embargo tratado con frialdad por el mundo latino, deseando la amistad de Roma, sin embargo herido por su reserva--- Dámaso lo hacía sospechoso de herejía y San Jerónimo lo acusaba de orgulloso." ( Newman, The Church of the Fathers). Si él hubiese vivido un poco más y asistido al Concilio de Constantinopla (381), habría visto la muerte de su primer presidente, su amigo Melecio, y la renuncia forzada de su segundo, Gregorio Nacianceno.
Basilio murió el 1 de enero de 379. Su muerte fue considerada como una pérdida pública; los judíos, paganos y extranjeros rivalizaban con su rebaño para rendirle honor. Los primeros martirologios latinos (el Jeronimiano y el de Beda) no mencionan la fiesta de San Basilio. Los primeros en mencionarlo fueron Usuardo y Ado, quienes lo colocan en el 14 de junio, la supuesta fecha de la consagración de Basilio al obispado. En el “Menaion” griego se le conmemora el 1 de enero, día de su muerte. En 1081 Juan, patriarca de Constantinopla, a consecuencia de una [visiones y apariciones | visión]], estableció una fiesta en honor común a San Basilio, a San Gregorio Nacianceno y a San Juan Crisóstomo, la cual se celebraría el 30 de enero. Los Bolandistas dan un relato del origen de esta fiesta; también registran como algo digno de notar que no se mencionaban reliquias de San Basilio antes del siglo XII, en cuyo tiempo se decía que partes de su cuerpo, junto con otras reliquias muy extraordinarias, habían sido llevadas a Brujas por un cruzado que regresaba. Baronio (c. 1599) le regaló al Oratorio de Nápoles una reliquia de San Basilio enviada de Constantinopla al Papa. Los Bolandistas y Baronio imprimieron descripciones sobre la apariencia personal de Basilio y los primeros reprodujeron dos íconos, el más antiguo copiado de un códice presentado a Basilio, emperador de Oriente (877-886).
Por consenso común, Basilio está entre las más grandes figuras de la historia eclesiástica y el más bien extravagante panegírico por Gregorio de Nazianzo han sido casi igualados por muchos otros panegiristas. Físicamente delicado y ocupando un alto puesto sólo unos pocos años, Basilio hizo un trabajo magnífico y duradero en una época donde se experimentaron las más violentas convulsiones mundiales que haya vivido el cristianismo. (Cf. Newman, La Iglesia de los Padres). Por virtud personal él logró distinguirse en una era de santos; y su pureza, su fervor monástico, su estricta simpleza, su amistad por los pobres llegó a ser tradicional en la historia del ascetismo cristiano. De hecho, la impresión de su genio quedó sellada indeleblemente en la concepción oriental de la vida religiosa. En sus manos la gran sede metropolitana de Cesarea se formó como una especie de modelo de la diócesis Cristiana; casi no hubo ningún detalle de la actividad episcopal en que él no marcara líneas guías y en que no diera un espléndido ejemplo. No menos glorioso es el hecho de que el mantuvo una dignidad sin temor e independencia hacia los oficiales del estado lo cual la historia ha mostrado más tarde ser una condición indispensable de la vida saludable del episcopado católico.
Ha surgido alguna dificultad con la correspondencia de Basilio con la Sede Romana (Bossuet, "Gallia Orthodoxa", c. LXV; Puller, "Primitive Saints and the See of Rome", Londres, 1900.). No hay duda que él estaba en comunión con los obispos occidentales y que escribía repetidamente a Roma preguntando qué pasos tomar para ayudar a la Iglesia Oriental en su lucha con los herejes y cismáticos; pero el resultado decepcionante de sus apelaciones le sacaron palabras que requieren explicación. Evidentemente él estaba profundamente disgustado de que el Papa Dámaso por un lado vacilara en condenar a Marcelo y a los eustasianos, y por el otro prefiriera a Paulino en vez de Melecio en cuyo derecho a la Sede de Antioquía Basilio creía muy firmemente. A lo mejor debe admitirse que Basilio criticó al Papa libremente en una carta enviada a Eusebio de Samosata (Ep. CCXXXIX) y que él estaba indignado a la vez que dolido por el fracaso en sus intentos para obtener ayuda de Occidente. Sin embargo, más tarde debió haber reconocido que en algún aspecto él había sido apresurado; en cualquier evento, su fuerte énfasis en la influencia que la Sede Romana podía ejercer sobre los obispos orientales, y su abstinencia de un cargo de nada como usurpación son grandes hechos que sobresalen obviamente en la historia del desacuerdo. En relación a la cuestión de su asociación con los semiarrianos, Filostorgio habla de él como el campeón de la causa semiarriana, y Newman dice que pareció inevitable haberse arrianizado los primeros treinta años de su vida. La explicación de esto, tanto como el desacuerdo con la Santa Sede, debe buscarse en un estudio cuidadoso de los tiempos, con la debida referencia a las condiciones inestables y cambiantes de las distinciones teológicas, la falta de algo así como un pronunciamiento final del poder definidor de la Iglesia, las "imperfecciones persistentes de los Santos" (Newman), la ortodoxia substancial de muchos de los llamados semiarrianos, y sobre todo el gran plan con el cual Basilio perseguía la unidad efectiva en una cristiandad dividida y confundida.
