En el seno de las naciones bárbaras que habían recogido la herencia del Imperio romano, el cristianismo era la únicafuerza que unía al mundo occidental, el único principio activo, el único fermento de civilización. El centro de esta energía renovadora seguía siendo Roma, pero al emperador había reemplazado el Papa; a los legionarios; los monjes. Los monjes van a salvar los intereses materiales, a formar las conciencias de los nuevos cristianos, a mantener vivo el rescoldo de la cultura antigua. Cada uno parece haber recibido el encargo de colocar una piedra en el nuevo edificio de la cristiandad. Si Remigio bautiza al pueblo franco; si Eloy conserva el arte de la orfebrería, si Columbano restaura el cultivo de la tierra, Medardo debió recibir el encargo de defender el derecho de la propiedad en medio de una raza acostumbrada a la violencia y al pillaje.
Medardo, hijo de un leude franco y de una dama romana, vivía cerca deSoissons en la primera mitad del siglo VI. Pero un día, para poder entregarse mejor al servicio de nuestro Señor, dejó el castillo de sus padres y se retiró a una soledad. En su nueva residencia, Medardo tenía una casa, un oratorio, una vaca, un huerto y una viña. Pero vivía tan abismado en la contemplación, que muchas veces se olvidaba de ordeñar la vaca, y cuentan que tampoco se acordaba siempre de vendimiar la viña. Otros, sin embargo, se encargaron de vendimiarla en su lugar. Ello fue que una noche dos ladrones saltaron la tapia, detrás de la cual habían visto el día anterior negrear los racimos, y a la luz de la luna empezaron a desgajar los racimos maduros y a llenar los serones que llevaban. Ya brillaba la luz primera en un monte cercano, cuando resolvieron retirarse; pero quiso Dios nuestro Señor, dice el biógrafo, que no acertasen a encontrar la salida. Caminaban de un lado para otro, palpaban y examinaban todos los rincones, daban vueltas como locos, mas todo inútilmente. De repente sonó un campanillo; y unos instantes después el solitario se dirigía al oratorio para rezar los Maitines; pero viendo a los dos nocturnos vendimiadores que seguían paseando a través de su viña y tropezando en los largos brazos de las vides lozanas, se acercó a ellos y les dijo:
—Bueno, amigos; veo que habéis madrugado mucho, y vamos, vamos, nadie podría deciros que no habéis trabajado bien. Pero ya es hora de descansar. Cargad con esos cestos y venid conmigo.
Los dos hombres entraron confusas Sagradas Escrituras y las obras de los Santos Padres. Viendo las gentes que no sólo era bueno, sino también sabio y elocuente, le sacaron de su cabaña, escondida entre pinos y nogales, y le sentaron en la silla episcopal de Noyón. Desde entonces, en vez del huerto de antaño, cultivó afanoso la viña sagrada, que produce los vinos del casto amor.
Medardo, hijo de un leude franco y de una dama romana, vivía cerca deSoissons en la primera mitad del siglo VI. Pero un día, para poder entregarse mejor al servicio de nuestro Señor, dejó el castillo de sus padres y se retiró a una soledad. En su nueva residencia, Medardo tenía una casa, un oratorio, una vaca, un huerto y una viña. Pero vivía tan abismado en la contemplación, que muchas veces se olvidaba de ordeñar la vaca, y cuentan que tampoco se acordaba siempre de vendimiar la viña. Otros, sin embargo, se encargaron de vendimiarla en su lugar. Ello fue que una noche dos ladrones saltaron la tapia, detrás de la cual habían visto el día anterior negrear los racimos, y a la luz de la luna empezaron a desgajar los racimos maduros y a llenar los serones que llevaban. Ya brillaba la luz primera en un monte cercano, cuando resolvieron retirarse; pero quiso Dios nuestro Señor, dice el biógrafo, que no acertasen a encontrar la salida. Caminaban de un lado para otro, palpaban y examinaban todos los rincones, daban vueltas como locos, mas todo inútilmente. De repente sonó un campanillo; y unos instantes después el solitario se dirigía al oratorio para rezar los Maitines; pero viendo a los dos nocturnos vendimiadores que seguían paseando a través de su viña y tropezando en los largos brazos de las vides lozanas, se acercó a ellos y les dijo:
—Bueno, amigos; veo que habéis madrugado mucho, y vamos, vamos, nadie podría deciros que no habéis trabajado bien. Pero ya es hora de descansar. Cargad con esos cestos y venid conmigo.
Los dos hombres entraron confusas Sagradas Escrituras y las obras de los Santos Padres. Viendo las gentes que no sólo era bueno, sino también sabio y elocuente, le sacaron de su cabaña, escondida entre pinos y nogales, y le sentaron en la silla episcopal de Noyón. Desde entonces, en vez del huerto de antaño, cultivó afanoso la viña sagrada, que produce los vinos del casto amor.
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