San Basilio el Mayor, padre de San Basilio el Grande, fue el hijo de un cristiano de buena cuna y de su esposa, Macrina (Acta SS., enero, II), ambos sufrieron por la fe durante la persecución por Galerio (305-314), y pasaron varios años de privaciones en las agrestes montañas del Ponto. San Basilio el Anciano fue notable por su virtud (Acta SS, mayo, VII) y también ganó una buena reputación como maestro en Cesarea. Él no era sacerdote (Cf. Cave, Hist. Lit., I, 239). Estaba casado con Emelia, la hija de un mártir y fue padre de diez hijos. Tres de ellos, Macrina, Basilio y Gregorio son venerados como santos; y de los hijos, Pedro, Gregorio y Basilio alcanzaron la dignidad del episcopado.
Bajo el cuidado de su padre y de su abuela, Macrina, quien conservaba las tradiciones de su paisano, San Gregorio Taumaturgo (c. 213-275) Basilio fue formado en los hábitos de piedad y estudio. Él era todavía joven cuando su padre murió y la familia se trasladó a la propiedad de la abuela Macrina en Annesi en el Ponto, en las riveras del Iris. Cuando era un muchacho, lo enviaron a la escuela en Cesarea, en ese entonces "una metropoli de las letras", y concibió una ferviente admiración por el obispo local, Dianio. Más tarde, se fue a Constantinopla, la cual en ese entonces "se distinguía por sus maestros de filosofía y retórica", y de allí se fue a Atenas, donde se volvió compañero inseparable de San Gregorio Nacianceno, quien, en su famoso panegírico sobre Basilio (Or. XLIII), da una descripción sumamente interesante de sus experiencias académicas. De acuerdo a él, Basilio ya se distinguía por su mente brillante y seriedad de carácter y se asociaba sólo con los estudiantes más aplicados. Él era hábil, serio, industrioso y muy avanzado en retórica, gramática, filosofía, astronomía, geometría y medicina. (Sobre su desconocimiento del latín, vea Fialon, Etude historique et littéraire sur San Basilio, París, 1869). Conocemos los nombres de dos de los maestros de Basilio en Atenas: Prohaeresio, posiblemente un cristiano, e Himerio, un pagano. Se ha afirmado, aunque probablemente incorrectamente, que Basilio pasó algún tiempo bajo la enseñanza de Libanio. Él mismo nos dice que trató sin éxito de unirse como alumno de Eustatio (Ep., I). Al final de su residencia en Atenas, Basilio estando cargado, dice San Gregorio Nacianceno "con todo el aprendizaje obtenido por la naturaleza del hombre", estaba muy bien preparado para ser maestro. Cesarea tomó posesión de él con gusto "como un fundador y segundo patrón" (Or. XLIII), y como él mismo nos dice (CCX), rechazó las ofertas espléndidas de los ciudadanos de Neo-Cesarea, quienes deseaban que el tomara a su cargo la educación de los jóvenes de su ciudad.
Al exitoso estudiante y distinguido profesor, dice Gregorio (Or. XLIII), "ahora no le quedaba otra necesidad que la de la perfección espiritual". Su hermano Gregorio de Nisa, en su vida de Macrina, nos da a entender que el éxito brillante de Basilio como estudiante universitario y profesor había dejado trazos de mundanalidad y autosuficiencia en el alma del joven. Afortunadamente, Basilio comenzó a relacionarse de nuevo Dianio, obispo de Cesarea, el objeto de su afecto juvenil, y parece que Dianio lo bautizó, y lo ordenó como lector tan pronto como regresó a Cesarea. Fue al mismo tiempo que cayó bajo la influencia de esa notable mujer, su hermana Macrina, que en el entretanto había fundado una comunidad religiosa en la propiedad de la familia en Annesi. Basilio mismo nos dice cómo, igual que un hombre se levantó de su profundo sueño, él volvió sus ojos a la maravillosa verdad del Evangelio, vertió muchas lágrimas por su vida miserable, y oró pidiendo la guía de Dios: "Entonces leí el Evangelio, y vi allí que un gran medio para alcanzar la perfección es vender todos los bienes, compartirlos con los pobres, deshacerse de todos los cuidados de esta vida y el impedir que el alma vuelva a ver con simpatía las cosas de esta tierra" (Ep. CCXXIII).
Para aprender el camino de la perfección, Basilio ahora visitó los monasterios de Egipto, Palestina, Coele-Siria y Mesopotamia. Regresó lleno de admiración por la austeridad y piedad de los monjes, y fundó un monasterio en su natal Ponto, en las riveras del Iris, cercanamente opuestos a Annesi (cf. Ramsay, Hist. Geog. of Asia Menor, Londres, 1890, p. 326). Ya Eustatio de Sebaste había introducido la vida eremítica en Asia Menor; Basilio agregó la forma cenobítica o de comunidad, y la nueva característica fue imitada por muchas compañías de hombres y mujeres. (Cf. Sozomeno, Hist. Eccl., VI.27; San Epifanio, Haer., LXXV,1; Basilio, Ep. CCXIII; Tillemont, Mém., IX, Art. XXI, y nota XXVI.). Basilio llegó a ser conocido como el padre del monacato oriental, el precursor de San Benito. Al estudiar su Regla podemos ver cuán merecido tuvo el título, cuán seriamente y en qué espíritu llevó a cabo la sistematización de la vida religiosa. Parece que para este tiempo ya él había leído muy sistemáticamente los escritos de Orígenes, pues junto con Gregorio de Nazianzo, publicó una selección de ellos llamada la “Philocalia”.
En el año 360, Basilio fue sacado de su retiro al área de la controversia teológica cuando acompañó a dos delegados de Seleucia al emperador en Constantinopla, y apoyó a su homónimo de Ancira. Hay alguna disputa en cuanto a su valor y su ortodoxia perfecta en esa ocasión (cf. Filostorgio, Hist. Ecl., IV, XII; respuesta por Gregorio de Nisa, Answer to Eunomius’ Second Book I, y Maran, Proleg., VII; Tillemont, Mém., nota XVIII). Un poco después, sin embargo, ambas cualidades parecen haber quedado en evidencia, puesto que Basilio abandonó a Dianio por haber firmado el credo herético de Rimini. A esta época (c. 361) pude ser referida la "Moralia"; y un poco más tarde vinieron dos libros contra Eunomio (363) y alguna correspondencia con San Atanasio. Es posible, también, que Basilio escribió sus reglas monásticas en sus formas más cortas mientras que estaba en Ponto, y luego las amplió en Cesarea. Hay un relato de una invitación de Juliano a Basilio para que se presentase en la corte y de la negativa de Basilio, junto con una advertencia que enojó al emperador y puso en peligro la seguridad de Basilio. Tanto el incidente como la correspondencia son cuestionados por algunos críticos (e.g. Maran; cf. Tillemont, De Broglie, Fialon).
Basilio todavía retuvo una considerable influencia en Cesarea, y se considera altamente probable que él tuvo que ver con la elección del sucesor de Dianio, quien murió en el 362, después de haberse reconciliado con Basilio. En todo caso el nuevo obispo, Eusebio, fue prácticamente puesto en su oficio por el anciano San Gregorio Nacianceno. Luego de que Eusebio hubo persuadido al renuente Basilio a ser ordenado sacerdote, le dio un lugar prominente en la administración de la diócesis (363). La capacidad de Basilio para administrar los asuntos eclipsó tanto al obispo que surgieron malos sentimientos entre ambos. "Toda la porción más sabia y eminente de la Iglesia se levantó contra el obispo " (Greg. Naz., Or. XLIII; Ep. x), y para evitar problemas Basilio se retiró de nuevo a la soledad del Ponto.
Un poco más tarde (365), cuando los intentos de Valente por imponerle el arrianismo al clero y al pueblo requirió la presencia de una personalidad fuerte, Basilio fue reinstalado a su puesto anterior, siendo reconciliado con el obispo por San Gregorio de Nazianzo. Parece que ya no hubo más desacuerdos entre Eusebio y Basilio y este último pronto se convirtió en el verdadero jefe de la diócesis. "Uno”, dice Gregorio de Nazianzo (Or. XLIII), "conducía al pueblo, el otro conducía al líder". Durante los cinco años que pasó en este importantísimo oficio, Basilio demostró ser un hombre de poderes poco usuales. Él les dictó la ley a los principales ciudadanos y a los gobernadores imperiales, zanjó disputas con sabiduría y de forma terminante, asistió a los necesitados espiritualmente, buscó "el sustento para el pobre, la hospitalidad para los extranjeros, el cuidado de las doncellas, legislación escrita y no escrita para la vida monástica, arreglos de oraciones (¿liturgia?), adorno del santuario" (op. cit.). En tiempos de hambruna, él fue el salvador de los pobres.
En el año 370 Basilio sucedió al obispo de Cesarea, y fue consagrado de acuerdo a la tradición el 14 de Junio. Cesarea era entonces una poderosa y rica ciudad (Sozomeno, Hist. Eccl., V.5). Su obispo era metropolitano de Capadocia y exarca del Ponto, lo cual abarcaba más de la mitad de Asia Menor y comprendía once provincias. La sede de Cesarea estaba en el mismo rango que la de Éfeso inmediatamente después de las sedes patriarcales en los concilios, y el obispo era el superior de cincuenta chorepiscopi ([[François Baert | Baert). La influencia real de Basilio, dice Jackson (Prolegomena, XXXII) cubría todo lo ancho del país "desde los Balcanes al Mediterráneo y desde el mar Ageo al río Éufrates". La necesidad de un hombre como Basilio en una sede como la de Cesarea era muy apremiante, y él debió haber sabido esto bien. Algunos (por ejemplo, Allard, De Broglie, Venables, Fialon) piensan que él procuró su propia elección; otros (por ejemplo: Maran, Baronio, Ceillier) dicen que el no hizo ningún intento a su favor. De cualquier forma, él llegó a ser el Obispo de Cesarea en gran parte por la influencia del anciano Gregorio. Su elección, dice el joven Gregorio (loc. cit.), fue seguida por el descontento de parte de varios obispos sufragáneos "a cuyo lado se encontraban los grandes bribones de la ciudad". Durante su anterior administración de la diócesis Basilio había definido tan claramente las ideas de disciplina y ortodoxia, que nadie podía dudar de la dirección y el vigor de su política. San Atanasio se sintió muy complacido por la elección de Basilio (Ad Pallad., 953; Ad Joann. et Ant., 951); pero el arrianizante emperador Valente manifestó considerable disgusto y la minoría de obispos derrotados se volvieron consistentemente hostiles al nuevo metropolitano. Mediante años de conducta prudente, sin embargo, "mezclando su corrección con consideración y su gentileza con firmeza " (Greg. Naz., Or. XLIII), finalmente superó a la mayoría de sus oponentes.
Las cartas de Basilio narran la historia de su tremenda y variada actividad; cómo trabajó para la exclusión de candidatos no aptos para el ministerio sagrado y para liberar a los obispos de la tentación de la simonía; como les requería disciplina exacta y la fiel observancia de los cánones a [[clérigo]s y a seglares; como el requirió pecaminoso, le dio seguimiento a la delincuencia y le extendió la esperanza del perdón al penitente. (Cf. Epp. XLIV, XLV, y XLVI, la bella carta a una virgen caída, así como las Epp. LIII, LIV, LV, CLXXXVIII, CXCIX, CCSVII y Ep. CLXIX, sobre el extraño incidente de Glicerio, cuya historia es muy bien completada por Ramsay, The Church in the Roman Empire, Nueva York, 1893, p. 443 ss.). Si por un lado defendió enérgicamente los derechos e inmunidades clericales (Ep. CIV), por el otro el entrenó a su clero con tanto rigor que se volvieron famosos como modelos de todo lo que debe ser un sacerdote (Epp. CII, CIII).
Basilio no limitó su actividad a los asuntos diocesanos, sino que se lanzó vigorosamente a las problemáticas disputas teológicas que en ese entonces rasgaban la unidad de la cristiandad. Redactó un resumen de la fe ortodoxa; atacó verbalmente a los herejes que estaban cerca y escribió elocuentemente a los que estaban lejos. Su correspondencia muestra que hizo visitas, envió mensajes, dio entrevistas, instruyó, reprobó, reprendió, amenazó, reprochó, tomó a su cargo la protección de las naciones, ciudades, individuos grandes y pequeños. Había poca oportunidad de oponérsele exitosamente, ya que él era un luchador frío, persistente, impertérrito en la defensa de la doctrina y de los principios. Su postura audaz contra Valente se equipara a la reunión entre San Ambrosio y Teodosio I]]. El emperador se quedó estupefacto ante la indiferencia calmada del arzobispo ante su presencia y sus deseos. El incidente, como lo narra San Gregorio Nacianceno, no solo dice mucho sobre el carácter de Basilio sino que arroja una luz clara del tipo de obispo cristiano con el cual los emperadores tenían que tratar y va más allá para explicar por qué el arrianismo, con poca corte detrás de él, pudo hacer tan poca impresión en la historia final del catolicismo.
Mientras ayudaba a Eusebio en el cuidado de su diócesis , Basilio había mostrado un marcado interés por el pobre y el afligido; ese interés se mostró ahora en la erección de una magnífica institución, el “Ptochoptopheion” o “Basileiad”, una casa para el cuidado de extranjeros sin amigos, el tratamiento médico de los enfermos pobres y el entrenamiento industrial de los trabajadores no cualificados. Construido en los suburbios, logró tal importancia que llegó a ser prácticamente el centro de una nueva ciudad con el nombre de he kaine polis o "Pueblo Nuevo". Era la casa madre de las instituciones parecidas erigidas en otras diócesis y era un constante recordatorio a los ricos de su privilegio de gastar su riqueza en un modo cristiano. Se debe mencionar aquí que predicaba tan clara y fuertemente las obligaciones sociales de los ricos que los sociólogos modernos se han aventurado a reclamarlo como uno de los suyos, aunque con no más fundamento que el que existiría en el caso de cualquier otro maestro consistente con los principios de la ética católica. La verdad es que San Basilio fue un amante práctico de la pobreza cristiana, y aún en su exaltada posición conservó esa simplicidad en la comida y la ropa y esa austeridad de vida por la que él se hizo notar en su primera renuncia al mundo. (Nitti, Catholic Socialism, Nueva York, 1895, III; Villemain, Tableau d'eloq. Chret., París, 1891, 116 ss.).
En medio de sus labores, Basilio pasó sufrimientos de muchas clases. San Atanasio murió en el año 373 y el anciano Gregorio en el 374, y ambos dejaron espacios que nunca se llenarían. En el año 373 comenzó la dolorosa separación de Gregorio Nacianceno. Antimo, Obispo de Tiana, se convirtió en enemigo declarado; Apolinar "una causa de dolor para las iglesias" (Ep. CCLXIII); Eustatio de Sebaste un traidor a la fe y también un enemigo personal. Eusebio de Samosata fue desterrado; su hermano Gregorio fue condenado y depuesto. Cuando murió el emperador Valentiniano I y los arrianos recuperaron su influencia, todos los esfuerzos de Basilio debieron haber parecido en vano. Su salud se estaba quebrantando, los godos estaban a las puertas del imperio, Antioquía estaba en cisma, Roma dudaba de su sinceridad, los obispos se negaban a reunirse como él deseaba. "Las señales de la Iglesia estaban obscurecidas en su parte de la cristiandad, y él tenía que pasarlo como mejor pudiese ---admirando, buscando, y sin embargo tratado con frialdad por el mundo latino, deseando la amistad de Roma, sin embargo herido por su reserva--- Dámaso lo hacía sospechoso de herejía y San Jerónimo lo acusaba de orgulloso." ( Newman, The Church of the Fathers). Si él hubiese vivido un poco más y asistido al Concilio de Constantinopla (381), habría visto la muerte de su primer presidente, su amigo Melecio, y la renuncia forzada de su segundo, Gregorio Nacianceno.
Basilio murió el 1 de enero de 379. Su muerte fue considerada como una pérdida pública; los judíos, paganos y extranjeros rivalizaban con su rebaño para rendirle honor. Los primeros martirologios latinos (el Jeronimiano y el de Beda) no mencionan la fiesta de San Basilio. Los primeros en mencionarlo fueron Usuardo y Ado, quienes lo colocan en el 14 de junio, la supuesta fecha de la consagración de Basilio al obispado. En el “Menaion” griego se le conmemora el 1 de enero, día de su muerte. En 1081 Juan, patriarca de Constantinopla, a consecuencia de una [visiones y apariciones | visión]], estableció una fiesta en honor común a San Basilio, a San Gregorio Nacianceno y a San Juan Crisóstomo, la cual se celebraría el 30 de enero. Los Bolandistas dan un relato del origen de esta fiesta; también registran como algo digno de notar que no se mencionaban reliquias de San Basilio antes del siglo XII, en cuyo tiempo se decía que partes de su cuerpo, junto con otras reliquias muy extraordinarias, habían sido llevadas a Brujas por un cruzado que regresaba. Baronio (c. 1599) le regaló al Oratorio de Nápoles una reliquia de San Basilio enviada de Constantinopla al Papa. Los Bolandistas y Baronio imprimieron descripciones sobre la apariencia personal de Basilio y los primeros reprodujeron dos íconos, el más antiguo copiado de un códice presentado a Basilio, emperador de Oriente (877-886).
Por consenso común, Basilio está entre las más grandes figuras de la historia eclesiástica y el más bien extravagante panegírico por Gregorio de Nazianzo han sido casi igualados por muchos otros panegiristas. Físicamente delicado y ocupando un alto puesto sólo unos pocos años, Basilio hizo un trabajo magnífico y duradero en una época donde se experimentaron las más violentas convulsiones mundiales que haya vivido el cristianismo. (Cf. Newman, La Iglesia de los Padres). Por virtud personal él logró distinguirse en una era de santos; y su pureza, su fervor monástico, su estricta simpleza, su amistad por los pobres llegó a ser tradicional en la historia del ascetismo cristiano. De hecho, la impresión de su genio quedó sellada indeleblemente en la concepción oriental de la vida religiosa. En sus manos la gran sede metropolitana de Cesarea se formó como una especie de modelo de la diócesis Cristiana; casi no hubo ningún detalle de la actividad episcopal en que él no marcara líneas guías y en que no diera un espléndido ejemplo. No menos glorioso es el hecho de que el mantuvo una dignidad sin temor e independencia hacia los oficiales del estado lo cual la historia ha mostrado más tarde ser una condición indispensable de la vida saludable del episcopado católico.
Ha surgido alguna dificultad con la correspondencia de Basilio con la Sede Romana (Bossuet, "Gallia Orthodoxa", c. LXV; Puller, "Primitive Saints and the See of Rome", Londres, 1900.). No hay duda que él estaba en comunión con los obispos occidentales y que escribía repetidamente a Roma preguntando qué pasos tomar para ayudar a la Iglesia Oriental en su lucha con los herejes y cismáticos; pero el resultado decepcionante de sus apelaciones le sacaron palabras que requieren explicación. Evidentemente él estaba profundamente disgustado de que el Papa Dámaso por un lado vacilara en condenar a Marcelo y a los eustasianos, y por el otro prefiriera a Paulino en vez de Melecio en cuyo derecho a la Sede de Antioquía Basilio creía muy firmemente. A lo mejor debe admitirse que Basilio criticó al Papa libremente en una carta enviada a Eusebio de Samosata (Ep. CCXXXIX) y que él estaba indignado a la vez que dolido por el fracaso en sus intentos para obtener ayuda de Occidente. Sin embargo, más tarde debió haber reconocido que en algún aspecto él había sido apresurado; en cualquier evento, su fuerte énfasis en la influencia que la Sede Romana podía ejercer sobre los obispos orientales, y su abstinencia de un cargo de nada como usurpación son grandes hechos que sobresalen obviamente en la historia del desacuerdo. En relación a la cuestión de su asociación con los semiarrianos, Filostorgio habla de él como el campeón de la causa semiarriana, y Newman dice que pareció inevitable haberse arrianizado los primeros treinta años de su vida. La explicación de esto, tanto como el desacuerdo con la Santa Sede, debe buscarse en un estudio cuidadoso de los tiempos, con la debida referencia a las condiciones inestables y cambiantes de las distinciones teológicas, la falta de algo así como un pronunciamiento final del poder definidor de la Iglesia, las "imperfecciones persistentes de los Santos" (Newman), la ortodoxia substancial de muchos de los llamados semiarrianos, y sobre todo el gran plan con el cual Basilio perseguía la unidad efectiva en una cristiandad dividida y confundida.
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